DISCURSO DEL
SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
AL TERCER GRUPO
AL TERCER GRUPO
DE OBISPOS FRANCESES
EN VISITA «AD LIMINA»
Viernes 30 de noviembre de 2012
EN VISITA «AD LIMINA»
Viernes 30 de noviembre de 2012
Señor cardenal,
queridos hermanos en el episcopado:
queridos hermanos en el episcopado:
Conservo siempre vivo el recuerdo de mi viaje apostólico a Francia con
ocasión de las celebraciones por el 150° aniversario de las apariciones en
Lourdes de la Inmaculada Concepción. Sois los últimos de los tres grupos de
obispos de Francia en visita ad limina. Le agradezco, eminencia, sus
cordiales palabras. Dirigiéndome a cuantos os han precedido, he abierto una
especie de tríptico, cuya indispensable apoyo podría ser el discurso que os
dirigí en Lourdes en 2008. El examen de este conjunto inescindible os será
ciertamente útil y guiará vuestras reflexiones.
Sois responsables de regiones donde la fe cristiana se ha radicado muy
pronto y ha dado frutos admirables. Regiones ligadas a nombres ilustres que han
trabajado mucho por el arraigo y el crecimiento del Reino de Dios en este mundo:
mártires como Potino y Blandina, grandes teólogos como Ireneo y Vicente de
Lérins, maestros de espiritualidad cristiana como Bruno, Bernardo, Francisco de
Sales y muchos más. La Iglesia en Francia se inscribe en una larga estirpe de
santos, doctores, mártires y confesores de la fe. Sois herederos de una gran
experiencia humana y de una inmensa riqueza espiritual que, sin ninguna duda,
son por tanto para vosotros una fuente de inspiración en vuestra misión de
pastores.
Estos orígenes y este pasado glorioso, siempre presentes en nuestro
pensamiento y tan queridos para nuestro espíritu, nos permiten nutrir una gran
esperanza, a la vez firme y audaz, en el momento de aceptar los desafíos del
tercer milenio y escuchar las expectativas de los hombres de nuestra época, a
las cuales sólo Dios puede dar una respuesta satisfactoria. La Buena Nueva que
tenemos la tarea de anunciar a los hombres de todos los tiempos, de todas las
lenguas y de todas las culturas, se puede resumir en pocas palabras: Dios,
creador del hombre, en su Hijo Jesús nos da a conocer su amor por la humanidad:
«Dios es amor» (cf. 1 Jn), quiere la felicidad de sus criaturas, de
todos sus hijos. La constitución pastoral Gaudium et spes (cf. n. 10) afrontó las
cuestiones clave de la existencia humana, sobre el sentido de la vida y de la
muerte, del mal, de la enfermedad y del sufrimiento, tan presentes en nuestro
mundo. Recordó que, en su bondad paterna, Dios ha querido dar respuestas a
todos estos interrogantes y que Cristo fundó su Iglesia para que todos los
hombres pudieran conocerle. Por eso uno de los problemas más serios de nuestra
época es el de la ignorancia práctica religiosa en la que viven muchos hombres
y mujeres, incluso algunos fieles católicos (cf. exhortación apostólica Christifideles
laici, capítulo V).
Por este motivo, la nueva evangelización, en la que la Iglesia se ha
comprometido resueltamente desde el concilio Vaticano II y cuyas principales
modalidades delineó el motu proprio Ubicumque et semper, se presenta con
una urgencia particular, como subrayaron los padres del Sínodo que acaba de concluir.
Ella pide a todos los cristianos que den razón de su esperanza (cf. 1 P
3, 15), consciente de que uno de los obstáculos más temibles de nuestra misión
pastoral es la ignorancia del contenido de la fe. Se trata en realidad de una
doble ignorancia: un desconocimiento de la persona de Jesucristo y una
ignorancia de la sublimidad de sus enseñanzas, de su valor universal y
permanente en la búsqueda del sentido de la vida y de la felicidad. Esta
ignorancia provoca además en las nuevas generaciones la incapacidad de
comprender la historia y de sentirse herederos de esta tradición que ha
modelado la vida, la sociedad, el arte y la cultura de Europa.
En este Año de la fe, la Congregación para la doctrina de la fe,
en la nota del 6 de enero de 2012, dio las indicaciones pastorales deseables
para movilizar todas las energías de la Iglesia, la acción de sus pastores y de
sus fieles, a fin de animar en profundidad la sociedad. Es el Espíritu Santo
quien, «con la fuerza del Evangelio la rejuvenece, la renueva continuamente» (Lumen
gentium, 4). Esta nota recuerda que «cada iniciativa del Año de la fe
busca favorecer el gozoso redescubrimiento y el renovado testimonio de la fe.
Las indicaciones aquí ofrecidas tienen el objetivo de invitar a todos los
miembros de la Iglesia a comprometerse para que este año sea una ocasión
privilegiada para compartir lo más valioso que tiene el cristiano: Jesucristo,
Redentor del hombre, Rey del Universo, “iniciador y consumador de nuestra fe” (Hb
12, 2)». El Sínodo de los obispos propuso recientemente a todos y cada uno los
medios para llevar a feliz término esta misión. El ejemplo de nuestro divino
Maestro es siempre el fundamento de toda nuestra reflexión y de nuestra acción.
Oración y acción: son estos los medios que nuestro Salvador nos pide que
utilicemos ahora y siempre.
La nueva evangelización será eficaz si involucra a fondo a las
comunidades y parroquias. Los signos de vitalidad y el compromiso de los fieles
laicos en la sociedad francesa ya son una realidad alentadora. Muchos han sido
en el pasado los compromisos de los laicos; pienso en Paulina Jericot, de cuya
muerte celebramos el 150° aniversario, y en su obra por la difusión de la fe,
tan determinante para las misiones católicas en los siglos XIX y XX. Los
laicos, con sus obispos y sacerdotes, son protagonistas en la vida de la
Iglesia y en su misión de evangelización. En sus diversos documentos (Lumen
gentium, Apostolicam actuositatem, entre otros), el Concilio
Vaticano II subrayó la especificidad de su misión: impregnar las realidades
humanas con el espíritu del Evangelio. Los laicos son el rostro del mundo en la
Iglesia y al mismo tiempo el rostro de la Iglesia en el mundo. Conozco el valor
y la calidad del apostolado multiforme de los laicos, hombres y mujeres. Uno mi
voz a la vuestra para expresarles mis sentimientos de estima.
La Iglesia en Europa y en Francia no puede ser indiferente ante la
disminución de las vocaciones y de las ordenaciones sacerdotales, y tampoco de
los otros tipos de llamada que Dios suscita en la Iglesia. Es urgente movilizar
todas las energías disponibles a fin de que los jóvenes puedan escuchar la voz
del Señor. Dios llama a quien quiere y cuando quiere. Sin embargo, las familias
cristianas y las comunidades fervorosas siguen siendo terrenos particularmente
favorables. Estas familias, estas comunidades y estos jóvenes están por tanto
en el centro de toda iniciativa de evangelización, a pesar de un contexto
cultural y social marcado por el relativismo y el hedonismo.
Al ser los jóvenes la esperanza y el futuro de la Iglesia y del mundo,
no quiero dejar de mencionar la importancia de la educación católica. Esta
desarrolla una tarea admirable, a menudo difícil, hecha posible por la
incansable dedicación de los formadores: sacerdotes, personas consagradas o
laicos. Más allá del saber transmitido, el testimonio de vida de los formadores
debe permitir a los jóvenes asimilar los valores humanos y cristianos a fin de
tender a la búsqueda y al amor de lo verdadero y lo bello (cf. Gaudium et
spes, 15). Seguid animándolos y abriéndoles nuevas perspectivas para que
también se beneficien de la evangelización. Los institutos católicos están
claramente en primer lugar en el gran diálogo entre la fe y la cultura. El amor
por la verdad que irradian es de por sí evangelizador. Son ámbitos de enseñanza
y de diálogo, y también centros de investigación que deben desarrollarse cada
vez más, ser cada vez más ambiciosos. Conozco bien la contribución que la
Iglesia en Francia ha dado a la cultura cristiana. Conozco vuestra atención —y
os aliento en este sentido— por cultivar el rigor académico y entablar vínculos
más intensos de comunicación y de colaboración con universidades de otros
países, ya sea para que se beneficien de los ámbitos en los que sobresalís, ya
sea para que aprendáis de ellos, a fin de servir cada vez mejor a la Iglesia, a
la sociedad, a todo el hombre. Subrayo con gratitud las iniciativas tomadas en
algunas de vuestras diócesis para favorecer la iniciación teológica de jóvenes
estudiantes de disciplinas profanas. La teología es una fuente de sabiduría, de
alegría, de maravilla que no se puede reservar sólo a los seminaristas, a los
sacerdotes y a las personas consagradas. Propuesta a numerosos jóvenes y
adultos, los confortará en la fe y hará de ellos, sin ninguna duda, apóstoles
audaces y convencidos. Es por tanto una perspectiva que podría proponerse
ampliamente a los institutos superiores de teología como expresión de la
dimensión intrínsecamente misionera de la teología y como servicio de la
cultura en su significado más profundo.
Respecto a las escuelas católicas que han modelado la vida cristiana y
cultural de vuestro país, tienen hoy una responsabilidad histórica. Ámbito de
transmisión del saber y de formación de la persona, de acogida incondicional y
de aprendizaje de la vida en común, con frecuencia gozan de merecido prestigio.
Es necesario encontrar los itinerarios para que la transmisión de la fe
permanezca en el centro de su proyecto educativo. La nueva evangelización pasa
por estas escuelas y por la multiforme obra de la educación católica que abarca
numerosas iniciativas y movimientos, por lo cual la Iglesia está agradecida. La
educación en los valores cristianos es la clave de la cultura de vuestro país.
Abriendo a la esperanza y a la libertad auténtica, seguirá aportando dinamismo
y creatividad. El ardor conferido a la nueva evangelización será nuestra mejor
contribución al desarrollo de la sociedad humana y la mejor respuesta a los
desafíos de todo tipo que todos deben afrontar en este inicio del tercer
milenio. Queridos hermanos en el episcopado, os encomiendo a vosotros, así como
vuestro trabajo pastoral y el conjunto de las comunidades que os han sido
confiadas, a la solicitud materna de la Virgen María, que os acompañará en
vuestra misión durante los años por venir. Y como afirmé antes de dejar Francia
en 2008: «Desde Roma, estaré cerca de vosotros y, cuando me detenga ante la
réplica de la Gruta de Lourdes, que se halla en los jardines del Vaticano desde
hace poco más de un siglo, os tendré presentes. Que Dios los bendiga».
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