DISCURSO DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
A LOS
A LOS
PROFESORES Y ALUMNOS
DEL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA
Viernes 20 de enero de 2012
Viernes 20 de enero de 2012
excelencia,
queridos hermanos:
Es siempre motivo de alegría para mí encontrarme con la comunidad del Almo Colegio Capránica, que desde hace más de cinco siglos constituye uno de los seminarios de la diócesis de Roma. Os saludo a todos con afecto, en particular naturalmente a su eminencia el cardenal Martino y al rector, monseñor Ermenegildo Manicardi. Y agradezco a su eminencia sus amables palabras. Con ocasión de la memoria de santa Inés, patrona del Colegio, quiero ofreceros algunas reflexiones que me sugiere precisamente su figura.
Santa Inés es una de las famosas jóvenes romanas que han ilustrado la belleza genuina de la fe en Cristo y de la amistad con él. Su doble título de virgen y mártir recuerda la totalidad de las dimensiones de la santidad. Se trata de una santidad completa que os piden también a vosotros vuestra fe cristiana y la vocación sacerdotal especial con la que el Señor os ha llamado y os vincula a él. Martirio —para santa Inés— quería decir la aceptación generosa y libre de entregar su vida joven, en su totalidad y sin reservas, para que el Evangelio fuera anunciado como verdad y belleza que iluminan la existencia. En el martirio de santa Inés, aceptado con valor en el estadio de Domiciano, resplandece para siempre la belleza de pertenecer a Cristo sin vacilaciones, confiándose a él. Todavía hoy, a cualquiera que pase por la plaza Navona la imagen de la santa desde el frontispicio de la iglesia de Santa Inés in Agone le recuerda que nuestra ciudad está fundada también sobre la amistad con Cristo y el testimonio de su Evangelio, de muchos de sus hijos e hijas. Su generosa entrega a él y al bien de los hermanos es un componente primario de la fisonomía espiritual de Roma.
Con el martirio Inés sella también el otro elemento decisivo de su vida, la virginidad por Cristo y por la Iglesia. El don total del martirio se prepara, de hecho, con la decisión consciente, libre y madura de la virginidad, testimonio de la voluntad de ser totalmente de Cristo. Si el martirio es un acto heroico final, la virginidad es fruto de una prolongada amistad con Jesús madurada en la escucha constante de su Palabra, en el diálogo de la oración y en el encuentro eucarístico. Inés, todavía joven, había aprendido que ser discípulos del Señor quiere decir amarlo poniendo en juego toda la existencia. Este título doble —virgen y mártir— recuerda a nuestra reflexión que un testigo creíble de la fe debe ser una persona que vive por Cristo, con Cristo y en Cristo, transformando su vida según las exigencias más altas de la gratuidad.
También la formación del presbítero exige integridad, perfección, ejercicio ascético, constancia y fidelidad heroica, en todos los aspectos que la constituyen; en el fondo debe haber una vida espiritual sólida animada por una intensa relación con Dios a nivel personal y comunitario, con particular cuidado en las celebraciones litúrgicas y en la frecuencia de los sacramentos. La vida sacerdotal exige una aspiración creciente a la santidad, un claro sensus Ecclesiae y una apertura a la fraternidad sin exclusiones ni parcialidad. Del camino de santidad del presbítero forma parte también su elección de elaborar, con la ayuda de Dios, la propia inteligencia y el propio compromiso, una cultura personal verdadera y sólida, fruto de un estudio apasionado y constante. La fe tiene una dimensión racional e intelectual que le es esencial. Para un seminarista y para un sacerdote joven, que aún se dedica al estudio académico, se trata de asimilar aquella síntesis entre fe y razón que es propia del cristianismo. El Verbo de Dios se hizo carne y el presbítero, auténtico sacerdote del Verbo encarnado, debe ser cada vez más un reflejo, luminoso y profundo, de la Palabra eterna que nos ha sido dada. Quien es maduro también en esta formación cultural global puede ser más eficazmente educador y animador de aquella adoración «en Espíritu y verdad» de la que habla Jesús a la samaritana (cf. Jn 4, 23). Esta adoración, que se forma en la escucha de la Palabra de Dios y en la fuerza del Espíritu Santo, está llamada a ser, sobre todo en la liturgia, el «rationabile obsequium», del que nos habla el apóstol san Pablo, un culto en el que el hombre mismo en la totalidad de su ser dotado de razón, se vuelve adoración, glorificación del Dios viviente, y que puede alcanzarse no conformándose a este mundo, sino dejándose transformar por Cristo, renovando el modo de pensar, para poder discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable a él y perfecto (cf. Rm 12, 1-2).
Queridos alumnos del Colegio Capránica, vuestro compromiso en el camino de la santidad, también con una sólida formación cultural, corresponde a la intención originaria de esta institución, fundada hace 555 años por el cardenal Domenico Capránica. Tened siempre un sentido profundo de la historia y de la tradición de la Iglesia. El hecho de estar en Roma es un don que os tiene que hacer particularmente sensibles a la profundidad de la tradición católica. Vosotros ya la palpáis en la historia del edificio que os acoge. Además, vosotros vivís estos años de formación con una cercanía especial al Sucesor de Pedro: ello os permite percibir con una claridad particular las dimensiones universales de la Iglesia y el deseo de que el Evangelio llegue a todas las gentes. Aquí tenéis la posibilidad de abrir los horizontes con la experiencia de la internacionalidad; aquí, sobre todo, respiráis la catolicidad. Aprovechad lo que se os ofrece, para el servicio futuro a la diócesis de Roma o a vuestras diócesis de procedencia. De la amistad que surge en la convivencia aprended a conocer las diferentes situaciones de las naciones y de las Iglesias en el mundo, y a formaros en la visión católica. Preparaos a estar cerca de cada hombre que encontréis, sin dejar que ninguna cultura pueda ser una barrera a la Palabra de vida de la que sois anunciadores también con vuestra vida.
Queridos amigos, la Iglesia espera mucho de los sacerdotes jóvenes en la obra de evangelización y de nueva evangelización. Os animo para que en el esfuerzo diario, enraizados en la belleza de la tradición auténtica, unidos profundamente a Cristo, seáis capaces de llevarlo a vuestras comunidades con verdad y alegría.
Que vuestro compromiso de hoy, con la intercesión de santa Inés, virgen y mártir, y de María santísima, Estrella de la evangelización, contribuya a la fecundidad de vuestro ministerio. De corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica. Gracias.
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