BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Domingo 27 de enero de 2008
Domingo 27 de enero de 2008
Queridos
hermanos y hermanas:
En la
liturgia de hoy el evangelista san Mateo, que nos acompañará durante todo este
año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública de Cristo. Consiste
esencialmente en el anuncio del reino de Dios y en la curación de los enfermos,
para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros.
Jesús comienza a predicar en Galilea, la región en la que creció, un territorio
de "periferia" con respecto al centro de la nación judía, que es
Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el profeta Isaías había anunciado que esa
tierra, asignada a las tribus de Zabulón y Neftalí,
conocería un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en
tinieblas vería una gran luz (cf. Is 8, 23-9, 1), la luz de
Cristo y de su Evangelio (cf. Mt 4, 12-16).
El término
"evangelio", en tiempos de Jesús, lo usaban los emperadores romanos
para sus proclamas. Independientemente de su contenido, se definían
"buenas nuevas", es decir, anuncios de salvación, porque el emperador
era considerado el señor del mundo, y sus edictos, buenos presagios. Por eso,
aplicar esta palabra a la predicación de Jesús asumió un sentido fuertemente
crítico, como para decir: Dios, no el emperador, es el Señor del mundo, y
el verdadero Evangelio es el de Jesucristo.
La
"buena nueva" que Jesús proclama se resume en estas palabras:
"El reino de Dios —o reino de los cielos— está cerca" (Mt 4,
17; Mc 1, 15). ¿Qué significa esta expresión? Ciertamente, no indica un
reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es
quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual,
se está realizando.
Por
tanto, la novedad del mensaje de Cristo es que en él Dios se ha hecho
cercano, que ya reina en medio de nosotros, como lo demuestran los milagros y
las curaciones que realiza. Dios reina en el mundo mediante su Hijo hecho
hombre y con la fuerza del Espíritu Santo, al que se le llama "dedo de
Dios" (cf. Lc 11, 20). El Espíritu creador infunde vida donde llega
Jesús, y los hombres quedan curados de las enfermedades del cuerpo y del
espíritu. El señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del
hombre. De este modo Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios
cercano, lleno de misericordia hacia todo ser humano; el Dios que nos da la vida
en abundancia, su misma vida. En consecuencia, el reino de Dios es la vida que
triunfa sobre la muerte, la luz de la verdad que disipa las tinieblas de la
ignorancia y de la mentira.
Pidamos a
María santísima que obtenga siempre para la Iglesia la misma pasión por el
reino de Dios que animó la misión de Jesucristo: pasión por Dios, por su
señorío de amor y de vida; pasión por el hombre, encontrándolo de verdad con el
deseo de darle el tesoro más valioso: el amor de Dios, su Creador y
Padre.
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