La
entrada en Jericó: Zaqueo
(Lc.19,1-10)
Aconteció que,
acercándose a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino. En el evangelio según
Mateo (20, 29) aparecen
dos ciegos; aquí solamente uno; en aquél, mientras salía de Jericó; en éste, cuando se acercaba. Pero
no hay oposición, ya que ambos son una misma figura del pueblo gentil, que
recuperó la luz de la vista perdida gracias a los misterios del Señor, por lo cual
poco importa que haya recibido la curación en la persona de uno o de dos, puesto que ya
desde el tiempo de
Cam y Jafet, los hijos de Noé, los dos ciegos eran el símbolo de los progenitores de su raza.
Tampoco Lucas parece
haberlo omitido, puesto que habla en
seguida de Zaqueo, un hombre pequeño de estatura, es decir, desprovisto de la dignidad de una noble cuna, pobre en méritos, como el pueblo gentil, habiendo oído que
se acercaba la venida del Dios
Salvador, deseaba ver a Ese que no habían querido recibir los suyos (Jn 1, 2). Pero es cierto que nadie puede ver fácilmente a Jesús; nadie, en verdad, que esté
atado a la tierra puede ver a Jesús. Y
como él no se apoya ni en los profetas
ni en el reino como sobre una gracia y belleza puramente naturales, se subió a un sicómoro, es decir,
puso bajo sus plantas, de modo
simbólico, la vanidad de los judíos, corrigiendo al mismo tiempo los errores de su vida pasada; y ésta es la razón por la que pudo recibir a Jesús en el interior de
su casa. Realmente convenía que
subiese al árbol, para que el árbol bueno diese buenos frutos (Mt 7, 17) y para que, subido a ese árbol salvaje e injertado aun contra su modo de ser en el
buen olivo, produjese el fruto de la
ley (Rm 11, 24); porque la raíz es santa,
aunque sean inútiles los sarmientos, cuyo ornato infructuoso logró transcender
el pueblo gentil por medio de la fe en la resurrección, que resulta ser
una especie de ascensión de su cuerpo.
Y allí había un hombre llamado Zaqueo. Zaqueo
se encuentra subido en el sicómoro, y el
ciego permanece en el camino. El
Señor mira a uno y se compadece de él, mientras que al otro le hace el honor de hospedarse en su casa. A
uno le pregunta para curarlo, en casa
del otro se invita a sí mismo sin ser invitado; pues sabía que el que le
reciba como huésped percibiría una abundante
recompensa, y es que, aunque no había oído aún su invitación, ya había
leído en su corazón.
Más para que no parezca que en seguida apartamos
nuestra mente de este ciego y comenzamos a
hablar del rico, como si nos
disgustasen los pobres, detengámonos a examinarlo, ya que así lo hizo el Señor, e interroguémosle, puesto que
también Él le preguntó. Nosotros le
vamos a preguntar porque no sabemos, Él
le interrogó, aunque lo conocía todo; preguntémosle para saber cómo obtuvo su curación. Él le preguntó con el
fin de que con este solo ejemplo aprendiésemos todos el método exigido
para merecer ver al Señor; es decir, que le
interrogó para que creyésemos que uno no puede sanar si no hace
profesión de fe.
Y al punto comenzó a
ver —dice— y le seguía glorificando al Señor. Y andaba por Jericó. Y es que, si no hubiera
seguido a Cristo, si no
hubiera glorificado al Señor, despreciando al mundo, no hubiera podido ver. Pasemos ahora a hacer algunas reflexiones sobre los ricos; puesto que no
queremos ofenderlos, ya que deseamos, si es posible, salvar a todos, cosa que
hacemos para que, por si acongojados
por la parábola del camello y postergados
más de lo conveniente en la persona de Zaqueo, no se sientan como
sujetos a quienes va dirigido ese aviso y esa ofensa.
Han de saber que ser rico
no es ningún pecado, sólo se da éste cuando usan mal de las riquezas; porque los bienes sirven tanto de impedimento
para los malos como de una gran ayuda para la virtud de los buenos. Rico era, en efecto, Zaqueo, elegido por Cristo, más dando la mitad de sus
bienes a los pobres y, devolviendo también el
cuádruplo de todo lo que había obtenido
por fraude —en verdad, una sola de esas dos cosas no era suficiente, ya que la liberalidad no tiene
valor si subsiste la injusticia,
puesto que lo que se pide aquí no son las cosas robadas, sino el donar algo propio—, recibió una
recompensa mucho más abundante que su largueza.
Ciertamente está muy a
propósito puesto el detalle de señalarle como jefe de los publicanos; porque ¿quién podrá desesperar de sí mismo
cuando logró llevar a cabo su conversión ese mismo que hizo fortuna a base de fraudes?
Y continúa: Él era rico; date cuenta, por tanto, de que no todos los
ricos son avaros.
¿Qué querrá decir el
hecho de que la Escritura no da la estatura de ningún otro, sino la de éste: porque era pequeño de estatura. Examina a ver si tal vez
era pequeño en malicia
o de muy poca estatura en la fe, porque, cuando decidió subirse (al sicómoro),
nada había prometido todavía, aún no había visto a Cristo, y por eso entonces era pequeño.
Lo mismo hay que
decir de ese gran hombre que fue Juan, puesto que también él vio a Cristo y a su
Espíritu, que reposaba sobre El en forma de paloma, como él mismo dijo: He contemplado al
Espíritu que descendía en forma de
paloma y reposaba sobre El (Jn 1, 32).
Y ¿qué significa la turba
sino ese estado de confusión de la muchedumbre ignorante que no es capaz de contemplar las alturas de la sabiduría?
Por eso Zaqueo, mientras estuvo confundido entre la gente, no vio a Cristo; más cuando se
elevó sobre la turba, le vio, con lo que nos indica que, cuando
trascendió la ignorancia propia del hombre, mereció ver al que deseaba.
Por lo cual con mucha
razón añadió: porque el Señor debía pasar por ese lugar, sitio donde estaba el sicómoro, o el que habría de creer, y de este modo pudiera observar el misterio y sembrar la gracia; pues Él había venido para pasar
de los judíos a los gentiles.
Vio, pues, a Zaqueo, en
lo alto; y es que, por la elevación de su fe, sobresalía entre los frutos de las nuevas obras, a la manera que el fruto
maduro brota en lo alto de un árbol fecundo. Y como quiera que debemos pasar de la figura a la aplicación moral, diremos
que resulta de gran alivio el que nuestra alma pueda descansar el domingo en medio de la
buena voluntad de unos creyentes tan numerosos, para
poder tomar parte en la fiesta. Zaqueo en
sicómoro es esa figura del fruto nuevo del
nuevo tiempo; en él se realiza aquello de que la higuera produjo sus primeros frutos (Ct 2, 13). Esta es, pues, la misión de Cristo: que de los árboles nazcan no frutos,
sino hombres. En otro lugar hemos
leído: Cuando estabas bajo la higuera, Yo te vi (Jn
1, 48). Natanael estaba bajo el árbol, es decir, sobre la raíz, porque era justo —y la raíz es santa (Rm 11, 16)—,
en otras palabras, Natanael estaba
bajo el árbol porque militaba bajo la Ley,
Zaqueo, por el contrario, estaba sobre el árbol, ya que había sido constituido sobre la Ley; aquél defendió al
Señor en secreto, éste le
predicó públicamente; el primero buscaba todavía a Cristo en la Ley; el segundo, militando ya sobre la ley, abandonaba
sus bienes y seguía al Señor.
SAN AMBROSIO, Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.8, 80-90, BAC Madrid 1966, pág.
523-27
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