Entrevista sobre el Concilio Vaticano II
concedida por el
Arzobispo Agostino Marchetto
a Korazym
Excelencia, en los tiempos del Concilio usted tenía veinte años o poco más. ¿Cuál es su recuerdo directo de ese acontecimiento?
Ingresé al seminario a los 19 años. He podido seguir algo en televisión y la misma lectura de los periódicos estaba regulada. Un profesor nos llevaba todos los libros que salían con ocasión del Concilio, nos los prestaba y los leíamos con mucho interés. Cada profesor en clase daba luego su versión. En el ’64 vine a Roma y participé en alguna ceremonia pública, quedando muy impresionado por el esplendor del mundo eclesiástico. Es cierto que en esta universalidad ha habido una explosión de presencia del mundo entero, y creo que para el mundo ha sido un signo: la unidad de la familia humana. De Gaulle dijo que la celebración del Concilio era el acontecimiento más grande del siglo no sólo para la Iglesia católica sino también para el mundo, y no era el único que sostenía esto.
¿De dónde se deriva el bipolarismo interno entre una lectura progresista y una lectura conservadora del Concilio?
Sin adaptarnos a la jerga parlamentaria, creo que se puede aceptar una categoría más neutral: mayoría y minoría, que en el Concilio eran variables. Se puede decir que la mayoría estaba en general a favor de la renovación, mientras la minoría era más sensible al aspecto de fidelidad a la Tradición. Son , además, las dos grandes almas del catolicismo, que deben colaborar y estar juntas. En el Concilio, Tradición y renovación se han abrazado y esta ha sido, en mi opinión, su grandeza, como expresión de un Concilio ecuménico y de una Iglesia católica en comunión con Roma.
¿El Vaticano II no podía desarrollarse de otra manera?
El medio usado para llegar a conclusiones en las que todos podían reconocerse ha sido el diálogo, el voto, la aceptación del otro. “Audiatur et altera pars”, “escúchese también la otra parte”. Esto no es compromiso, término que se usa para degradar los documentos conciliares. Para mí, en cambio, es el signo de la catolicidad: las dos partes deben tener en cuenta la una a la otra. Como decía el cardenal Frings: no son compromisos sino encontrar una formulación sobre la cual todos puedan asentir. La característica principal del catolicismo es poner juntos: fidelidad a la Tradición en la renovación, aquello que Benedicto XVI llama reforma, o, usando un término de Juan XXIII, aggiornamento. Existían sin embargo dos extremos, importantes por las consecuencias que han tenido en el post-Concilio: por una parte, Lefebvre y sus seguidores; por otra, cuantos en la mayoría sostenían que el Concilio se había opuesto a la obra de Pablo VI, que habría sido, según ellos, quien enterró el Concilio, visión predominante en el post-Concilio.
Su hermenéutica, en cambio, se ubica desde siempre en la línea de la reforma en la continuidad, teorizada por el Papa en un pasaje del discurso a la Curia Romana del 2005. ¿Usted estaba detrás?
No, yo no he sabido nada de ese discurso hasta que fue pronunciado. Pero evidentemente mi libro (“El Concilio Ecuménico Vaticano II. Contrapunto para la historia”) había ya aparecido, en junio de 2005. Y, de todos modos, en “Informe sobre la Fe”, el Papa ya estaba en aquella línea, como cardenal.
En su libro, usted identifica tres aspectos de la hermenéutica conciliar.
Benedicto XVI habla de “reforma en la continuidad del único sujeto Iglesia”, porque el mismo Papa dice que a diversos niveles puede haber continuidad o discontinuidad. Yo, aún siendo obispo, no hablo como obispo, sino como historiador que adopta el método histórico-crítico y sostengo, desde 1990, que esta posición encuentra su fundamento en la historia verídica. Es la historia la que me dice que en el Vaticano II ha estado este poner juntos, este deseo de renovación en la continuidad, este “et, et”, no romper sino construir y hacer una reforma. Desde hace algún tiempo ha habido una un juicio de ruptura no sólo por parte de aquellos que era la franja extrema de la mayoría conciliar y sus sucesores, sino también en el otro extremo. Unos dicen que ha estado el Concilio y que es necesario seguir adelante, casi como si hubiera un Concilio permanente, como si el Vaticano II sólo hubiese puesto algunas semillas, pero ahora fuera necesario tener los frutos. Los otros afirman, en cambio, que es precisamente una ruptura, por lo cual se debe volver a antes del Concilio. Estas dos posiciones no son buenas, hay como una ceguera: las convicciones que se tienen impiden ver aquello que se puede ver.
Un acontecimiento que, de todos modos, no deja a nadie indiferente…
Pienso que está bien que no nos deje indiferentes, porque es un gran acontecimiento; para la Iglesia católica es un faro o, como dice el Papa, una brújula. Pero para que la brújula funcione es necesario asegurarle ciertas condiciones, respecto a la historia y al estudio de la hermenéutica.
¿Puede explicarnos estas condiciones?
Yo siempre identifico tres etapas, a las que añado adjetivos. In primis una historia verídica – un adjetivo que usaba mucho don Giuseppe De Luca -, y no ideológica, en la que entra una interpretación que no está en la línea de la objetividad sino de la persona que tiene pre-conceptos, prejuicios y quiere unir el acontecimiento a lo que según ella debía ser el Concilio. Todavía no hay una historia verídica también porque muchos, como fuentes, han ido a los diarios personales de los Padres en lugar de inspirarse en las Acta Sinodalia. La segunda etapa es la hermenéutica, es decir, la interpretación, que debe basarse en una historia verídica. La última es la recepción. Un Concilio no es que sea Concilio porque hay una recepción, pero para que incida en la vida de la Iglesia se requiere una recepción. Esta debe ser adecuada, fiel, pero la fase de la recepción no es otro Concilio, no es una creatividad casi sin referencia al Concilio. Se necesita una interpretación correcta para tener una recepción correcta y todavía tenemos un camino por hacer.
¿Es aquí donde se esconden los riesgos?
Pienso que la fascinación de lo nuevo ha tenido mucho que ver. Para muchos el Concilio es todo lo nuevo que se ha dicho, por lo cual la trama, que es fidelidad y renovación, se ha deshecho y se han vuelto parciales, no teniendo en cuenta la complejidad. En el Concilio ambos elementos estuvieron juntos; luego cada uno tomó de aquel conjunto su contribución y no ha habido más Concilio. Y éste es, en mi opinión, el drama del post-Concilio. Pero no debemos acusar al Concilio, como hacen algunos que dicen que hay en él elementos ambiguos. El post-Concilio no es Concilio. El Concilio es una enseñanza extraordinaria del Papa unido a todos los obispos. Después del Concilio puede estar el magisterio ordinario, que debemos respetar y acoger. Sin embargo, se debe distinguir entre Concilio y post-Concilio.
¿Ha habido una influencia del ’68?
En el post-Concilio ha habido una crisis de la aceptación del Magisterio, una crisis del laicado organizado; yo pienso que ha habido una crisis teológica, una crisis sacerdotal y en la vida religiosa. Esta crisis católica ha coincidido con la crisis de la sociedad occidental. ¿Cuál es la relación entre estas dos crisis? El movimiento del ’68 ha influido sobre el movimiento de contestación en la Iglesia. Pienso que esta hostilidad a las instituciones se ha trasladado al interior de la Iglesia respecto a las instituciones eclesiales. Sin embargo, el disenso católico era anterior, había aspectos precedentes a la crisis del ’68 y a la crisis de la Iglesia ocurrida después del Vaticano II.
Usted definió el Concilio como su “segundo amor histórico”. ¿Cuánto esfuerzo le cuesta estos estudios que, por otro lado, ha llevado adelante también durante su ministerio alrededor del mundo?
Yo he sido medievalista hasta 1990; luego mi profesor, monseñor Maccarrone, me invitó a indagar la edad contemporánea, porque es una edad importantísima, en la que se juega el presente, fruto de 2000 años de historia, y el futuro. El binomio fundamental de mis investigaciones es episcopado y primado pontificio, y la historia ha sido una ayuda para mi misión. Recuerdo el examen de historia que me tomó Juan Pablo II cuando me envió a Bielorrusia, antes de partir… A veces, sin embargo, faltaba el tiempo, porque era necesario dar lugar a la pastoral. He estado 20 años en África y he sido también yo un obispo africano: administraba los sacramentos, predicaba la Palabra de Dios, visitaba las comunidades como los otros obispos. Y luego, como nuncio, debía encargarme del aspecto diplomático, como instrumento al servicio de la paz, de la comprensión, de la libertad de conciencia, de religión. La permanencia en África explica el género literario de mi ser historiador. Como se ve por mis libros, son notas, recensiones incluso bastante importantes: un género no menor, decía el cardenal Bea que de esto entendía, porque no hay auténtica recensión si no ayuda el proceder de la investigación científica. Era también, un poco, un refugio. Por lo tanto, no sólo fatiga sino también alegría y la posibilidad de tener una rendija hacia lo universal incluso cuando uno está inmerso en una localidad que a veces es de guerra, contrastes, tribalismo, hambre, enfermedades.
Hablando del Concilio, usted no usa el término evento…
Si con “evento” se entiende gran acontecimiento, no tengo dificultad. Yo siempre he escrito Magno Concilio Vaticano, y mi admiración, que es también fruto de fe, es precisamente por esta realidad que nosotros tenemos: este hilo conductor que se encuentra en la historia de la Iglesia, y son los Concilios ecuménicos, y el otro gran hilo conductor que es el primado del Obispo de Roma. Pero cuando los teólogos hablan en contexto histórico, “evento” significa otra cosa, que no está ya en la línea de la teología. Después del prevalecer en la historiografía civil de la historia del largo período, a partir de 1950 nace l’histoire événementielle…Para que haya un evento, se requiere la repercusión mediática, que facilita la explosión y la aceptación de este tipo de historia. Pero una característica del evento es la ruptura. Si los historiadores de la Iglesia asumen esta palabra, es ya una interpretación en el sentido de la ruptura o de la revolución.
¿Cuánta atención se presta hoy al espíritu del Concilio y cuánta al cuerpo (los documentos)?
Digo siempre que el espíritu, que es el alma, es el alma de este cuerpo, y el cuerpo es cuerpo de esta alma. También el Papa ha repetido que no puede haber una contradicción entre espíritu y cuerpo conciliar, y el espíritu se deriva de este cuerpo conciliar. Mucho se ha apuntado sobre esto, con el fin de introducir lo que se quería, es decir, lo que el autor pensaba que debía ser el espíritu del Concilio, limitando su interpretación. Es el aspecto ideológico de la interpretación…
¿Qué tan inequívocos son los diarios de los diversos Padres Conciliares? ¿Qué tan atendibles?
Inequívocos no; atendibles en cuanto diario. Evidentemente cada Padre reacciona y escribe precipitadamente, y a veces al siguiente día se corrige a sí mismo o pide perdón, como por ejemplo hizo el Cardenal Siri, y para mí ésta es también la grandeza de un hombre. Confrontando con las Acta Sinodalia, que son las actas oficiales, nos damos cuenta de que quien escribía el diario no sabía diversas cosas. Muchos referían los rumores, y hay muchos juicios también apresurados o parciales. Por lo cual la comparación entre los diarios privados es fundamental y entre ellos hay una gradualidad. ¿Por qué un autor elige algunos diarios sobre los cuales basar sus estudios, y no otros? Este filtro que cada uno realiza revela a quien usa el filtro. Las fuentes deben tener su jerarquía: primero deben estar las oficiales – en las Actas están contenidas todas las intervenciones, orales y escritas, pero, con alguna excepción, no están publicados los trabajos internos de las diversas comisiones – y luego las diversas fuentes privadas.
¿Qué hace el historiador con estos diarios?
Primero debe tratar de interpretarlos. Leerlos es ya una gran dificultad. Incluso escuchando las grabaciones en latín, es muy difícil tener el texto. Y luego hay que predisponer el aparato crítico, ponerlos en la arena de los estudios, consultar las diversas fuentes. En el fondo, ¿qué hacemos nosotros con los periódicos? Yo, al menos, trato de leer las diversas tendencias para hacerme un juicio. Pero si puedo ir al origen, a la fuente de los diversos hechos, tal vez soy un afortunado. Y somos afortunados de tener 62 grandes volúmenes, escritos en latín, aún si esto es un problema para muchísima gente…
¿Cuáles son, en su opinión, los textos realmente de referencia para quien quisiera conocer mejor el Concilio?
Excluyo los últimos libros publicados, cuya lectura no he completado aún. Para quien quisiese introducirse al Vaticano II, el libro de Zambarbieri (“Los concilios del Vaticano”) podría servir. En mis libros, de todos modos, surge a partir de la crítica cuáles con aquellos que considero más y aquellos que considero menos, porque los juicios no son todos iguales. En general, indico los aspectos positivos y también las críticas.
¿Cuál ha sido la importancia del Concilio para la Iglesia y para el mundo?
El Concilio es un “ícono” de la Iglesia. La gran cuestión es que la Iglesia ha dado un cierto paso, pero la otra parte ha desilusionado en la respuesta. Es decir: yo creo que la Iglesia se ha puesto en disposición de diálogo con el mundo contemporáneo, ha hecho una conversión, pero diría que no se ha encontrado con la otra parte, ha desaparecido, sea por la cuestión filosófica, sea por la materialista, el individualismo, las rupturas, las violencias, por las cuales la cuestión de la evangelización se vuelve a proponer. ¿Cuál era la finalidad del Concilio? Presentar la buena noticia por parte de una Iglesia que buscaba estar menos desfigurada respecto a aquello que era el pensamiento del Señor. Por fortuna la Iglesia es universal, y esto nos consuela, pero el secularismo es un gran fenómeno. El pensamiento de Dios desaparece y también nosotros estamos insertos en el mundo actual y tenemos nuestros problemas.
¿Éste es el futuro del Concilio?
Estaba quien proponía hacer un tercer Concilio para superar las “incongruencias” del segundo… ¡Ilusión! Dado que la Iglesia es católica, debe considerar el aspecto Tradición, que se desarrolla, homogéneamente, pero en absoluto se la puede anular, de otra manera ya no se e católico. Y en la Tradición hay temas difíciles para el hombre contemporáneo…
En la presentación de su libro en los Museos Capitolinos, el cardenal Farina lo ha definido un “histórico de raza”, deseando que nos regale “una obra sistemática, completa y exhaustiva” de la historia del Concilio Vaticano II. ¿Tiene en mente proyectos para nuevos trabajos editoriales?
El año próximo debería salir, con ocasión de mis 70 años, el libro “Episcopado y primado pontificio”, que podrá ser útil para el diálogo ecuménico. En cuanto al Concilio, tengo el deseo, pero tengo 72 años y una obra tan amplia no es fácil para una sola persona. He enseñado cuando estaba en Mozambique, pero no he tenido una cátedra y por lo tanto no tengo un equipe, ¡veremos! Mientras tanto leo mucho, y es fundamental. Ahora, con todos los libros sobre el Concilio que se publican, es difícil estar al día, pero debo hacerlo, ésta es la tarea. El Año de la Fe ha sido ocasión para muchos de volver a poner las manos en el arado. A veces hay también una inflación, pero es normal y atestigua un interés que permanece, porque es un gran acontecimiento y la Iglesia ha demostrado querer retomar un diálogo de salvación con el hombre contemporáneo.
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