1.1 El hecho de la Resurrección
El artículo del Credo:
"... espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo
futuro", nos enseña que al fin del mundo los hombres resucitarán, esto es,
que el alma de cada hombre volverá a juntarse con el cuerpo que tuvo en la
tierra, para no separarse ya de él. Enseña también la existencia de una vida
futura distinta a la presente.
Se trata de una
resurrección de la carne, porque son los cuerpos los que vuelven a la vida, ya
que el alma ni ha muerto, ni puede morir.
Es posible que se junten
los átomos dispersos de los cuerpos por la virtud omnipotente de Dios. Dios, en
efecto, no tendrá más dificultad en reunirlos, que la que tuvo en sacarlos de
la nada.
Que los muertos resucitarán
es una verdad de fe, no alcanzable con el sólo esfuerzo racional. Consta:
a)
Por el testimonio de
la Escritura. Así, dice San Juan: "Todos los que están en los sepulcros
oirán la voz del Hijo de Dios, y resucitarán, los que obraron el bien para la
vida eterna; y los que obraron el mal para ser condenados" (5, 28, 29).
b)
Por la enseñanza de
la Iglesia en los Concilios y en los Símbolos (cfr. Dz. 1 ss, 40, 287, 464,
531,etc.).
Dios ha dispuesto la resurrección de la carne para que el cuerpo
participe del premio o castigo del alma, como participante que fue de su virtud
o de sus pecados.
a) La impasibilidad, que consiste en que el cuerpo no estará sujeto al sufrimiento ni a la muerte.
2. FE Y ESPERANZA EN LA VIDA ETERNA
2.1 La muerte no es el fin
lo. Es cierto: a) que todos moriremos; b) que la muerte es castigo del pecado; c) que fijará nuestro destino por toda la eternidad.
2o. Es incierto: el lugar, tiempo y modo de nuestra muerte, y la suerte que nos espera. Dios ha querido ocultarnos estas cosas para que en todo momento lo respetemos y temamos como dueño de nuestra vida, y siempre estemos preparados a comparecer ante El.
2.2 Necesidad de obrar con rectitud
2.3 El juicio particular
3 LA ETERNA CONDENACION EN EL INFIERNO
3.1 Penas del infierno
3.2 Pena de daño y pena de sentido
3.3 Remordimiento y desesperación
3.4 Eternidad de las penas
4 EL PURGATORIO
4.2 Penas del purgatorio
5.1 La visión beatifica
5.2 Posesión de todo bien. Ausencia de todo mal
1.2 Modo de la resurrección
No todos los hombres
resucitarán en el mismo estado, pues mientras los cuerpos de los condenados
aparecerán llenos de ignominia, los de los justos, a semejanza de Cristo
resucitado, tendrán las dotes de los cuerpos gloriosos.
" Todos resucitaremos,
mas no todos seremos mudados", esto es, glorificados (1 Cor. 15, 51).
"Cristo transformará nuestro cuerpo abatido para hacerlo conforme al suyo
glorioso" (Fil. 3, 21).
Las dotes de los cuerpos gloriosos son cuatro:
Las dotes de los cuerpos gloriosos son cuatro:
a) La impasibilidad, que consiste en que el cuerpo no estará sujeto al sufrimiento ni a la muerte.
b) La agilidad, que consiste
en que podrá trasladarse en un momento a lugares muy remotos.
c) La claridad, que consiste
en que estará vestido de incomparable gloria y hermosura.
d) Y la sutileza, que consiste en que podrá penetrar otros cuerpos, como Cristo penetró en el cenáculo después de la Resurrección.
d) Y la sutileza, que consiste en que podrá penetrar otros cuerpos, como Cristo penetró en el cenáculo después de la Resurrección.
La consideración de este
dogma debe movernos a mortificar nuestro cuerpo y apartarlo de la sensualidad,
para que un día ostente las señales de los cuerpos glorificados.
2. FE Y ESPERANZA EN LA VIDA ETERNA
"La catequesis no
puede seguir siendo una enumeración de opiniones, sino que debe volver a ser
una certeza sobre la fe cristiana con sus propios contenidos, que sobrepasan
con mucho a la opinión reinante. Por el contrario, en tantas catequesis
modernas la idea de vida eterna apenas se trasluce, la cuestión de la muerte
apenas se toca, y la mayoría de las veces sólo para ver cómo retardar su
llegada o para hacer menos penosas sus condiciones. Perdido para muchos
cristianos el sentido escatológico, la muerte ha quedado arrinconada por el
silencio, por el miedo o por el intento de trivializarla. Durante siglos la
Iglesia nos ha enseñado a rogar para que la muerte no nos sorprenda de
improviso, que nos de tiempo para prepararnos, ahora, por el contrario, es el
morir de improviso lo que es considerado como gracia. Pero el no aceptar y el
no respetar a la muerte significa no aceptar ni respetar tampoco la vida.
(Card. Ratzinger, Informe sobre la fe, BAC. 1985, p. 160), (cfr. Puebla, nn.
166, ss., 347, 349, 371, 378-384).
El último artículo del
Credo: "Creo en la vida del mundo futuro ", nos enseña que después de
la muerte hay otra vida, eternamente feliz para los que murieron en gracia de
Dios, o eternamente desgraciada para los que murieron en pecado mortal.
Dios se llama Remunerador
precisamente en cuanto remunera a los buenos con la gloria eterna, y a los
malos con el eterno suplicio.
Las verdades que miran a
nuestra suerte postrera, y que por eso se llaman postrimerías, son cuatro:
muerte, juicio, infierno y gloria, Llámanse también novísimos, palabra que
significa "los últimos sucesos".
El Purgatorio no figura
entre las postrimerías porque no es para las almas un lugar definitivo, como el
cielo o el infierno. El Limbo tampoco figura entre ellas, porque es tan sólo
una forma particular del infierno (hay pena de daño pero no de sentido, cfr.
Dz. 493 a).
2.1 La muerte no es el fin
Sobre la muerte sabemos con
certeza algunas cosas; otras en cambio, las ignoramos por completo.
lo. Es cierto: a) que todos moriremos; b) que la muerte es castigo del pecado; c) que fijará nuestro destino por toda la eternidad.
"Por un solo hombre
(Adán) entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte" (Rom. 5,
12). "Donde caiga el árbol, al sur o al nortea allí quedará" (Ecle.
11, 3).
2o. Es incierto: el lugar, tiempo y modo de nuestra muerte, y la suerte que nos espera. Dios ha querido ocultarnos estas cosas para que en todo momento lo respetemos y temamos como dueño de nuestra vida, y siempre estemos preparados a comparecer ante El.
El Señor nos dice en la
Escritura que la muerte llegará como un ladrón, esto es, cogiéndonos
desprevenidos. Y la experiencia prueba que con muchísima frecuencia acontece
así (Lc. 12, 39 y 40).
Dios lo quiere así para que estemos siempre en su gracia y servicio. Si supiéramos el día de nuestra muerte, dejaríamos tal vez de servir y temer a Dios durante nuestra vida, en la confianza de tener a última hora tiempo seguro para arrepentirnos.
Dios lo quiere así para que estemos siempre en su gracia y servicio. Si supiéramos el día de nuestra muerte, dejaríamos tal vez de servir y temer a Dios durante nuestra vida, en la confianza de tener a última hora tiempo seguro para arrepentirnos.
2.2 Necesidad de obrar con rectitud
La muerte da importantes
lecciones de prudencia, que hemos de saber aprovechar.
La primera nos la da el
Salvador cuando nos dice: "Estad preparados, porque no sabéis el día ni la
hora" (Mt. 25, 13).
La segunda es desprendernos
de lo terreno, pues sólo lo eterno perdura.
La tercera nos la da San
Pablo cuando dice: "Mientras tengamos tiempo, obremos el bien" (Gal.
6, 10). En efecto el tiempo de expiar nuestros pecados y de obtener méritos
para el cielo termina con la muerte.
Nos enseña también la
Sagrada Escritura que "La muerte del justo es preciosa a los ojos del
Señor" (Ps. 115, 15); pero que "la muerte de los pecadores es
pésima" (Ps. 33, 22). En consecuencia que conforme es nuestra vida, será
nuestra muerte.
Son terribles las palabras
con que Dios amenaza a los impios en el libro de los Proverbios: "os
estuve llamando y no me respondisteis; menospreciasteis todos mis consejos y
ningún caso hicisteis de mis reprensiones; yo también miraré con risa vuestra
perdición, y me mofaré de vosotros cuando os sobrevenga lo que temíais, cuando
la muerte se os arroje encima como un torbellino" (1, 24 ss.).
2.3 El juicio particular
El juicio particular, que
se realiza inmediatamente después de la muerte de cada hombre, consiste en que
Jesucristo, en cuanto Dios y en cuanto hombre, juzga a aquella alma sobre el
grado de caridad: si murió o no en el Amor de Dios, y en qué grado. En seguida
dictará sentencia de salvación o condenación eterna.
La justicia del supremo
juez será: a) estricta: "Descubrirá lo más secreto de los corazones"
(I Cor. 4, 5); b) inapelable, pues es tan sólo poner de manifiesto aquello que
el hombre libremente determinó cuando podía hacerlo.
Dios juzgará nuestros
pensamientos, deseos, palabras, obras y omisiones. "Daremos cuenta hasta
de una palabra ociosa- (Mt. 12, 36) dice la Escritura.
La norma según la cual nos
juzgará el Señor no son los falsos principios del mundo, ni el dictamen de
nuestras pasiones; sino las máximas de su Evangelio y las enseñanzas de su
Iglesia. En definitiva, del grado de gracia -unión con Dios- que el alma posee
en su último instante.
3 LA ETERNA CONDENACION EN EL INFIERNO
El infierno es un lugar de
tormentos, donde sufrirán eternos suplicios los que mueren en pecado mortal.
Respecto al infierno son
verdades de fe: lo. que existe; 2o. que hay en él pena de
fuego; 3o. que sus tormentos
son eternos; y 4o. que van a él los que mueren en pecado mortal.
Esto consta por muchas y
muy claras palabras de la Escritura. Ella llama al infierno "lugar de
tormentos" (Luc. 16, 28), "suplicio eterno", (Mt. 25, 46),
"fuego inextinguible" (Mc. 9, 42). Y Dios dirá a los réprobos:
"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que está preparado para el
demonio y sus ángeles" (Mt. 25, 41).
Setenta veces habla la
Escritura del infierno; de éstas, veinticinco en los Evangelios.
La Iglesia siempre ha
enseñado la existencia del infierno: "las almas de los que salen del mundo
con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al
infierno, donde son atormentadas con penas infernales (Benedicto XII, Const.
"Beneditus Deus" Dz. 53l).
"Los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que hayan rechazado hasta el final, serán destinados al fuego eterno que nunca cesará".
"Los que hayan respondido al amor y a la piedad de Dios irán a la vida eterna, pero los que hayan rechazado hasta el final, serán destinados al fuego eterno que nunca cesará".
Paulo VI lo volvió a
recordar en el "Credo del Pueblo de Dios (n.12): "los que hayan
rechazado hasta el final, serán destinados al fuego que nunca cesará".
La Sagrada Congregación
para la Doctrina de la fe insiste que "la Iglesia, en una línea de
fidelidad al Nuevo Testamento y a la Tradición….cree en el castigo eterno que
espera al pecador, que será privado de la visión de Dios, y en la repercusión
de esta pena en todo su ser" (Sobre algunas cuestiones referentes a la
escatología, carta del 9-V-1979).
3.1 Penas del infierno
Las penas del infierno son:
la. La privación de todo bien:
de todo reposo, alegría, amor y esperanza; y en especial la privación de Dios.
Es la llamada "Pena de daño".
2a. El sufrimiento de todo mal
y dolor. La escritura lo llama "Lugar de tormentos" y especialmente
insiste en el suplicio del fuego. Se le denomina "Pena de sentido".
Las penas del infierno
serán iguales en duración para todos los condenados, pues son eternas; pero en
cuanto a la acerbidad, serán diferentes, de acuerdo con la gravedad de los
pecados y el abuso de las gracias recibidas.
Dios dará a cada uno según
sus obras (Rom 2, 6). "Cuanto a engreído y regalado dadle otro tanto de
tormento y llanto" (Apoc. 28, 7).
3.2 Pena de daño y pena de sentido
la. La privación de la vista
de Dios se llama pena de daño, y es la más terrible de las penas del infierno.
En efecto, nos priva para siempre de Dios, el bien infinito para el que fuimos
creados; y al privarnos de Dios, nos priva de todo otro bien y felicidad.
En esta vida no podemos
tener siquiera idea aproximada de la pena de daño, porque los bienes de este
mundo nos entretienen v cautivan. Pero en la otra, al ver que fuera de Dios no
puede haber bien alguno, los condenados experimentarán en toda su terrible
realidad la infelicidad de verse privados de El para siempre.
Dios no deja de ser para el
condenado el último fin y felicidad. Y esto es precisamente lo que hace la
infelicidad del condenado, al considerar que ya nunca podrá alcanzar su último
fin, ni ser feliz.
El condenado tiende a Dios
con la misma violencia con que una piedra dejada en el aire se lanza a su
centro de gravedad; pero Dios lo rechazará, y entonces entrará aquél en eterno
llanto y desesperación.
2a. La pena de sentido
consiste en el fuego y demás tormentos que experimentarán los condenados. La
Escritura lo llama fuego voraz e inextinguible; "Juego que nunca se
apaga", repite tres veces Cristo (Mc. 9, 42).
3.3 Remordimiento y desesperación
Todas las facultades
tendrán en el infierno su castigo especial. Y si el castigo de los sentidos es
el fuego, y el de la inteligencia y la voluntad es la pena de daño, el castigo
de la memoria es el remordimiento, y el de la imaginación es la desesperación.
lo. El remordimiento es la
pena de la memoria, que le recuerda al condenado los muchos medios de salvación
que tuvo en la tierra, el desprecio que hizo de ellos, y cómo vino a condenarse
sólo por su culpa.
2o. La desesperación es la
pena de la imaginación, que le vive representando que sus tormentos durarán no
por mil años, ni por millones de anos, sino mientras Dios sea Dios, por toda la
eternidad.
3.4 Eternidad de las penas
La eternidad de las penas
del infierno es dogma de fe definido por la Iglesia, que consta en muchos
lugares de la Sagrada Escritura.
Así leemos en el
Apocalipsis: "Serán atormentados día y noche por los siglos de los
siglos" (14, 10). Dios dirá a los réprobos: "Id, malditos, al fuego
eterno". Jesucristo lo nombra "El suplicio eterno" y "el
fuego que nunca se extingue" (Mt. 25, 41, 26).
La eternidad de las penas
no contradice la misericordia divina, porque si ésta es infinita, también es
infinita su justicia.
Por otra parte esta verdad
está tan claramente establecida en la Escritura y en las definiciones de la
Iglesia que el negarla equivale a dejar de ser católico.
Para evitar el infierno
debemos pensar con frecuencia en la eternidad de sus penas para fomentar en
nuestra alma el temor de Dios y el cumplimiento de sus mandamientos.
"No olvides hijo, que
para ti en la tierra sólo hay un mal, que habrás de temer, y evitar con la
gracia divina: el Pecado" (Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 386).
4 EL PURGATORIO
4.1 Su
existencia
El Purgatorio es un lugar
de purificación, en donde las almas justas que no han expiado completamente sus
pecados, los expían con graves sufrimientos antes de entrar al cielo.
Respecto al purgatorio son
verdades de fe: a) que existe como
lugar de expiación; b) que podemos ayudar
a las almas allí detenidas.
La existencia del
Purgatorio está claramente enseñada en el Magisterio, implícitamente contenida
en la Escritura, y confirmada por la misma razón..
lo. Claramente enseñada por el
Magisterio eclesiástico.
Baste citar estas palabras
del Concilio de Trento: "La Iglesia Católica enseña que hay un purgatorio
y que las almas allí detenidas reciben alivio por los sufragios de los fieles,
principalmente por el santo Sacrificio de la Misa" (Dz. 983).
2o. Implícitamente contenida
en la Sagrada Escritura.
En efecto, después de narrar el libro de los Macabeos, cómo Judas envió doce mil dracmas de plata a Jerusalén, "para que se ofreciese un sacrificio por los muertos en el combate", agrega: "Es cosa santa y saludable el rogar por los difuntos a fin de que sean libres de sus pecados" (II Mac. 12, 46). Pues bien, si no hubiera purgatorio, esta práctica no sería santa y saludable, sino inútil; pues ni las almas del cielo necesitan oraciones, ni las del infierno pueden aprovecharlas.
En efecto, después de narrar el libro de los Macabeos, cómo Judas envió doce mil dracmas de plata a Jerusalén, "para que se ofreciese un sacrificio por los muertos en el combate", agrega: "Es cosa santa y saludable el rogar por los difuntos a fin de que sean libres de sus pecados" (II Mac. 12, 46). Pues bien, si no hubiera purgatorio, esta práctica no sería santa y saludable, sino inútil; pues ni las almas del cielo necesitan oraciones, ni las del infierno pueden aprovecharlas.
3o. Confirmada por la razón. En
efecto, hay almas que mueren en gracia de Dios pero sin haber expiado
convenientemente sus pecados. Pues bien, Dios sería injusto al condenarlas,
porque están en gracia y sería injusto el introducirlas así al cielo, porque no
han satisfecho debidamente a su justicia. Debe, pues existir para estas almas
un lugar intermedio, donde se purifiquen antes de entrar al cielo.
La Reforma, en teoría, no
admite el purgatorio, por consiguiente, las oraciones por los difuntos. Pero en
la práctica, al menos los luteranos alemanes han vuelto a ellas justificándolas
con algunas consideraciones teológicas. Las oraciones por los propios allegados
son un impulso demasiado espontáneo para que pueda ser sofocado; es un
testimonio bellísimo de solidaridad, de amor, de ayuda que va más allá de las
barreras de la muerte. De mi recuerdo o de mi olvido depende un poco de la
felicidad o de la infelicidad de aquel que me fue querido y que ha pasado ahora
a la otra orilla, pero que no deja de tener necesidad de mi amor" (Card.
Ratzinger, Informesobre la fe, BAC, 1985, p. 162).
4.2 Penas del purgatorio
Dos clases de pena se
sufren en el purgatorio: la pena de daño o privación de la vista de Dios; y la
de sentido, que consiste en el fuego y otros padecimientos.
a)
Respecto a su
intensidad, sabemos que son proporcionados al número y gravedad de los pecados;
y que son mucho más intensas que los sufrimientos de esta vida; pero que las
benditas almas las sufren con resignación, y aun con alegría, por la
certidumbre de su salvación.
b)
Respecto a su
duración, no tenemos dato cierto. Sin embargo, es claro que socorrer a las
benditas ánimas es: a) grato a Dios, quien
las ama tiernamente, y quiere verlas pronto en su gloria; b) provecho para ellas, que
nada pueden por sí mismas ya que ha pasado el tiempo de satisfacer; c) útil a nosotros, pues se
convertirán en poderosas intercesoras nuestras.
En especial hemos de pedir por aquéllas con quienes nos unan
vínculos de parentesco, amistad y gratitud; y por aquéllas que puedan estar
sufriendo por causa nuestra.
Podemos socorrer a las benditas almas: con oraciones, comuniones, limosnas y buenas obras, por indulgencias ganadas en su favor, y sobre todo por el Santo Sacrificio de la Misa.
Podemos socorrer a las benditas almas: con oraciones, comuniones, limosnas y buenas obras, por indulgencias ganadas en su favor, y sobre todo por el Santo Sacrificio de la Misa.
5 LA ETERNA FELICIDAD DEL CIELO
El cielo es el lugar de la
eterna felicidad donde Dios recompensa a los justos: "venid benditos de mi
padre, a poseer el reino que os tengo preparado desde el principio del mundo
(Mt. 25, 34). Es tan diferente a todo lo que conocemos, que nos es difícil
imaginar ese premio. Por la fe, sin embargo, sabemos que existe.
La gloria del cielo es esa
felicidad que el hombre desea vehementemente en esta tierra. El corazón humano
está hecho para amar a Dios, y algunas veces lo consigue y otras, en cambio, se
queda en las criaturas, que nos ocultan a Dios.
Pero en la tierra el gozo
es siempre incompleto, mientras que en el cielo la dicha es perfecta y no
tendrá ya fin: es la felicidad poseída eternamente, sin descanso y sin
cansancio.
No podemos expresar con
palabras humanas la gloria del cielo. San Pablo nos advierte que "ni el
ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado
para los que le aman" (I Cor. 2, 9)
• el Apocalipsis canta que
"Dios mismo será con ellos su Dios y enjugará las lágrimas de sus ojos, y
la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo
esto es ya pasado" (Apoc. 21. 3-4).
• San Agustín comenta:
"Descansaremos y contemplaremos y amaremos, y alabaremos (De civitate Dei,
22, 30: PL 41, 804).
Es lo que enseña la Iglesia
"veremos con claridad al mismo Dios, Trino Uno, tal cual es" (Conc.
de Florencia, Dz. 693).Este contemplar a Dios cara a cara es lo que llamamos
visión beatífica, y ocupará nuestra vida en el cielo, llenándonos de felicidad.
5.1 La visión beatifica
La visión beatífica es la
visión directa e intuitiva de Dios. En este mundo no conocemos a Dios sino por
raciocinio, en cuanto las criaturas nos revelan su existencia. En la otra vida
"lo veremos tal como es", en su misma esencia y belleza infinita (I
Jn. 3, 2).
Para poder ver a Dios éste
nos eleva a un modo de conocer mucho más perfecto, que se llama la luz de la
gloria (lumen gloriae), luz sobrenatural que perfecciona nuestro entendimiento.
Ya que la visión de la esencia de Dios, está sobre la naturaleza del hombre.
El objeto principal de la
visión beatífica es Dios mismo. Pero en la esencia divina verán las almas
cuanto les cause placer, como los misterios que creyeron en la tierra, y muchas
verdades y sucesos de este mundo.
La visión de Dios produce
el amor beatífico. Conociendo su infinita bondad y belleza no podemos menos de
amarlo con todo nuestro corazón.
Nos advierte el Apóstol que
la fe y la esperanza desaparecen en la otra vida. Ahí ya no creemos, sino que
vemos; ya no esperamos, sino que poseemos; mientras que el amor en el cielo se
aumenta y perfecciona.
El amor de Dios nos hará felices, porque comprendemos que Dios, infinito Bien e infinita Belleza, es nuestro bien propio, esto es, se nos dará para saciar la sed de felicidad de nuestro corazón.
El amor de Dios nos hará felices, porque comprendemos que Dios, infinito Bien e infinita Belleza, es nuestro bien propio, esto es, se nos dará para saciar la sed de felicidad de nuestro corazón.
5.2 Posesión de todo bien. Ausencia de todo mal
lo. En el cielo tendremos en
Dios todo Bien, toda felicidad, y la realización de todo deseo, porque Dios es
el bien infinito. "Quedarán embriagados con la abundancia de tu casa, y
les harás beber en el torrente de tus delicias", dice el Rey David (Ps.
35, 9).
2o. Ningún mal puede haber en
el cielo, ni pecado, ni posibilidad de él, pues seremos confirmados en gracia;
ni dolor, ni inquietudes, ni siquiera necesidades o deseos, porque todos se
verán de antemano satisfechos.
No podemos comprender la
felicidad del cielo, porque para ello necesitaríamos comprender la infinita
Bondad y Belleza de Dios. Sabemos, sí, que es una felicidad que no tendrá fin,
y será sin interrupción ni menoscabo.
5.3 La gloria accidental
5.3 La gloria accidental
Además de la felicidad
esencial de la visión beatifica, en el cielo los justos gozarán de una
bienaventuranza accidental: la compañía de Jesucristo, de María Santísima y de
San José, de los ángeles y de los santos; el bien realizado en este mundo; y,
después del juicio universal, la posesión del propio cuerpo resucitado y
glorioso.
Por otra parte, los gozos
del cielo no serán iguales para todos, sino en proporción a los méritos de cada
uno. El amor de Dios hace con los justos algo parecido a lo que hace el fuego
con el hierro candente, que resplandece y arde gracias al calor, que recibe.
Todos los bienaventurados serán eternamente felices, pero serán premiados de
modo diverso.
Habrá premios diferentes
según haya merecido cada uno, y, sin embargo, todos serán absolutamente felices
porque estarán plenamente llenos de Dios, de acuerdo con su capacidad adquirida
por la correspondencia a la gracia durante la vida terrena.
Por Pbro. Dr. Pablo Arce Gargollo
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