martes, 26 de julio de 2016
CARTA ENCÍCLICA HUMANI GENERIS - Pío XII
CARTA ENCÍCLICA
HUMANI GENERIS
HUMANI GENERIS
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XII
SOBRE LAS FALSAS
OPINIONES
CONTRA LOS FUNDAMENTOS
DE LA DOCTRINA CATÓLICA
DE LA DOCTRINA CATÓLICA
Las disensiones y errores del género
humano en cuestiones religiosas y morales han sido siempre fuente y causa de
intenso dolor para todas las personas de buena voluntad, y principalmente para
los hijos fieles y sinceros de la Iglesia; pero en especial lo son hoy, cuando
vemos combatidos aun los principios mismos de la civilización cristiana.
INTRODUCCIÓN
1. Ni es de admirar que siempre haya
habido disensiones y errores fuera del redil de Cristo. Porque, aun cuando la
razón humana, hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural
al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal, que con su
providencia sostiene y gobierna el mundo y, asimismo, al conocimiento de la ley
natural, impresa por el Creador en nuestras almas; sin embargo, no son pocos
los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este
su poder natural. Porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre
los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles;
y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen
sacrificio y abnegación propia.
2. Ahora bien: para adquirir tales
verdades, el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de los
sentidos o imaginación, ya por las malas concupiscencias derivadas del pecado
original. Y así sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuadan
ser falso o dudoso lo que no quieren que sea verdadero. Por todo ello, ha de
defenderse que la revelación divina es moralmente necesaria, para que, aun en
el estado actual del género humano, con facilidad, con firme certeza y sin
ningún error, todos puedan conocer las verdades religiosas y morales que de por
sí no se hallan fuera del alcance de la razón[1].
Más aún; a veces la mente humana puede
encontrar dificultad hasta para formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de
la fe católica, no obstante que Dios haya ordenado muchas y admirables señales
exteriores, por medio de las cuales, aun con la sola luz de la razón se puede
probar con certeza el origen divino de religión cristiana. De hecho, el hombre,
o guiado por prejuicios o movido por las pasiones y la mala voluntad, puede no
sólo negar la clara evidencia de esos indicios externos, sino también resistir
a las inspiraciones que Dios infunde en nuestra almas.
3. Dando una mirada al mundo moderno,
que se halla fuera del redil de Cristo, fácilmente se descubren las principales
direcciones que siguen los doctos. Algunos admiten de hecho, sin discreción y
sin prudencia, el sistema evolucionista, aunque ni en el mismo
campo de las ciencias naturales ha sido probado como indiscutible, y pretenden
que hay que extenderlo al origen de todas las cosas, y con temeridad sostienen
la hipótesis monista y panteísta de un mundo
sujeto a perpetua evolución. Hipótesis, de que se valen bien los comunistas
para defender y propagar su materialismo dialéctico y arrancar
de las almas toda idea de Dios.
La falsas afirmaciones de semejante
evolucionismo, por las que se rechaza todo cuanto es absoluto, firme e
inmutable, han abierto el camino a las aberraciones de una moderna filosofía ,
que, para oponerse al Idealismo, al Inmanentismo y
a lPragmatismo se ha llamado a sí misma Existencialismo,
porque rechaza las esencias inmutables de las cosas y sólo se preocupa de la existencia de
los seres singulares.
viernes, 22 de julio de 2016
Las mujeres al servicio del Evangelio - Benedicto XVI
Las
mujeres al servicio del Evangelio
BENEDICTO
XVI
AUDIENCIA
GENERAL
Miércoles
14 de febrero de 2007
Queridos hermanos y
hermanas:
Llegamos hoy al final de
nuestro recorrido entre los testigos del cristianismo naciente que mencionan
los escritos del Nuevo Testamento. Y usamos la última etapa de este primer
recorrido para centrar nuestra atención en las numerosas figuras femeninas que desempeñaron
un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio. No se puede olvidar
su testimonio, como dijo el mismo Jesús sobre la mujer que le ungió la cabeza
poco antes de la Pasión: "Yo os aseguro: dondequiera que se
proclame esta buena nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que
esta ha hecho para memoria suya" (Mt 26, 13; Mc 14, 9).
El Señor quiere que estos
testigos del Evangelio, estas figuras que dieron su contribución para que
creciera la fe en él, sean conocidas y su recuerdo siga vivo en la Iglesia.
Históricamente podemos distinguir el papel de las mujeres en el cristianismo
primitivo, durante la vida terrena de Jesús y durante las vicisitudes de la
primera generación cristiana.
Ciertamente, como sabemos,
Jesús escogió entre sus discípulos a doce hombres como padres del nuevo Israel,
"para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 14-l5). Este hecho es evidente,
pero, además de los Doce, columnas de la Iglesia, padres del nuevo pueblo de
Dios, fueron escogidas también muchas mujeres en el grupo de los discípulos.
Sólo puedo mencionar
brevemente a las que se encontraron en el camino de Jesús mismo, desde la
profetisa Ana (cf. Lc 2,
36-38) hasta la samaritana (cf. Jn 4, 1-39), la mujer siro-fenicia (cf. Mc 7, 24-30), la hemorroísa (cf. Mt 9, 20-22) y la pecadora perdonada (cf. Lc 7, 36-50). Y no hablaré de las
protagonistas de algunas de sus eficaces parábolas, por ejemplo, la mujer que
hace el pan (Mt 13, 33),
la que pierde la dracma (Lc 15,
8-10) o la viuda que importuna al juez (Lc 18, 1-8). Para nuestra reflexión son
más significativas las mujeres que desempeñaron un papel activo en el marco de
la misión de Jesús.
miércoles, 20 de julio de 2016
Espiritualidad Bíblica 1 - Mons. Dr. Juan Straubinger
Espiritualidad
Bíblica
Mons. Dr. Juan
Straubinger
Hemos recogido la sugestión
de varios amigos de la Sagrada Escritura que deseaban ver conservados en
volumen una serie de trabajos y estudios, en parte nuevos, en parte extraídos
del acervo doctrinal que durante muchos años hemos venido publicando en las
páginas de la Revista Bíblica y
en otros periódicos, ora bajo seudónimos ora con nuestra propia firma. La razón
que nos ha parecido más convincente es que las revistas no suelen quedar como
elementos de consulta, en tanto que los estudios de orden bíblico, siendo por
su asunto de interés permanente, no deben desaparecer como sucede con los
artículos de simple actualidad o pasatiempo y conviene sacarlos del estrecho
marco de los suscriptores periódicos para entregarlos al público en general.
Hemos incorporado a este
libro también algunas “Respuestas” de la Revista Bíblica, ampliándolas y enfocando mediante ellas los
problemas espirituales que aquí se tratan. La sección "Respuestas" ha sido una de las más activas de la
Revista, y muchos nos han expresado el interés con que leían, y a veces
recortaban, para aprovecharlos, esos breves repertorios donde repartíamos los
raudales de luz y de consuelo que la divina Escritura prodiga siempre, tanto al
alma afligida por las pruebas, cuanto a la que se debate en la duda y a la que,
aún sólo a título de curiosidad, busca saciarse con los tesoros de la sabiduría
ocultos en las páginas, tan ignoradas, de la Revelación.
No obstante la amplia
diversidad de los temas, es indudable, como nos observaba uno de los benévolos
lectores, que todos guardan, como la Biblia misma, la unidad que les viene de
su común principio que es el divino Espíritu, y de su único fin que es la
gloria del Padre por Jesucristo; y también la armonía que les viene de
haber nacido todos en un solo ideal nunca abandonado hasta ahora por el favor
de Dios: difundir el amor y el goce de las Sagradas Escrituras, multiplicando
los frutos que ellas producen a través de su progresivo y nunca exhausto
entendimiento, que es como decir de su siempre creciente admiración.
El Autor (1949)
1.
ESPÍRITU
Y VIDA
I
El
corazón del hombre -el mío también- es una tecla desafinada. ¡Ay del que está
confiado creyendo que a su tiempo sonará la nota justa, verdadera, necesaria!
Le esperan las caídas más terribles, tanto más dolorosas cuanto más
sorpresivas.
Sólo en estado de
contrición permanente puede vivir el hombre que heredó la condición de Adán.
"Si no os arrepentís pereceréis todos", dijo Jesús (Luc. XIII, 3).
La vida espiritual es siempre,
necesariamente, un renacer en que el hombre viejo muere para revestirse del
otro, del creado según Dios en Cristo, en la justicia y santidad de la verdad
(Ef. IV, 24), es decir, para
adquirir conciencia de la Redención, o sea para aplicarse, mediante la gracia,
esa justicia y esa santidad que procede solamente de Cristo, de su verdad y de sus méritos, sin los cuales nada nuestro
puede existir (Juan I, 16), y
que no se nos aplican de un modo automático, maquinal, como a una cosa muerta,
sino cuando adquirimos conciencia de ello, renovándonos en el espíritu de
nuestra mente (Ef. IV, 23). Este es el verdadero sentido de la observación de S. Agustín: "Dios que te creó sin
ti, no te salvará sin ti".
El salvarse es, pues, siempre
vida nueva, "novedad de vida" (Rom. VI, 4) que se produce sobre la muerte del yo anterior. El que
no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios" (Juan III, 3). Sólo puede salvarse el mortal después de despojarse
del hombre viejo y convertirse a nueva vida. ¿No es esto lo que dice Jesús cuando enseña a renunciarse a sí
mismo para poder ser discípulo de El?
Ahora
bien, todo el problema teórico y práctico está en esto: nadie renuncia a una
cosa mientras cree que ella vale algo; y en cambio está muy contento de
librarse de ella en cuanto se convence de que no vale la pena. Todo es, pues,
cuestión de convicción. Nadie quiere convertirse si se cree santo.
La educación y los educadores católicos - Monseñor Reig Plá. Obispo de Alcalá de Henares
Etiquetas:
antropología cristiana,
Doctrina Social de la Iglesia,
Educación,
Familia,
Mons. Reig Pla,
Moral católica,
multimedia,
Nueva Evangelización,
Razón y fe,
Virtudes
martes, 5 de julio de 2016
Carta a Diogneto
EPÍSTOLA A DIOGNETO
Se trata de un breve
tratado apologético dirigido a un tal Diogneto que, al parecer, había
preguntado acerca de algunas cosas que le llamaban la atención sobre las
creencias y modo de vida de los cristianos: "Cuál es ese Dios en el que
tanto confían; cuál es esa religión que les lleva a todos ellos a desdeñar al
mundo y a despreciar la muerte, sin que admitan, por una parte, los dioses de
los griegos, ni guarden, por otra, las supersticiones de los judíos; cuál es
ese amor que se tienen unos a otros, y por qué esta nueva raza o modo de vida
apareció ahora y no antes» (Cap. 1).
El desconocido autor
de este tratado, compuesto seguramente a finales del siglo II, va respondiendo
a estas cuestiones en un tono más de exhortación espiritual y de instrucción que
de polémica o argumentación.
Sus formulaciones
acerca de la postura de los cristianos en el mundo o del sentido de la
salvación ofrecida por Cristo son de una justeza y una penetración admirables.
Esta antigua obra es
una exposición apologética de la vida de los primeros cristianos, dirigida a
cierto Diogneto—nombre puramente honorífico, según la opinión más difundida—y
redactada en Atenas, en el siglo II. Investigaciones recientes invitan a
identificarla con la Apología de Cuadrato al emperador Adriano, que durante
siglos se creyó perdida. Desgraciadamente, el único manuscrito que se
conservaba de este antiguo texto fue destruido en el siglo pasado, durante la
guerra franco-prusiana, en el incendio de la biblioteca de Estrasburgo. Todas
las ediciones y traducciones se basan en ese único manuscrito, ya desaparecido.
La parte central de
esta apología expone un aspecto fundamental de la vida de los primeros
cristianos: el deber de santificarse en medio del mundo, iluminando todas las
cosas con la luz de Cristo. Un mensaje siempre actual, que el Señor ha
recordado a los hombres en estos tiempos últimos con las enseñanzas del
Concilio Vaticano II.
TEXTO
I. Como veo, muy
excelente Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los
cristianos, y que tus preguntas respecto a los mismos son hechas de modo
preciso y cuidadoso, sobre el Dios en quien confían y cómo le adoran, y que no
tienen en consideración el mundo y desprecian la muerte, y no hacen el menor
caso de los que son tenidos por dioses por los griegos, ni observan la
superstición de los judíos, y en cuanto a la naturaleza del afecto que se
tienen los unos por los otros, y de este nuevo desarrollo o interés, que ha
entrado en las vidas de los hombres ahora, y no antes: te doy el parabién por
este celo, y pido a Dios, que nos proporciona tanto el hablar como el oír, que
a mí me sea concedido el hablar de tal forma que tú puedas ser hecho mejor por
el ofr, y a ti que puedas escuchar de modo que el que habla no se vea
decepcionado.
II. Así pues,
despréndete de todas las opiniones preconcebidas que ocupan tu mente, y
descarta el hábito que te extravía, y pasa a ser un nuevo hombre, por así decirlo,
desde el principio, como uno que escucha una historia nueva, tal como tú has
dicho de ti mismo. Mira no sólo con tus ojos, sino con tu intelecto también, de
qué sustancia o de qué forma resultan ser estos a quienes llamáis dioses y a
los que consideráis como tales. ¿No es uno de ellos de piedra, como la que
hollamos bajo los pies, y otro de bronce, no mejor que las vasijas que se
forjan para ser usadas, y otro de madera, que ya empieza a ser presa de la
carcoma, y otro de plata, que necesita que alguien lo guarde para que no lo
roben, y otro de hierro, corroído por la herrumbre, y otro de arcilla, material
no mejor que el que se utiliza para cubrir los servicios menos honrosos? ¿No
son de materia perecedera? ¿No están forjados con hierro y fuego? ¿No hizo uno
el escultor, y otro el fundidor de bronce, y otro el platero, y el alfarero
otro? Antes de darles esta forma la destreza de estos varios artesanos, ¿no le
habría sido posible a cada uno de ellos cambiarles la forma y hacer que
resultaran utensilios diversos? ¿No sería posible que las que ahora son vasijas
hechas del mismo material, puestas en las manos de los mismos artífices,
llegaran a ser como ellos? ¿No podrían estas cosas que ahora tú adoras ser
hechas de nuevo vasijas como las demás por medio de manos de hombre? ¿No son
todos ellos sordos y ciegos, no son sin alma, sin sentido, sin movimiento? ¿No
se corroen y pudren todos ellos? A estas cosas llamáis dioses, de ellas sois
esclavos, y las adoráis; y acabáis siendo lo mismo que ellos. Y por ello
aborrecéis a los cristianos, porque no consideran que éstos sean dioses.
Porque, ¿no los despreciáis mucho más vosotros, que en un momento dado les
tenéis respeto y los adoráis? ¿No os mofáis de ellos y los insultáis en
realidad, adorando a los que son de piedra y arcilla sin protegerlos, pero
encerrando a los que son de plata y oro durante la noche, y poniendo guardas
sobre ellos de día, para impedir que os los roben? Y, por lo que se refiere a
los honores que creéis que les ofrecéis, si son sensibles a ellos, más bien los
castigáis con ello, en tanto que si son insensibles les reprocháis al
propiciarles con la sangre y sebo de las víctimas. Que se someta uno de
vosotros a este tratamiento, y que sufra las cosas que se le hacen a él. Sí, ni
un solo individuo se someterá de buen grado a un castigo así, puesto que tiene
sensibilidad y razón; pero una piedra se somete, porque es insensible. Por
tanto, desmentís su sensibilidad. Bien; podría decir mucho más respecto a que
los cristianos no son esclavos de dioses así; pero aunque alguno crea que lo
que ya he dicho no es suficiente, me parece que es superfluo decir más.
domingo, 3 de julio de 2016
Novena a San Benito y Letanías de San Benito
Novena a San Benito
Oración al comenzar el día:
Te saludamos con filial afecto,
oh glorioso Padre San Benito, obrador de maravillas,
cooperador de cristo en la obra de Salvación
de las almas.¡Oh Patriarca de los monjes! Mira
desde el cielo la viña que plantó tu mano.
Multiplica el número de tus hijos, y santifícalos.
Protege de un modo especial a cuantos nos
ponemos con filial cariño bajo tu amparo
y filial protección. Ruega por los enfermos,
por los tentados, por los afligidos, por los
pobres, y por nosotros que te somos devotos.
Alcánzanos a todos una muerte tranquila y
santa como la tuya. Aparta de nosotros en
aquella hora suprema las acechanzas del
enemigo, y aliéntanos con tu dulce presencia.
Ahora consíguenos la gracia especial que te pedimos en esta novena...
Oración al finalizar el día:
oh glorioso Padre San Benito, obrador de maravillas,
cooperador de cristo en la obra de Salvación
de las almas.¡Oh Patriarca de los monjes! Mira
desde el cielo la viña que plantó tu mano.
Multiplica el número de tus hijos, y santifícalos.
Protege de un modo especial a cuantos nos
ponemos con filial cariño bajo tu amparo
y filial protección. Ruega por los enfermos,
por los tentados, por los afligidos, por los
pobres, y por nosotros que te somos devotos.
Alcánzanos a todos una muerte tranquila y
santa como la tuya. Aparta de nosotros en
aquella hora suprema las acechanzas del
enemigo, y aliéntanos con tu dulce presencia.
Ahora consíguenos la gracia especial que te pedimos en esta novena...
Oración al finalizar el día:
¡Oh glorioso San Benito, que desde el cielo eres
padre piadoso para nosotros tus devotos! Tu gran poder ante Dios se reconoce
hoy, más que nunca, por la multitud de prodigios y favores que por su medio
Dios nos ofrece. Ruega por todos los que acudimos a ti. Alcánzanos del Señor,
todas las gracias que nos son necesarias durante esta vida y especialmente la
gracia por la cual te hacemos esta novena. San Benito, Ruega por nosotros.
(Rezar: Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
(Rezar: Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
Día Primero
¡Oh Glorioso San Benito, que desde tu infancia reconociste la vanidad del mundo y únicamente deseaste los bienes eternos. Alcánzanos un vivo deseo del cielo y que recordemos frecuentemente a Dios nuestro último fin, y hacia el ordenemos toda nuestra vida para que en todo El sea glorificado!.
San Benito, ruega por nosotros. (Rezar tres Ave Marías)
¡Oh Glorioso San Benito, que desde tu infancia reconociste la vanidad del mundo y únicamente deseaste los bienes eternos. Alcánzanos un vivo deseo del cielo y que recordemos frecuentemente a Dios nuestro último fin, y hacia el ordenemos toda nuestra vida para que en todo El sea glorificado!.
San Benito, ruega por nosotros. (Rezar tres Ave Marías)
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