DE LA HOMILÍA
DEL SANTO
PADRE
JUAN PABLO
II
Domingo XXXI del tiempo ordinario
2 de noviembre de 1980
Domingo XXXI del tiempo ordinario
2 de noviembre de 1980
El
fragmento del Evangelio de San Lucas, que la liturgia de hoy propone para
meditar en el trigésimo primer domingo durante el año, recuerda el episodio que
tuvo lugar, mientras Jesús estaba atravesando la ciudad de Jericó. Fue un
acontecimiento tan significativo que, aunque ya lo sabemos de memoria, es
preciso meditar otra vez con atención en cada uno de sus elementos. Zaqueo
era no sólo un publicano (igual que lo había sido Leví, después el Apóstol
Mateo), sino un "jefe de publícanos", y era muy "rico".
Cuando Jesús pasaba cerca de su casa. Zaqueo, a toda costa, "hacía por ver
a Jesús" (Lc 19, 3), y para ello —por ser pequeño de estatura— ese
día se subió a un árbol (el Evangelista dice "a un sicómoro"),
"para verle" (Lc 19, 4).
Cristo
vio de este modo a Zaqueo y se dirigió a él con las palabras que nos hacen
pensar tanto. Efectivamente, Cristo no sólo le dio a entender que le había
visto (a él, jefe de publicanos, por lo tanto, hombre de una cierta posición)
sobre el árbol, sino que además manifestó ante todos que quería
"hospedarse en su casa" (cf. Lc 19, 5). Lo que suscitó alegría
en Zaqueo y, a la vez, murmuraciones entre aquellos a quienes evidentemente no
agradaban estas manifestaciones de las relaciones del Maestro de Nazaret con
"los publícanos y pecadores".
Esta es
la primera parte de la perícopa, que merece una reflexión. Sobre todo,
es necesario detenerse en la afirmación de que Zaqueo "hacía por ver a
Jesús" (Lc 19, 3). Se trata de una frase muy importante que debemos
referir a cada uno de nosotros aquí presentes, más aún. indirectamente, a cada
uno de los hombres. ¿Quiero yo "ver a Cristo"? ¿Hago todo para
"poder verlo"? Este problema, después de dos mil años, es tan actual
como entonces, cuando Jesús atravesaba las ciudades y los poblados de su
tierra. Es el problema actual para cada uno de nosotros
personalmente: ¿Quiero?, ¿quiero verdaderamente? O, quizá más bien, ¿evito
el encuentro con El? ¿Prefiero no verlo o prefiero que El no me vea (al menos a
mi modo de pensar y de sentir)? Y si ya lo veo de algún modo, ¿prefiero
entonces verlo de lejos, no acercándome demasiado, no poniéndome ante
sus ojos para no llamar la atención demasiado..., para no tener que aceptar
toda la verdad que hay en El, que proviene de El, de Cristo?
Esta es
una dimensión del problema que encierran las palabras del Evangelio de hoy
sobre Zaqueo.
Pero
hay también otra dimensión social. Tiene muchos círculos, pero quiero
situar esta dimensión en el círculo concreto de vuestra parroquia.
Efectivamente, la parroquia, es decir, una comunidad viva cristiana,
existe para que Jesucristo sea visto constantemente en los caminos de
cada uno de los hombres, de las personas, de las familias, de los ambientes, de
la sociedad. Y vuestra parroquia, dedicada a los Mártires Canadienses, ¿hace
todo lo posible para que el mayor número de hombres "quiera ver a Cristo
Jesús"? ¿Como Zaqueo?
Y además:
¿qué más podría hacer para esto?
Detengámonos
en estas preguntas. Más aún, completémoslas con las palabras de la oración,
que encontramos en la segunda lectura de la Misa, tomada de la Carta de San
Pablo a los Tesalonicenses: Hermanos... "sin cesar rogamos por vosotros,
para que nuestro Dios os haga dignos de su vocación y con toda eficacia cumpla
todo su bondadoso beneplácito y la obra de vuestra fe, y el nombre de nuestro
Señor Jesús sea glorificado en vosotros y vosotros en El, según la gracia de
Dios y del Señor Jesucristo" (2 Tes 1, 11-12). Es decir —hablando
con el lenguaje del pasaje evangélico de hoy—, oremos para que vosotros
tratéis de ver a Cristo (cf. Lc 19, 3), para que vayáis a su
encuentro, como Zaqueo... y que, si sois pequeños de estatura, subáis, por este
motivo, a un árbol.
Y Pablo
continúa desarrollando su oración. pidiendo a los destinatarios de su carta que
no se dejen demasiado fácilmente confundir y turbar, por supuestas
inspiraciones... (cf. 2 Tes 2, 2). ¿Por qué
"inspiraciones"? Acaso sencillamente por las "inspiraciones de
este mundo". Digámoslo con lenguaje de hoy: por una oleada de
secularización e indiferencia respecto a los mayores valores divinos y humanos.
Después dice Pablo: "ni por palabras". Efectivamente, no
faltan hoy las palabras que tienden a "confundir" o a
"turbar" a los cristianos.
Zaqueo
no se dejó confundir ni turbar. No se asustó de que la acogida de Cristo en la
propia casa pudiese amenazar, por ejemplo, su carrera profesional o hacerle
difíciles algunas acciones, ligadas con su actividad de jefe de publícanos.
Acogió a Cristo en su casa y dijo: "Señor, doy la mitad de mis bienes
a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el
cuádruplo" (Lc 19, 8).
En este
punto se hace evidente que no sólo Zaqueo "ha visto a Cristo", sino
que al mismo tiempo, Cristo ha escrutado su corazón y su conciencia; lo
ha radiografiado hasta el fondo. Y he aquí que se realiza lo que constituye el
fruto propio de "ver" a Cristo, del encuentro con El en la verdad
plena: se realiza la apertura del corazón, se realiza la conversión.
Se realiza la obra de la salvación. Lo manifiesta el mismo Cristo cuando
dice: "Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo
de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba
perdido" (Lc 19, 9-10).
Y ésta
es una de las expresiones más bellas del Evangelio.
Estas
últimas palabras tienen una importancia particular. Descubren el universalismo
de la misión salvífica de Cristo. De la misión que permanece en la Iglesia. Sin
estas palabras sería difícil comprender la enseñanza del Vaticano II y en
particular sería difícil comprender la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium.
También
vuestra parroquia debe tratar de acoger cada vez más a Jesús entre sus
miembros, debe mejorar cada vez más, tanto en el espíritu y en la formación,
como en las varias actividades.
Son
muchos los grupos organizados: la Acción Católica, las Comunidades
neo-catecumenales, la Asociación del Santísimo Sacramento, el Apostolado de la
Oración, la Conferencia de San Vicente, la "Legio Mariae", el Grupo
Familia y el Movimiento Tercera Edad. A la vez que os expreso mi aplauso
sincero, os exhorto también a ser cada vez más fervorosos y ampliar vuestras
filas, para que, otros muchos puedan respirar esta atmósfera de espiritualidad
intensa. Vuestra parroquia me parece que se caracteriza por dos actividades
particulares: la catequesis ordenada y metódica y la adoración al Santísimo. Me
satisface saber que más de 100 catequistas, preparados aquí, prestan su trabajo
en Roma, en Italia e incluso en el extranjero; y que cada día, durante nada
menos que seis horas, se tiene la Adoración pública, qué se prolonga a veces
también de noche. Continuad por este magnífico camino de fe, de amor, de
testimonio. Ampliad la catequesis especialmente a los adultos, lo mismo en la
parroquia para los varios grupos organizados y para las distintas clases de
personas, como en las casas y en los barrios. Orad también por las vocaciones
sacerdotales y por su perseverancia. Que vuestra parroquia "vea" cada
vez más a Cristo, y haga encontrar a Cristo en un radio cada vez más amplio.
Hoy
escuchamos con una emoción especial las palabras del Evangelio de San Juan:.
"Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que
todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).
Pensemos
en los Mártires Canadienses, pensemos en Todos los Santos, cuya solemnidad
hemos celebrado ayer. Al mismo tiempo a recordemos a nuestros difuntos, cuya
conmemoración se hace hoy en toda la Iglesia. Sintámonos unidos a ellos que ya
"ven" al Señor cara a cara, o esperan en la misteriosa purificación
de llegar a ver su rostro. Ayudémosles con nuestros sufragios, con nuestro
recuerdo afectuoso y piadoso. Oremos por ellos, con confianza, a este Dios que
ha amado tanto al mundo, que le dio a su Hijo, para que todo el que crea en El
tenga la vida eterna
Renovemos
en nosotros la fe y la esperanza de la vida eterna: porque "el Hijo del
hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,
10).
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