Manuel González García
en Granitos de
Sal
Segunda Serie
Zoología
espiritual
Las almas liebres
¿No habéis oído cantar y quizá cantado, meciendo la cuna de un
niño:
Mi niño duerme
Con los ojitos abiertos
Como las liebres?
Puse diz que hay más de dos almas y de
dos mil, y, si me apretáis, de dos millones, que les ocurre exactamente lo que
del niño de la cuna canta la nana
popular; que duermen con los ojos abiertos.
Ocurrencia que da motivo para creerlas
despiertas, cuando en realidad están dormidas o aletargadas.
De esas almas, aún no clasificadas en
estos “Granitos de Sal”, quiero echar un cuarto a espadas con los pacientes
lectores, anticipándoles que hay tela cortada para rato.
El nombre
Las he llamado almas liebres por tener
de estos ligeros animalillos la condición que les atribute la copla de dormir,
estando al parecer despiertos, y de tener una imaginación más corredora que las
patas del animal corredor por excelencia.
El tipo
Su descripción no es muy fácil que
digamos, por las muchas variedades que del mismo dan.
Para conocerlas bien, puedo adelantaros
esta clave: todas las almas liebres convienen
en carecer de sentido de hacerse cargo o darse cuenta. Su habilidad consiste precisamente o en pasarse o en no llegar; jamás
o rarísima vez están en punto.
Consecuencia de este achaque común: que
siempre o casi siempre estas almas están equivocadas.
Tres manifestaciones tienen
principalmente estas equivocaciones:
1°,en los recuerdos; 2°, en los
juicios; 3°, en las esperanzas.
Vamos por partes
Recuerdos
Éste es un caso que sin duda os ha
pasado más de una vez.
Habéis sostenido una conversación con
un amigo o en una tertulia, y pasados unos días, os sorprenden con una noticia
espeluznante. Inquirís el origen, y venís a tropezar con uno de los
contertulios que os dice en el tono de la naturalidad más simple: pero, hombre,
¿tiene usted valor de sorprenderse por esa noticia, si es usted mismo quien me
la dio a mí en aquella reunión?
Negáis, disputáis, os preguntáis
interiormente por el estado de vuestra razón, de vuestra memoria y, como por
otra parte no tenéis motivos anteriores para llamar embustero a aquel amigo, os
retiráis diciendo: o éste sueña despierto o yo.
Y ésa es la verdad: ahí existe un
soñador, es decir, un alma de imaginación y de ojos de liebre.
Aparte de eso, ¿cuántas veces os han
visto hacer cosas que no habéis hecho, cuántas os cuentan totalmente
desfigurado un hecho que habéis presenciado, cuántas de un mismo hecho o dicho
presenciado u oído por diez, recibís diez versiones diametralmente opuestas?
Un día de huelga fui con un amigo
periodista a presenciar un asalto que se decía iban a dar los huelguistas a una
cochera de tranvías.
Por el camino me fue hablando el amigo
de casos horripilantes que podían
pasar, si los huelguistas conseguían su intento: Llegamos al lugar del presunto
asalto y sólo vimos unas cuantas patrullas de guardia civil, que más parecían
tomar el fresco de la tarde que temer encuentro con las turbas, que no se veían
por parte alguna. Aburridos de esperar en vano emociones periodísticas, nos
volvimos tranquilamente a la redacción.
Por la calle, al regreso, vuelta a
hablar de lo que podría haber pasado,
pero con tal color y convencimiento que, al llegar a la redacción, todos
aquellos podía y podría pasar se
habían convertido por obra y gracias de la imaginación de liebre de mi amigo en
un tremebundo ha pasado, que a mí
mismo me asustaba.
Y cuenta que yo no me hubiera atrevido
a afirmar que el compañero mentía;
una especie de sugestión lo habría engañado a él, y él, yo creo que de buena
fe, engañaba a los demás.
¡Y hay tantos!
Los juicios
Y si en cosas cuya realidad no depende
de uno, cabe soñar tanto, ¿qué diré de una tan subjetiva como los juicios?
Si no fuera por las molestias y sinsabores
que ese modo de enjuiciar trae a los demás, sería cosa de reír.
¿Qué diríais del que raciocinara así?
Fulano está bebiendo, es así que el veneno se bebe, luego fulano está bebiendo
veneno, se está envenenando. ¿Os hace gracia la dialéctica?
Pues una así es la que estilan esas
almas liebres.
Una sonrisa que ven en este, una cara
de reflexión en aquel, una palabra suelta que oyen aquí, un gesto cualquiera
que observan allí, cualquier cosilla que vean u oigan, o crean ver u oír, les
sirven de fundamento para ponerse corriendo a fabricar sobre él su
imaginación de liebre un mundo de sospechas malicias, de relaciones
disparatadas, de odios a muerte o amores ardientes, de normas de conducta del
todo desorientadas, de…qué se yo, porque se hacen imposibles de seguir.
Lo cierto es que más de una vez se
siente uno tentado de decir: este hombre está loco o lleva camino de serlo o de
contagiar a quién esté con él.
Y lo peor del caso es que casi no
tienen remedio; porque se corre el gran riesgo de que lo mismo que se les
propone como remedio, sea tomado por ellos en distinto y aun en contrario
sentido.
De mí os digo que he gastado mucha
saliva en tratar de detener esas carreras de imaginación y en despertar de un
sueño a esas almas condenadas, a no
hacerse cargo nunca, y casi siempre he perdido la saliva, el tiempo y hasta
la amistad de la persona, que acosada por mis razonamientos, me he dado esta
gran salida: Sí usted me dice eso porque no me puede ver, o porque no me
entiende, o le han hecho pensar mal de mí, o sencillamente, porque la ha tomado conmigo…
Y dicho se está, que, si así enjuician
estas almas, el modo de forjar sus esperanzas tiene que ser lo más peregrino.
¿Recordáis el cuento de “la lechera”?
¿Recordáis las cosas que iba a poseer a cuenta de su cántara vendida?
Pues, poco más o menos, todas esas
almas, reñidas con la realidad, tienen sus proyectos de felicidad a base de la
consabida cántara de leche.
El premio gordo de la lotería, la
posesión de un cargo, el casamiento con tal persona, el vivir en determinado
pueblo, la subida al poder del partido, la lluvia o el calor, cualquier cosa
les sirve de cántara lechera para sobre ella levantar el palacio de sus doradas
ilusiones.
Y no digo nada si, en vez de tirar
hacia los campos del optimismo, les da por echar hacia los del pesimismo.
Todo les da materia para un ¡ay! Largo,
profundo, exhalado con todas las inflexiones del dolor más hondo.
No importa que cuanto esté a su
alrededor les sonría y les invite a fiestas; ellas, haciendo de videntes de
grandes catástrofes, no salen de su ¡ay! Echado con vista a los males que
dentro de veinte años pueden venir…
Ya podéis contarles cosas agradables y
éxitos lisonjeros; para ellas no seréis otra cosa que chicuelos inexpertos y
engreídos que no sabéis ver… ¡Si
tuvierais la experiencia de ellos…! ¡Oh, la experiencia! ¡Han visto tanto…!
Porque es de advertir que uno de los
achaques comunes a todos los que forman parte de esta familia y que hace más
difícil su curación, es tenerse que ve y
ha visto mucho.
Tanto que yo no me atrevo a proponer
otro remedio o preservativo más que éste: Que por muy abiertos que tengamos todos, enfermos y sanos, los ojos, desconfiemos de nuestra vista propia…
Que bien pudiera ocurrir
Que mi niño duerme
con los ojitos abiertos
como las liebres…
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