domingo, 9 de marzo de 2014

El abandono de los Sagrarios acompañados (12) - Beato Manuel González García

XII. El abandono del dogma de la Comunión

Vuelvo a declarar que no quiero espantar ni retraer. Lo que quiero es que se comulgue más y mejor y se sienta más delicadamente acompañado el Jesús de nuestra Comunión.

Dos causas encuentro de abandono de estas delicadezas para con Él:

Por exceso: el de los asustadizos y desconfiados, por mirar la Comunión como premio de los que son justos. Este miedo quita Comuniones e impide y ahoga no pocos frutos de las que se reciben.

Por defecto: el de los desaprensivos, con distintos matices, desde los mercaderes sacrílegos que la toman como mercadería con la que se compra dinero, buena apariencia, etc., hasta los rutinarios que promiscuan sin remordimiento ni escozores de conciencia su vida y actos mundanos, sus modas y diversiones atrevidas, si no malignas, con la recepción diaria o frecuente de la sagrada Comunión.

El justo término: La Comunión es comida que pide de nuestra parte espiritual estómago limpio (estado de gracia) y un poquito de hambre recta y piadosa intención).

 

El dogma de la Comunión

¡Cuánto habría que lamentar y que declarar sobre ese poco reparado abandono de la teología de la Comunión!

Creo, sin embargo, que lo mucho, aunque nunca suficiente, que tengo escrito sobre este tema 1, me releva de extenderme sobre él. Una reflexión tan sólo, que descubra algo ese abandono y despierte ganas de conocerlo a fondo para repararlo con energía. Y esa reflexión me la dará hecha la respuesta a esta pregunta:

 

Fin de la Comunión

¿Para qué quiso y dispuso Jesús que se comulgara?

¿Para regalar sólo, o adornar las almas santas, como se regala un dulce al niño bueno? ¿Para facilitar al alma adquirir esta o aquella virtud, o subir a las privilegiadas a un grado superior de fervor?... ¿Para recibir Él más de cerca sus adoraciones? ¿Para ser el huésped benéfico de nuestra casa, el compañero de nuestra peregrinación?...

Más que para eso, Jesús quiere ser comulgado para un fin mucho más necesario y absoluto. Ese fin señalado y revelado con estas palabras: "Mi carne es verdadera comida..."  2.

¡Qué cuadro de maravillas de cielo y de misterios inefables se presenta ahora!

Ya tenemos el velo levantado y la luz encendida para entrar en ese laboratorio del alma que acaba de comulgar.

Inmediatamente, el fin es alimentar la vida sobrenatural del hombre todo con su Carne viva, y

Mediatamente y de modo gradual y lento, asimilar y transformar al hombre todo en todo Él.

La Comunión tiende por su propia virtud, y llega, si no se le pone obstáculo voluntario por el hombre, a unir, por asimilación, a cada hombre con Cristo, dándole a vivir la misma vida suya, no sólo de hombre, sino de Dios.

En unión tan íntima y en semejanza de vida tal como la de un hermano con su hermano, como la de un miembro de un cuerpo con otro miembro del mismo, de tal modo que toda Comunión, por propia virtud y por la intención de su divino Autor, no deja de obrar e influir hasta hacer de cada comulgante un hijo verdadero de Dios. Hermano perfecto de Jesús. Miembro vivo y rebosante de salud de su Cuerpo. Participante y heredero de todos sus bienes y méritos. En una palabra: otro Jesús.

 

El modo de la comida sacramental

He dicho antes que nuestro Señor se ha complacido en hacer todas sus obras a modo de siembra.

Él se ha reservado hacer por sí mismo lo que únicamente no podía comunicar: la creación de la vida de la semilla. Pero el desarrollo, el crecimiento, la lucha, la fecundidad de ésta, se ha dignado hacerlas a medias con las causas segundas.

La Comunión, más que una siembra, es una manducación, digestión y asimilación de Jesús vivo, por el hombre.

¿Para qué? sin duda para preparar gradualmente y obtener de cosecha en su día, muchos hombres-Jesús, y tal como hoy es y está Jesús en el cielo. Esto es, como Hombre-Dios sacrificado y glorioso. O más breve, como Hostia gloriosa del cielo.

Y no es ésta una afirmación nacida de un atrevimiento de fantasía o de retórica.

Es la palabra infalible del mismo Jesús quien la autoriza.

Él mismo que dijo: "Yo vine para que tengan vida la vida más rica y abundante de todas las vidas" 3, dijo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna o divina" 4. Y no deja otro camino o modo para obtener esa vida: "Si no comiereis la carne del Hijo del Hombre, no tendréis vida en vosotros" 5.

Pero, esa vida que nos vendrá por la manducación de su Cuerpo, ¿será la misma vida suya entera, su vida, no sólo de hombre, sino de Hijo de Dios, y su vida de Hostia en el cielo?

No hay duda.

"Quien come mi carne..., en Mí mora y Yo en él. Así como mi Padre, que me ha enviado, vive y Yo vivo por el Padre, así, quien me come, también él vivirá por Mí"  6.

Por la Comunión de Cristo Sacramentado y sólo por ella, entra el hombre en Comunión y comunicación de su Vida divina y llega a hacerse otro Cristo.

 

Olvido de esta doctrina

¡Qué pena da ver a tantas almas tratando años y años de su vida interior, espiritual, devota y piadosa, y empeñadas en buscarla en prácticas y doctrinas, por caminos y modos que nada o muy poco tienen que ver con esta práctica y doctrina únicas verdaderas y con estos caminos y modos únicos, seguros, de transformación en Cristo y la unión en caridad perfecta con Dios por la Comunión, como aquí expongo!

¿Verdad que le tendría mucha cuenta a la piedad cristiana no olvidar jamás ese carácter asimilativo y victimal con Cristo, de la Comunión?

¡Se han separado tanto, por la piedad rutinaria y superficial, la Misa que es el Sacrificio, y la Comunión, que es la participación de él y comida de la carne sacrificada del Cordero de Dios!

¿Comulgamos para ser y dejarnos hacer cada día más corderos sacrificados por el amor de Dios y de nuestros prójimos?

 

Notas:

1 Cfr. especialmente "Florecillas de Sagrario" y "Mi comunión de María".

2 Jn 6,55

3 Jn 10,10

4 Jn 6,54

5 Ib 53

6 Ib. 56-57

 

 

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