jueves, 23 de enero de 2014

Investigar el Concilio Vaticano II

Artículo de
José Carlos Martín de la Hoz
En Revista Palabra
 

La historia reciente de la Iglesia necesita, al igual que la historia civil, perspectiva y documentos. A la vez, son muy importantes los guías para adentrarse en el exceso de información y poder interpretarla. De ahí, que los primeros resultados de la investigación histórica sobre el Concilio Vaticano II, deban tomarse con precaución, pues todavía faltan muchos de los elementos señalados.

    Evidentemente, como el resto de los Concilios Ecuménicos, fue llevado por el Espíritu Santo. La riqueza doctrinal que encierra y la frescura de sus análisis han soportado el paso de los años. Todavía puede leerse con gran intensidad.

    La historia de los textos es una prueba del milagro operado, pues el método de trabajo sorprende que haya producido esos textos finales y en tiempos tan cortos. Para entender la temática hay que subrayar la palabra diálogo con el mundo. Se dan respuesta a los grandes problemas del momento, con tal hondura que su análisis y aportaciones son todavía muy útiles

      Como es bien conocido el Concilio Vaticano I fue interrumpido en 1870 sine die por la irrupción de las tropas de Garibaldi en la Ciudad Eterna. El Santo Padre se consideró secuestrado por el nuevo estado Italiano hasta que los Pactos de Letrán de 1917 dieron por concluida la difícil situación diplomática y jurídica.

      Al comienzo del siglo XX, el Concilio continuaba aplazado y, además, se desencadenó la crisis modernista que terminó, aparentemente, con la rápida intervención del Papa San Pío X en 1907 mediante la publicación de la Encíclica Pascendi y el Decreto Lamentabili. Con estas medidas se desautorizaba una determinada línea de investigación, sobre todo en la exégesis bíblica y en la crítica histórica, que hasta ese momento estaba sólo comenzando: el modernismo. Como ha señalado el Prof. Saranyana:

      “El modernismo teológico no fue un intento de abrir vías de diálogo a la Iglesia con la edad moderna (es decir, con la vida política y con el progreso científico), sino, por el contrario, un intento de transformación de la Iglesia para que ésta se adecuase al mundo moderno”.

      Como reconoció Loaysi, uno de los pensadores que provocaron la Encíclica Pascendi, treinta años después:

      “Mis propuestas no eran compatibles con la concepción escolástica de los dogmas. Con la divinidad absoluta de Jesús. No eran sostenibles sino en una teoría relativista de la creencia religiosa y de la inmanencia de Dios en la humanidad”.

      Las corrientes modernistas fueron repetidamente observadas y estudiadas por la Santa Sede en los siguientes años. No es infrecuente encontrar el apodo de modernista o neomodernista atribuido a teólogos totalmente ortodoxos de la primera mitad del siglo XX.

      En el siglo XIX y XX surgieron las ideologías o sistemas cerrados de pensamiento para explicar la realidad. El liberalismo, marxismo, etc. También desde el siglo XIX y su eclosión en el XX se produjeron muchas construcciones teológicas que se apoyaban en filosofías herederas de Descartes, de las que da cuenta Rosini Gibellini en la historia de la Teología del siglo XX. Asimismo en el campo católico, la llamada Novelle Theologie constituyó puntos de avance aunque no pasaba de ser trabajos redactados en algunos lugares de Francia o de Europa, todavía sin dar una visión completa y renovada de la Teología Católica. El gran hito del Magisterio de la Iglesia en el período preconciliar fue la Encíclica Humani generis de Pío XII, todavía en un tono negativo, más defensivo que constructivo.

      La llegada al Solio Pontificio del Papa Juan XXIII en 1957 devolvió la esperanza a sectores de la Iglesia. En enero de 1958, planteó en el Consistorio de Cardenales tres cuestiones capitales: la celebración del primer Sínodo de Roma, la convocatoria de un Concilio Ecuménico y la reforma del Código de Derecho Canónico.

      La historia reciente de la Iglesia necesita, al igual que la historia civil, perspectiva y documentos. A la vez, son muy importantes los guías para adentrarse en el exceso de información y poder interpretarla. De ahí, que los primeros resultados de esa investigación histórica, deban tomarse con precaución, pues todavía faltan muchos de los elementos señalados.

      Evidentemente, como el resto de los Concilios Ecuménicos, fue llevado por el Espíritu Santo. La riqueza doctrinal que encierra y la frescura de sus análisis han soportado el paso de los años. Todavía puede leerse con gran intensidad.

      La historia de los textos es una prueba del milagro operado, pues el método de trabajo sorprende que haya producido esos textos finales y en tiempos tan cortos. Para entender la temática hay que subrayar la palabra diálogo con el mundo. Se dan respuesta a los grandes problemas del momento, con tal hondura que su análisis y aportaciones son todavía muy útiles.

      Para la puesta en marcha del Concilio Vaticano II, se crearon diez comisiones preparatorias, correspondientes a las diversas Congregaciones Romanas, y al frente de todas ellas estaba la comisión del concilio, con el Cardenal Tardini a la cabeza, como Secretario de Estado. Se recibieron más dos mil respuestas del mundo entero a la encuesta romana. Tras cuatro años de intensa preparación, tuvo lugar la Solemne Sesión de Apertura del Concilio Vaticano II en la Basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962, con la asistencia de 2.557 padres con derecho a voto. Provenían de 116 estados diversos.

      Lo primero que hizo el Concilio fue clausurar el Concilio Vaticano I que había quedado interrumpido en 1870. Y lo segundo y más sorprendente fue la negativa de los Padres a aprobar los 75 esquemas preparados por la Congregación del Concilio y las Universidades Pontificias. Se abría el camino a un concilio nuevo, inesperado.

      El enfoque fue radicalmente distinto al de los concilios anteriores. La Iglesia se abría al diálogo con el mundo para captar sus problemas, darles respuestas desde la Revelación, y sobre todo porque dialogando con el mundo podía iluminarlo. Para ello el Concilio encontró un punto de unión con la cultura imperante en occidente: la dignidad de la persona humana. Ya desde el 21 de julio de 1963 gobernaba la Iglesia Pablo VI.

      Seguidamente vamos a referirnos a cuatro cuestiones importantes que forman las grandes investigaciones que deberán abordarse en el futuro según se vaya abriendo los Archivos y se vaya teniendo la suficiente perspectiva histórica.

      En primer lugar recordemos que los esquemas preparados por la Comisión preparatoria y las Universidades Pontificias, fueron prácticamente derrumbados en la primera sesión y sustituidos por otros. El Cardenal Pericle Felici, primero Secretario de la Comisión Preparatoria Central del Concilio y, después, Secretario General del Concilio, reaccionó con rapidez ante este hecho.

      Para explicar esta situación, que para algunos Padres conciliares fue verdaderamente inesperada, hay que recordar que los obispos enviaron a la Comisión Preparatoria del Concilio propuestas muy dispares, tanto desde el punto de vista doctrinal como de profundidad teológica. Ahí hay una línea de investigación: cuales de esas propuestas quedaron reflejadas en el Concilio y de qué ámbito teológico provenían.

      En segundo lugar hay que referirse al desarrollo del Concilio. Como es sabido, los historiadores tienden a dar esquemas sencillos, asimilables, para explicar cuestiones muy complejas. En se sentido, en la historiografía se ha recogido la versión periodística del Concilio: es decir la llamada dinámica de grupos. Un instrumento útil para explicar y clarificar, pero terriblemente simplificador y tergiversador.

      Veamos dos ejemplos. En primer lugar el libro del cardenal Herranz (A las puertas de Jericó, ed. Rialp, Madrid 2007) que asistió al Concilio y trabajó en diversas Comisiones. Herranz subraya el hecho de que el Vaticano II fue el primer Concilio radiado y televisado en directo:

      “Algunas tribunas periodísticas a veces sólo se hacían eco de las posturas poco conformes con la fe, servían de altavoz a determinados sectores tradicionalistas o contestatarios −así se decía entonces, con dicotomía tan simple como engañosa− y, valoraban el Concilio únicamente con categorías humanas. Cierto es que se desarrollaba como cualquier otra asamblea, pues se aplicaba un reglamento y se aceptaban o rechazaban textos según la ley de la mayoría, pero no era asamblea como los demás”.

      El segundo ejemplo podría ser el del historiador John O’Malley (What happened at Vatican II, ed. Belknap-Harvad University, Cambridge, Massachutsetts, 2010), de la Universidad de Georgetown, especialista en Historia de la Iglesia Moderna, que nos ofrece un análisis del desarrollo y de la gestación de los dieciséis documentos proclamados por el Concilio Vaticano II. Sus conocimientos históricos le llevan a constantes comparaciones con el Concilio de Trento y a procurar mostrar las raíces históricas de los temas abordados y de las mentalidades de los principales teólogos y Padres conciliares que intervinieron. O’Malley afirma que ha optado por explicar el Concilio como el drama de la lucha de dos grupos: la mayoría y la minoría, en vez de hacerlo, como otros autores, en conservadores y progresistas.

      En realidad, se podría afirmar que no hubo tales grupos sino diversas personalidades que, desde sus conciencias y sus conocimientos teológicos aportaron al Concilio lo que les parecía que podía ser mejor para la Iglesia. Sencillamente rezaban, estudiaban y opinaban, no sólo maniobraban en camarillas o grupúsculos ideologizados. El Espíritu Santo estuvo presente como en los concilios anteriores.

      Es muy fácil caer en la tentación de las teorías conspiratorias; establecer grupos de presión, bandos. Con eso se simplifica la historia, se hace manejable, pero es sencillamente falsa. La historia de la Iglesia, es Historia y se hace con documentos, pero también es Teología, y hay que narrar la intervención de Dios. En cualquier caso esta es otra línea de investigación que debe desarrollarse en adelante.

      En tercer lugar hay que hablar de la intervención del Papa en el Concilio. Para algunos, Juan XXIII sería no intervencionista y Pablo VI intervencionista. Es claro que el Vaticano II es el primer Concilio después de la Pastor Aeternus del Vaticano I y su declaración acerca de la infalibilidad Pontificia. En ese marco conviene subrayar cómo Pablo VI cumplió con su misión de escuchar a los Padres Conciliares e intervenir cuando le pareció oportuno.

      Además, las cartas enviadas al Santo Padre por los diversos Padres Conciliares muestran también parte de la responsabilidad personal de unos y otros. Es claro que el Concilio explicitó que una cosa es la colegialidad y otra la democracia.

      Hay que reconocer que el Papa no era un simple notario del Concilio sino verdaderamente responsable ante Dios y ante la historia del Magisterio solemne de la Iglesia como había definido dogmáticamente el Concilio Vaticano I. Son clarificadoras, para la historia, la génesis y alcance teológico de la nota previa de Pablo VI a la Lumen Gentium. En cualquier caso ahí hay otro aspecto para investigar.

      En último lugar, hay que precisar acerca de la recepción inmediata de las  conclusiones del Concilio. Por una parte caminarán los documentos y por otra, mucho más veloz y sometido a las fuerzas de los lobbys de la comunicación, con el denominado espíritu del Concilio y el fenómeno de contestación que llegaron movidos por cierta prensa y grupos de presión mucho antes a las diócesis que los textos.

      El concepto “espíritu del concilio” no sólo puede interpretarse, como hace O’Mulley, como aggiornamiento, puesta al día o profundización en el mensaje cristiano para el diálogo con el mundo. También, en Europa, fue utilizado para difundir modos de hacer que no correspondían con los documentos del Concilio y llevaron a muchas exageraciones e incluso a tergiversaciones, no sólo después del Concilio sino durante el propio Concilio. Lo que parecía en 1967 un momento de gran ilusión fue convertido en preocupación para Pablo VI que convoca un año de la fe.

      Este problema de la recepción del Concilio es una cuestión pendiente para el estudio histórico. Faltan documentos para valorar tanto el desarrollo conciliar como su posterior recepción.

      El Pontificado de Juan Pablo II, ha sido la gran hermenéutica y la auténtica interpretación con sus 25 años de Pontificado, sus Encíclicas, Cartas y Exhortaciones, con los Sínodos convocados y con los tres grandes instrumentos: el Misal de Pablo VI, la renovada Liturgia de las Horas, el Catecismo universal y el Código de Derecho Canónico.

José Carlos Martín de la Hoz
Academia de Historia Eclesiástica

 

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