Conferencia de
S.E.R. Mons. Juan
Antonio Reig Pla
con el tema
“La ideología de género
y su influencia
en el concepto de
familia”
Congreso ‘La familia en la encrucijada’
Palacio Arzobispal
de Alcalá de Henares
(3-5 de octubre 2008)
Actas publicadas por
Ediciones Cultura
Cristiana
Me han pedido que explique la ideología de género y sus consecuencias
para la familia. Aunque se trata de una ideología que afecta muy negativamente
en el matrimonio y la familia, no se preocupen, porque mi exposición acaba
bien. En su parte final se hará luz y se darán razones para la esperanza.
Con esta ponencia, a mí me gustaría compartir algunas convicciones y
algunas preocupaciones sobre la ideología de género, que no son excesivamente
conocidas en España, pero que tienen una importancia enorme. Su influencia es
de tal alcance en las sociedades occidentales de hoy en día, que podemos
afirmar, utilizando una expresión de Gramsci, que constituye el “pensamiento
hegemónico”, esto es, aquello que domina de modo preponderante nuestra cultura.
Cultura es una palabra que habría que explicar. Pero no podemos
explicarlo todo. Solamente señalar que la cultura está relacionada con el
pensamiento, siendo éste un elemento esencial de aquélla. El pensamiento que
envuelve y atraviesa tanto el espíritu de los hombres como la conciencia de los
pueblos tiene en el ámbito cultural de la sociedad una preponderancia
hegemónica. Esto es lo que sucede actualmente con la ideología de género en la
sociedad española. Por eso estamos inmersos en un cambio cultural de primer orden.
Pero no olvidemos que los cambios pueden ser hacia arriba o hacia abajo, es
decir, potenciadores o deformadores de la realidad.
La introducción de la ideología de género en el pensamiento cultural
viene de lejos. No me voy a remontar muy atrás. Voy a comenzar en el año 1948,
porque se trata de una fecha clave para nuestro tema. En efecto, ese año,
Kinsey, un personaje no excesivamente conocido, pero que ha tenido una
importancia enorme para la difusión de la teoría de género, publica un Informe
sobre conducta sexual, con un muestreo sociológico centrado en el varón. Más
tarde, en 1953, publica otro referido al comportamiento sexual de la mujer. La
cuestión es que su interpretación de la conducta sexual humana –ya del varón,
ya de la mujer– fue asumida como paradigmática, como el saber científico sobre
la sexualidad del hombre. Los informes de Kinsey pasaron a constituir la
ciencia de los comportamientos sexuales de los hombres a través de su
introducción en las universidades norteamericanas. Se consideró que en ellos se
manifestaba un conocimiento científico acerca de la sexualidad humana y cómo
debe ser la conducta sexual de los hombres. Sin embargo, unos años después, se
supo que los estudios sociológicos de Kinsey estaban trucados. Los informes
eran falsos, una gran estafa. Con todo, ese fraude entró en libros de
divulgación y en tratados especializados que llegaron a ser textos de
referencia para las explicaciones sobre la sexualidad humana, incluidas
aquellas que se daban en algunas de las facultades de teología en España. Esta
introducción de las tesis de Kinsey en el ámbito teológico estuvo propiciada
por el hecho de que la Conferencia Episcopal Americana encargó un estudio sobre
la sexualidad humana, en el cual se incorporó la interpretación de Kinsey de la
vida sexual de las personas. Los resultados de ese estudio pasaron a los
manuales que formaban parte del compendio de asignaturas que tenían que
estudiar los alumnos de las facultades de teología en el campo de lo que
llamamos la moral de la persona, que incluye la moral sexual.
2 Para realizar un acercamiento al concepto de persona confróntese: S. GARCÍA ACUÑA, “El contraste del ser humano respecto de los demás vivientes: La dignidad personal del hombre”, en: NUNCIATURA APOSTÓLICA EN ESPAÑA, La cuestión ecológica. La vida del hombre en el mundo, BAC (Madrid 2009) 61-95..
Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Cartagena en España. Doctor en Teología Moral por la Universidad Lateranense de Roma. Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida y Miembro de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española. Vicepresidente-Decano de la Sección Española del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia.
¿Qué decía Kinsey? Que no hay ninguna conducta en el campo de la
sexualidad que podamos llamar natural o normativa. La sexualidad es
polimórfica. Da lo mismo una conducta heterosexual, homosexual, bisexual,
transexual, etc., porque eso era el resultado del análisis sobre la vida sexual
de la población que él había estudiado. Ahora bien, estudios que analizan los
informes de Kinsey han demostrado que éste recogió en sus trabajos muestras de
población que estaban muy acotadas y no eran representativas de la sociedad
americana en general: colectivos de presos, grupos indigentes, ambientes
homosexuales, sectores marginales. El resultado de la muestra no era en modo
alguno extrapolable a toda la población de los Estados Unidos de América. Los
patrones de comportamientos sexuales de los estudios de Kinsey no respondían al
conjunto de la sociedad de Occidente. En esto consistió el gran fraude
sociológico de los informes Kinsey. Ahora bien, asumido su pensamiento por las
universidades americanas, la sexualidad comenzó a presentarse como algo
polimórfico, que depende únicamente de una libertad indiscriminada. Se rompió
la esencial relación de la sexualidad con el ser del hombre, o sea, con la
naturaleza humana, dejándola al antojo de lo que se quiera decidir sobre ella.
De ahí se ha llegado hasta el último de los exponentes y de las manifestaciones
de esta forma de pensar: lo que llamamos la no-discriminación por la
orientación sexual.
De los informes de Kinsey (1948-1953), dando un salto en el tiempo,
pasamos a otro hito histórico en la implantación cultural de la ideología de
género: el llamado Mayo del 68. Se ha celebrado el 40º aniversario de este
acontecimiento. Fue un momento de estallido de libertad. ¿Qué significó eso? La
puesta en marcha de un movimiento que tenía la pretensión de suprimir todo
corsé opresor del hombre, aquello que se consideraba que aplastaba o limitaba
al ser humano en su aspiración de autonomía y libertad. Había que superar todo
poder político; la sociedad tenía que dejar atrás las ataduras culturales de la
civilización cristiana; se debía superar toda prohibición. De ahí que el lema
fuese en aquellos momentos: “prohibido prohibir”.
El movimiento libertario de Mayo del 68 no logró la libertad en la
esfera política, porque el sistema político permaneció en su sitio. Más aún,
desde los poderes públicos, el movimiento fue reconducido: cesaron las
manifestaciones estudiantiles; y el capitalismo y el poder estatal subsumieron
en sí todos los elementos culturales relativos a la política promovidos por el
espíritu de Mayo del 68. Así, los que iniciaron este movimiento utópico de
emancipación son ahora burgueses atados al poder y al dinero, situados en
cargos importantes del mundo de los negocios, en empresas multinacionales, en
el campo universitario, en las instituciones políticas, etc. No ganó el Mayo
del 68 en la esfera de lo político, pero sí ganó en el ámbito de la revolución
sexual que puso en marcha, porque dio lugar a todo un cambio de pensamiento
respecto de la sexualidad humana, que ahora, con la ideología de género, ha
llegado a ser hegemónico en nuestra cultura occidental. La primera revolución
sexual, que tuvo como centro a la mujer, tuvo su inicio en el espíritu
libertario que movió la sociedad europea en 1968. El fracaso que tuvo la
revolución de Mayo del 68 en la política no impidió su éxito cultural. Como
señala acertadamente Gramsci, para cambiar la sociedad no es necesario hacerse
con el poder político; es suficiente con hacer pensar a las personas de manera
diferente. Para hacer que “algo” se introduzca en la sociedad y pase a ser un
elemento dominante de la cultura, se requiere el dominio de un instrumento
relativamente reciente: los medios de comunicación de masas; porque penetran
hasta las esferas más íntimas del corazón humano.
El grito de libertad de Mayo del 68 llevaba en sus entrañas la
revolución sexual. Si todo tenía que ser libre, cuanto más el amor. Ninguna
institución podía oprimir la libertad del amor. De ahí que el matrimonio fuese
considerado como una cárcel para el amor. El amor libre constituyó la
gran tesis de la revolución sexual del movimiento libertario del Mayo francés.
La libertad sexual se convirtió en un elemento que conformó la mentalidad de
los pueblos y la conciencia de las personas, configurando culturalmente el
pensamiento general en Europa. Pongo un ejemplo de ello dentro de la sociedad
española de aquellos años. Recuerdo que en la Facultad de psicología de
Valencia, para celebrar la superación de todos los moldes, los alumnos, en el
recibidor del edificio de la Facultad, desnudos, realizaban el acto sexual,
queriendo demostrar así que ya no había nadie que pudiera prohibir a nadie.
Como slogan se decía: “hagamos el amor y no la guerra”. La libertad
buscada por el Mayo del 68 terminó por centrarse en el amor libre y en la
libertad sexual.
La primera revolución sexual tuvo una doble entrada, señalada con
precisión en el Directorio para la Pastoral Familiar de la Conferencia
Episcopal Española. La primera puerta consistió en la eliminación de todo lo
institucional del matrimonio en relación con el amor; fue el primer eje de la
revolución sexual en el espacio cultural de Occidente con el Mayo del 68. ¿Por
qué el amor conyugal tiene que encarcelarse en el ámbito institucional del matrimonio,
cuando él significa la comunión libre de dos personas que quieren quererse, que
quieren compartir su propia existencia?
Ciertamente, el amor humano no es una realidad “institucional”, esto es,
propia de las instituciones públicas y sociales, sino de las personas. El amor
es de índole personal. Entre el varón y la mujer en cuanto personas sexuadas y
desde su condición masculina y femenina, respectivamente, el amor conyugal crea
un recíproco vínculo interpersonal como comunidad de vida y de amor, abierto a
la paternidad y a la maternidad. Ahora bien, como indica el Concilio Vaticano
II, en la constitución pastoral Gaudium et spes, este vínculo estable y
personal conforma lo que es el matrimonio. El matrimonio en su realidad nuclear
consiste en una realidad personal, más aún, interpersonal, que tiene como fin
el amor conyugal, la entrega y la acogida mutua de un varón y de una mujer como
personas en la diferencia sexual que les es propia. El matrimonio como
“institución” representa un conjunto de elementos que tienen como razón de ser
la protección, la salvaguarda y la promoción social de esa realidad
interpersonal, porque los hombres en sociedad han captado la importancia y el
valor que el matrimonio tiene para la humanidad. Así pues, el carácter personal
del matrimonio y su marco “institucional” no son contrapuestos, pues la
“institucionalización” del matrimonio lo que hace es sellar, defender y
custodiar socialmente lo que entendemos que es un bien para la entera
humanidad: el vínculo nacido con el amor conyugal entre la mujer y el varón. El
matrimonio es, a la vez, comunión de personas en el amor conyugal e institución
social, estando esta última dimensión del matrimonio al servicio de la primera.
En efecto, la “institución del matrimonio” custodia el amor conyugal, para que
se viva en el respeto mutuo y en el don de las personas, en la responsabilidad
de la paternidad y de la maternidad con relación al don de los hijos. La
dimensión “institucional” del matrimonio no hace más que ratificar la realidad
del amor conyugal como fuente de alianza permanente entre varón y mujer,
creando un marco social que custodie en su justa medida el carácter personal
del matrimonio como comunidad interpersonal de vida y de amor de los esposos.
En el movimiento libertario de Mayo del 68, en la revolución sexual que
puso en marcha, el matrimonio fue presentado de modo tergiversado, como mera
institución que encarcela y aplasta el amor entre las personas. El proyecto de
liberación de los hombres pasaba necesariamente por la muerte y el
enterramiento del matrimonio. Y para que no quedara ni rastro de su “cadáver”,
se dejó de utilizar el término “matrimonio”, sustituyéndolo por el de “pareja”,
que no indica ni más ni menos que “dos” –“un par”–. Este cambio terminológico
influyó también en la literatura cristiana y en la literatura más o menos
referida al ámbito del matrimonio y de la familia. Los libros comenzaron a
utilizar la expresión “pareja” para referirse a la relación entre varón y
mujer. Pero, ¿qué consiguió con esto la revolución sexual? El movimiento
libertario del Mayo de 68, eliminando el matrimonio, hizo que el amor conyugal
quedara a la intemperie, totalmente desamparado. Esa falta de “hogar” expuso al
amor conyugal a todo tipo de inclemencias y dolencias.
Hasta aquí la primera entrada de la primera revolución sexual. La
segunda oleada o entrada consistió en la transformación de la mujer en relación
con la familia. Engels, que con Marx fue padre de la ideología comunista, en su
libro El origen de la familia, de la propiedad y del Estado, afirma que
la familia es lo que hace imposible a la mujer, de manera particular, ser libre
y poder crecer como persona autónoma, porque la familia somete la mujer al
varón. Más aún, sostiene que la familia es la primera de las células o
instituciones conservadoras que el poder establecido, burgués, utiliza para
dominar a la mujer. La familia aparece presentada como la plataforma más grande
que tiene el conservadurismo y el poder del sistema capitalista para oprimir a
la mujer. Para Engels, la relación entre varón y mujer en esta situación queda
convertida en dialéctica de sexos, que es lo mismo que la lucha de clases, pero
transportada del ámbito obrero al ámbito de la sexualidad humana, justificada
por la necesidad de destruir el poder del hombre en una sociedad y familia
machistas.
Asumiendo esas tesis de la ideología comunista, el movimiento libertario
de Mayo del 68 se encaminó a desencadenar la liberación de la mujer rompiendo
la cadena subyugante que, para ella, según la teoría de Engels, supone la
familia. Liberar a la mujer de la familia era idéntico a liberarla de la
maternidad. El pensamiento libertario feminista encontró un instrumento técnico
para liberar a la mujer de la maternidad en la píldora anticonceptiva, que sale
al mercado farmacéutico por esos años. Se había descubierto un compuesto
químico que hacía técnicamente posible la separación del ejercicio del acto
sexual entre el varón y la mujer, de la maternidad y paternidad. La ruptura del
vínculo del amor conyugal con la maternidad, que se presentaba ideológicamente
como el elemento esclavizante de la mujer en la “relación de pareja”, por
someterla al varón, constituye la segunda entrada de la primera revolución
sexual en el ámbito cultural de las sociedades occidentales. La procreación fue
fracturada del amor conyugal, y éste, del matrimonio. Se universalizó
culturalmente la anticoncepción, que es la consagración del egoísmo a dos
(varón y mujer). El don de sí en el amor conyugal pasó a ser controlado y
limitado por la persona humana a través de medios técnicos (la píldora
anticonceptiva).
La lucha contra la maternidad se convirtió en la bandera de la
liberación de la mujer. El feminismo, apoyado ideológicamente en las tesis de
Engels, buscó promover la igualdad entre el varón y la mujer sustrayendo de
ésta su vocación a la maternidad, a vivir su vida de amor conyugal expandida en
amor maternal. Ciertamente, la Iglesia ha defendido siempre la igualdad entre
varón y mujer: porque ambos tienen la misma dignidad personal; porque los dos
han sido igualmente creados “a imagen y semejanza de Dios”; porque en Cristo,
todos, varones y mujeres, somos uno. Reconociendo la necesidad de superar toda
discriminación hacia la mujer por su condición femenina, la Iglesia, a
diferencia del feminismo radical –que por sus presupuestos ideológicos
tergiversa el principio de igualdad y de libertad humanas respecto de las
mujeres–, promueve la feminidad de la mujer, o expresado de otro modo, en
palabras de Juan Pablo II, el espíritu de lo femenino propio de la mujer,
puesto de relieve por el pensamiento filosófico de Edith Stein, discípula
predilecta del padre de la fenomenología filosófica, E. Husserl, el gran
filósofo de principios del siglo XX. La promoción de la feminidad, como defensa
de la igualdad entre mujer y varón, no destruye nada de lo que es propio de la
mujer –¡mucho menos la vocación a la maternidad!, tan cargada de significado
para ella–, sino que favorece la riqueza de lo que es específico de la mujer, o
sea, todo lo que pertenece a la modalidad femenina de ser persona.
La píldora anticonceptiva se convirtió en el medio técnico para liberar
a la mujer respecto de su maternidad. Pero también la primera revolución sexual
utilizó el trabajo de la mujer como medio social para fomentar la fractura
entre la mujer y la maternidad. La autonomía económica que consideró como un
elemento fundamental para promover la liberación de la mujer. Poco a poco se
fue extendiendo culturalmente el trabajo de la mujer como condición necesaria
para su libertad sexual, esto es, como opuesto al ejercicio de su actividad
humana en el hogar familiar, con el cuidado de los niños y la educación de
éstos, con otras palabras, el ejercicio de la maternidad en sentido amplio. El
trabajo ligado a la maternidad comienza a considerarse como un trabajo
alienante, que hace de la mujer una persona disminuida en su libertad, sujeta
al varón. El trabajo de la mujer se propone, dentro de la primera revolución
sexual, desligado radicalmente de la maternidad y del amor conyugal; más aún,
queda convertido en factor determinante para la liberación de la mujer respecto
de la maternidad y del varón.
También la “fecundación in vitro” pasó a ser un instrumento
técnico, dentro de la revolución sexual, para separar a la mujer del varón. La
maternidad se desliga de la paternidad; la transmisión de la vida humana queda
fracturada del gran don que supone para el ser humano poder ser fecundo y
engendrar un nuevo hombre desde el amor y desde la llamada de Dios a cooperar
con Él en su actividad creadora con el abrazo conyugal de varón y de mujer en
la entrega recíproca de sí mismos. La “fecundación in vitro” es
utilizada por los instigadores de la revolución sexual para introducir
culturalmente la idea de que también la mujer debe ser liberada del varón en su
libre decisión de ser madre. La sexualidad, don de Dios al hombre en orden a la
comunión interpersonal entre la mujer y el varón, y a su expansión en la
familia, queda reducida a la soledad respecto de su capacidad para poner las
condiciones de posibilidad de una nueva vida humana. Con la “fecundación in
vitro”, la transmisión humana de la vida se convierte en un producto
técnico: de la procreación, acción humana en la libertad y en el amor que
engendra un nuevo ser humano, se pasa a la reproducción, actividad
técnica que tiene la pretensión de fabricar hombres.
Como hemos señalado, el movimiento libertario de Mayo del 68 no alcanzó
el ámbito político. Más bien los libertarios fueron dominados y subyugados por
la tentación del poder, por la voluntad de poder en las estructuras de poder.
No obstante, alcanzó, como también hemos visto, la hegemonía cultural,
conformando el pensamiento que constituye la mentalidad de los pueblos y de las
personas singulares. Sí, la revolución sexual, ha sido capaz de transformar el
pensamiento en Occidente respecto de la sexualidad humana y con relación a la
mujer. Este cambio de mentalidad se puede comprobar fácilmente haciendo una
encuesta en cualquier colegio, de ideario laicista o de ideario religioso, sobre
los temas que estamos tratando en esta sede. El resultado mostrará cómo la gran
mayoría de los niños, adolescentes y jóvenes están dominados por el pensamiento
hegemónico implantado por la primera revolución sexual, sin que ni siquiera los
padres se hayan dado cuenta de cómo ha llegado ésta a informar la conciencia de
sus hijos. A través del ambiente social, por medio de los medios de
comunicación, mediante las políticas sociales y económicas, etc., etc., etc.,
casi como por ósmosis, se ha ido filtrando en muchachos y adolescentes todo
este pensamiento dominante, que está sembrado de la ideología de la primera
revolución sexual.
Desvinculada la sexualidad humana del amor conyugal entre el varón y la
mujer, separado éste del matrimonio, desvinculada la mujer de su vocación a la
maternidad, y ésta del matrimonio y del amor conyugal, la condición sexuada de
las personas ha sido reducida a un factor lúdico: la vida sexual ha quedado
convertida en un puro juego a capricho. La sexualidad del varón y de la mujer
pierde en la conciencia de los hombres su intrínseco significado antropológico,
el ser creadora de comunión interpersonal en una comunidad de vida y de amor
entre varón y mujer, para tomar valor como fuente del juego erótico para la
satisfacción de la libido, cuyas reglas son puestas por el libre arbitrio de
los que juegan. Todo esto implica el vaciamiento de la sexualidad humana, su
reducción a sentido cero. En efecto, la sexualidad del hombre, varón y mujer,
es desposeída de su contenido propio, del sentido humano que tiene de suyo; de
esta manera es nadeada, por usar un neologismo expresivo de “llevar algo a la
nada, al vacío”, y sometida a la absoluta indeterminación significativa, para
que pueda ser totalmente manipulada a placer por el capricho, el poder y las
ideologías. Es el nihilismo proyectado sobre el esencial carácter sexuado del
ser humano. Y aquí uso “nihilismo”, no en la acepción concreta que pueda tener
ese término en alguna escuela filosófica –como sucede en la filosofía de
Nietzsche–, sino en un sentido amplio como aplastamiento o abolición de lo
humano. El nihilismo sexual es la supresión de lo humano de la sexualidad del
hombre, varón y mujer.
En Europa, el desarrollo de la primera revolución sexual estuvo ligado a
los planteamientos ideológicos del marxismo sobre el matrimonio y la familia.
En América del Norte, en cambio, se apoyó en las tesis del pensamiento liberal.
El liberalismo concibe la libertad humana como absoluta autonomía individual,
sin más límite que la libertad de los demás. Esta concepción ideológica de la
índole libre del ser humano implica desligar la libertad del amor y de la
comunión interpersonales, porque donde termina una libertad comenzaría otra.
Por eso, el liberalismo no acepta la dimensión institucional del matrimonio; y
presenta la naturaleza (el orden de la materia) como algo a dominar totalmente
por la libertad. La corporeidad humana en su condición de sexuada y el
matrimonio, para que no limiten la autonomía personal, respecto de la propia
naturaleza y con relación al prójimo, respectivamente, deben ser desposeídos de
toda determinación y contenido intrínsecos. Así, en relación con la sexualidad
humana, el pensamiento colectivista marxista y el pensamiento individualista
del liberalismo, coinciden. Por eso, dos sistemas ideológicos tan diferentes
pudieron servir de apoyo teórico a la primera revolución sexual.
La transvaloración de la sexualidad humana, promovida por la primera
revolución sexual, también encontró argumentos teóricos en el existencialismo
ateo (Sartre, Simonne de Beauvoir, etc.) y en la psicología del profundo (S.
Freud y sus epígonos del neo-freudismo), que propugnaban por distintos caminos,
la necesidad de liberar la gran potencia y energía (existencial o erótica –la
libido–) que hay en el hombre, y que está subyugada por las normas y las
superestructuras sociales. Sólo cuando el hombre llega a desinhibirse de esa
presión, se afirma en esos dos caminos, puede manifestarse el ser humano
natural, la espontaneidad originaria del hombre, su verdadera libertad. En el
fondo, tanto el existencialismo ateo como la psicología del profundo, y en esto
coinciden con el liberalismo y el marxismo, conducen a hacer de la persona
humana una realidad inesencial, indeterminada de suyo, vacía de significado propio.
De ahí que el nihilismo, esto es, la abolición de lo humano, encontrara también
en el existencialismo ateo y en la psicología del profundo dos importantes
aliados, pues ambos destruyen las bases antropológicas que dan la razón de lo
que es la persona humana.
Nos quedamos aquí en la explicación de la “primera revolución sexual”,
para poder proseguir con la exposición de lo que es la “segunda revolución
sexual”, que empieza donde acaba aquélla, dando así continuidad histórica y
cultural a la transvaloración de la sexualidad humana.
La segunda revolución sexual no tiene como objetivo, a diferencia de la
primera, la consecución del “igualismo” de la mujer con relación al varón, ni
la liberación de aquélla respecto de la maternidad y de la familia, como realidades
que supuestamente impiden la evolución personal del individuo. El principio de
igualdad y el principio de libertad son dos principios fundamentales para cada
ser humano en su singularidad y sociabilidad, porque todos los hombres tenemos
la misma condición de personas y porque todos somos seres libres. Defender la
igualdad y la libertad es promover valores fundamentales del hombre y de la
humanidad. No obstante, cuando el principio de igualdad y el principio de
libertad se tergiversan, siendo sometidos a ideologías que no hacen justicia a
la realidad del ser humano, la defensa y la promoción tanto de la “igualdad
ideologizada y tergiversada” como de la “libertad manipulada ideológicamente”
producen una distorsión cultural de repercusiones negativas para la vida
personal y social de los seres humanos. Esto ocurrió con la primera revolución
sexual, y ocurre también con la segunda, que tiene como eje, asumidas las
transvaloraciones alcanzadas por la primera revolución, la implantación
cultural de la ideología de género.
Reducida la sexualidad a un juego, sujeto únicamente a la libertad
indiscriminada de los individuos, la segunda revolución sexual pretende llevar
al máximo la fractura entre la realidad de la persona y la cultura. Los grandes
teóricos de este movimiento proceden del estructuralismo filosófico; son Michel
Foucault y Jacques Derrida. La tesis principal que éstos sostienen en el tema
que estamos tratando puede exponerse de esta manera: Eso de que el hombre es
varón y mujer por naturaleza, o sea, por la índole sexuada de su corporeidad,
¿quién lo ha dicho? Todo es construido por la cultura, también la propia
identidad sexual. Según esta tesis, como todo consistiría en una construcción
cultural, las niñas serían niñas (mujeres) porque se las viste de niñas y
reciben muñecas para jugar; los niños serían niños (varones) porque se los
viste de niños y juegan con un balón de fútbol. La identidad sexual de todos
los hombres, varones y mujeres, deviene como resultado de una imposición y
desarrollo culturales de papeles y funciones, nada más; esto es, mera
construcción cultural. La sexualidad deja de ser una realidad relativa al sexo,
y pasa a ser “algo” relativo al “género”.
En la Conferencia Internacional sobre la mujer celebrada en Pekín en
1995, apareció por primera vez en los documentos de un foro mundial el término
“género” para referirse a la identidad sexual de las personas. La Santa Sede,
consciente de toda la ideología que está detrás de ese cambio terminológico, se
opuso a esa tergiversación ideológica-cultural de la sexualidad humana. Para
desgracia de la humanidad, la defensa que la Iglesia hizo de la identidad
ontológica del hombre como varón y como mujer no fue atendida. La segunda
revolución sexual, usando como plataforma los Altos Organismos Internacionales
y sus Instituciones, quiere logra aquello que no llegó a alcanzar la primera
revolución sexual: ser pensamiento hegemónico no sólo en el plano cultural,
sino también en el ámbito jurídico y político. Con ello, la segunda revolución
sexual quiere implantar en todos los órdenes de la vida pública y social la
teoría ideológica de que no existe mujer ni varón, sino que la identidad sexual
de las personas la determinan ellas mismas a partir de sus afectos u
orientaciones sexuales (heterosexualidad, homosexualidad, lesbianismo,
bisexualidad, transexualidad, etc.). Esto es el núcleo de la ideología de
género. Y no hay ningún país de Occidente que no haya, en menor o mayor medida,
sucumbido a esta transvaloración radical de la sexualidad humana, dándole
preponderancia legal y política.
La ideología de género no postula simplemente que cada uno ejerza su
conducta sexual como quiera, sino una deconstrucción del hombre en cuanto
persona sexuada con una identidad sexual dada por su ser-masculino (persona-varón)
o por su ser-femenino (persona-mujer). Para implantar esta deconstrucción e
imponer la tesis de que la sexualidad es un mero producto cultural, que debe
liberarse de todo determinismo de la cultura y ser configurada únicamente desde
los afectos sexuales de los animales bípedos y erguidos, la segunda revolución
sexual trata de convencer a todo el mundo de que todo aquello que se refiere a
lo personal privado tiene que tener relevancia política y social, esto es, de
que no hay nada que no sea político y público. De esta manera, la segunda
revolución sexual extiende sus tentáculos y, por medio de la política, pretende
abarcar toda la realidad. En España ya ha alcanzado esta extensión legal y
social.
Ciertamente, la agenda de los promotores de la segunda revolución sexual
para imponer la ideología de género en la civilización occidental está pensada
milimétricamente. Es en verdad un ejercicio de ingeniería social. Se trata de
cambiar radicalmente la sociedad. La segunda revolución sexual, como laboratorio
que por ingeniería social busca producir una transformación de mentalidad
social en relación con la sexualidad humana, intenta convertir en hegemónico,
por todos los medios a su alcance, el pensamiento de la ideología de género.
¿Cuándo se han preocupado ustedes de la palabra género? Yo, únicamente
cuando iba a la escuela, y allí me enseñaron la gramática de la lengua, pues
con el término “género”, fue la ilustración que recibí en aquel entonces sobre
el particular, se indicaba gramaticalmente si una palabra se refería ya a algo
masculino, ya a algo femenino, o ya a algo neutro (no sexuado). De esta manera
nos explicaban cómo el idioma expresaba la distinción entre lo que es
sexuado-macho, lo que es sexuado-hembra y los objetos, que de suyo son asexuados.
La segunda revolución sexual ha arrancado el término “género” del ámbito
gramatical y pretende hacérselo propio, para usarlo como instrumento
lingüístico que, por medio de la equivocidad del lenguaje, le ayude a implantar
su concepción ideológica de la sexualidad humana como pensamiento hegemónico en
todos los ámbitos. En la segunda revolución sexual, el término “género” pasa a
designar la sexualidad, más allá de la sexualidad humana en cuanto
configuración corpórea de la persona –y el cuerpo humano no es mera anatomía ni
fisiología, sino carne viva y personal–, como la “figura” o “forma” sexual que
uno decide darse a sí mismo. Por eso se deja de hablar de sexo y se pasa a
hablar sólo de orientación sexual. Igual que la primera revolución sexual encontró
el término “pareja” para sustituir al de “matrimonio”, así la segunda
revolución sexual ha descubierto la palabra “género” para sustituir a “sexo”1. Un gran éxito de la segunda revolución sexual para la implantación de
este cambio semántico radicó en que la violencia doméstica del varón hacia la
mujer pasase a llamarse violencia de “género”; es más, que se aprobara una
legislación para intentar minimizar ese tipo de agresiones violentas bajo el
título de “Ley de Violencia de Género”.
Yo les pido, por favor, que nunca utilicen esa palabra (“género”) en el
ámbito de la sexualidad. Háganme caso. Porque es verter inocentemente
contenidos de la ideología de género; porque implica aceptar, aunque sea de
modo implícito, la libre orientación sexual como determinante total y exclusivo
de la índole sexual de las personas. En fin, porque supone la deconstrucción de
la diferencia de sexo de varón y mujer, justamente con el fin de abolir en lo
humano la distinción sexual de ser-masculino y de ser-femenino. De ahí que, cuando
uno quiere utilizar ese mismo lenguaje, tenga que saber que detrás de él está
todo un proceso de ingeniería social que quiere destruir y abolir lo que es la
base misma de una comprensión justa de lo que es la persona2.
En la demolición cultural y social del concepto de persona, que busca
dar “muerte al hombre” como sujeto personal –de la proclamación de la “muerte
de Dios” se pasa irremediablemente al “certificado de defunción del ser humano
como persona”–, la segunda revolución sexual ha promovido que se lleven
adelante proyectos legislativos como la Ley de la Reproducción Humana y el
Anteproyecto de Ley Orgánica de Salud sexual y reproductiva, y de la
Interrupción voluntaria del embarazo, en las cuales el ser humano prenatal es
despojado de su dignidad de persona, siendo considerado como pre-embrión, es
decir, no-embrión, como vida prenatal no-humana. Estos procesos legislativos
corresponden a un programa establecido, a una agenda milimétricamente pensada.
Y también el suicidio asistido, la eutanasia. Todo está definido y planeado con
pasos precisos por los promotores de la segunda revolución sexual. En último
término, se trata de abolir el hombre como persona. Así, la sexualidad deja de
ser una realidad personal-concreta, y pasa a ser “algo” apersonal y totalmente
indefinido.
La Iglesia denuncia constantemente esta deconstrucción del ser humano
como persona. Pero la realidad es como estar gritando: ¡Que se quema!, ¡que se
quema! Y que no te haga caso nadie. Hasta que se quema. Conocen esa parábola, ¿no?
Esa parábola es de un pueblo donde todos los años montaban un circo. ¿Eso lo
saben? Montaban un circo. Y para anunciar que ya estaba el circo, que habían
llegado los días de fiesta, salían los payasos e iban por el pueblo diciendo:
“Ya está aquí el circo, van a dar comienzo las funciones”, etc. Todo el mundo
se enteraba, porque en las calles se anunciaba el circo. Sólo que ese año se
produjo un incendio en el circo, y los payasos, como ya estaban vestidos,
fueron corriendo al pueblo a decir: “Se está quemando el circo”. Pero ante sus
palabras, todos se reían de ellos, exclamando: “¡Que nos dicen esta vez!”. Y
los payasos se ponían a llorar, se tiraban por el suelo, y decían de nuevo: “Se
está quemando el circo”. Cuando fueron a ver el circo, al final, no quedaba
nada de él. Se había quemado todo. Esto es lo que parece suceder en la sociedad
ante la voz profética de la Iglesia y de sus pastores; piénsese en la enseñanza
de Benedicto XVI, de Juan Pablo II y de Pablo VI, por citar algunos de los
grandes Pontífices que hemos podido conocer en vida.
Con todo, una palabra de esperanza. Ya al principio de la exposición
señalé que esta ponencia acaba bien. En efecto, después de dibujar este
panorama oscuro para la entera humanidad, que se cierne sobre nosotros como un
coloso, cuando uno se tiene que enfrentar a este Goliat, es suficiente ser el
pequeño David e invocar el nombre de YHWH, del Dios vivo y verdadero. Es
suficiente ser el pequeño David que invoca al Señor y va afrontar la lucha de
alguien que es desigual, pues se trata de un Goliat. ¿Y la lucha de David
contra Goliat cómo se llama? Esa lucha tiene tres nombres.
Primer nombre: La antropología adecuada. Se trata del esfuerzo
por estudiar y comprender bien lo que significa en el plano antropológico identidad
y diferencia. El feminismo radical, cuando se utiliza la palabra diferencia, no
la quiere ni escuchar; porque traduce incorrectamente (de modo ideológico)
diferencia por desigualdad. No es así, la diferencia es riqueza. En efecto,
sólo se puede vivir como persona desde la vocación de varón y de mujer. La
sexualidad es una dimensión esencial de toda la persona, que hace que ésta
exista bien como varón, bien como mujer, para que con la libertad, saliendo de
sí misma, pueda tener el recorrido del don de sí. Y esto último es lo que
significa el amor conyugal, que fundamenta esencialmente la unicidad de lo que
significa “una sola carne” en el matrimonio, la reciprocidad en la mutua ayuda
del varón y de la mujer dentro de la complementariedad de los sexos, y la
apertura a la fecundidad como posibilidad real de transmitir el don de la vida
a una nueva persona.
La antropología adecuada es la primera respuesta de David. La pequeña piedra para afrontar la lucha con Goliat. ¿Dónde podemos adentrarnos en el conocimiento de la antropología adecuada? Pues, sobre todo, en las Catequesis sobre el amor humano del Papa Juan Pablo II. Están publicadas en español con el título: “Hombre y mujer lo creó”. Las pueden encontrar fácilmente y estudiarlas.
La antropología adecuada es la primera respuesta de David. La pequeña piedra para afrontar la lucha con Goliat. ¿Dónde podemos adentrarnos en el conocimiento de la antropología adecuada? Pues, sobre todo, en las Catequesis sobre el amor humano del Papa Juan Pablo II. Están publicadas en español con el título: “Hombre y mujer lo creó”. Las pueden encontrar fácilmente y estudiarlas.
Segundo nombre: La nueva evangelización. Se trata de gestar, por
la gracia de Dios, nuevos cristianos en el ámbito de lo que es la comunidad
eclesial. Porque los cristianos, si viven como tales, se abren generosamente al
don de la vida, pues así Israel salió de Egipto. Y de nuevo, la Iglesia
Católica, con sus hijos, saldrá de este nuevo Egipto al cual estamos sometidos:
el totalitarismo acuñado en la sociedad por las dos revoluciones sexuales
acontecidas en Occidente. Si con la nueva evangelización se promueve la
existencia de matrimonios cristianos y familias cristianas que vivan con
generosidad la vocación al amor, se gestarán en la comunidad cristiana nuevos
cristianos que rompan la hegemonía omniabarcante del pensamiento ideológico de
las revoluciones sexuales ya tratadas.
El tercer nombre: El asociacionismo familiar. Se trata de
vertebrar los movimientos familiares en organizaciones socialmente
significativas. En España se está haciendo con eficacia, gracias a Dios. Hay
que ser capaces de ir poco a poco, respetando siempre la libertad de las
personas, de transmitir culturalmente a la sociedad la antropología adecuada,
para que se tome conciencia del atropello a la realidad de la persona que
supone la ideología de género. Para ello, las asociaciones de familias tienen
que tener claro lo que significa la persona humana. Tener muy claro lo que
significa la reciprocidad biológica del don, la grandeza de la procreación, el
gran bien social de la familia. Y desde ahí, plantearse de nuevo todo lo que
significa la educación en los colegios de iniciativa social. Y, ahí donde halla
católicos, en los colegios de iniciativa estatal. Porque el instrumento para
destruir lo poco que queda ahora de la conciencia sobre la verdad del hombre se
llama Educación para la ciudadanía. Y son los colegios los ámbitos donde
los niños van a ser introducidos en todo este pensamiento. No lo duden.
El asociacionismo familiar tiene que ser una multitud organizada
para: 1º) alcanzar el ámbito de la educación y de la libertad de los padres;
2º) conseguir que la educación sea según las propias convicciones y creencias
de los padres; 3º) alcanzar el nivel de la cultura, pues sin la inculturización
de la antropología adecuada no vamos a ninguna parte; 4º) conseguir que la
verdad sobre el hombre ilumine la conciencia de los hombres y de la sociedad,
porque así se cambiaran las leyes; 5º) hacer que los cristianos laicos se hagan
presentes en su condición de ciudadanos en el ámbito de las realidades
temporales, sobre todo en el plano político, para que con su actividad política
puedan abrir camino en lo público a la antropología adecuada.
Notas:
1 Lo curioso en todo este juego de palabras es que la segunda revolución sexual, como quiere privilegiar la unión de personas del mismo “género” (o sea, sexo), tiene que recuperar el término matrimonio proscrito por la primera revolución sexual, justamente para hablar de matrimonio en relación con las uniones de personas del mismo “género” (esto es, sexo).
1 Lo curioso en todo este juego de palabras es que la segunda revolución sexual, como quiere privilegiar la unión de personas del mismo “género” (o sea, sexo), tiene que recuperar el término matrimonio proscrito por la primera revolución sexual, justamente para hablar de matrimonio en relación con las uniones de personas del mismo “género” (esto es, sexo).
2 Para realizar un acercamiento al concepto de persona confróntese: S. GARCÍA ACUÑA, “El contraste del ser humano respecto de los demás vivientes: La dignidad personal del hombre”, en: NUNCIATURA APOSTÓLICA EN ESPAÑA, La cuestión ecológica. La vida del hombre en el mundo, BAC (Madrid 2009) 61-95..
Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Cartagena en España. Doctor en Teología Moral por la Universidad Lateranense de Roma. Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida y Miembro de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española. Vicepresidente-Decano de la Sección Española del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia.
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