Artículo de
José Carlos Martín de la Hoz
En Revista Palabra
La
historia reciente de la Iglesia necesita, al igual que la historia civil,
perspectiva y documentos. A la vez, son muy importantes los guías para
adentrarse en el exceso de información y poder interpretarla. De ahí, que los
primeros resultados de la investigación histórica sobre el Concilio Vaticano
II, deban tomarse con precaución, pues todavía faltan muchos de los elementos
señalados.
Evidentemente,
como el resto de los Concilios Ecuménicos, fue llevado por el Espíritu Santo.
La riqueza doctrinal que encierra y la frescura de sus análisis han soportado
el paso de los años. Todavía puede leerse con gran intensidad.
La
historia de los textos es una prueba del milagro operado, pues el método de
trabajo sorprende que haya producido esos textos finales y en tiempos tan
cortos. Para entender la temática hay que subrayar la palabra diálogo con el
mundo. Se dan respuesta a los grandes problemas del momento, con tal hondura
que su análisis y aportaciones son todavía muy útiles
Como
es bien conocido el Concilio Vaticano I fue interrumpido en 1870 sine die por la irrupción
de las tropas de Garibaldi en la Ciudad Eterna. El Santo Padre se consideró
secuestrado por el nuevo estado Italiano hasta que los Pactos de Letrán de 1917
dieron por concluida la difícil situación diplomática y jurídica.
Al
comienzo del siglo XX, el Concilio continuaba aplazado y, además, se
desencadenó la crisis modernista que terminó, aparentemente, con la rápida
intervención del Papa San Pío X en 1907 mediante la publicación de la Encíclica
Pascendi y el
Decreto Lamentabili.
Con estas medidas se desautorizaba una determinada línea de investigación,
sobre todo en la exégesis bíblica y en la crítica histórica, que hasta ese
momento estaba sólo comenzando: el modernismo. Como ha señalado el Prof.
Saranyana:
“El modernismo teológico
no fue un intento de abrir vías de diálogo a la Iglesia con la edad moderna (es
decir, con la vida política y con el progreso científico), sino, por el
contrario, un intento de transformación de la Iglesia para que ésta se adecuase
al mundo moderno”.
Como
reconoció Loaysi, uno de los pensadores que provocaron la Encíclica Pascendi, treinta años
después:
“Mis propuestas no eran compatibles con la concepción escolástica de los
dogmas. Con la divinidad absoluta de Jesús. No eran sostenibles sino en una
teoría relativista de la creencia religiosa y de la inmanencia de Dios en la
humanidad”.
Las
corrientes modernistas fueron repetidamente observadas y estudiadas por la
Santa Sede en los siguientes años. No es infrecuente encontrar el apodo de
modernista o neomodernista atribuido a teólogos totalmente ortodoxos de la
primera mitad del siglo XX.
En
el siglo XIX y XX surgieron las ideologías o sistemas cerrados de pensamiento
para explicar la realidad. El liberalismo, marxismo, etc. También desde el
siglo XIX y su eclosión en el XX se produjeron muchas construcciones teológicas
que se apoyaban en filosofías herederas de Descartes, de las que da cuenta
Rosini Gibellini en la historia de la Teología del siglo XX. Asimismo en el
campo católico, la llamada Novelle
Theologie constituyó puntos de avance aunque no pasaba de ser
trabajos redactados en algunos lugares de Francia o de Europa, todavía sin dar
una visión completa y renovada de la Teología Católica. El gran hito del
Magisterio de la Iglesia en el período preconciliar fue la Encíclica Humani generis de Pío XII,
todavía en un tono negativo, más defensivo que constructivo.
La
llegada al Solio Pontificio del Papa Juan XXIII en 1957 devolvió la esperanza a
sectores de la Iglesia. En enero de 1958, planteó en el Consistorio de
Cardenales tres cuestiones capitales: la celebración del primer Sínodo de Roma,
la convocatoria de un Concilio Ecuménico y la reforma del Código de Derecho Canónico.
La
historia reciente de la Iglesia necesita, al igual que la historia civil,
perspectiva y documentos. A la vez, son muy importantes los guías para
adentrarse en el exceso de información y poder interpretarla. De ahí, que los
primeros resultados de esa investigación histórica, deban tomarse con
precaución, pues todavía faltan muchos de los elementos señalados.
Evidentemente,
como el resto de los Concilios Ecuménicos, fue llevado por el Espíritu Santo.
La riqueza doctrinal que encierra y la frescura de sus análisis han soportado
el paso de los años. Todavía puede leerse con gran intensidad.
La
historia de los textos es una prueba del milagro operado, pues el método de
trabajo sorprende que haya producido esos textos finales y en tiempos tan
cortos. Para entender la temática hay que subrayar la palabra diálogo con el
mundo. Se dan respuesta a los grandes problemas del momento, con tal hondura
que su análisis y aportaciones son todavía muy útiles.
Para
la puesta en marcha del Concilio Vaticano II, se crearon diez comisiones
preparatorias, correspondientes a las diversas Congregaciones Romanas, y al
frente de todas ellas estaba la comisión del concilio, con el Cardenal Tardini
a la cabeza, como Secretario de Estado. Se recibieron más dos mil respuestas
del mundo entero a la encuesta romana. Tras cuatro años de intensa preparación,
tuvo lugar la Solemne Sesión de Apertura del Concilio Vaticano II en la
Basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962, con la asistencia de 2.557 padres
con derecho a voto. Provenían de 116 estados diversos.
Lo
primero que hizo el Concilio fue clausurar el Concilio Vaticano I que había
quedado interrumpido en 1870. Y lo segundo y más sorprendente fue la negativa
de los Padres a aprobar los 75 esquemas preparados por la Congregación del
Concilio y las Universidades Pontificias. Se abría el camino a un concilio
nuevo, inesperado.
El
enfoque fue radicalmente distinto al de los concilios anteriores. La Iglesia se
abría al diálogo con el mundo para captar sus problemas, darles respuestas
desde la Revelación, y sobre todo porque dialogando con el mundo podía
iluminarlo. Para ello el Concilio encontró un punto de unión con la cultura
imperante en occidente: la dignidad de la persona humana. Ya desde el 21 de
julio de 1963 gobernaba la Iglesia Pablo VI.
Seguidamente
vamos a referirnos a cuatro cuestiones importantes que forman las grandes
investigaciones que deberán abordarse en el futuro según se vaya abriendo los
Archivos y se vaya teniendo la suficiente perspectiva histórica.
En
primer lugar recordemos que los esquemas preparados por la Comisión
preparatoria y las Universidades Pontificias, fueron prácticamente derrumbados
en la primera sesión y sustituidos por otros. El Cardenal Pericle Felici,
primero Secretario de la Comisión Preparatoria Central del Concilio y, después,
Secretario General del Concilio, reaccionó con rapidez ante este hecho.
Para
explicar esta situación, que para algunos Padres conciliares fue verdaderamente
inesperada, hay que recordar que los obispos enviaron a la Comisión
Preparatoria del Concilio propuestas muy dispares, tanto desde el punto de
vista doctrinal como de profundidad teológica. Ahí hay una línea de
investigación: cuales de esas propuestas quedaron reflejadas en el Concilio y
de qué ámbito teológico provenían.
En
segundo lugar hay que referirse al desarrollo del Concilio. Como es sabido, los
historiadores tienden a dar esquemas sencillos, asimilables, para explicar
cuestiones muy complejas. En se sentido, en la historiografía se ha recogido la
versión periodística del Concilio: es decir la llamada dinámica de grupos. Un
instrumento útil para explicar y clarificar, pero terriblemente simplificador y
tergiversador.
Veamos
dos ejemplos. En primer lugar el libro del cardenal Herranz (A las puertas de Jericó, ed. Rialp, Madrid
2007) que asistió al Concilio y trabajó en diversas Comisiones. Herranz subraya
el hecho de que el Vaticano II fue el primer Concilio radiado y televisado en
directo:
“Algunas tribunas periodísticas a veces sólo se hacían eco de las posturas poco
conformes con la fe, servían de altavoz a determinados sectores tradicionalistas
o contestatarios −así se decía entonces, con dicotomía tan simple como
engañosa− y, valoraban el Concilio únicamente con categorías humanas. Cierto es
que se desarrollaba como cualquier otra asamblea, pues se aplicaba un
reglamento y se aceptaban o rechazaban textos según la ley de la mayoría, pero
no era asamblea como los demás”.
El
segundo ejemplo podría ser el del historiador John O’Malley (What happened at Vatican II,
ed. Belknap-Harvad University, Cambridge, Massachutsetts, 2010), de la Universidad
de Georgetown, especialista en Historia de la Iglesia Moderna, que nos ofrece
un análisis del desarrollo y de la gestación de los dieciséis documentos
proclamados por el Concilio Vaticano II. Sus conocimientos históricos le llevan
a constantes comparaciones con el Concilio de Trento y a procurar mostrar las
raíces históricas de los temas abordados y de las mentalidades de los
principales teólogos y Padres conciliares que intervinieron. O’Malley afirma
que ha optado por explicar el Concilio como el drama de la lucha de dos grupos:
la mayoría y la minoría, en vez de hacerlo, como otros autores, en
conservadores y progresistas.
En
realidad, se podría afirmar que no hubo tales grupos sino diversas
personalidades que, desde sus conciencias y sus conocimientos teológicos
aportaron al Concilio lo que les parecía que podía ser mejor para la Iglesia.
Sencillamente rezaban, estudiaban y opinaban, no sólo maniobraban en camarillas
o grupúsculos ideologizados. El Espíritu Santo estuvo presente como en los concilios
anteriores.
Es
muy fácil caer en la tentación de las teorías conspiratorias; establecer grupos
de presión, bandos. Con eso se simplifica la historia, se hace manejable, pero
es sencillamente falsa. La historia de la Iglesia, es Historia y se hace con
documentos, pero también es Teología, y hay que narrar la intervención de Dios.
En cualquier caso esta es otra línea de investigación que debe desarrollarse en
adelante.
En
tercer lugar hay que hablar de la intervención del Papa en el Concilio. Para
algunos, Juan XXIII sería no intervencionista y Pablo VI intervencionista. Es
claro que el Vaticano II es el primer Concilio después de la Pastor Aeternus del
Vaticano I y su declaración acerca de la infalibilidad Pontificia. En ese marco
conviene subrayar cómo Pablo VI cumplió con su misión de escuchar a los Padres
Conciliares e intervenir cuando le pareció oportuno.
Además,
las cartas enviadas al Santo Padre por los diversos Padres Conciliares muestran
también parte de la responsabilidad personal de unos y otros. Es claro que el
Concilio explicitó que una cosa es la colegialidad y otra la democracia.
Hay
que reconocer que el Papa no era un simple notario del Concilio sino
verdaderamente responsable ante Dios y ante la historia del Magisterio solemne
de la Iglesia como había definido dogmáticamente el Concilio Vaticano I. Son
clarificadoras, para la historia, la génesis y alcance teológico de la nota
previa de Pablo VI a la Lumen
Gentium. En cualquier caso ahí hay otro aspecto para investigar.
En
último lugar, hay que precisar acerca de la recepción inmediata de las
conclusiones del Concilio. Por una parte caminarán los documentos y por otra,
mucho más veloz y sometido a las fuerzas de los lobbys de la comunicación, con
el denominado espíritu del Concilio y el fenómeno de contestación que llegaron
movidos por cierta prensa y grupos de presión mucho antes a las diócesis que
los textos.
El
concepto “espíritu del concilio” no sólo puede interpretarse, como hace
O’Mulley, como aggiornamiento,
puesta al día o profundización en el mensaje cristiano para el diálogo con el
mundo. También, en Europa, fue utilizado para difundir modos de hacer que no
correspondían con los documentos del Concilio y llevaron a muchas exageraciones
e incluso a tergiversaciones, no sólo después del Concilio sino durante el
propio Concilio. Lo que parecía en 1967 un momento de gran ilusión fue
convertido en preocupación para Pablo VI que convoca un año de la fe.
Este
problema de la recepción del Concilio es una cuestión pendiente para el estudio
histórico. Faltan documentos para valorar tanto el desarrollo conciliar como su
posterior recepción.
El
Pontificado de Juan Pablo II, ha sido la gran hermenéutica y la auténtica
interpretación con sus 25 años de Pontificado, sus Encíclicas, Cartas y
Exhortaciones, con los Sínodos convocados y con los tres grandes instrumentos:
el Misal de Pablo VI, la renovada Liturgia de las Horas, el Catecismo universal
y el Código de Derecho Canónico.
José
Carlos Martín de la Hoz
Academia de Historia Eclesiástica
Academia de Historia Eclesiástica
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