sábado, 2 de noviembre de 2013

Domingo XXXI (ciclo c) - San Ambrosio

La entrada en Jericó: Zaqueo
(Lc.19,1-10) 

Aconteció que, acercándose a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino. En el evangelio según Mateo (20, 29) aparecen dos ciegos; aquí solamente uno; en aquél, mientras salía de Jericó; en éste, cuando se acercaba. Pero no hay opo­sición, ya que ambos son una misma figura del pueblo gentil, que recuperó la luz de la vista perdida gracias a los misterios del Señor, por lo cual poco importa que haya recibido la cura­ción en la persona de uno o de dos, puesto que ya desde el tiempo de Cam y Jafet, los hijos de Noé, los dos ciegos eran el símbolo de los progenitores de su raza.

Tampoco Lucas parece haberlo omitido, puesto que ha­bla en seguida de Zaqueo, un hombre pequeño de estatura, es decir, desprovisto de la dignidad de una noble cuna, pobre en méritos, como el pueblo gentil, habiendo oído que se acercaba la venida del Dios Salvador, deseaba ver a Ese que no habían querido recibir los suyos (Jn 1, 2). Pero es cierto que nadie puede ver fácilmente a Jesús; nadie, en verdad, que esté atado a la tierra puede ver a Jesús. Y como él no se apoya ni en los pro­fetas ni en el reino como sobre una gracia y belleza puramen­te naturales, se subió a un sicómoro, es decir, puso bajo sus plan­tas, de modo simbólico, la vanidad de los judíos, corrigiendo al mismo tiempo los errores de su vida pasada; y ésta es la razón por la que pudo recibir a Jesús en el interior de su casa. Real­mente convenía que subiese al árbol, para que el árbol bueno diese buenos frutos (Mt 7, 17) y para que, subido a ese árbol salvaje e injertado aun contra su modo de ser en el buen olivo, produjese el fruto de la ley (Rm 11, 24); porque la raíz es santa, aunque sean inútiles los sarmientos, cuyo ornato infruc­tuoso logró transcender el pueblo gentil por medio de la fe en la resurrección, que resulta ser una especie de ascensión de su cuerpo.

Y allí había un hombre llamado Zaqueo. Zaqueo se encuentra subido en el sicómoro, y el ciego permanece en el cami­no. El Señor mira a uno y se compadece de él, mientras que al otro le hace el honor de hospedarse en su casa. A uno le pre­gunta para curarlo, en casa del otro se invita a sí mismo sin ser invitado; pues sabía que el que le reciba como huésped percibiría una abundante recompensa, y es que, aunque no había oído aún su invitación, ya había leído en su corazón.

Más para que no parezca que en seguida apartamos nues­tra mente de este ciego y comenzamos a hablar del rico, como si nos disgustasen los pobres, detengámonos a examinarlo, ya que así lo hizo el Señor, e interroguémosle, puesto que también Él le preguntó. Nosotros le vamos a preguntar porque no sabemos, Él le interrogó, aunque lo conocía todo; preguntémosle para sa­ber cómo obtuvo su curación. Él le preguntó con el fin de que con este solo ejemplo aprendiésemos todos el método exigido para merecer ver al Señor; es decir, que le interrogó para que creyé­semos que uno no puede sanar si no hace profesión de fe.

Y al punto comenzó a ver —dice— y le seguía glorifi­cando al Señor. Y andaba por Jericó. Y es que, si no hubiera seguido a Cristo, si no hubiera glorificado al Señor, despreciando al mundo, no hubiera podido ver. Pasemos ahora a hacer algunas reflexiones sobre los ricos; puesto que no queremos ofenderlos, ya que deseamos, si es posible, salvar a todos, cosa que hacemos para que, por si acongojados por la parábola del camello y postergados más de lo conveniente en la persona de Zaqueo, no se sientan como sujetos a quienes va dirigido ese aviso y esa ofensa.

Han de saber que ser rico no es ningún pecado, sólo se da éste cuando usan mal de las riquezas; porque los bienes sir­ven tanto de impedimento para los malos como de una gran ayuda para la virtud de los buenos. Rico era, en efecto, Zaqueo, elegido por Cristo, más dando la mitad de sus bienes a los pobres y, devolviendo también el cuádruplo de todo lo que había obtenido por fraude —en verdad, una sola de esas dos cosas no era suficiente, ya que la liberalidad no tiene valor si subsiste la injusticia, puesto que lo que se pide aquí no son las cosas roba­das, sino el donar algo propio—, recibió una recompensa mucho más abundante que su largueza.

Ciertamente está muy a propósito puesto el detalle de señalarle como jefe de los publicanos; porque ¿quién podrá desesperar de sí mismo cuando logró llevar a cabo su conver­sión ese mismo que hizo fortuna a base de fraudes? Y continúa: Él era rico; date cuenta, por tanto, de que no todos los ricos son avaros.

¿Qué querrá decir el hecho de que la Escritura no da la estatura de ningún otro, sino la de éste: porque era pe­queño de estatura. Examina a ver si tal vez era pequeño en malicia o de muy poca estatura en la fe, porque, cuando decidió subirse (al sicómoro), nada había prometido todavía, aún no ha­bía visto a Cristo, y por eso entonces era pequeño. Lo mismo hay que decir de ese gran hombre que fue Juan, puesto que también él vio a Cristo y a su Espíritu, que reposaba sobre El en forma de paloma, como él mismo dijo: He contemplado al Espíritu que descendía en forma de paloma y reposaba sobre El (Jn 1, 32).

Y ¿qué significa la turba sino ese estado de confusión de la muchedumbre ignorante que no es capaz de contemplar las alturas de la sabiduría? Por eso Zaqueo, mientras estuvo confun­dido entre la gente, no vio a Cristo; más cuando se elevó sobre la turba, le vio, con lo que nos indica que, cuando trascendió la ignorancia propia del hombre, mereció ver al que deseaba.

Por lo cual con mucha razón añadió: porque el Señor debía pasar por ese lugar, sitio donde estaba el sicómoro, o el que habría de creer, y de este modo pudiera observar el misterio y sembrar la gracia; pues Él había venido para pasar de los judíos a los gentiles.

Vio, pues, a Zaqueo, en lo alto; y es que, por la ele­vación de su fe, sobresalía entre los frutos de las nuevas obras, a la manera que el fruto maduro brota en lo alto de un árbol fecundo. Y como quiera que debemos pasar de la figura a la aplicación moral, diremos que resulta de gran alivio el que nues­tra alma pueda descansar el domingo en medio de la buena voluntad de unos creyentes tan numerosos, para poder tomar parte en la fiesta. Zaqueo en sicómoro es esa figura del fruto nuevo del nuevo tiempo; en él se realiza aquello de que la higuera produjo sus primeros frutos (Ct 2, 13). Esta es, pues, la misión de Cristo: que de los árboles nazcan no frutos, sino hombres. En otro lugar hemos leído: Cuando estabas bajo la higuera, Yo te vi (Jn 1, 48). Natanael estaba bajo el árbol, es decir, sobre la raíz, porque era justo —y la raíz es santa (Rm 11, 16)—, en otras palabras, Natanael estaba bajo el árbol porque militaba bajo la Ley, Zaqueo, por el contrario, estaba sobre el árbol, ya que había sido constituido sobre la Ley; aquél defendió al Señor en secre­to, éste le predicó públicamente; el primero buscaba todavía a Cristo en la Ley; el segundo, militando ya sobre la ley, aban­donaba sus bienes y seguía al Señor.

SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.8, 80-90, BAC Madrid 1966, pág. 523-27

 

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