POR QUÉ NO SE SALVAN JUNTOS
EL NIÑO Y LOS MAGOS
Cuando los magos se hubieron retirado, he
aquí que el ángel del Señor se aparece a José en sueños y le dice: Levántate y toma al niño y a su madre y huye a
Egipto. Aquí hemos de resolver una
dificultad acerca de los magos y acerca del niño. Porque, si es cierto que aquéllos no se alborotaron y todo lo aceptaron con obediencia, no por ello hemos nosotros de dejar de preguntarnos por qué no se salvan, aun quedándose allí, los magos y el niño, sino que aquéllos son enviados a Persia y éste
tiene que huir con su madre a Egipto. ¿Pues qué? ¿Queréis que hubiera caído en manos de Herodes, y aun entre sus manos no recibir el golpe mortal? En este caso,
se hubiera pensado que no había
tomado carne, y no se hubiera creído el gran misterio de la encarnación. Y, en
efecto, si, aun sucediendo así las cosas y dispuestas tantas otras de
la vida del Señor humanamente, se han
atrevido algunos a decir que es un mito eso de que Dios tomara carne,
¿en qué impiedades no hubiera caído de
haberlo Él hecho todo divinamente y según su poder infinito? En cuanto a los magos, despáchalos
aprisa, primero porque quiere enviar
maestros a su patria de Persia y luego porque
quiere cortar la locura del tirano Herodes: Que se dé cuenta que emprende una cosa imposible, que apague
su furor, que desista de su vano intento. El mismo poder supone vencer tranquilamente a los enemigos que burlarlos con la
mayor facilidad. Por lo menos así
engañó a los egipcios en favor de los judíos.
Podía Dios muy bien haber hecho pasar la riqueza de aquéllos a manos de los hebreos. Sin embargo, manda
que eso se haga a escondidas y con engaño. Lo
cual no le hizo menos temible a sus enemigos que cualquiera otro de los
milagros.
Así los escalonitas y demás habitantes de aquellas ciudades que, por
haber capturado el arca de la alianza, fueron heridos por Dios con plaga de ratones, cuando exhortaron a los suyos a no proseguir la guerra ni ponerse frente a Él, entre los otros
milagros, alegaron también éste, diciendo: ¿Por qué endurecéis vuestros
corazones como los endurecieron Egipto y Faraón? ¿No es así que sólo cuando se
burló de ellos despacharon al pueblo y salió éste de Egipto?”
Cuando así hablaban, prueba es que para ellos este milagro no era menor que
los públicamente realizados, para poner de
manifiesto el poder y la grandeza de Dios, Pues también lo sucedido con los
magos era bastante para impresionar
al tirano. Considerad, en efecto, lo
que tuvo que sufrir Herodes y cómo se ahogaría al verse así engañado y puesto
en ridículo por los magos. ¿Y qué, si no se hizo mejor? —Eso ya no es
culpa de quien todo lo ordenó para que se
mejorara. La culpa fui de su extrema locura, que no se rindió a lo que podía haberla calmado y apartado de su maldad. Más
bien que rendirse siguió aún más adelante, con lo que recibiría mayor
castigo de su insensatez.
POR QUÉ HUYE JESÚS A EGIPTO
¿Y por qué—me diréis—es enviado el niño a Egipto? La razón la da
particularmente el evangelista: Porque se cumpliera —dice—lo que fue
dicho por el Señor por boca del profeta, diciendo:
“De Egipto he llamado a mi hijo”. Pero
juntamente el Señor anunciaba a toda la tierra un como preludio de
buenas esperanzas. Como en Babilonia y Egipto
ardía más que en parte alguna el
incendio de la impiedad, al mostrar el Señor desde el principio que las ha de corregir y mejorar, persuade a la tierra entera a que tenga buena esperanza. De ahí
que a los magos los manda a tierras
de Babilonia y Él mismo con su madre marcha a Egipto.
Aparte lo dicho, otra enseñanza sacamos de aquí, que no es pequeña parte para nuestra filosofía ¿Qué enseñanza es ésa? Que desde el principio hay que aguardar tentaciones y asechanzas. Mira, si no, cómo tal le sucede a Él desde los pañales. En efecto, apenas nacido, el tirano se enfurece, Él tiene que huir y trasladarse más allá de las fronteras, y su madre, que en nada había faltado, es desterrada a tierra de extranjeros. Tú que esto oyes,
cuando hayas merecido desempeñar un asunto espiritual
y luego te veas entre sufrimientos intolerables y metido entre peligros sin cuento, no te turbes ni
digas: ¿Qué es esto? ¿No merecía yo
que se me coronara y proclamara, no merecía ser ilustre y glorioso,
puesto que estoy cumpliendo un mandato del Señor?” No, ahí tienes el ejemplo.
Súfrelo todo generosamente, sabiendo que
eso acompaña particularmente a los
espirituales; que ésa es su herencia: tentaciones y pruebas por todas partes. Mira, si no, cómo así sucede con
la madre del niño y con los magos.
Estos tienen que retirarse como fugitivos, y a aquélla, que no había jamás traspasado los umbrales de su casa, se le manda emprender tan largo y molesto
viaje sólo por haber tenido aquel maravilloso parto, aquel espiritual
alumbramiento. Y mirad otra paradoja: Palestina
acecha a la vida del niño, y Egipto le
libra de las asechanzas. Y es que no sólo en los hijos del patriarca se daban las figuras, sino también en el Señor
mismo. Muchas cosas, en efecto, que habían de suceder más tarde, eran ya
de antemano anunciadas por lo que entonces Él hacía. Tal, por ejemplo, lo del
asna y su pollino.
PANEGÍRICO DE SAN JOSÉ
Aparecido,
pues, el ángel, habla no con María, sino con José, y le dice: Levántate y
toma al niño y a su madre. Aquí ya no
le dice: “Toma a tu mujer”. Había tenido lugar el parto, se había disipado la sospecha, José estaba asegurado
en su fe; el ángel, por ende, puede
hablar ya con libertad, y no llama suyos ni a la mujer ni al niño. Toma—le
dice—al niño y a su madre y huye a Egipto. Y ahora la
causa de la huida: Porque Herodes —le dice—ha de atentar a la vida
del niño.
Al oír esto, José no se escandalizó ni dijo: Esto parece un enigma. Tú mismo me decías no ha mucho que Él salvaría a su pueblo, y
ahora no es capaz ni de salvarse a sí mismo, sino que tenemos necesidad de
huir, de emprender un viaje y largo desplazamiento. Esto es contrario a tu
promesa. Pero nada de esto dice,
porque José es un varón fiel. Tampoco pregunta por el tiempo de la vuelta, a pesar de que el ángel lo había dejado indeterminado, pues le había dicho: Y estate
allí hasta que yo te diga. Sin embargo, no por eso
se entorpece, sino que obedece y cree y
soporta todas las pruebas alegremente. Bien es verdad que Dios, amador de los hombres, mezclaba
trabajos y dulzuras,
estilo que Él sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los consuelos nos
los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo con José. Si no, mirad. Vió preñada a la Virgen, y
esto le llenó de turbación y angustia
suma, pues pudo sospechar que su esposa hubiera cometido un adulterio;
pero inmediatamente se presentó el ángel,
que le disipó la sospecha y quitó todo temor. Ve al niño recién nacido, y ello le procura la más
grande alegría; pero bien pronto a esta alegría le sucede un
peligro no pequeño: la ciudad se
alborota, el rey se enfurece y busca matar al recién nacido. A este alboroto síguele pronto otra alegría: la aparición de la estrella y la adoración de los
magos. Tras este placer,
otra vez el miedo y el peligro: Porque busca—le dice el ángel—Herodes el alma o vida del
niño. Y nuevamente el ángel da
orden de huir y cambiar de sitio a lo humano, pues no era aún
tiempo de hacer maravillas. Si el Señor hubiera empezado a hacer milagros desde
su primera edad, no se le hubiera tenido
por hombre. De ahí que tampoco se construye de golpe el templo de su
cuerpo, sino que primero viene la concepción, luego la gestación por nueve
meses, luego el parto, luego la leche de
los pechos, el silencio por todo aquel tiempo; en fin, el Señor espera
la edad conveniente de varón a fin de que
por todos estos medios sea fácilmente aceptado el misterio de la
encarnación. ¿Por qué, pues—me diréis—, se hicieron estos milagros desde el
principio? Se hicieron en gracia a la madre,
a José, a Simeón, que estaba ya para salir de este mundo; por los pastores, por los magos, por los
judíos. Porque, si éstos hubieran
querido atender con cuidado a lo que sucedió al principio, no hubieran
sacado poco fruto para lo por venir.
POR QUÉ NO HABLAN LOS PROFETAS SOBRE
LOS MAGOS.
INTERPRETACIÓN DE OSEAS
Que los
profetas no hablen acerca de los magos, cosa es que no debe turbarte, pues ni
todo lo dijeron ni todo lo callaron. Si
Alada hubiéramos oído de ellos, ver de pronto suceder las cosas, nos hubiera producido gran espanto y
perturbación; pero saberlo de antemano todo, nos hubiera hecho dormitar
y nada hubieran tenido ya que hacer los evangelistas.
En cuanto al
texto de Oseas: De Egipto he llamado a mi hijo, los judíos pretenden
haber sido dicho por ellos. A esto les
podemos responder que es ley de la profecía decir con frecuencia
una cosa sobre unos y cumplirse sobre otros. Tal lo que se dice de Simeón y Leví: Yo los dividiré en Jacob y
los esparciré en Israel. Lo cual no
se cumplió en ellos, sino en sus descendientes.
Y lo que Noé dijo sobre Canaán vino a verificarse en los gabaonitas, que eran descendientes de Canaán. Lo mismo pudiera decirse de Jacob. Aquellas
bendiciones de su padre Isaac: Sé señor de tu hermano y adórente los
hijos de tu padre, no tuvieron en él su
cumplimiento— ¿cómo lo iban a tener, cuando
él temblaba ante su hermano y mil veces se postraba para adorarle?—, sino en sus descendientes. Lo mismo, en
fin, en el texto de Oseas. Porque ¿quién con más verdad puede llamarse hijo de Dios: el que adora al becerro y se inicia en los misterios de Belfegor
y sacrifica sus hijos a los demonios, o el que es Hijo por
naturaleza y honra siempre a su Padre? De
suerte que, de no haber venido este Hijo, la profecía no hubiera tenido
cumplimiento conveniente.
LA ESTANCIA EN EGIPTO DEL PUEBLO HEBREO,
FIGURA DE LA DEL SEÑOR
Mira, si no, cómo el evangelista da a entender esto mismo al decir: Porque se cumpliera, mostrando que, de no haber
venido Cristo, no se hubiera cumplido. Esto hace—y no como quiera—ilustre
y gloriosa a la Virgen. Lo que el pueblo judío entero tenía por timbre de gloria—haber salido de Egipto—, eso mismo podía tenerlo ella en adelante. Mucho se
enorgullecían, mucho blasonaban ellos de haber salido de Egipto—y el profeta mismo lo da a entender cuando dice: ¿Acaso
saqué a los extranjeros de
Capadocia, y a los asirios del pozo?—. Pues lo mismo es ahora perrogativa de la Virgen.
Es más, la entrada y salida del
pueblo y los patriarcas en Egipto era figura de esta huida y
vuelta de la Virgen y el niño. Aquéllos bajaron allí huyendo la muerte por
hambre; el niño, huyendo la muerte por insidias de Herodes. Ellos, llegados
allí, se vieron libres del hambre; el niño con su venida santificó, toda
aquella tierra.
Pero
considerad también cómo, entre tantas humillaciones, se descubre también la
divinidad del niño. En efecto, al decirle el
ángel a José: Huye a Egipto, no le prometió acompañarlos él en el
camino, ni a la ida ni a la vuelta, dándole a entender que su mejor compañía
era el mismo niño recién nacido. Este niño,
apenas aparecido, lo transformó todo, y a sus mismos enemigos los hizo entrar en el servicio de sus
designios. En efecto, los magos—unos extranjeros—dejan su superstición
patria y vienen a adorarle; César Augusto, por su decreto de empadronamiento,
contribuye a su nacimiento en Belén; Egipto le recibe en su huida y le salva de las maquinaciones de Herodes, con lo
que se adquiere un título para pertenecerle luego. Así, cuando más adelante oye que se lo predican los apóstoles, él se ufana de haber sido el primero en recibirlo. A
la verdad, éste fue privilegio de sola Palestina; sin embargo, Egipto le ganó
en fervor.
San
juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo
(I), Homilía 8, 1-4, BAC
Madrid 1955, 147-54
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