viernes, 1 de noviembre de 2013

Lo que sí celebramos el día de Todos los Santos, que no Halloween -Mons. Braulio Rodríguez Plaza

Homilía íntegra del arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez Plaza, en la catedral primada, viernes 1 de noviembre de 2013, solemnidad de Todos los Santos:

Ayer, jueves, tuvo lugar la más popular de las fiestas paganas: Halloween. Nosotros no celebramos esa fiesta pagana. Al contrario de nuestras grandes fiestas (Pascua y Navidad), en Halloween no hay Misa de Haloween en la medianoche. No hay mensaje papal disfrazado de Pokemon; tampoco está lleno de buenos sentimientos. No se celebra el amor y la paz. ¡Se asusta, se da miedo, eso es todo! No se invita a la familia. Los visitantes son no importa quién. Llaman a la puerta, pero no se les hace entrar. Se va y no se sabe quién es.

No hay regalos que ofrecer. “Adiós, adiós” es la interacción. Una fiesta que la visita no entra en casa. Alguno demasiado individualista dirá: “¡Qué buen invento! Por eso tal vez Halloween gana de año en año en popularidad. Una fiesta sin sacrificio, sin sermón, sin Misa, fiesta de un solo día. Da lo mismo ser ateo que creyente para celebrarla. No hay Dios; hay justamente muertos. Una mascarada. Tal vez, como fiesta laica, pidan algunos que sea fiesta.

La palabra Halloween es la contracción en inglés de All Hallows Eve, que significa, eso sí, la víspera de Todos los Santos, pero con esta fiesta se busca alejarse de la religión, de la fe. Nosotros no celebramos el 1 de noviembre Halloween. Celebramos a todos aquellos que siguieron a Jesucristo, la deslumbrante fiesta de Todos los Santos y, mañana, la Conmemoración de todos los fieles difuntos. La primera desborda de luz, alegría y esperanza por esa “muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, con vestiduras blancas y palmas en sus manos” (Ap 6,9).

Me impresiona lo que leo también en libro del Apocalipsis: “<Yo, Juan> Vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?”. Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Yo lloraba mucho, porque no había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo. Pero uno de los ancianos me dijo: “Deja de llorar, pues ha vencido el León de la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete sellos” (Ap 5,1-5).

El día de Todos los Santos celebramos justamente eso: que innumerables hombres y mujeres han entrado en una vía de salvación y sentido de la vida, porque el libro de la vida ha sido abierto y leído por Jesucristo, que ha dado nuevo rumbo a la existencia. Él, el Cordero, el León de la tribu de Judá ha abierto camino con las Bienaventuranzas y, entregando su vida hasta la muerte, ha triunfado resucitando y uniéndonos a su triunfo. A lo largo del año litúrgico la Iglesia conmemora a numerosísimos santos de toda época y condición, pero son muchos más los que no han sido beatificados o canonizados por ella, e innumerables los que han sido admitidos a contemplar la luz del rostro de Dios pero cuyos nombres tal vez son desconocidos para nosotros. En este día, pues, celebramos la memoria de todos estos hombres y mujeres que gozan para siempre de la bienaventuranza y acudimos confiados a su poderosa intercesión ante Dios, al tiempo que recordamos que también nosotros estamos llamados a la santidad que ellos han alcanzado.

Pero, claro, salvación y condenación son palabras que muestran maneras diferentes de vivir el seguimiento de Jesucristo y, sobre todo, aceptarle a Él o no en nuestra vida y en nuestra muerte. Sí, Cristo hablaba de salvación, pero también de condenación. Y no se puede silenciar esto último porque hoy no sea correcto para los asustadizos: en esta vida temporal nos estamos jugando la vida eterna, que puede ser salvación o condenación. Cosa que nuestra sociedad y cultura silencia, porque es de mal gusto. Algo de mal gusto tiene Halloween y lo soportamos. Cristo es el que salva. Esa es la verdad ilusionante y esperanzadora.

Nosotros, “aunque peregrinos en un país extraño, guiados por la fe y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia, nos encaminamos hacia la Jerusalén celeste, que es nuestra Madre, donde eternamente te alaba la asamblea festiva de los Santos; en ellos encontramos ejemplos y ayuda para nuestra debilidad” (Prefacio del 1 de noviembre). Sí, Cristo es el que salva, pero su salvación es real y concreta en hombres y mujeres que se jugaron la vida por Él y son “SANTOS”, es decir, no hicieron con su vida lo que les vino en gana, sino que supieron que por sí mismos no sabían gobernarse: tenían necesidad de Dios, de estar sujetos al Creador, que es el que da la verdadera libertad. Supieron también que necesitaron de la Iglesia y que en la vida no vale todo y que con la gracia de Dios pudieron superar tentaciones y caminos equivocados. Cristo ha triunfado en ellos.

En este día de fiesta, pues, necesitamos pedir la intercesión de todos los Santos; ellos son testigos del Señor y nos invitan a la alabanza y a la alegría. El pueblo cristiano ha sabido plasmar esta alegría incluso en tradiciones, también culinarias, de tantos lugares que a lo largos de los siglos han ayudado a la gente a vivir mejor las dificultades de la existencia. Es recomendable también la veneración de los fieles de las reliquias de los Santos.

Desde aquí entendemos mejor la conmemoración de mañana: día de Todos los Fieles difuntos. Podemos orar y ofrecer sufragios por aquellos que nos han precedido en la fe, sobre todo por nuestros familiares difuntos y los más cercanos a nosotros, para que lleguen a la vida bienaventuranza, dejando el tiempo de purificación. De hecho la Iglesia nos exhorta a visitar mañana piadosamente una iglesia u oratorio y en ella rezar el Padrenuestro y recitar el Credo y así se nos concede indulgencia plenaria aplicada sólo a las almas del purgatorio. También a los fieles que visiten piadosamente un cementerio y oren mentalmente por los difuntos, desde el día 1 al 8 de noviembre, se les concede todos los días también indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio. Por supuesto que la celebración de las Misas del día dos por los Fieles Difuntos es sin duda una obra buena y valiosísima. A ello les invito, pues nos introducen en la misericordia de Dios y nos unen al deseo de Jesucristo de llevar a todos los hombres junto a sí y hacerlos partícipes de su resurrección.

+Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo

 

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