miércoles, 4 de junio de 2014

Aunque todos yo no (3) - Beato Manuel González García

En pleno desencanto
 
         Y me ordené de sacerdote y pasado el primer cuarto de aquella espiritualmente sabrosa luna de miel, me mandaron los superiores a dar una misión a un pueblecito 1.
   Hice mis provisiones de escapularios, medallas, estampas y demás géneros de propaganda de los misioneros y ¡con qué alegría tomé asiento en el vaporcito que había de dejarme en la ribera próxima al pueblo de mi apostolado! ¡Y con qué presteza monté después en el burro que el sacristán me tenía preparado para recorrer la hora de camino que separaba al pueblo del río! ¡Qué planes tan risueños los que iba formando por el camino! ¡Cómo me lisonjeaba de ver ya en mi apresurada imaginación el templo rebosando fieles oyendo mis sermones; el rosario de la aurora cantado por las calles; la Comunión general, muy general, de todo el pueblo; y el gozo de mi Prelado cuando, al terminar la misión, fuese a administrar la santa confirmación y viese tan abundante cosecha...!
   Vamos a ver, amigo sacristán, ¿está muy entusiasmada la gente con la misión? ¿es muy grande la iglesia? ¿cabrá mucha gente?... Y tras de esas, un chaparrón de preguntas encamina­das a enterarme bien de las condiciones y puntos flacos del pueblo de mis presuntos triunfos apostólicos.
   -La iglesia, empezó a responderme con frialdad y lentitud mi acompañante, la iglesia, si le he de decir verdad, no es iglesia, o por mejor decir, ya sí es iglesia; gracias al señó Antonio el vaquero que se empeñó con tós los ricos de Sevilla y con el señor Arzobispo y hasta con la reina de Madrid y ha buscado dinero para echarle un techo nuevo en lugar del que se cayó hace unos nueve o diez años; y el suelo; y el altar mayor; y la torre; y...
   -Pero, oiga usted, a la iglesia antigua ¿qué le quedaba? -le interrumpí yo extrañado.
   -Pues nada, como el otro que dijo. Aquello era una grillera. Por todas partes entraba el viento y el agua. Yo ya no cerraba la puerta ni de día ni de noche, ¿para qué? si todo eran puertas y agujeros. Pero, en fin, ya hoy es iglesia. Ahora lo que pasa es que la gente se ha acostumbrado a no ir y me parece que poca va a ir a la misión. ¡como no fuera la misión en el casino o en las tabernas!
   Y a ese tenor fue el hombre aquel echando sobre el fuego de mis entusiasmos más agua fría, que yo acababa de cruzar en el vaporcillo...
 
         Sin embargo, hay que dar la misión. Dios lo quiere y Él me ayudará...
   Dimos vista al pueblo y, contra lo que yo esperaba, sin el indispensable grupo de chiquillos que recibieran al Padre Misionero.
   Nos apeamos de nuestros jumentos y dejándolos ir por delante de nosotros, seguí mi interrogatorio con mi acompa­ñante.
   -Diga usted ¿en este pueblo no hay chiquillos?
   -Sí, pero ahora están en el campo...
   Y mire usted aunque estén, no les da por la iglesia, porque el señor cura por sus años, sus achaques y por lo que aquí pasa y como no viene del otro pueblo que tiene a su cargo, más que los domingos, la verdad ¡no quiere ver a un chiquillo ni pintado! ¡alborotan tanto!... Y ¡como los padres tampoco vienen!...
   -Entonces ¿quién viene a Misa en este pueblo?
   -Mire usted, como venir no vienen, digo, vienen los que tienen que casarse o para bautizar algún niño, y señó  Antonio y yo cuando no tengo que ir al campo...
   -¿Y comulgan?
   -Comulgar, también comulgan algunas veces los que vienen a casarse...
   -¿Nadie más?
   -Que yo me acuerde, nadie más.
   -bueno, pero los enfermos por lo menos recibirán los santos sacramentos ¿no es eso?
   -No, no, ¡qué van a recibir! Si dicen que esas son cosas de mal agüero y de susto. Todo lo más que reciben es el santolio cuando ya han perdido el sentido.
   -Y el señor cura ¿no tiene amigos aquí? Porque por lo menos los amigos deberían venir al templo.
   -¿Amigos? ¡Cualquier día puede visitar aquí el cura a nadie! ¡Buena está la política del pueblo para que el cura visite!...
   -Y ¿qué tiene que ver la política con que el cura tenga amigos?
   -Pues muy sencillo; como aquí hay tantos partidos, basta que el cura visite o hable con uno, para que los enemigos políticos de éste lo miren ya como de aquel partido. Así es que hay política en todo, hasta en la Misa y en los sermones. En la Misa porque le sacan la punta hasta al color de la casulla. Si es blanca porque el cura es del partido de los blanquillos. Y si es encarnada, porque es de los republica­nos. Y en los sermones, porque los pocos que los oyen se pelean después, por si lo que dijo fue en favor de éste o en contra del otro. Total, que el cura está aquí como emparedado ¿sabe usted? Así es que viene por aquí lo menos posible y cuando viene, habla con el menor número deseando acabar para volverse pronto. Tiene dejada a la gente por imposible. Y la iglesia se ha compuesto porque señó Antonio es señó Antonio y juró no parar hasta que la viera compuesta. Pero ni por el cura, que está acobardado, ni por la gente que le importa un comino que haya o no haya iglesia, se hubiera puesto un ladrillo.
   ¡Usted no sabe cómo están los pueblos!..., terminó enfáticamente el sacristán al tiempo que llegábamos a las puertas del templo parroquial, sin haber conseguido atraer un solo vecino, grande, ni chico.
   ¡Verdad que no sabía cómo estaban los pueblos!...
 
Nota:
Palomares del Río (Sevilla).
 


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