SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 21 de mayo de 1997
"María y la resurrección de Cristo"
1. Después de que
Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama
de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la
Resurrección» (Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996,
n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de abril de
1996, p. 3). La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye
uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el
universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las
palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.
Los evangelios
refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de
Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de
su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a
tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.
Suponiendo que se
trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es
necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de
«testigos escogidos por Dios» (Hch 10, 41), es decir, a los Apóstoles, los
cuales «con gran poder» (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección
del Señor Jesús. Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres
fieles, por su función eclesial: «Id, avisad a mis hermanos que vayan a
Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10).
Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.