Lo esencial
de la Navidad
Mons. Tihamér Tóth
En “El mensaje de navidad”
(5 Final)
No
hay fiesta más hermosa y más entrañable que la Navidad. ¿A qué se debe que sea
así? ¿A la alegría ingenua de los niños? ¿Al bonito árbol de Navidad? ¿A la
cena en familia? ¿A los estupendos regalos? No. Todo ello es algo accesorio en
la fiesta; no es lo esencial. Lo que más importancia es el contenido del
mensaje angélico que nos traen los ángeles: «Vengo a daros una gran noticia,
que será de grandísimo gozo para todo el pueblo: Hoy os ha nacido... el
Salvador, que es Cristo» (Lc 2, 10-111).
Lo
esencial de la Navidad es el gozo que expresan estas pocas palabras: el Hijo de
Dios se ha hecho hombre para salvarnos. Basta con que no le pongamos obstáculos
a la gracia, para que Cristo nos cure y habite en nuestras almas.
Sí;
Cristo llevó a término la gran obra de nuestra Redención. Pero nosotros debemos
colaborar con Él. Hemos de prepararnos para recibirle.
«Hemos de colaborar con la gracia»,
es decir, hemos de seguir las inspiraciones de la gracia sin poner condiciones.
Porque Cristo precisa de nuestra colaboración para poder redimirnos.
Todos
estamos invitados al portal de Belén para adorar al Niño-Dios, incluso los que
se sientan más pecadores y miserables.
La
Navidad no son los regalos, ni unos días fiesta, sino la Redención que nos trae
Jesucristo.
Muchas
veces tropezaré en la vida, y hasta tendré caídas..., pero no importa, me
levantaré de nuevo gracias a la Redención de Cristo que obra en mí.
He
sido redimido, tengo que empezar a vivir según Cristo. Cristo debe ser el Rey
de mi vida. Mi vida debe ser un reflejo de la de Cristo. «Para mí la vida es
Cristo» (Filp 1, 21).
El
mundo estaba perdido, y Cristo Redentor quiso nacer en un pesebre para
salvarlo.
Abramos
nuestros corazones para recibir a Cristo, y así poder celebrar, como es debido,
la sagrada fiesta de la Navidad.
Ven,
¡Niño Jesús! Mira que mi alma está hecha un pesebre para recibirte, llena de
paja y estiércol. Mi alma está hambrienta de Ti. Ven a morar a mi alma. «No soy
digno de que vengas a mi morada...», pero para eso has venido, para salvar lo
que estaba perdido.
Ven, Señor Jesús.
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