CONGREGACIÓN
PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS DIRECTORIO HOMILÉTICO
CIUDAD DEL VATICANO 2014
ABREVIATURAS CEC
Catecismo de la Iglesia Católica
DV Concilio Vaticano
II, Constitución dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum
EG Papa Francisco,
Exhortación apostólica Evangelii gaudium
OLM Ordo Lectionum
Missae, Praenotanda
SC Concilio Vaticano
II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium
VD Papa Benedicto XVI,
Exhortación apostólica Verbum Domini
Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos Prot. N. 531/14 DECRETO
Es bastante significativo que en la Exhortación apostólica
Evangelii gaudium, el Papa Francisco haya querido dedicar una parte
considerable al tema de la homilía. En este sentido, los Obispos reunidos en
Sínodo ya indicaron luces y sombras sobre este tema; del mismo modo lo habían
hecho ya precedentemente las Exhortaciones apostólicas post-sinodales Verbum
Domini y Sacramentum caritatis de Benedicto XVI.
Teniendo esto presente,
así como cuanto dispuesto en la Sacrosanctum Concilum, del mismo modo que en el
Magisterio sucesivo, a la luz de los Praenotanda del Ordo lectionum Missae y
del Institutio generalis Missalis Romani, ha sido preparado el presente
Directorio homilético, que está estructurado en dos partes.
En la primera, titulada La homilía y el ámbito litúrgico,
se describe la naturaleza, la función y el contexto, así como algunos aspectos
que la caracterizan, es decir el ministro ordenado al que le compete, la referencia
a la Palabra de Dios, su preparación próxima y remota, los destinatarios.
En la segunda parte, Ars praedicandi, vienen ejemplificadas
las coordenadas metodológicas y de contenido que el homileta tiene que conocer
y tener en cuenta cuando prepara y cuando pronuncia la homilía. Se proponen
claves de lectura, en modo indicativo y no exhaustivo, para el ciclo
dominical-festivo de la Misa a partir del centro del año litúrgico (Triduo y
Tiempo Pascual, Cuaresma, Adviento, Navidad, Tiempo durante el año), con
alusiones también a las Misas feriales, de matrimonio y exequial; en estos
ejemplos se aplican los criterios evidenciados en la primera parte del
Directorio, es decir la tipología entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la
importancia del pasaje evangélico, el orden de las lecturas, los nexos entre la
liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística, el mensaje bíblico y el
eucológico, entre la celebración y la vida, entre la escucha de Dios y de la
asamblea concreta.
Siguen dos Apéndices. En el primero, con el fin de mostrar
la relación entre la homilía y la doctrina de la Iglesia Católica, se señalan
las referencias del Catecismo en relación con algunas alusiones temáticas de
las lecturas dominicales de los tres ciclos anuales. En el segundo Apéndice
vienen indicadas las referencias a los textos de documentos del Magisterio
sobre la homilía.
El texto, sometido a la aprobación de los Padres de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, después
de haber sido valorado y aprobado en las Reuniónes Ordinarias del 7 de febrero
y del 20 de mayo del 2014, ha sido presentado al Santo Padre Francisco, el cual
ha aprobado la publicación del “Directorio homilético”. Esta Congregación se
complace en hacerlo público, con el deseo de que la homilía pueda ser «una
intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la
Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (Evangelii
gaudium 135). Cada homileta, haciendo propios los sentimientos del apóstol Pablo,
reaviva la convicción de que «en la medida en que Dios nos juzgó aptos para
confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres,
sino a Dios, que juzga nuestras intenciones» (1Ts 2,4).
Las traducciones a las lenguas principales serán
supervisadas por el Dicasterio, mientras que en las demás lenguas la
responsabilidad de la traducción será de las Conferencias Episcopales
interesadas.
Aunque haya alguna
cosa en contra.
En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos, el 29 de junio de 2014, solemnidad de los Santos
Pedro y Pablo, Apóstoles.
(Antonio
Card. Cañizares Llovera) Prefecto
(Arthur
Roche) Arzobispo Secretario
ÍNDICE
Introducción
PRIMERA
PARTE: LA HOMILÍA Y EL ÁMBITO LITÚRGICO
I.
LA HOMILÍA
II.
LA
INTERPRETACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS EN LA LITURGIA
III.
LA
PREPARACIÓN
SEGUNDA
PARTE: ARS PRAEDICANDI
I. TRIDUO
PASCUAL Y TIEMPO DE PASCUA
A. Lectura
del Antiguo Testamento el Jueves Santo
B. Lectura
del Antiguo Testamento el Viernes Santo
C. lecturas
del Antiguo Testamento en la Vigilia Pascual
D.
Leccionario Pascual
II.
DOMINGOS DE CUARESMA
A.
Evangelio del I domingo de Cuaresma
B.
Evangelio del II domingo de Cuaresma
C. III, IV
y V domingo de Cuaresma
D. Domingo
de Ramos en la Pasión del Señor
III.
DOMINGOS DE ADVIENTO
A. I
domingo de Adviento
B. II y III
domingo de Adviento
C. IV
domingo de Adviento
IV. TIEMPO
DE NAVIDAD
A. Las
celebraciones de la Navidad
B. Fiesta
de la Sagrada Familia
C.
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
D. Solemnidad
de la Epifanía
E. Fiesta
del Bautismo del Señor
V. DOMINGOS
DEL TIEMPO ORDINARIO
VI. OTRAS
OCASIONES
A. Misa
ferial
B.
Matrimonio
C. Exequias
APÉNDICE I:
LA HOMILÍA Y EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Ciclo A
Ciclo B
Ciclo C
Otros días festivos
APÉNDICE
II: FUENTES ECLESIALES POST-CONCILIARES RELEVANTES SOBRE LA PREDICACIÓN
1
INTRODUCCIÓN
1. El presente Directorio homilético pretende dar una
respuesta a la petición presentada por los participantes en el Sínodo de los
Obispos, celebrado en 2008, sobre la Palabra de Dios. Acogiendo la solicitud,
el Papa Benedicto XVI pidió a las autoridades competentes que preparasen un
Directorio sobre la homilía (cf. VD 60). Al respecto, el Papa ya había asumido
como propia la preocupación expresada por los Padres en el precedente Sínodo,
de prestar mayor atención a la preparación de la homilía (cf. Sacramentum
caritatis 46). También su sucesor, el Papa Francisco, considera la predicación
como una de las prioridades de la vida de la Iglesia, como queda claro en su
primera Exhortación apostólica Evangelii gaudium.
Al describir la homilía, los Padres del Concilio Vaticano
II subrayaron la naturaleza única de la predicación en el contexto de la
Sagrada Liturgia: «Las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada
Escritura y la Liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas
por Dios en la Historia de la Salvación o misterio de Cristo, que está siempre
presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración de la Liturgia»
(SC 35,2). Durante siglos, la predicación ha sido, con frecuencia, una
instrucción moral o doctrinal pronunciada con ocasión de la Misa festiva, pero
sin estar necesariamente integrada en la propia celebración. Ahora bien, como
el Movimiento Litúrgico católico, iniciado a finales del siglo XIX, intentó
integrar la piedad personal y la espiritualidad litúrgica de los fieles, del
mismo modo se realizaron esfuerzos encaminados a profundizar la relación
intrínseca entre las Escrituras y el culto. Estos esfuerzos, animados por los
Pontífices durante toda la primera mitad del siglo XX, maduraron sus frutos en
la visión de la Liturgia de la Iglesia que trasmitió el Concilio Vaticano II.
La naturaleza y la función de la homilía se deben comprender en esta
perspectiva.
2. A lo largo de los últimos cincuenta años, muchas
dimensiones de la homilía, tal y como la había pensado el Concilio, han sido
investigadas, tanto en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia como en la
experiencia cotidiana de los que ejercen el oficio de la predicación. El
objetivo del presente Directorio es presentar la finalidad de la homilía, tal
como viene descrita en los documentos de la Iglesia, desde el Concilio Vaticano
II hasta la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, y ofrecer una guía basada
en estas fuentes para poder servir de ayuda a los homiletas y que, de este
modo, cumplan correcta y eficazmente su misión. En un Apéndice del Directorio
se enuncian las referencias a los documentos más importantes, con el fin de
mostrar cómo los intentos del Concilio, en parte, han arraigado y profundizado
a lo largo de los últimos cincuenta años. No obstante, indican, también, la
necesidad de una ulterior reflexión para alcanzar el tipo de predicación
deseado por el Concilio.
Entrando en argumento, podemos señalar cuatro temas de
importancia inmutable, descritos brevemente en los documentos conciliares. El
primero, como es natural, es el lugar de la Palabra de Dios en la Celebración
Litúrgica y lo que esto significa para la función de la homilía (cf. SC 24, 35,
52, 56). El segundo se refiere a los principios de la interpretación bíblica
católica enunciados por el Concilio, que encuentran una particular expresión en
la homilía litúrgica (cf. DV 9-13.21). El tercer aspecto trata de las
consecuencias de esta comprensión de la Biblia y de la Liturgia para el propio
homileta, quien debe modelar la misma, no solo su enfoque en la preparación de
la homilía, sino también en toda su vida espiritual (cf. DV 25, Presbyterorum
ordinis 4, 18). Por último, el cuarto aspecto se refiere a las necesidades de
aquellos a quienes va dirigida la predicación de la Iglesia, sus culturas y
situaciones de vida, que determinan también la forma de la homilía, ya que esta
posee la función de convertir al Evangelio la existencia de quien la escucha
(cf. Ad gentes 6). Estas breves y, a la vez, importantes orientaciones han
influido a la predicación católica en los decenios posteriores al Concilio; su
interpretación ha encontrado expresiones concretas en la legislación de la
Iglesia y han sido abundantemente elaboradas y desarrolladas en las enseñanzas
de los Pontífices, como prueban claramente las citas del presente Directorio y
el listado de documentos relevantes, recogidos en el Apéndice II.
3. El Directorio homilético intenta asimilar las
valoraciones de los últimos cincuenta años, revisarlas críticamente, ayudar a
los homiletas a apreciar la función de la homilía y ofrecerles una guía para el
cumplimiento de una misión tan esencial en la vida de la Iglesia. El objeto es,
sobre todo, la homilía pronunciada en la Eucaristía dominical pero cuanto se
dice, se aplica, análogamente, a la homilética ordinaria de cualquier otra
Celebración Litúrgica y sacramental. Las sugerencias que aquí se presentan son,
por tanto, necesariamente generales; estamos en un campo bastante variable del
ministerio, tanto por las diferencias culturales de una asamblea a otra como
por los talentos y limitaciones del homileta individual. Cada homileta desea
mejorar la predicación y, en ocasiones, las múltiples exigencias de la cura
pastoral junto con un sentimiento personal de no ser adecuado, pueden llevar al
desánimo. Es bien cierto que algunos, por capacidad y formación, son oradores
públicos más eficaces que otros. El ser consciente del propio límite al
respecto, puede ser, no obstante, superado recordando que Moisés sufría de una
dificultad para hablar (cf. Ex 4,10), Jeremías se consideraba demasiado joven
para predicar (cf. Jer 1,6) y Pablo, como él mismo admite, experimentaba
debilidad y temblor (cf. 1Cor 2,2-4). Para llegar a ser un homileta eficaz no
es necesario ser un gran orador. Naturalmente, el arte de la oratoria o de
hablar en público, asimilado el uso apropiado de la voz e incluso del gesto,
contribuyen a la eficacia de la homilía. A pesar de ser una materia que va más
allá de la finalidad del presente Directorio, para quien pronuncia la homilía
es un aspecto relevante. Lo esencial es que el homileta ponga la Palabra de
Dios en el centro de la propia vida espiritual, conozca bien a su pueblo,
reflexione sobre los acontecimientos de su tiempo, busque incesantemente
desarrollar esas capacidades que le ayuden a predicar de manera apropiada y,
sobre todo que consciente de la propia pobreza espiritual, invoque al Espíritu
Santo como artífice principal en hacer dócil el corazón de los fieles a los
misterios divinos. Así lo recuerda el Papa Francisco: «Renovemos nuestra
confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien
quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su
poder a través de la palabra humana» (EG 136).
PRIMERA
PARTE:
LA HOMILÍA
Y EL ÁMBITO LITÚRGICO
I. LA
HOMILÍA
4. La naturaleza específica de la homilía está bien
expresada por el evangelista Lucas en la narración de la predicación de Cristo
en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,16-30). Después de haber leído un pasaje
del profeta Isaías entregó el libro al que le ayudaba y les dijo: «Hoy se ha
cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21). Leyendo y reflexionando
sobre este pasaje podemos percibir el entusiasmo que llenó a aquella pequeña
sinagoga: la proclamación de la Palabra de Dios en la asamblea sagrada es un
acontecimiento. Así leemos en la Verbum Domini: «… la Liturgia es el ámbito
privilegiado en el que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo,
que escucha y responde» (VD 52). Es un ámbito privilegiado, aunque no es el
único. Ciertamente Dios nos habla de diversos modos: a través de los
acontecimientos de la vida, el estudio personal de la Escritura, los momentos
de oración silenciosa. La Liturgia, no obstante, es el ámbito privilegiado,
pues es allí donde escuchamos la Palabra de Dios como parte de la celebración,
que culmina en la ofrenda del sacrificio de Cristo al Padre eterno. El Catecismo
afirma que “la Eucaristía hace la Iglesia” (CEC 1396), pero también que la
Eucaristía es inseparable de la Palabra de Dios (cf. CEC 1346).
Siendo parte integrante de la Liturgia, la homilía no es
solo una instrucción sino que es también un acto de culto. Leyendo las homilías
de los Padres descubrimos que, muchos de ellos, concluían el discurso con una
doxología y con la palabra «Amén»; habían entendido que la finalidad de la
homilía no era solo la de santificar al pueblo, sino la de glorificar a Dios. La
homilía es un himno de gratitud por las magnalia Dei; no solo anuncia a los que
están reunidos que la Palabra de Dios se cumple cuando se escucha, sino que
alaba a Dios por este cumplimiento.
Dada su naturaleza litúrgica, la homilía posee también un
significado sacramental; Cristo está presente, tanto en la asamblea reunida
para escuchar su Palabra como en la predicación del ministro por medio del cual
el mismo Señor que ha hablado una vez en la sinagoga de Nazaret, ahora enseña a
su pueblo. Así se expresa la Verbum Domini: «la sacramentalidad de la Palabra
se puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies
del pan y del vino consagrados. Al acercarnos al altar y participar en el
banquete eucarístico, realmente comulgamos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La
proclamación de la Palabra de Dios en la celebración comporta reconocer que es
Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros para ser recibido» (VD
56).
5. En cuanto parte integrante del culto de la Iglesia, la
homilía debe ser pronunciada solo por los obispos, sacerdotes o diáconos. La
unión íntima entre la mesa de la Palabra y la mesa del Altar comporta que «la
homilía la pronuncia ordinariamente el sacerdote celebrante» (Ordenación
General del Misal Romano 66), o, de todos modos, siempre debe ser pronunciada
por quien ha sido ordenado para presidir o estar en el altar. Enseñanzas
válidas y exhortaciones eficaces pueden ser también ofrecidas por guías laicos
bien preparados, pero estas exposiciones tienen que prever otros contextos; la
naturaleza intrínsecamente litúrgica de la homilía exige que solo sea
proclamada por quien ha sido ordenado para dirigir el culto de la Iglesia (cf.
Redemptionis sacramentum 161).
6. El Papa Francisco afirma que la homilía «es un género
peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una
Celebración Litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a
una charla o una clase» (EG 138). La naturaleza litúrgica de la homilía
ilumina, por tanto, su función peculiar. Tomando en consideración tal función,
puede ser, para ello, útil explicar lo que no es la homilía.
No es un sermón sobre un tema abstracto: en otras palabras,
la Misa no es una ocasión para que el predicador afronte argumentos que no
estén completamente relacionados con la Celebración Litúrgica y con sus
lecturas, o para forzar los textos previstos por la Iglesia, distorsionándolos
para adaptarlos a una idea preconcebida. La homilía no es ni siquiera un puro
ejercicio de exégesis bíblica. El pueblo de Dios tiene un gran deseo de
profundizar en las Escrituras y los pastores deben prever ocasiones e
iniciativas que permitan a los fieles profundizar en el conocimiento de la
Palabra de Dios. La homilía dominical, además, no es el momento para ofrecer
una exégesis bíblica detallada; no es esta la ocasión de llevarla a cabo bien
y, es más importante, el hecho de que el homileta está llamado a hacer resonar
cómo la Palabra de Dios se está cumpliendo aquí y ahora. La homilía tampoco es
una enseñanza catequética, aunque si la catequesis es una dimensión suya
importante. Como para la exégesis bíblica, no es esta la ocasión de ofrecerla
en modo apropiado; esto representaría una variante de la praxis de tener
durante la Misa un discurso que no estaría realmente integrado en la misma
Celebración Litúrgica. Por último, la homilía no debe ser utilizada como un
momento para dar testimonios personales del predicador. No cabe duda de que las
personas pueden ser profundamente conmovidas por las historias personales pero
la homilía debe expresar la fe de la Iglesia y no simplemente la historia
personal del homileta. Como advierte el Papa Francisco, la predicación
puramente moralista o adoctrinadora y, también, la que se convierte en una
clase de exégesis, reducen esta comunicación entre corazones que se da en la
homilía y que tiene que tener un carácter casi sacramental, ya que la fe viene
de lo que se escucha (cf. EG 142).
7. Decir que la homilía no es ninguna de estas cosas no
significa que en la predicación no tengan lugar los temas fundamentales, la
exégesis bíblica, la enseñanza doctrinal y el testimonio personal; ciertamente
en una buena homilía pueden resultar elementos eficaces. Es bastante apropiado que
un homileta sepa poner en relación los textos de una celebración con los hechos
y cuestiones de actualidad, compartir los frutos del estudio para comprender un
pasaje de la Escritura y demostrar el nexo que existe entre la Palabra de Dios
y la Doctrina de la Iglesia. Como el fuego, todos estos elementos son buenos
servidores pero malos patronos; son buenos si son útiles a la función de la
homilía; si la sustituyen, ya no lo son. El homileta, además, tiene que hablar
de manera que, quien le escucha, pueda advertir su fe en el poder de Dios.
Ciertamente, no debe reducir el estándar del mensaje al nivel del propio
testimonio personal por el miedo de ser acusado de no practicar lo que predica.
Ya que no se predica a sí mismo, sino a Cristo, puede, sin hipocresía, indicar
los filones de la santidad, a las cuales, como todos, incluso él mismo aspira
en su peregrinación de la fe.
8. Es necesario poner en evidencia, además, que la homilía
debería estar confeccionada sobre las necesidades de la comunidad particular y
tomar verdaderamente inspiración de tal atención. De todo ello habla
elocuentemente el Papa Francisco en la Evangelii gaudium:
«El
Espíritu, que inspiró los Evangelios y que actúa en el Pueblo de Dios, inspira
también cómo hay que escuchar la fe del pueblo y cómo hay que predicar en cada
Eucaristía. La prédica cristiana, por tanto, encuentra en el corazón cultural
del pueblo una fuente de agua viva para saber lo que tiene que decir y para
encontrar el modo como tiene que decirlo. Así como a todos nos gusta que se nos
hable en nuestra lengua materna, así también en la fe nos gusta que se nos
hable en clave de «cultura materna», en clave de dialecto materno (cf. 2 Mc
7,21.27), y el corazón se dispone a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que
transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso» (EG 139).
9. ¿Qué es, entonces, la homilía? Dos breves extractos de
los Praenotanda de los libros litúrgicos de la Iglesia comienzan a ofrecernos
una respuesta. Sobre todo, en la Ordenación General del Misal Romano leemos:
«La homilía es parte de la Liturgia, y muy recomendada, por
ser necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una
explicación de algún aspecto particular de las lecturas de la sagrada
Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día,
teniendo presente el misterio que se celebra y las particulares necesidades de
los oyentes» (65).
10. La Introducción al Leccionario amplía notablemente esta
breve descripción:
«En la homilía se exponen, a lo largo del año litúrgico, y
partiendo del texto sagrado, los misterios de la fe y las normas de vida
cristiana. Como parte que es de la Liturgia de la Palabra, ha sido recomendada
con mucha frecuencia y, (…) principalmente, se prescribe en algunos casos. En
la celebración de la Misa, la homilía, hecha normalmente por el mismo que
preside, tiene por objeto el que la Palabra de Dios proclamada, junto con la
Liturgia Eucarística, sea “como una proclamación de las maravillas de Dios en
la Historia de la Salvación o misterio de Cristo” (SC 35,2). En efecto, el
Misterio Pascual de Cristo, proclamado en las lecturas y en la homilía, se
realiza por medio del sacrificio de la Misa. Cristo está siempre presente y
operante en la predicación de su Iglesia.
La homilía, por consiguiente, tanto si explica las palabras
de la sagrada Escritura que se acaban de leer como si explica otro texto
litúrgico, debe llevar a la comunidad de los fieles a una activa 8
participación en la eucaristía, a fin de que “vivan siempre de acuerdo con la
fe que profesaron” (SC 10). Con esta explicación viva, la Palabra de Dios que
se ha leído y las celebraciones que realiza la Iglesia pueden adquirir una
mayor eficacia, a condición de que la homilía sea realmente fruto de la
meditación, debidamente preparada, ni demasiado larga ni demasiado corta, y de
que se tenga en cuenta a todos los que están presentes, incluso a los niños y a
los menos formados» (OLM 24).
11. Es bueno subrayar algunos aspectos fundamentales que
nos ofrecen estas dos descripciones. En sentido amplio, la homilía es un
discurso sobre los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana,
desarrollado de manera que se adapte a las exigencias particulares de los que
escuchan. Es una descripción concisa de muchos géneros de predicación y
exhortación. Su forma específica viene sugerida por la expresión: «partiendo
del texto sagrado», referido a los pasajes bíblicos y a las oraciones de la
Celebración Litúrgica. Esto no se tendría que olvidar, por el hecho de que las
oraciones ofrecen una válida hermenéutica al homileta para interpretar los
textos bíblicos. Lo que distingue la homilía de otras formas de enseñanza es su
contexto litúrgico. Esta comprensión es crucial cuando el cuadro de la homilía
es la Celebración Eucarística; cuanto viene afirmado por los documentos es
esencial para una correcta visión de la función de la homilía. La Liturgia de
la Palabra y la Liturgia Eucarística proclaman juntas la maravillosa obra de
Dios de nuestra salvación en Cristo: «El Misterio Pascual de Cristo, proclamado
en las lecturas y en la homilía, se realiza por medio del sacrificio de la
Misa». La homilía de la Misa «debe llevar a la comunidad de los fieles a una
activa participación en la eucaristía, a fin de que “vivan siempre de acuerdo
con la fe que profesaron” (SC 10)» (OLM 24).
12. Esta descripción de la homilía en la Misa propone una
dinámica simple pero a la vez cautivadora. El primer movimiento viene sugerido
por las palabras: «el Misterio Pascual de Cristo, proclamado en las lecturas y
en la homilía». El homileta ilustra las lecturas y las oraciones de la
celebración de manera que su significado venga iluminado por la muerte y
Resurrección del Señor. Es extraordinario cuando están estrechamente asociadas «las
lecturas y la homilía» hasta el punto que una mala proclamación de las lecturas
bíblicas supone un prejuicio para la comprensión de la homilía. Ambas
pertenecen a la proclamación, para confirmar cómo la homilía es un acto
litúrgico; en realidad es una especie de alargamiento de la proclamación de las
mismas lecturas. Conectando estas últimas con el Misterio Pascual, la reflexión
podría tocar, con resultados satisfactorios, enseñanzas doctrinales o morales
sugeridas por los textos.
13. El segundo movimiento viene sugerido por la expresión:
«[el Misterio Pascual] se realiza por medio del sacrificio de la Misa». La
segunda parte de la homilía dispone a la comunidad a la Celebración Eucarística
y a reconocer que aquí es donde compartimos verdaderamente el misterio de la
muerte y Resurrección del Señor. Virtualmente, se podría escoger en cada
homilía la necesidad implícita de repetir las palabras del apóstol Pablo: «El
cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la Sangre de Cristo? Y
el pan que partimos, ¿no es comunión del Cuerpo de Cristo?» (1 Cor 10,16).
14. Un tercer movimiento, que puede ser breve y tener una
función conclusiva, sugiere a los miembros de la comunidad, transformados por
la Eucaristía, cómo pueden llevar el Evangelio al mundo a través de la
existencia cotidiana. Naturalmente, serán las lecturas bíblicas las que
inspirarán los contenidos y las orientaciones de tales aplicaciones, pero al
mismo tiempo, también tienen que ser indicados por el homileta los efectos de
la misma Eucaristía que se está celebrando y sus consecuencias para la vida
cotidiana, en la dichosa esperanza de la comunión inseparable con Dios.
15. En síntesis, la homilía está recorrida por una dinámica
muy simple: a la luz del Misterio Pascual reflejado en el significado de las
lecturas y de las oraciones de una determinada celebración, conduce a la
asamblea a la Liturgia Eucarística, en la que se participa del mismo Misterio
Pascual (ejemplos de este tipo de perspectiva homilética serán expuestos en la
segunda parte del Directorio). Esto significa claramente que el ámbito
litúrgico es la clave imprescindible para interpretar los textos bíblicos proclamados
en una celebración. Tomaremos ahora en consideración tal interpretación.
II. LA
INTERPRETACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS EN LA LITURGIA
16. La reforma litúrgica post-conciliar ha hecho posible la
predicación en la Misa a partir de una selección más rica de los textos
bíblicos. Pero, ¿qué podemos decir de los mismos? En la práctica, con
frecuencia el homileta responde a esta pregunta consultando los comentarios
bíblicos para dar un cierto background a las lecturas y así ofrecer un tipo de
aplicación moral general. Lo que falta a veces, es la sensibilidad sobre la
peculiar naturaleza de la homilía como parte integrante de la Celebración
Eucarística. Si la homilía es comprendida como parte orgánica de la Misa,
entonces está claro que se le pide al homileta que considere las diversas
lecturas y oraciones de la celebración como algo crucial para la interpretación
de la Palabra de Dios. Estas son las palabras del Papa Benedicto XVI:
«La reforma promovida por el Concilio Vaticano II ha
mostrado sus frutos enriqueciendo el acceso a la Sagrada Escritura, que se
ofrece abundantemente, sobre todo en la Liturgia de los domingos. La estructura
actual, además de presentar frecuentemente los textos más importantes de la
Escritura, favorece la comprensión de la unidad del plan divino, mediante la
correlación entre las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, “centrada en
Cristo y en su Misterio Pascual”» (VD 57).
El Leccionario actual es el resultado del deseo expresado
por el Concilio «a fin de que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más
abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia,
de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes
más significativas de la Sagrada Escritura» (SC 51). Los Padres del Concilio
Vaticano II, no obstante, no sólo nos han transmitido este Leccionario, también
han indicado los principios para la exégesis bíblica que se refieren en
particular a la homilía.
17. El Catecismo de la Iglesia Católica presenta los tres
criterios de interpretación de las Escrituras, enunciados por el Concilio, en
los términos siguientes:
«1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad
de toda la Escritura». En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la
componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del
que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua. Por el
corazón de Cristo se comprende la sagrada Escritura, la cual hace conocer el
corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la
Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión,
porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen
de qué manera deben ser interpretadas las profecías (Santo Tomás de Aquino,
Expositio in Psalmos, 21,11: CEC 112).
2. Leer la Escritura en “la Tradición viva de toda la
Iglesia”. Según un adagio de los Padres, “la sagrada Escritura está más en el
corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”. En efecto,
la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el
Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura (CEC 113).
3. Estar atento “a la analogía de la fe”. Por “analogía de
la fe” entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el
proyecto total de la Revelación (CEC 114)». Si es cierto que estos criterios
son útiles para la interpretación de la Escritura en cualquier ámbito, lo son
de modo particular cuando se trata de preparar la homilía para la Misa. Los
consideramos singularmente en relación a la homilía.
18. El primero es el «contenido y la unidad de toda la
Escritura». El bellísimo pasaje de santo Tomás de Aquino, citado por el
Catecismo, pone en evidencia la relación entre el Misterio Pascual y las
Escrituras. El Misterio Pascual desvela el significado de las Escrituras,
“oscuro” hasta ese momento (cf. Lc 24,26-27). Visto con esta luz, el trabajo
del homileta es el de ayudar a los fieles a leer las Escrituras a la luz del
Misterio Pascual, de manera que Cristo pueda revelarles el propio corazón, que
según santo Tomás coincide aquí con el contenido y el corazón de las
Escrituras.
19. La unidad de toda la Escritura está incluida en la
estructura misma del Leccionario, en el modo en como está distribuida en el
curso del Año Litúrgico. En el centro encontramos las Escrituras con las que la
Iglesia proclama y celebra el Triduo Pascual. Este viene preparado por el
Leccionario Cuaresmal y ampliado por el del Tiempo Pascual. Del mismo modo ocurre
para el ciclo de Adviento-Navidad-Epifanía. Y además, la unidad de toda la
Escritura está incluida al mismo tiempo en la estructura del Leccionario
Dominical y del Leccionario de las Solemnidades y de las Fiestas. En el centro
está el pasaje del Evangelio del día; la lectura del Antiguo Testamento viene
escogida a la luz del Evangelio, mientras que el Salmo responsorial está
inspirado en la lectura que lo precede. El texto del Apóstol, en las
celebraciones dominicales, presenta una lectura discontinua de las Cartas y,
por lo tanto, no está normalmente, de manera explícita, en relación con las
otras lecturas. No obstante, en virtud de la unidad de toda la Escritura, con
frecuencia es posible encontrar relaciones entre la segunda lectura y los
pasajes del Antiguo Testamento y del Evangelio. Se puede constatar que el
Leccionario invita con insistencia al homileta a considerar las lecturas
bíblicas como mutuamente iluminadas o, por usar todavía las palabras del
Catecismo y de la Dei Verbum, a ver el «contenido y la unidad de toda la
Escritura».
20. El segundo es «la Tradición viva de toda la Iglesia».
En la Verbum Domini, el Papa Benedicto XVI ha puesto el acento sobre un
criterio fundamental de la hermenéutica bíblica: «el lugar originario de la
interpretación escriturística es la vida de la Iglesia» (VD 29). La relación
entre la Tradición y la Escritura es profunda y compleja y, ciertamente, la
Liturgia representa una manifestación importante y única de esta relación.
Existe una unidad orgánica entre la Biblia y la Liturgia; a lo largo de los
siglos en los que las Sagradas Escrituras se estaban escribiendo y el canon
bíblico tomaba forma, el pueblo de Dios se reunía regularmente para celebrar la
Liturgia. Para ser más exactos, los escritos eran, en buena parte, creados para
tales asambleas (cf. Col 4,16). El homileta debe tener en cuenta los orígenes
litúrgicos de las Escrituras y considerarlas con el fin de ver cómo hacer que
se pueda aprovechar un texto en el nuevo contexto de la comunidad a la que
predica. Es aquí, en el momento de la proclamación, cuando el texto antiguo se
manifiesta todavía vivo y siempre actual. La Escritura formada en el contexto
de la Liturgia es ya Tradición; la Escritura proclamada y explicada en la
Celebración Eucarística del Misterio Pascual es, del mismo modo, Tradición. A
lo largo de los siglos se ha acumulado un tesoro excepcional interpretativo de
esta Celebración Litúrgica y de la proclamación en la vida de la Iglesia. El
misterio de Cristo viene conocido y valorado, cada vez más profundamente, por
la Iglesia y el conocimiento de Cristo por parte de la Iglesia es Tradición. De
este modo, el homileta está invitado a acercarse a las lecturas de una
celebración no como a una selección arbitraria de textos sino como a una
oportunidad de reflexionar sobre el significado profundo de estos pasajes
bíblicos con la Tradición viva de la Iglesia entera, así como la Tradición
encuentra expresiones en las lecturas escogidas y armonizadas o en los textos
de oración de la Liturgia. Estos últimos también son monumentos de la Tradición
y están orgánicamente conectados con la Escritura ya que han sido tomados
directamente de la Palabra de Dios o se inspiran en ella.
21. El tercero es «la analogía de la fe». En sentido
teológico, se refiere al nexo entre las diversas doctrinas y la jerarquía de
las verdades de fe. El núcleo central de nuestra fe es el Misterio de la
Trinidad y la invitación dirigida a participar de la Vida Divina. Esta realidad
ha sido revelada y realizada a través del Misterio Pascual; de lo dicho hasta
ahora se deriva que el homileta debe, por un lado, interpretar las Escrituras
de modo que tal misterio sea proclamado y, por otro, guiar al pueblo para que
entre en el misterio a través de la celebración de la Eucaristía. Este tipo de
interpretación ha constituido una parte esencial de la predicación apostólica
desde los inicios de la Iglesia, como leemos en la Verbum Domini:
«Llegados, por decirlo así, al corazón de la “Cristología
de la Palabra”, es importante subrayar la unidad del designio divino en el
Verbo encarnado. Por eso, el Nuevo Testamento, de acuerdo con las Sagradas
Escrituras, nos presenta el Misterio Pascual como su más íntimo cumplimiento.
San Pablo, en la Primera carta a los Corintios, afirma que Jesucristo murió por
nuestros pecados “según las Escrituras” (15,3), y que resucitó al tercer día
“según las Escrituras” (1 Cor 15,4). Con esto, el Apóstol pone el
acontecimiento de la muerte y Resurrección del Señor en relación con la
historia de la Antigua Alianza de Dios con su pueblo. Es más, nos permite
entender que esta historia recibe de ello su lógica y su verdadero sentido. En
el Misterio Pascual se cumplen “las palabras de la Escritura, o sea, esta
muerte realizada ‘según las Escrituras’ es un acontecimiento que contiene en sí
un logos, una lógica: la muerte de Cristo atestigua que la Palabra de Dios se
hizo ‘carne’, ‘historia’ humana”. También la Resurrección de Jesús tiene lugar
“al tercer día según las Escrituras”: ya que, según la interpretación judía, la
corrupción comenzaba después del tercer día, la palabra de la Escritura se
cumple en Jesús que resucita antes de que comience la corrupción. En este
sentido, san Pablo, transmitiendo fielmente la enseñanza de los Apóstoles (cf.
1 Cor 15,3), subraya que la victoria de Cristo sobre la muerte tiene lugar por
el poder creador de la Palabra de Dios. Esta fuerza divina da esperanza y gozo:
es este en definitiva el contenido liberador de la revelación pascual. En la
Pascua, Dios se revela a sí mismo y la potencia del amor trinitario que
aniquila las fuerzas destructoras del mal y de la muerte» (VD 13).
Es esta unidad del diseño divino, la que ha hecho que el
homileta ofrezca una catequesis doctrinal y moral durante la homilía. Desde el
punto de vista doctrinal, la naturaleza divina y humana de Cristo unidas en una
sola persona, la divinidad del Espíritu Santo, la capacidad ontológica del
Espíritu y del Hijo de unirse al Padre en el compartir la vida de la Santa
Trinidad, la naturaleza divina de la Iglesia en la que estas realidades son
conocidas y compartidas: estas y otras verdades doctrinales han sido formuladas
como el sentido profundo de lo que las Escrituras proclaman y los sacramentos
cumplen. En la homilía, estos datos doctrinales no van presentados como partes
de un tratado elevado o de una explicación escolástica, en la que los misterios
pueden ser explorados y diseccionados en profundidad. Tales datos doctrinales
guían, de todos modos, al homileta y le garantizan que alcanzará, al predicar,
el significado más profundo de la Escritura e del Sacramento.
22. El Misterio Pascual, eficazmente experimentado en la
celebración sacramental, no sólo ilumina las Escrituras proclamadas sino que
transforma también la vida de cuantos las escuchan. De este modo, otra función
de la homilía es la de ayudar al pueblo de Dios a ver cómo el Misterio Pascual
no solo da forma a lo que creemos, sino que nos hace también capaces de actuar
a la luz de las realidades que creemos. El Catecismo, con las palabras de san
Juan Eudes, indica la identificación con Cristo como la condición fundamental
de la vida cristiana:
«Te ruego que pienses [...] que Jesucristo, Nuestro Señor,
es tu verdadera Cabeza, y que tú eres uno de sus miembros [...]. Él es con
relación a ti lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es
suyo es tuyo, su espíritu, su corazón, su cuerpo, su alma y todas sus
facultades, y debes usar de ellos como de cosas que son tuyas, para servir,
alabar, amar y glorificar a Dios. Tú eres de Él como los miembros lo son de su
cabeza. Así desea Él ardientemente usar de todo lo que hay en ti, para el
servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de Él» (Tractatus de
admirabili Corde Iesu; cf. Liturgia de las Horas, IV, Oficio de las lecturas
del 19 de agosto, citado en CEC 1698).
23. El Catecismo de la Iglesia Católica es un recurso
inestimable para el homileta que utiliza los tres criterios interpretativos de
los que hemos hablado. Ofrece un apreciable ejemplo de «la unidad de toda la
Escritura», de la «Tradición viviente de toda la Iglesia» y de la «analogía de
la fe». Esto se hace particularmente claro cuando nos damos cuenta de la
relación dinámica que hay entre las cuatro partes que componen el Catecismo, y
que corresponden a lo que creemos, a cómo celebramos el culto, a cómo vivimos y
a cómo rezamos. Se trata de cuatro ámbitos relacionados por medio de una única
sinfonía. San Juan Pablo II señaló esta relación orgánica en la Constitución
apostólica Fidei depositum:
«La Liturgia es en sí misma oración; la confesión de la fe
encuentra su lugar propio en la celebración del culto. La gracia, fruto de los
sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, del mismo modo
que la participación en la Liturgia de la Iglesia exige la fe. Si la fe carece
de obras, es fe muerta (cf. St 2, 14-26) y no puede producir frutos de vida
eterna.
Leyendo el Catecismo de la Iglesia católica, podemos
apreciar la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica,
así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios,
enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María
por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado,
está siempre presente en su Iglesia, de manera especial en los sacramentos. Él
es la verdadera fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de
nuestra oración» (2).
En relación a los pasajes que conectan entre sí las cuatro
partes del Catecismo, sirven de ayuda al homileta que, prestando atención a la
analogía de la fe, intenta interpretar la Palabra de Dios en la Tradición viva
de la Iglesia y a la luz de la unidad de toda la Escritura. Análogamente, el
Índice de las referencias del Catecismo muestra cuánto rebosa de la palabra
bíblica toda la enseñanza de la Iglesia. Podría ser utilizado correctamente por
los homiletas para poner en evidencia cómo ciertos textos bíblicos, usados en
las homilías, son utilizados en otros contextos para explicar las enseñanzas
dogmáticas y morales. El Apéndice I de este Directorio ofrece al homileta una
contribución para el uso del Catecismo.
24. Con todo lo apuntado hasta ahora, debería quedar claro
que, mientras los métodos exegéticos pueden revelarse útiles para la
preparación de la homilía, es necesario que el homileta preste atención,
también, al sentido espiritual de la Escritura. La definición de tal sentido,
ofrecida por la Pontificia Comisión Bíblica, sugiere que este método
interpretativo es particularmente apto para la Liturgia: «[El sentido
espiritual es] como el sentido expresado por los textos bíblicos, cuando se los
lee bajo la influencia del Espíritu Santo en el contexto del Misterio Pascual
de Cristo y de la vida nueva que proviene de él. Este contexto existe
efectivamente. El Nuevo Testamento reconoce en él el cumplimiento de las
Escrituras. Es, pues, normal releer las Escrituras a la luz de este nuevo
contexto, que es el de la vida en el Espíritu» (Pontificia Comisión Bíblica, La
interpretación de la Biblia en la Iglesia, II, B, 2 citado en VD 37). De este
modo, la lectura de las Escrituras forma parte del vivir católico. Un buen
ejemplo proviene de los Salmos que rezamos en la Liturgia de las Horas; a pesar
de las diferentes circunstancias literarias en las que florece cada Salmo,
nosotros los comprendemos en referencia al Misterio de Cristo y de la Iglesia y
también como expresión de los gozos, dolores y lamentaciones que caracterizan
nuestra relación personal con Dios.
25. Los grandes maestros de la interpretación espiritual de
la Escritura son los Padres de la Iglesia, en su mayoría pastores, cuyos
escritos con frecuencia contienen explicaciones de la Palabra de Dios ofrecidas
al pueblo en el curso de la Liturgia. Es providencial que, junto a los
progresos realizados por la investigación bíblica en el siglo pasado, se haya
llevado a cabo también un notable avance en los estudios patrísticos.
Documentos que se creían perdidos han sido recuperados, se han realizado
ediciones críticas de los Padres y ahora están disponibles las traducciones de
grandes obras de exégesis patrística y medieval. La revisión del Oficio de
Lectura de la Liturgia de las Horas ha puesto a disposición de los sacerdotes y
de los fieles muchos de estos escritos. La familiaridad con los escritos de los
Padres puede ayudar en gran medida al homileta a descubrir el significado
espiritual de la Escritura. De la predicación de los Padres es de donde
nosotros, hoy, aprendemos cuan íntima es la unidad entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento. De ellos podemos aprender a discernir innumerables figuras y
modelos del Misterio Pascual que están presentes en el mundo desde el alba de
la creación y se revelan ulteriormente a lo largo de toda la historia de Israel
que culmina en Jesucristo. Es de los Padres de quien aprendemos de qué modo
todas las palabras de las Escrituras inspiradas pueden revelarse como
inesperadas e impenetrables riquezas si vienen consideradas en el corazón de la
vida y de la oración de la Iglesia. Es de los Padres de quien aprendemos la
íntima conexión existente entre el misterio de la Palabra bíblica y el de la
celebración sacramental. La Catena Aurea de santo Tomás de Aquino permanece
como un instrumento magnífico para acceder a las riquezas de los Padres. El
Concilio Vaticano II ha reconocido con claridad que tales escritos representan
un recurso valioso para el homileta:
«En el sagrado rito de la Ordenación el obispo recomienda a
los presbíteros que “estén maduros en la ciencia” y que su doctrina sea
“medicina espiritual para el pueblo de Dios”. Pero la ciencia de un ministro
sagrado debe ser sagrada, porque emana de una fuente sagrada y a un fin sagrado
se dirige. Ante todo, pues, se obtiene por la lectura y meditación de la
Sagrada Escritura, y se nutre también fructuosamente con el estudio de los
santos Padres y Doctores, y de otros monumentos de la Tradición» (Presbyterorum
ordinis 19).
El Concilio ha transmitido una renovada comprensión de la
homilía como parte integrante de la Celebración Litúrgica, método fructuoso
para la interpretación bíblica y estímulo, con el fin de que los homiletas se
familiaricen con las riquezas de dos mil años de reflexión sobre la Palabra de
Dios, que constituyen el patrimonio católico. ¿Cómo puede un homileta traducir
en la práctica esta visión?
III. LA
PREPARACIÓN
26. «La preparación de la predicación es una tarea tan
importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración,
reflexión y creatividad pastoral» (EG 145). El Papa Francisco pone en evidencia
esta advertencia con palabras muy fuertes: un predicador que no se prepara, que
no reza, «es deshonesto e irresponsable» (EG 145), «un falso profeta, un
estafador o un charlatán vacío» (EG 151). Claramente, en la preparación de las
homilías el estudio reviste un valor inestimable pero la oración permanece como
esencial. La homilía se desarrolla en un contexto de oración y debe ser
preparada en un contexto de oración. «El que preside la Liturgia de la palabra,
compartiendo con los fieles, sobre todo en la homilía, el alimento interior que
contiene esta palabra» (cf. OLM 38). La acción sagrada de la predicación está
íntimamente unida a la naturaleza sagrada de la Palabra de Dios. La homilía, en
un cierto sentido, puede ser considerada en paralelo con la distribución del
Cuerpo y Sangre de Cristo a los fieles en el Rito de la Comunión. La Palabra
sagrada de Dios viene “distribuida”, en la homilía, como alimento de su pueblo.
La Constitución dogmática sobre la divina Revelación, con palabras de san
Agustín, pone en guardia para evitar de convertirse en «predicador vacío y
superfluo de la Palabra de Dios que no la escucha en su interior». Y más
adelante, en el mismo párrafo, se exhorta a todos los fieles a leer la
Escritura en actitud de devoto diálogo con Dios porque, según san Ambrosio, «a
Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas» (DV
25). El Papa Francisco llama la atención sobre cómo los propios predicadores
deben de ser los primeros a ser heridos por la viva y eficaz Palabra de Dios,
para que esta penetre en los corazones de los que los escuchan (cf. EG 150).
27. El Santo Padre recomienda a los predicadores que
establezcan un profundo diálogo con la Palabra de Dios recurriendo a la lectio
divina que está compuesta de: lectura, meditación, oración y contemplación (cf.
EG 152). Este cuádruple enfoque se basa en la exégesis patrística de los
significados espirituales de la Escritura y ha sido desarrollado, en los siglos
sucesivos, por los monjes y monjas que, en la oración, han reflexionado sobre
las Escrituras durante toda la vida. El Papa Benedicto XVI describe los pasos
de la lectio divina en la Exhortación apostólica Verbum Domini:
«Se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita
la cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico: ¿Qué dice el texto
bíblico en sí mismo? Sin este momento, se corre el riesgo de que el texto se
convierta sólo en un pretexto para no salir nunca de nuestros pensamientos.
Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice
el texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también
comunitariamente, debe dejarse interpelar y examinar, pues no se trata ya de
considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente. Se llega
sucesivamente al momento de la oración (oratio), que supone la pregunta: ¿Qué
decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La oración como
petición, intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que
la Palabra nos cambia. Por último, la lectio divina concluye con la contemplación
(contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su propia mirada al
juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón
y de la vida nos pide el Señor? San Pablo, en la Carta a los Romanos, dice: “No
os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para
que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo
perfecto” (12,2). En efecto, la contemplación tiende a crear en nosotros una
visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros “la mente
de Cristo” (1 Co 2,16). La Palabra de Dios se presenta aquí como criterio de
discernimiento, “es viva y eficaz, más tajante que la espada de doble filo,
penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y
tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón” (Hb 4,12). Conviene
recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se
llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don
para los demás por la caridad» (cf. VD 87).
28. Este es un método fructuoso y válido para todos para
rezar con las Escrituras que se recomienda, así mismo, al homileta como modo de
meditar sobre las lecturas bíblicas y sobre los textos litúrgicos, con un
espíritu de oración, cuando se prepara la homilía. La dinámica de la lectio
divina ofrece, además, un parámetro eficaz para acoger la función de la homilía
en la Liturgia y cómo esta incide en el proceso de su preparación.
29. El primer paso es la lectio, que explora lo que dice el
texto bíblico. Esta lectura orante debería de estar marcada por una actitud de
humilde y asombrada veneración de la Palabra, que se expresa deteniéndose a
estudiarla con sumo cuidado y con un santo temor de manipularla (cf. EG 146). Para
prepararse a este primer paso, el homileta debería consultar comentarios,
diccionarios y otros estudios que pueden ayudarle a comprender el significado
de los pasajes bíblicos en su contexto originario. Pero, sucesivamente, debe
también observar atentamente el incipit y el explicit de los textos en
cuestión, con el fin de acoger el motivo por el cual en el Leccionario se ha
decidido hacerle comenzar y terminar justamente de esa manera. El Papa
Benedicto XVI enseña que la exégesis histórico-crítica constituye una parte
imprescindible de la comprensión católica de la Escritura ya que está unida al
realismo de la Encarnación. Él nos recuerda que «el hecho histórico es una
dimensión constitutiva de la fe cristiana. La Historia de la Salvación no es
una mitología, sino una verdadera historia y, por tanto, hay que estudiarla con
los métodos de la investigación histórica seria …» (VD 32). Sobre este primer
paso no se debería pasar demasiado deprisa. Nuestra salvación se cumple por
medio de la acción de Dios en la historia y el texto bíblico la narra por medio
de palabras que revelan su sentido más profundo (cf. DV 3). Por tanto, tenemos
necesidad del testimonio de los acontecimientos y el homileta precisa de un
fuerte sentido de su realidad. «La Palabra se hizo carne» o, se podría también
decir, «la Palabra se hizo historia». La práctica de la lectio se inicia
teniendo en cuenta este hecho decisivo.
30. Existen estudiosos de la Biblia que han escrito tanto
comentarios bíblicos como reflexiones sobre las lecturas del Leccionario,
aplicando a los textos proclamados en la Misa los instrumentos de la moderna
investigación académica; tales publicaciones pueden ser de gran ayuda para el
homileta. Al iniciar la lectio divina, él puede retomar las ideas maduradas con
su estudio y reflexionar, en la oración, sobre el significado del texto
bíblico. No obstante, debe tener presente siempre que su objetivo no es el de
entender todos los pequeños detalles de un texto, sino el de descubrir cuál es
el mensaje principal, el que estructura el contenido y le da unidad (cf. EG
147).
31. Ya que el objetivo de tal lectio es preparar la
homilía, el homileta debe tener cuidado de trasladar los resultados de su
estudio en un lenguaje que pueda ser comprendido por sus oyentes. Remontándose
a las enseñanzas de Pablo VI, para quien la gente sacará grandes frutos de una
predicación «sencilla, clara, directa, acomodada» (Exhortación apostólica
Evangelium nuntiandi 43), el Papa Francisco alerta a los predicadores sobre el
uso de un lenguaje teológico especializado que no resulta familiar a quienes
escuchan (cf. EG 158). Ofrece también algunas sugerencias muy prácticas:
«Uno de los
esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es
decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más
comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar
sólo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el
mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se
sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una
imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir,
despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio» (EG
157).
32. El segundo paso, la meditatio, explora lo que dice el
texto bíblico. El Papa Francisco propone una pregunta simple y, a la vez,
penetrante que puede dirigir nuestra reflexión: «Señor, ¿qué me dice a mí este
texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en
este texto? ¿Por qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me
estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?» (EG 153). Como ya
enseñaba la tradición de la lectio, esto no significa que, con nuestra
reflexión personal, nosotros nos transformemos en los árbitros definitivos de
lo que dice el texto. Al poner en evidencia «lo que nos dice el texto bíblico»
nos guía la Regla de la fe de la Iglesia, la cual prevé un principio importante
de la interpretación bíblica que ayuda a evitar interpretaciones equivocadas o
parciales (cf. EG 148). Por tanto, el homileta reflexiona sobre las lecturas a
la luz del Misterio Pascual de la muerte y Resurrección de Cristo y extiende la
meditación a cómo este Misterio actúa en el Cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia, y comprende las situaciones de los miembros de este Cuerpo que se
reunirán el domingo. Este es el centro de la preparación homilética. Es aquí
donde la familiaridad con los escritos de los Padres de la Iglesia y de los
Santos puede inspirar al homileta para ofrecer al pueblo una comprensión de las
Lecturas de la Misa que pueda nutrir verdaderamente la vida espiritual. Aún es
en esta fase de preparación donde puede extraer las implicaciones morales y
doctrinales de la Palabra de Dios, por lo que, como ya se ha recordado, el
Catecismo de la Iglesia Católica es un recurso utilísimo.
33. Simultáneamente a la lectura de las Escrituras en el
contexto de toda la Tradición de la Fe Católica, el homileta debe reflexionar
también a la luz del contexto de la comunidad que se reúne para escuchar la
Palabra de Dios. Como dice el Papa Francisco, «el predicador necesita también
poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan
escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un
contemplativo del pueblo» (EG 154). Por esta razón es útil comenzar a preparar
la homilía dominical algunos días antes. Junto con el estudio y la oración, la
atención a lo que sucede en la parroquia, así como en la sociedad en sentido
amplio, sugerirá caminos de reflexión sobre lo que la Palabra de Dios tiene que
decir a tal comunidad en el momento presente. Fruto de esta meditación será el
discernimiento actualizado, a la luz de la muerte y Resurrección de Cristo, de
la vida de la comunidad y del mundo. De este modo, el contenido de la homilía,
tomará forma claramente.
34. El tercer estadio de la lectio divina es la oratio, que
se dirige al Señor como respuesta a su Palabra. En la experiencia individual de
la lectio este es el momento para el diálogo espontáneo con Dios. Las
respuestas a las lecturas vienen expresadas en términos de temor y de
admiración; hay quien se siente movido a pedir misericordia y ayuda; o se puede
manifestar la simple explosión de la alabanza o expresiones de amor y de
agradecimiento. Este cambio de la meditación a la oración, si viene considerado
en ámbito litúrgico, pone en evidencia la relación estructural entre las
lecturas bíblicas y el resto de la Misa. Las peticiones como conclusión de la
Liturgia de la Palabra y, más profundamente, la Liturgia Eucaristía que sigue,
representan nuestra respuesta a la Palabra de Dios en forma de súplica,
invocación, acción de gracias y alabanza. El homileta debería aprovechar la
ocasión para acentuar esta íntima relación de modo que el pueblo de Dios pueda
llegar a una experiencia más profunda de la dinámica interna de la Liturgia.
Esta conexión se puede evidenciar, también, de otras
maneras. La función del predicador no se limita a la homilía en sí misma; las
invocaciones del rito penitencial (siempre que se adopte la forma tercera) y
las peticiones en la Oración Universal pueden hacer referencia a las lecturas
bíblicas o a un aspecto de la homilía. Las antífonas de entrada y de la
comunión, indicadas en el Misal Romano para cada celebración, se toman
normalmente de los textos bíblicos o se inspiran claramente en ellos, dando así
voz a nuestra oración con las mismas palabras de la Escritura. En caso de no
adoptar estas antífonas, los cantos serán escogidos con atención y el sacerdote
deberán guiar a cuantos están implicados en la tarea de animar el canto. Existe
otro modo con el que el sacerdote puede poner de relieve la unidad de la
Celebración Litúrgica: a través de un uso atento de las opciones que nos ofrece
la Ordenación General del Misal Romano para introducir breves moniciones en
algunos momentos de la Liturgia: después del saludo inicial, al inicio de la
Liturgia de la Palabra, antes de la oración eucarística y antes de la fórmula
de despedida (cf. 31). Al respecto, siempre tendría que existir un gran cuidado
y vigilancia. Debe haber una sola homilía en cada Misa. En el caso en que el
sacerdote decida decir algunas palabras en uno de estos momentos debería
preparar con anticipación una o dos frases concisas que ayuden a los presentes
a descubrir la unidad de la Celebración Litúrgica sin entrar en explicaciones
prolongadas.
35. El paso final de la lectio es la contemplatio, durante
la cual, según palabras del Papa Benedicto XVI, «aceptamos como don de Dios su
propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la
mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?» (VD 87). En la tradición
monástica, este cuarto peldaño, la contemplación, era visto como el don de la
unión con Dios: inmerecido, más grande de cuanto nuestros esfuerzos pudieran
nunca alcanzar, un puro don. El proceso se inicia a partir de un texto, para
llegar, más allá de sus propias características, a una visión de fe de la
totalidad, acogida con una mirada intuitiva y unitaria. Los Santos nos revelan
tal altura, pero lo que ha sido dado a los Santos puede ser de cada uno de
nosotros.
Considerado en ámbito litúrgico, el cuarto paso, la
contemplación, puede ser motivo de consolación y de esperanza para el homileta,
porque nos remite al hecho de que, en definitiva, es Dios quien actúa para
realizar su Palabra y que el proceso de formación en nosotros de la mentalidad
de Cristo se cumpla en el arco de toda la vida. El homileta está llamado a
hacer cualquier esfuerzo para predicar la Palabra de Dios de manera eficaz,
sabiendo, no obstante, que al final sucede como ha dicho san Pablo: «Yo planté,
Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer» (1Cor 3,6). Además, tendría que
invocar al Espíritu Santo para que le ilumine en la preparación de la homilía
y, también, para pedir frecuentemente y con insistencia que la semilla de la
Palabra de Dios caiga en terreno bueno para santificarle a él y a cuantos lo
escuchan, según los modos que superan lo que él es capaz de decir e, incluso,
de imaginar.
36. El Papa Benedicto XVI ha añadido un apéndice a los
cuatro estadios tradicionales de la lectio divina: «conviene recordar, además,
que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la acción
(actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por
la caridad» (VD 87). Lo que, en el contexto litúrgico, evoca el «ite missa
est», es decir, la misión del pueblo de Dios formado por la Palabra y nutrido
por la participación en el Misterio Pascual gracias a la Eucaristía. Es
significativo que la Exhortación Verbum Domini concluya con una larga
consideración sobre la Palabra de Dios en el mundo; la predicación, combinada
con el alimento espiritual de los Sacramentos recibidos con fe, abre a los
miembros de la asamblea litúrgica a expresiones concretas de caridad. Citando
las enseñanzas del Papa Juan Pablo II, para quien «la comunión y la misión
están profundamente unidas» (Exhortación apostólica Christifideles laici 32),
el Papa Francisco exhorta a todos los creyentes:
«Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia
salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las
ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para
todo el pueblo, no puede excluir a nadie» (EG 23).
SEGUNDA
PARTE: ARS PRAEDICANDI
37. Describiendo la tarea de la predicación, el Papa
Francisco enseña que «su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que
manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado» (EG 11). La finalidad
de esta segunda parte del Directorio homilético es la de proponer ejemplos
concretos y sugerencias para ayudar al homileta a poner en práctica los
principios presentados en este documento, considerando las lecturas bíblicas
indicadas por la Liturgia a través de la lente del Misterio Pascual de Cristo, muerto
y resucitado. No son modelos de homilías sino bocetos de modos de poner en
relación temas y textos a lo largo del año litúrgico. Los Praenotanda del
Leccionario ofrecen breves descripciones sobre la elección de las lecturas
«para ayudar a los pastores de almas a que conozcan la estructura de la
Ordenación de las lecturas, a fin de que la usen de una manera viva y con
provecho de los fieles» (OLM 92). Por eso se citarán los mismos. Por todo lo
que viene propuesto sobre cualquier texto de la Escritura, es necesario tener
siempre presente que «la lectura del Evangelio constituye el punto culminante
de esta Liturgia de la Palabra; las demás lecturas, que, según el orden
tradicional, hacen la transición desde el Antiguo al Nuevo Testamento, preparan
para esta lectura evangélica a la asamblea reunida» (OLM 13).
38. La exposición parte del Leccionario del Triduo Pascual,
ya que constituye el centro del año litúrgico y algunos de los pasajes más
importantes de los dos Testamentos vienen proclamados en estos días santísimos.
Seguirán reflexiones sobre el Tiempo de Pascua y sobre Pentecostés; después
serán considerados los domingos de Cuaresma. Otros ejemplos se tratarán en el
ciclo de Adviento-Navidad-Epifanía. Este modo de proceder sigue lo que el Papa
Benedicto XVI ha definido como «la sabia pedagogía de la Iglesia, que proclama
y escucha la Sagrada Escritura siguiendo el ritmo del año litúrgico». Y
continúa: «en el centro de todo resplandece el Misterio Pascual, al que se
refieren todos los misterios de Cristo y de la Historia de la Salvación, que se
actualizan sacramentalmente…» (VD 52). La propuesta que ahora se ofrece no
posee ninguna presunción de plantear todo lo que se podría decir en una
celebración concreta o en referencia a cada detalle de todo el año litúrgico. A
la luz de la centralidad del Misterio Pascual, se ofrecen indicaciones sobre
cómo textos particulares se podrían relacionar en una homilía determinada. El
modelo sugerido en los ejemplos puede ser adaptado para los Domingos del Tiempo
Ordinario y para otras ocasiones. Tal modelo puede valer y ser útil, incluso,
para los otros Ritos de la Iglesia Católica que utilizan un Leccionario
diferente al del Rito Romano.
I. EL
TRIDUO PASCUAL Y EL TIEMPO DE PASCUA
A. Lectura
del Antiguo Testamento el Jueves Santo
39. «El Jueves santo, en la misa vespertina, el recuerdo
del banquete que precedió al éxodo ilumina, de un modo especial, el ejemplo de
Cristo lavando los pies de los discípulos y las palabras de Pablo sobre la
institución de la Pascua cristiana en la Eucaristía» (OLM 99). El Triduo
Pascual se inicia con la Misa vespertina, en la cual la Liturgia recuerda la
institución de la Eucaristía por parte del Señor. Jesús ha entrado en la Pasión
con la celebración de la cena como viene prescrita en la primera lectura: cada
palabra e imagen se remonta a lo que Cristo mismo ha anticipado en la mesa, su
muerte portadora de vida. Las palabras tomadas del libro del Éxodo (Ex 12,1-8,
11-14) encuentran su significado final en la Cena Pascual de Jesús, la misma Cena
que ahora estamos celebrando.
40. «Cada familia se juntará con su vecino para procurarse
un animal». Nosotros somos tantas familias que hemos venido al mismo lugar y
nos hemos procurado un cordero. «Será un animal sin defecto, macho, de un año».
Nuestro cordero sin defecto es el mismo Jesús, el Cordero de Dios. «toda la
asamblea de Israel lo matará al atardecer». Escuchando estas palabras,
comprendemos que somos nosotros la entera asamblea del nuevo Israel, reunida al
atardecer; Jesús se deja inmolar mientras entrega su Cuerpo y su Sangre por
nosotros. «Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa
donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego». Tenemos que
cumplir estos preceptos mientras llevamos la Sangre de Jesús a nuestros labios
y consumimos la carne del Cordero en el pan consagrado.
41. Se recomienda consumir este alimento con «la cintura
ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a
toda prisa». Esta es una descripción de nuestra vida en el mundo. La cintura
ceñida sugiere estar preparados para la huida, pero evocando, también, la
escena del mandatum descrito en el Evangelio de esta tarde y en el gesto que
sigue a la homilía; estamos llamados a ponernos al servicio del mundo como
caminantes cuya verdadera casa no está aquí. Es en este punto de la lectura,
cuando se nos insiste que tenemos que comer a toda prisa como quien se está
preparando para huir, cuando el Señor nombra solemnemente la Fiesta: «Es la
Pascua (pesach en hebreo) del Señor. Esta noche heriré a todos los primogénitos
de la tierra de Egipto ... cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante
vosotros». El Señor combate por nosotros, porque podemos vencer a nuestros
enemigos, el pecado y la muerte, y nos protege por medio de la Sangre del
Cordero.
42. El anuncio solemne de la Pascua concluye con un último
mandamiento: «Este será un día memorable para vosotros ... como ley perpetua lo
festejaréis». No solo la fidelidad a este mandamiento mantiene viva la Pascua
en todas las generaciones desde los tiempos de Jesús y más allá, sino, también,
nuestra fidelidad a su mandamiento: «Haced esto en conmemoración mía», mantiene
en comunión con la Pascua de Jesús a todas las sucesivas generaciones de
cristianos. Y es justamente esto lo que estamos cumpliendo en este momento,
mientras damos inicio al Triduo de este año. Es una «Fiesta memorable»
instituida por el Señor, un «rito perpetuo», una reactualización litúrgica del
don de sí mismo por parte de Jesús.
B. Lectura
del Antiguo Testamento el Viernes Santo
43. «La acción litúrgica del Viernes Santo llega a su
momento culminante en el relato según san Juan de la Pasión de aquél que, como
el Siervo del Señor anunciado en el libro de Isaías, se ha convertido realmente
en el Único Sacerdote al ofrecerse a sí mismo al Padre» (OLM 99). El pasaje de
Isaías (Is 52,13-53,12) es uno de los textos del Antiguo Testamento en el que,
por primera vez, los cristianos han visto a los profetas indicar la muerte de
Cristo, y al ponerlo en relación con la Pasión, seguimos una tradición
apostólica ciertamente antigua, ya que es lo que hace Felipe en la conversación
con el eunuco etíope (cf. Hch 8,26-40).
44. La asamblea es consciente del motivo por el que se han
reunido juntos hoy: recordar la muerte de Jesús. Las palabras del profeta
comentan, por así decir, desde el punto de vista de Dios, la escena de Jesús
que pende de la Cruz. Estamos invitados a ver la gloria escondida en la Cruz:
«Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho». El mismo Jesús, en el
Evangelio de Juan, en varias ocasiones ha hablado del hecho de ser elevado.
Está claro que en este Evangelio se entrelazan tres dimensiones de «elevación»:
en la Cruz, en la Resurrección y en la Ascensión al Padre.
45. Tras el glorioso comienzo del «comentario» del Padre,
llega el anuncio que hace de contrapunto: la agonía de la Crucifixión. El
Siervo viene descrito como uno que «desfigurado no parecía hombre, ni tenía
aspecto humano». En Jesús, la Palabra Eterna no solo ha asumido nuestra carne
humana sino que ha abrazado, también, la muerte en su forma más horrible e
inhumana. «Así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca».
Estas palabras, describen la historia del mundo desde aquel primer Viernes
Santo hasta nuestros días: la historia de la Cruz ha asombrado a naciones y las
ha convertido; a otras, por el contrario, las ha inducido a alejar la mirada.
Las palabras proféticas se aplican también a nuestra comunidad y cultura, como
a la multitud de «gente» presente en cada uno de nosotros (nuestras energías e
inclinaciones que tienen que ser convertidas al Señor).
46. La que sigue ya no es la voz de Dios, si no la del
profeta que afirma: «¿Quién creyó nuestro anuncio?», para continuar con una
descripción, cuyos detalles llevan a una ulterior contemplación de la Cruz que
une pasión y paso, sufrimiento y gloria. La intensidad del sufrimiento viene
ulteriormente narrada con una precisión tal, que nos permite comprender cuán
natural era, para los primeros cristianos, leer textos de este tipo e
interpretarlos como presagios proféticos de Cristo, intuyendo así la gloria
escondida. De este modo, como dice el profeta, esta trágica figura está llena
de significado para nosotros: «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó
nuestros dolores … sus cicatrices nos curaron».
47. Viene profetizada, también, la actitud interior de
Jesús ante la Pasión: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la
boca: como cordero llevado al matadero …». Todas son experiencias sensacionales
y sorprendentes. De suyo, también la Resurrección está indirectamente anunciada,
ya que el profeta dice: «El Señor quiso … entregar su vida como expiación: verá
su descendencia, prolongará sus años». Todos los creyentes son esos
descendientes; Él «prolongará sus años», es la vida eterna que el Padre le dona
haciéndole resucitar de la muerte. Y entonces se oye de nuevo la voz del Padre,
que continúa proclamando la promesa de la Resurrección: «Por los trabajos de su
alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento … Le daré una multitud
como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la
muerte … él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores».
C. Lecturas
del Antiguo Testamento en la Vigilia Pascual
48. «En la Vigilia pascual de la noche Sagrada, se proponen
siete lecturas del Antiguo Testamento, que recuerdan las maravillas de Dios en
la Historia de la Salvación, y dos lecturas del Nuevo, a saber, el anuncio de
la Resurrección según los tres Evangelios sinópticos, y la lectura apostólica
sobre el bautismo cristiano como sacramento de la Resurrección de Cristo» (OLM
99). La Vigilia Pascual, como viene indicado en el Misal Romano, «es la más
importante y la más noble entre todas las Solemnidades» (Vigilia paschalis, 2).
La larga duración de la Vigilia no permite un comentario extenso a las siete
Lecturas del Antiguo Testamento, pero se tiene que notar que son centrales,
siendo textos representativos que proclaman partes esenciales de la teología
del Antiguo Testamento, desde la creación al sacrificio de Abrahán, hasta la
lectura más importante, el Éxodo. Las cuatro lecturas siguientes anuncian los
temas cruciales de los profetas. Una comprensión de estos textos, en relación
con el Misterio Pascual, tan explícita en la Vigilia pascual, puede inspirar al
homileta cuando estas o similares lecturas vienen propuestas en otros momentos
del Año Litúrgico.
49. En el contexto de la Liturgia de esta noche, mediante
estas lecturas, la Iglesia nos lleva a su momento culminante con la narración
del Evangelio de la Resurrección del Señor. Estamos inmersos en el flujo de la
Historia de la Salvación por medio de los Sacramentos de Iniciación celebrados
en esta Vigilia, como recuerda el bellísimo pasaje de Pablo sobre el Bautismo.
Son clarísimos, en esta noche, los vínculos entre la creación y la vida nueva
en Cristo, entre el Éxodo histórico y el definitivo del Misterio Pascual de
Jesús, al que todos los fieles toman parte por medio del Bautismo, entre las
promesas de los profetas y su realización en los misterios litúrgicos
celebrados. Estos vínculos a los que se puede siempre hacer referencia en el
curso del Año Litúrgico.
50. Un riquísimo recurso para comprender el vínculo entre
los temas del Antiguo Testamento y su cumplimiento en el Misterio Pascual de
Cristo lo ofrecen las oraciones que siguen a cada lectura. Estas expresan, con
simplicidad y claridad, el profundo significado cristológico y sacramental de
los textos del Antiguo Testamento ya que hablan de la creación, del sacrificio,
del Éxodo, del Bautismo, de la misericordia de Dios, de la alianza eterna, de
la purificación del pecado, de la redención y de la vida en Cristo. Pueden
servir de escuela de oración para el homileta, no solo en la preparación de la
Vigilia Pascual, sino, también, durante el curso del año, cuando se encuentren
textos similares a los que vienen proclamados en esta noche. Otro recurso útil
para interpretar los textos de la Escritura es el Salmo responsorial que sigue
a cada una de las siete Lecturas, poemas cantados por los cristianos que han
muerto con Cristo y que ahora comparten con Él su vida resucitada. No deberían
olvidarse los Salmos durante el resto del año ya que muestran cómo la Iglesia
interpreta toda la Escritura a la luz de Cristo.
D.
Leccionario Pascual
51. «Para la misa del día de Pascua, se propone la lectura
del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío. También pueden
leerse, si se prefiere, los textos de los Evangelios propuestos para la noche
Sagrada, o, cuando hay misa vespertina, la narración de Lucas sobre la
aparición a los discípulos que iban de camino hacia Emaús. La primera lectura
se toma de los Hechos de los apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual
en vez de la lectura del Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol se refiere
al misterio de Pascua vivido en la Iglesia. Hasta el domingo tercero de Pascua,
las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo resucitado. Las
lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua. En los
domingos quinto, sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del
discurso y de la oración del Señor después de la última cena» (OLM 99- 100). La
rica serie de lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento escuchadas en el
Triduo representa uno de los momentos más intensos de la proclamación del Señor
resucitado en la vida de la Iglesia, y pretende ser instructiva y formativa
para el pueblo de Dios a lo largo de todo el año litúrgico. En el curso de la
Semana Santa y del Tiempo de Pascua, basándose en los mismos textos bíblicos,
el homileta tendrá variadas ocasiones para poner el acento en la Pasión, Muerte
y Resurrección de Cristo como contenido central de las Escrituras. Este es el
tiempo litúrgico privilegiado en el que el homileta puede y debe hacer resonar
la fe de la Iglesia sobre lo que representa el corazón de su proclamación:
Jesucristo murió por nuestros pecados «según las Escrituras» (1Cor 15,3), y ha
resucitado el tercer día «según las Escrituras» (1Cor 15,4).
52. En primer lugar existe la oportunidad, en especial
durante los tres primeros domingos, de transmitir las diversas dimensiones de
la lex credendi de la Iglesia en un tiempo privilegiado como este. Los párrafos
del Catecismo de la Iglesia Católica que tratan de la Resurrección (CEC 638-
658) son, en sí mismos, la explicación de muchos de los diversos textos
bíblicos claves proclamados en el tiempo Pascual. Estos párrafos pueden ser una
guía segura para el homileta que tiene la tarea de explicar al pueblo
cristiano, sobre la base de los textos de la Escritura, lo que el Catecismo,
por su parte llama, en diversos capítulos, «el acontecimiento histórico y
trascendente» de la Resurrección, el significado «de las apariciones del
Resucitado», «el estado de la humanidad resucitada de Cristo» y «la Resurrección
– obra de la Santísima Trinidad».
53. En segundo lugar, en los domingos del Tiempo de Pascua
la primera lectura no está tomada del Antiguo Testamento sino de los Hechos de
los Apóstoles. Muchos pasajes narran ejemplos de la primera predicación
apostólica, en los que podemos reconocer que los propios Apóstoles emplearon
las Escrituras para anunciar el significado de la muerte y la Resurrección de
Jesús. Otros narran las consecuencias de esta última y sus efectos en la vida
de la comunidad cristiana. A partir de estos pasajes, el homileta tiene en su
mano algunos de sus más fuertes y fundamentales instrumentos. Observa cómo los
Apóstoles se han servido de las Escrituras para anunciar la muerte y
Resurrección de Jesús y se comporta del mismo modo, no solo a propósito del
pasaje que está tratando sino adoptando un estilo similar para todo el año
litúrgico. Reconoce, además, la potencia de la vida del Señor resucitado, que
actúa en las primeras comunidades, y proclama con fe al pueblo que la misma
potencia está todavía operante entre nosotros.
54. En tercer lugar, la intensidad de la Semana Santa con
el Triduo Pascual, seguido de la gozosa celebración de los cincuenta días que
culminan en Pentecostés, es para los homiletas un tiempo excelente para tejer
vínculos entre las Escrituras y la Eucaristía. Justamente en el gesto de
«partir el pan» – recuerda la entrega total de sí por parte de Jesús en la
Última Cena y después en la Cruz – los discípulos se dan cuenta de cuánto ardía
su corazón mientras el Señor les abría la mente para comprender las Escrituras.
Todavía hoy es deseable un esquema análogo de comprensión. El homileta se
prepara con diligencia para explicar las Escrituras pero el significado más
profundo de cuanto dice emergerá del «partir el pan» en la misma Liturgia,
siempre que haya sabido resaltar esta conexión (cf. VD 54). La importancia de
tales vínculos ha sido mencionada claramente por el Papa Benedicto XVI en la
Verbum Domini:
«Estos relatos muestran cómo la Escritura misma ayuda a
percibir su unión indisoluble con la Eucaristía. “Conviene, por tanto, tener
siempre en cuenta que la Palabra de Dios leída y anunciada por la Iglesia en la
Liturgia conduce, por decirlo así, al sacrificio de la alianza y al banquete de
la gracia, es decir, a la Eucaristía, como a su fin propio”. Palabra y
Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin
la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento
eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como
la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico» (VD
55).
55. En cuarto lugar, desde el V domingo de Pascua la
dinámica de las lecturas bíblicas se traslada de la celebración de la
Resurrección del Señor a la preparación del momento culminante del Tiempo de
Pascua, y a la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés. El hecho de que los
pasajes evangélicos de estos domingos estén todos extraídos de los discursos de
Cristo al final de la Última Cena, manifiesta su profundo significado
eucarístico. Las lecturas y las oraciones ofrecen al homileta la ocasión de
exponer cual es la función del Espíritu Santo en el camino que vive la Iglesia.
Los párrafos del Catecismo que conciernen «al Espíritu y la Palabra de Dios en
el tiempo de las promesas» (CEC 702-716) se refieren a las lecturas de la
Vigilia pascual, relacionadas con la obra del Espíritu Santo, mientras que los
párrafos que consideran el tema «el Espíritu Santo y la Iglesia en la Liturgia»
(CEC 1091-1109) pueden servir de ayuda al homileta para ilustrar cómo el
Espíritu Santo hace presente en la Liturgia el Misterio Pascual de Cristo.
56. Con una homilética que encarne estos principios y las
prospectivas que resaltan a lo largo del Tiempo Pascual, el pueblo cristiano
llegará pronto a celebrar la Solemnidad de Pentecostés en la que Dios Padre,
«en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus
bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que contiene todos
los dones: el Espíritu Santo» (CEC 1082). La Lectura de ese día, tomada de los
Hechos de los Apóstoles, cuenta el evento de Pentecostés, mientras el Evangelio
ofrece la narración de lo que sucede la tarde del Domingo de Pascua. El Señor
resucitado exhaló sobre sus discípulos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn
20,22). Pascua es Pentecostés. Pascua ya es el don del Espíritu Santo.
Pentecostés, no obstante, es la convincente manifestación de la Pascua a todas
las gentes, ya que reúne muchas lenguas en el único lenguaje nuevo que
comprende las «grandezas de Dios» (Hch 2,11) manifestadas y reveladas en la
Muerte y Resurrección de Jesús. En la Celebración Eucarística, además, la
Iglesia reza: «Te pedimos, Señor, que, según la promesa de tu Hijo, el Espíritu
Santo nos haga comprender la realidad misteriosa de este sacrificio y nos lleve
al conocimiento pleno de toda la verdad revelada» (oración sobre las ofrendas).
Para los fieles, la participación en la Sagrada Comunión en este día, se
convierte en el acontecimiento de su Pentecostés. Mientras se dirigen en procesión
a recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor, la antífona de Comunión pone en sus
labios el canto de los versículos de la Escritura tomados de la narración de
Pentecostés, que dice: «Se llenaron todos de Espíritu Santo, y hablaban de las
maravillas de Dios. Aleluya». Estos versículos encuentran su cumplimiento en
los fieles que reciben la Eucaristía. La Eucaristía es Pentecostés.
II. LOS
DOMINGOS DE CUARESMA
57. Si el Triduo Pascual y los sucesivos cincuenta días son
el centro radiante del año litúrgico, la Cuaresma es el tiempo que prepara las
mentes y los corazones del pueblo cristiano a la digna celebración de estos
días. Es, también, el tiempo de la preparación última de los catecúmenos que
serán bautizados en la Vigilia Pascual. Su camino ha de ser acompañado de la
fe, la oración y el testimonio de toda la comunidad eclesial. Las lecturas
bíblicas del Tiempo de Cuaresma encuentran su sentido más profundo en relación
al Misterio Pascual, para el que nos disponen. Ofrecen, por ello, evidentes
ocasiones para poner en práctica un principio fundamental presentado en este
Directorio: llevar las lecturas de la Misa a su centro, que es el Misterio
Pascual de Jesús, en el que entramos de modo más profundo mediante la
celebración de los Sacramentos pascuales. Los Praenotanda señalan, para los dos
primeros domingos de Cuaresma, el uso tradicional de las narraciones de los
Evangelios de la Tentación y de la Transfiguración, hablando de ellos en
relación con las otras lecturas: «Las lecturas del Antiguo Testamento se
refieren a la Historia de la Salvación, que es uno de los temas propios de la
catequesis cuaresmal. Cada año hay una serie de textos que presentan los
principales elementos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de
la nueva alianza. Las lecturas del Apóstol se han escogido de manera que tengan
relación con las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento y haya, en lo
posible, una adecuada conexión entre las mismas» (OLM 97).
A. El
Evangelio del I domingo de Cuaresma
58. No es difícil para los fieles relacionar los cuarenta
días transcurridos por Jesús en el desierto con los días de la Cuaresma. Sería
conveniente que el homileta explicitara esta conexión, con el fin de que el
pueblo cristiano comprenda cómo la Cuaresma, cada año, hace a los fieles
misteriosamente partícipes de estos cuarenta días de Jesús y de lo que él
sufrió y obtuvo, mediante el ayuno y el haber sido tentado. Mientras es
costumbre para los católicos empeñarse en diversas prácticas penitenciales y de
devoción durante este tiempo, es importante subrayar la realidad profundamente
sacramental de toda la Cuaresma. En la oración colecta del I domingo de
Cuaresma aparece, de suyo, esta significativa expresión: «...per annua
quadragesimalis exercitia sacramenti». El mismo Cristo está presente y operante
en la Iglesia en este tiempo santo, y es su obra purificadora en los miembros
de su Cuerpo la que da valor salvífico a nuestras prácticas penitenciales. El
prefacio asignado para este domingo afirma maravillosamente esta idea, diciendo:
«El cual, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la
práctica de nuestra penitencia cuaresmal…». El lenguaje del prefacio hace de
puente entre la Escritura y la Eucaristía.
59. Los cuarenta días de Jesús evocan los cuarenta años de
peregrinación de Israel por el desierto; toda la historia de Israel se recrea
en él. Por ello aparece como una escena en la que se concentra uno de los
mayores temas de este Directorio: la historia de Israel, que corresponde con la
historia de nuestra vida, encuentra su sentido definitivo en la Pasión sufrida
por Jesús. La Pasión se inicia, en un cierto sentido, en el desierto, al
comienzo, metafóricamente hablando, de la vida pública de Jesús. Desde el
principio, por tanto, Jesús va al encuentro de la Pasión y aquí encuentra
significado todo lo que sigue.
60. Un párrafo del Catecismo de la Iglesia Católica puede
revelarse útil en la preparación de las homilías, en particular para afrontar
temas doctrinales enraizados en el texto bíblico. A propósito de las
tentaciones de Jesús, el Catecismo afirma:
«Los evangelios indican el sentido salvífico de este
acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí
donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la
vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios
durante cuarenta años por el desierto, Cristo se revela como el Siervo de Dios
totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del
diablo; él ha “atado al hombre fuerte” para despojarle de lo que se había
apropiado. La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo
de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre»
(CEC 539).
61. Las tentaciones a las que Jesús se ve sometido
representan la lucha contra una comprensión equivocada de su misión mesiánica.
El diablo le impulsa a mostrarse un Mesías que despliega los propios poderes
divinos: «Si tú eres Hijo de Dios…» iniciaba el tentador. El que profetiza la
lucha decisiva que Jesús tendrá que afrontar en la cruz, cuando oirá las
palabras de mofa: «¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». Jesús no cede a
las tentaciones de Satanás, ni se baja de la cruz. Es exactamente de esta
manera como Jesús da prueba de entrar verdaderamente en el desierto de la
existencia humana y no usa su poder divino en beneficio propio. Él acompaña
verdaderamente nuestra peregrinación terrena y revela el poder real de Dios, el
de amarnos «hasta el extremo» (Jn 13,1).
62. El homileta debería subrayar que Jesús está sometido a
la tentación y a la muerte por solidaridad con nosotros. Pero la Buena Noticia
que el homileta anuncia, no es solo la solidaridad de Jesús con nosotros en el
sufrimiento; anuncia, también, la victoria de Jesús sobre la tentación y sobre
la muerte, victoria que comparte con todos los que creen en él. La garantía
decisiva de que tal victoria sea compartida por todos los creyentes será la
celebración de los Sacramentos Pascuales en la Vigilia pascual, hacia la que ya
está orientado el primer domingo de Cuaresma. El homileta se mueve en la misma
dirección.
63. Jesús ha resistido a la tentación del demonio que le
inducía a transformar las piedras en pan, pero, al final y de un modo que la
mente humana no habría nunca podido imaginar, con su Resurrección, Él
transforma la «piedra» de la muerte en «pan» para nosotros. A través de la
muerte, se convierte en el pan de la Eucaristía. El homileta tendría que
recordar a la asamblea que se alimenta de este pan celeste, que la victoria de
Jesús sobre la tentación y sobre la muerte, compartida por medio del
Sacramento, transforma sus «corazones de piedra en corazones de carne», como lo
prometido por el Señor mediante el profeta, corazones que se esfuerzan en hacer
tangible, en sus vidas cotidianas, el amor misericordioso de Dios. De este
modo, la fe cristiana puede transformarse en levadura en un mundo hambriento de
Dios, y las piedras serán de verdad transformadas en alimento que llene el vivo
deseo del corazón humano.
B.
Evangelio del II domingo de Cuaresma
64. El pasaje evangélico del II domingo de Cuaresma es
siempre la narración de la Transfiguración. Es curioso cómo la gloriosa e
inesperada transfiguración del cuerpo de Jesús, en presencia de los tres
discípulos elegidos, tiene lugar inmediatamente después de la primera
predicación de la Pasión. (Estos tres discípulos – Pedro, Santiago y Juan –
también estarán con Jesús durante la agonía en Getsemaní, la víspera de la
Pasión). En el contexto de la narración, en cada uno de los tres Evangelios,
Pedro, apenas ha confesado su fe en Jesús como Mesías. Jesús acepta esta
confesión, pero inmediatamente se dirige a los discípulos y les explica qué
tipo de Mesías es él: «empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir
a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y
letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Sucesivamente pasa a enseñar qué implica seguir al Mesías: «El que quiera
venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es
después de este evento, cuando Jesús toma a los tres discípulos y los lleva a
lo alto de un monte, y es allí donde su cuerpo resplandece de la gloria divina;
y se les aparecen Moisés y Elías, que conversaban con Jesús. Estaban todavía
hablando, cuando una nube, signo de la presencia divina, como había sucedido en
el monte Sinaí, le envolvió junto a sus discípulos. De la nube se elevó una
voz, así como en el Sinaí el trueno advertía que Dios estaba hablando con
Moisés y le entregaba la Ley, la Torah. Esta es la voz del Padre, que revela la
identidad más profunda de Jesús y la testimonia diciendo: «Este es mi Hijo
amado; escuchadlo» (Mc 9,7).
65. Muchos temas y modelos puestos en evidencia en el
presente Directorio se concentran en esta sorprendente escena. Ciertamente,
cruz y gloria están asociadas. Claramente, todo el Antiguo Testamento,
representado por Moisés y Elías, afirma que la cruz y la gloria están
asociadas. El homileta debe abordar estos argumentos y explicarlos.
Probablemente, la mejor síntesis del significado de tal misterio nos la ofrecen
las bellísimas palabras del prefacio de este domingo. El sacerdote, iniciando
la oración eucarística, en nombre de todo el pueblo, da gracias a Dios por
medio de Cristo nuestro Señor, por el misterio de la Transfiguración: «Él,
después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte santo el
esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas,
que la pasión es el camino de la Resurrección». Con estas palabras, en este
día, la comunidad se abre a la oración eucarística.
66. En cada uno de los pasajes de los Sinópticos, la voz
del Padre identifica en Jesús a su Hijo amado y ordena: «Escuchadlo». En el
centro de esta escena de gloria trascendente, la orden del Padre traslada la
atención sobre el camino que lleva a la gloria. Es como si dijese: «Escuchadlo,
en él está la plenitud de mi amor, que se revelará en la cruz». Esta enseñanza
es una nueva Torah, la nueva Ley del Evangelio, dada en el monte santo poniendo
en el centro la gracia del Espíritu Santo, otorgada a cuantos depositan su fe
en Jesús y en los méritos de su cruz. Porque él enseña este camino, la gloria
resplandece del cuerpo de Jesús y viene revelado por el Padre como el Hijo
amado. ¿Quizá no estemos aquí adentrándonos en el corazón del misterio
trinitario? En la gloria del Padre vemos la gloria del Hijo, inseparablemente
unida a la cruz. El Hijo revelado en la Transfiguración es «luz de luz», como
afirma el Credo; este momento de las Sagradas Escrituras es, ciertamente, una
de las más fuertes autoridades para la fórmula del Credo.
67. La Transfiguración ocupa un lugar fundamental en el
Tiempo de Cuaresma, ya que todo el Leccionario Cuaresmal es una guía que
prepara al elegido entre los catecúmenos para recibir los sacramentos de la
iniciación en la Vigilia pascual, así como prepara a todos los fieles para
renovarse en la nueva vida a la que han renacido. Si el I domingo de Cuaresma
es una llamada particularmente eficaz a la solidaridad que Jesús comparte con
nosotros en la tentación, el II domingo nos recuerda que la gloria
resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que él quiere compartir con
todos los bautizados en su Muerte y Resurrección. El homileta, para dar
fundamento a esto, puede justamente acudir a las palabras y a la autoridad de
san Pablo, quien afirma que “Cristo transformará nuestra condición humilde,
según el modelo de su condición gloriosa” (Fil 3,21). Este versículo se
encuentra en la segunda lectura del ciclo C, pero, cada año, puede poner de
relieve cuanto hemos apuntado.
68. En este domingo, mientras los fieles se acercan en
procesión a la Comunión, la Iglesia hace cantar en la antífona las palabras del
Padre escuchadas en el Evangelio: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo». Lo que los tres discípulos escogidos escuchan y contemplan en la
Transfiguración viene ahora exactamente a converger con el acontecimiento
litúrgico, en el que los fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor. En la
oración después de la Comunión damos gracias a Dios porque «nos haces
partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos de tu reino». Mientras
están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el
Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y
Sangre y escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus
corazones: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».
C. III, IV
y V domingo de Cuaresma
69. «En los tres domingos siguientes, se han recuperado,
para el año A, los Evangelios de la samaritana, del ciego de nacimiento y de la
resurrección de Lázaro; estos Evangelios, por ser de gran importancia en
relación con la Iniciación Cristiana, pueden leerse también en los años B y C,
sobretodo cuando hay catecúmenos. (…) Dado que las lecturas de la samaritana,
del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro ahora se leen los
domingos, pero solo el año A (y los otros años sólo a voluntad), está previsto
que puedan leerse también en las ferias: por ello, al comienzo de las semanas
tercera, cuarta y quinta se han añadido unas “Misas de libre elección” que
contienen estos textos; estas misas pueden emplearse en cualquier feria de la
semana correspondiente, en lugar de las lecturas del día. Sin embargo, en los
años B y C hay también otros textos, a saber: en el año B, unos textos de san
Juan sobre la futura glorificación de Cristo por su Cruz y Resurrección; en el
año C, unos textos de san Lucas sobre la conversión» (OLM 97 y 98). La fuerza
catequética del Tiempo de Cuaresma es evidenciada por las lecturas y las
oraciones de los domingos del Ciclo A. Es manifiesta la conexión de los temas
del agua, de la luz y de la vida con el Bautismo: a través de estos pasajes
bíblicos y de las oraciones de la Liturgia, la Iglesia guía a los elegidos
hacia la Iniciación Sacramental en la Pascua. Su preparación final es de
fundamental importancia, como muestran los textos de la oración empleados en
los Escrutinios.
¿Y para los demás? Es útil que el homileta invite a los que
le escuchan a ver la Cuaresma como un tiempo para fortalecer la gracia del
Bautismo y para purificar la fe que han recibido. Este proceso puede ser
explicado a la luz de la comprensión que Israel ha tenido de la experiencia del
éxodo. Un acontecimiento crucial para la formación de Israel como pueblo de
Dios, para el descubrimiento de los propios límites e infidelidades pero,
también, del amor fiel e inmutable de Dios. Ha servido de paradigma
interpretativo del camino con Dios a lo largo de toda la historia siguiente de
Israel. De este modo, la Cuaresma es para nosotros el tiempo en el que en el
desierto de nuestra existencia presente, con sus dificultades, miedos e
infidelidades, descubrimos la cercanía de Dios que, a pesar de todo, nos está
guiando hacia nuestra tierra prometida. Es un momento fundamental para la vida
de fe, verdadero reto para nosotros. Las gracias del Bautismo, recibidas poco
después de nacer, no pueden ser olvidadas, aunque sí los pecados acumulados y
los errores humanos, que pueden hacer pensar en su ausencia. El desierto es el
lugar donde se pone a prueba nuestra fe pero, también, donde se purifica y se
refuerza, si aprendemos a confiar en Dios, a pesar de las experiencias
contradictorias. El tema de base, en estos tres domingos, se centra en el modo
en que la fe es continuamente alimentada a pesar del pecado (la samaritana), la
ignorancia (el ciego) y la muerte (Lázaro). Son estos los «desiertos» que
atravesamos en el curso de la vida y en los que descubrimos que no estamos
solos, porque Dios está con nosotros.
70. El nexo entre los que se preparan para el Bautismo y
los demás fieles intensifica el dinamismo del Tiempo de Cuaresma y el homileta
tendría que esforzarse en relacionar al conjunto de la comunidad con el camino
de preparación de los elegidos. Cuando se celebran los Escrutinios conviene
adoptar, en la Oración Eucarística, la fórmula relativa a los padrinos; esto
puede ayudar a recordar que cada miembro de la asamblea tiene una función
activa como «sponsor» del elegido y en la obligación de conducir a otros hacia
Cristo. Nosotros los creyentes, estamos llamados, como la samaritana, a
compartir nuestra fe con los demás. Por ello, en Pascua, los nuevos iniciados
podrán anunciar al resto de la comunidad: «Ya no creemos por lo que tú dices;
nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del
mundo».
71. El III domingo
de Cuaresma nos traslada al desierto con Jesús y con Israel, en una etapa
precedente. Los israelitas tienen sed, y sufrir la sed les lleva a dudar de la
eficacia del viaje iniciado por invitación de Dios. La situación parece sin
esperanza, pero la ayuda llega de una fuente más sorprendente que nunca: ¡en el
momento en el que Moisés golpea la dura roca de ella brota el agua! Aún existe
una materia todavía más dura e inflexible: el corazón humano. El salmo
responsorial hace una llamada elocuente a todos los que lo cantan y escuchan:
«Ojalá escuchéis la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”». En la
segunda lectura, Pablo anuncia cómo la fe es el apoyo en el que poner el
fundamento; ella, por medio de Cristo, da acceso a la gracia de Dios,
precursora a su vez de esperanza. Esta esperanza después no desilusiona, porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, haciéndolos capaces de
amar. Este amor divino no se nos ha dado como recompensa a nuestros méritos, ya
que se nos ha concedido cuando todavía éramos pecadores, ya que Cristo ha
muerto por nosotros pecadores. En estos pocos versículos, el Apóstol nos invita
a contemplar tanto el misterio de la Trinidad como las virtudes de la fe, la
esperanza y la caridad.
En este ámbito es donde se produce el encuentro de Jesús
con la samaritana, una conversación profunda porque habla de las realidades
fundamentales de la vida eterna y del culto verdadero. Es una conversación
iluminante, ya que manifiesta la pedagogía de la fe. Al comienzo, Jesús y la
mujer discuten en distintos niveles. El interés práctico y concreto de la mujer
se centra en el agua y el pozo. Jesús, sin atender a su preocupación concreta,
insiste en hablar del agua viva de la gracia. Hasta que sus discursos llegan a
encontrarse. Jesús aborda el hecho más doloroso de la vida de la mujer: su
situación matrimonial irregular. El haber reconocido su fragilidad le abre
inmediatamente la mente al misterio de Dios y, entonces, hace preguntas sobre
el culto. Cuando acepta la invitación a creer en Jesús como el Mesías, se llena
de gracia y se apresura a compartir todo lo que ha aprendido con sus vecinos.
La fe, nutrida por la Palabra de Dios, por la Eucaristía y
el poner en práctica la voluntad del Padre, abre al misterio de la gracia,
ilustrado con la imagen del «agua viva». Moisés golpeó la roca y de ella brotó
el agua; el soldado traspasó el costado de Cristo y de él brotó sangre y agua.
En su recuerdo, la Iglesia pone estas palabras en los labios de cuantos se
encaminan en procesión para recibir la Comunión: «El que beba del agua que yo
le daré – dice el Señor –, no tendrá más sed; el agua que yo le daré se
convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
72. No somos los únicos que estamos sedientos. El prefacio
de la Misa de este día dice: «Quien al pedir agua a la Samaritana, ya había
infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de
aquella mujer fue para encender en ella el fuego del amor divino». Aquel Jesús
que estaba sentado al lado del pozo, estaba cansado y sediento. (El homileta,
de suyo, podría destacar cómo los pasajes evangélicos de estos tres domingos
resaltan la humanidad de Cristo: su cansancio mientras está sentado cerca del
pozo, el hacer una pasta con el barro y la saliva para curar al ciego y sus
lágrimas en la tumba de Lázaro). La sed de Jesús alcanzará el momento
culminante en los últimos instantes de su vida, cuando desde la Cruz, grita:
«¡Tengo sed!». Esto significa para Jesús hacer la voluntad de Aquel que le ha
enviado y cumplir su obra. Después, de su corazón traspasado, brota la vida
eterna que nos alimenta en los sacramentos, donándonos, a nosotros que adoramos
en Espíritu y en verdad, el alimento que necesitamos para avanzar en nuestra peregrinación.
73. El IV domingo de Cuaresma está irradiado de luz, una
luz evidenciada en este domingo «Laetare» por las vestiduras litúrgicas de
tonalidad más clara y por las flores que adornan la iglesia. La relación entre
el Misterio Pascual, el Bautismo y la luz, viene acogida sintéticamente por un
versículo de la segunda lectura: «Despierta tú que duermes, levántate de entre
los muertos y Cristo será tu luz». Esta relación resuena y encuentra una
elaboración posterior en el prefacio: «Que se hizo hombre para conducir al
género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que
nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el Bautismo,
transformándolos en hijos adoptivos del Padre». Esta iluminación, inaugurada
con el Bautismo, viene fortalecida cada vez que recibimos la Eucaristía,
momento enfatizado por las palabras del ciego referidas en la antífona de
comunión: «El Señor me puso barro en los ojos, me lavé y veo, y he empezado a
creer en Dios».
74. Todavía no es un cielo sin nubes, lo que contemplamos
en este domingo. El proceso del «ver» es, en la práctica, mucho más complejo de
cómo viene descrito en la concisa narración del ciego. La primera lectura nos
advierte: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura … porque Dios
no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón». Se
trata de una advertencia salvadora tanto para los elegidos, en los que crece la
espera mientras se acercan a la Pascua, como para el resto de la comunidad. La
oración después de la comunión afirma que Dios ilumina a todo hombre que viene
a este mundo, pero el reto proviene del hecho que, de modo más o menos intenso,
nos dirijamos a la luz o, por el contrario, nos alejemos de ella. El homileta puede
invitar a quien le escucha a notar cómo el hombre nacido ciego comienza a ver
progresivamente y la creciente ceguera de los adversarios de Jesús. El hombre
curado inicia la descripción de su sanador como «ese hombre que se llama
Jesús»; después profesa que es un profeta; y finalmente proclama: «¡Creo,
Señor!», y adora a Jesús. Los fariseos, por su parte, se convierten poco a poco
en más ciegos; inicialmente admiten que se ha producido el milagro, después
llegan a negar que se haya tratado de un milagro y, finalmente, expulsan fuera
de la sinagoga al hombre que se ha curado. A lo largo de la narración, los
fariseos afirman con seguridad lo que saben, mientras el ciego admite su propia
ignorancia. El pasaje del Evangelio se cierra con Jesús que advierte cómo su
venida ha generado una crisis en el sentido literal del término, es decir, un
juicio; Él otorga la vista al ciego pero los que ven se convierten en ciegos.
En respuesta a la objeción de los fariseos, él dice: «Si estuvierais ciegos, no
tendríais pecado; pero como decís que veis. Vuestro pecado persiste». La
iluminación recibida en el Bautismo tiene que expandirse entre las luces y
sombras de nuestra peregrinación y, de este modo, después de la Comunión,
rezamos: «Señor Dios … ilumina nuestro espíritu con la claridad de tu gracia,
para que nuestros pensamientos sean dignos de ti y aprendamos a amarte de todo
corazón».
75. «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a
despertarlo». La exhortación el domingo precedente de san Pablo, a despertar a
los que se han dormido, encuentra una viva expresión en el último y más grande
de los «signos» de Jesús en el cuarto Evangelio: la resurrección de Lázaro. La
naturaleza definitiva de la muerte, enfatizada en el hecho de que Lázaro está
muerto desde hace cuatro días, parece suponer un obstáculo todavía mayor que el
de hacer brotar agua de una roca o devolver la vista a un ciego de nacimiento.
No obstante Marta, puesta delante de esta situación, hace una profesión de fe
similar a la de Pedro: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios, el que tenía que venir al mundo». Su fe no está en lo que Dios podría
cumplir en el futuro, sino en lo que Dios está cumpliendo ahora: «Yo soy la
Resurrección y la vida». Aquel «yo soy», que recorre toda la narración de Juan,
clara alusión a la auto-revelación de Dios a Moisés, aparece en los pasajes
evangélicos de todos estos domingos. Cuando la samaritana habla del Mesías,
Jesús le responde: «Yo soy, el que habla contigo». En la narración del ciego,
Jesús dice: «Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo». Y hoy nos
dice: «Yo soy la Resurrección y la vida». La clave para recibir esta vida es la
fe: «¿Crees esto?». Pero incluso Marta duda después de su ardiente profesión de
fe y, cuando Jesús pide que se quite la losa del sepulcro, pone como objeción
que ya huele mal. Y es aquí, una vez más, que se recuerda cómo seguir a Cristo
es un compromiso que dura toda la vida y, ya sea que nos preparamos a recibir
los Sacramentos de la Iniciación dentro de dos semanas, como sea que hemos
vivido tantos años como católicos, debemos luchar sin interrupción para
reforzar y hacer más profunda nuestra fe en Cristo.
76. La resurrección
de Lázaro es el cumplimiento de la promesa de Dios proclamada en la primera
lectura por medio del profeta Ezequiel: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y
os haré salir de vuestros sepulcros». El corazón del Misterio Pascual consiste
en el hecho de que Cristo ha venido para morir y resucitar de nuevo, para hacer
por nosotros exactamente lo que ha hecho por Lázaro: «Desatadlo y dejadlo
andar». Él nos libera, no solo de la muerte física sino de tantas otras muertes
que nos afligen y nos convierten en ciegos: el pecado, las desventuras, las
relaciones interrumpidas. Para nosotros los cristianos es, por tanto, esencial
sumergirse de forma continua en su Misterio Pascual. Como proclama el prefacio
de este día: «El cual, hombre mortal como nosotros, que lloró a su amigo
Lázaro, y Dios y Señor de la vida, que lo levantó del sepulcro, hoy extiende su
compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos los restaura a una
nueva vida». El encuentro semanal con el Señor crucificado y resucitado expresa
nuestra fe en el hecho de que Él es, aquí y ahora, nuestra resurrección y
nuestra vida. Esta convicción es la que nos hace capaces, el domingo siguiente,
de acompañarle en su entrada en Jerusalén, diciendo con Tomás: «Vamos también
nosotros y muramos con él».
D. Domingo
de Ramos en la Pasión del Señor
77. «El domingo de Ramos en la Pasión del Señor: para la
procesión, se han escogido los textos que se refieren a la entrada solemne del
Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa, se
lee el relato de la pasión del Señor» (OLM 97). Dos antiguas tradiciones
conforman esta Celebración Litúrgica, única en su género: el uso de una
procesión en Jerusalén y la lectura de la Pasión en Roma. La exuberancia que
rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a uno de los cantos del Siervo
doliente y a la solemne proclamación de la Pasión del Señor. Y esta liturgia
tiene lugar en domingo, día desde los comienzos asociado a la Resurrección de
Cristo. ¿Cómo puede el celebrante unir los múltiples elementos teológicos y
emotivos de este día, sobre todo por el hecho de que las consideraciones pastorales
aconsejan una homilía bastante breve? La clave se encuentra en la segunda
lectura, el hermosísimo himno de la carta de san Pablo a los Filipenses, que
resume de manera admirable todo el Misterio Pascual. El homileta podría
destacar brevemente que, en el momento en el que la Iglesia entre en la Semana
Santa, experimentaremos ese Misterio, de manera que podamos hablarle a nuestros
corazones. Diversos usos y tradiciones locales conducen a los fieles a
considerar los acontecimientos de los últimos días de Jesús, pero el gran deseo
de la Iglesia en esta Semana no es, únicamente, el de remover nuestras
emociones, sino el de hacer más profunda nuestra fe. En las celebraciones
litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de
lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir
y resucitar con Cristo.
III. LOS
DOMINGOS DE ADVIENTO
78. «Las lecturas del Evangelio tienen una característica
propia: se refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (I domingo),
a Juan Bautista (II y III domingo), a los acontecimientos que prepararon de
cerca el nacimiento del Señor (IV domingo). Las lecturas del Antiguo Testamento
son profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico, tomadas principalmente del
libro de Isaías. Las lecturas del Apóstol contienen exhortaciones y
amonestaciones conformes a las diversas características de este tiempo» (OLM
93). El Adviento es el tiempo que prepara a los cristianos a las gracias que
serán dadas, una vez más en este año, en la celebración de la gran Solemnidad
de la Navidad. Ya desde el I domingo de Adviento, el homileta exhorta al pueblo
para que emprenda su preparación caracterizada por distintas facetas, cada una
de ellas sugerida por la rica selección de pasajes bíblicos del Leccionario de
este tiempo. La primera fase del Adviento nos invita a preparar la Navidad
animándonos no sólo a dirigir la mirada al tiempo de la primera Venida del
nuestro Señor, cuando, como dice el prefacio I de Adviento, Él asume «la humildad
de nuestra carne», sino también, a esperar vigilantes su Venida «en la majestad
de su gloria», cuando «podamos recibir los bienes prometidos».
79. Por tanto, existe un doble significado de Adviento, un
doble significado de la Venida del Señor. Este tiempo nos prepara para su
Venida en la gracia de la fiesta de la Navidad y a su retorno para el juicio al
final de los tiempos. Los textos bíblicos deberían ser explicados considerando
este doble significado. Según el texto, se puede evidenciar una u otra Venida,
aunque, con frecuencia, el mismo pasaje presenta palabras e imágenes relativas
a ambas. Existe, además, otra Venida: escuchamos estas lecturas en la asamblea
eucarística, donde Cristo está verdaderamente presente. Al comienzo del tiempo
de Adviento la Iglesia recuerda la enseñanza de san Bernardo, es decir, que
entre las dos Venidas visibles de Cristo, en la historia y al final de los
tiempos, existe una venida invisible, aquí y ahora (cf. Oficio de lecturas,
Lunes, I semana de Adviento), así como hace suyas las palabras de san Carlos
Borromeo:
«Este tiempo (…) nos enseña que la venida de Cristo no solo
aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia
continúa y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los
sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta
conforme a sus mandamientos (Oficio de lecturas, Lunes, I semana de Adviento)».
A. I
domingo de Adviento
80. El evangelio del I domingo de Adviento, en los tres
ciclos, es una narración sinóptica que anuncia la venida inminente del Hijo del
Hombre en gloria, un día y una hora desconocidos. Nos exhorta a estar
vigilantes y en alerta, a esperar signos espaventosos en el cielo y en la
tierra, a no dejarnos sorprender. Siempre nos da una cierta impresión empezar
de este modo el Adviento, ya que, de modo inevitable, este tiempo nos trae a la
mente la Navidad y, en muchos lugares, el sentir común está ya sumergido con
las dulces representaciones del Nacimiento de Jesús en Belén. No obstante, la
Liturgia nos presenta estas imágenes a la luz de otras que nos recuerdan cómo
el mismo Señor nacido en Belén «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos
y muertos», como dice el Credo. En este domingo, es responsabilidad del
homileta recordar a los cristianos que siempre deben preparase para esta venida
y para el juicio. Realmente, el Adviento constituye tal preparación: la Venida
de Jesús en la Navidad está conectada íntimamente con su Venida en el último
día.
81. Durante los tres años, la lectura del Profeta puede
interpretarse ya sea como indicativa del glorioso advenimiento final del Señor
como de su primer advenimiento «en la humildad de nuestra carne», de la que nos
habla la Navidad. Tanto Isaías (en el año A) como Jeremías (en el año C),
anuncian que «llegan días». En el contexto de esta Liturgia, las palabras que
siguen apuntan claramente al tiempo final; pero se refieren, también, a la
inminente Solemnidad de la Navidad.
82. ¿Qué sucederá al final de los días? Isaías dice (en el
año A): «Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la
cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los
gentiles». El homileta tiene varias posibilidades de interpretación que se
pueden desarrollar en consecuencia. «El monte de la casa del Señor» podría ser
correctamente explicado como una imagen de la Iglesia, llamada a reunir a todas
las gentes. También podría hacer de primer anuncio de la Fiesta inminente de la
Navidad. «Confluirán los gentiles» hacia el Niño en el pesebre es un texto que
se cumplirá, en particular, en Epifanía, cuando los Magos vengan a adorarlo. El
homileta tendría que recordar a los fieles que también ellos pertenecen a los
gentiles que caminan hacia Cristo, un viaje que se inicia con intensidad
renovada en el I domingo de Adviento. Las mismas palabras, ricamente
inspiradas, son también aplicables a la Venida en el final de los tiempos,
citada explícitamente por el Evangelio. El profeta prosigue: «Será el árbitro
de las naciones, el juez de pueblos numerosos». Las palabras conclusivas del
pasaje profético son, al mismo tiempo, una maravillosa llamada a la celebración
de la Navidad y a la espera del adviento del Hijo del Hombre en la gloria:
«Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor».
83. La primera lectura del libro de Isaías en el año B se
presenta como una oración que instruye a la Iglesia en la actitud penitencial
propia de este periodo. Se inicia presentando un problema: el de nuestro
pecado. «Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro
corazón para que no te tema?». Es evidente que esta pregunta debe ser
considerada. ¿Quién puede comprender el misterio de la iniquidad humana? (cf. 2
Ts 2,7). Nuestra experiencia, ya sea en nosotros mismos o en el mundo que nos
rodea – el homileta puede presentar ejemplos – solo puede hacer brotar de lo
profundo de los corazones un grito inmenso dirigido a Dios: «¡Ojalá rasgases el
cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!». Esta sentida
petición encuentra respuesta definitiva en Jesucristo. En él Dios ha rasgado
los cielos y ha descendido entre nosotros. Y en él, como había pedido el
profeta, Dios «cuando ejecutarás portentos inesperados: “descendiste y las
montañas se estremecieron”. Jamás se oyó ni se escuchó …». La Navidad es la
celebración de las obras maravillosas realizadas por Dios y que nunca
hubiéramos podido esperar.
84. La Iglesia, en este I domingo de Adviento, fija además
la mirada en el Retorno de Jesús en gloria y majestad. «¡Ojalá rasgases el
cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!» Los Evangelios, con
este mismo tono, describen la Venida final. Y ¿estamos preparados? No, no lo
estamos, y por ello tenemos necesidad de un tiempo de preparación. La oración
del profeta continúa: «Sales al encuentro del que practica la justicia y se
acuerda de tus caminos». Una cosa muy parecida se invoca en la oración colecta
de este domingo: «Dios todopoderoso, aviva en tus fieles el deseo de salir al
encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras…».
85. En el Evangelio de Lucas, que se lee en el año C, las
imágenes son particularmente vivas. Entre tantos signos terribles que
aparecerán, Jesús predice que habrá uno que será capaz de eclipsar a todos los
demás: su aparición como Señor de la gloria. Él dice: «entonces verán al Hijo
del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad». Para nosotros que le
pertenecemos, este no debería ser un día de gran temor. Al contrario, él dice:
«Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra
liberación». Un homileta podría preguntar en voz alta: ¿por qué tenemos que
tener nosotros una actitud de confianza en el último día? Ciertamente esto
exige una preparación precisa, son necesarios algunos cambios en nuestra vida.
Es lo que comporta el Tiempo de Adviento, en el que debemos poner en práctica
la advertencia del Señor: «Tened cuidado: no se os embote la mente con el
vicio, la bebida y los agobios de la vida … Estad siempre despiertos, pidiendo
fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el
Hijo del Hombre».
86. Naturalmente la Eucaristía que nos disponemos a
celebrar es la preparación más intensa de la comunidad para la Venida del
Señor, ya que ella misma señala dicha Venida. En el prefacio que abre la plegaria
eucarística en este domingo, la comunidad se presenta a Dios «en vigilante
espera». Nosotros, que damos gracias, pedimos hoy ya poder cantar con todos los
ángeles: «Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo». Aclamando el
«Misterio de la fe» expresamos el mismo espíritu de vigilante espera: «Cada vez
que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor,
hasta que vuelvas». En la plegaria eucarística los cielos se abren y Dios
desciende. Hoy recibimos el Cuerpo y la Sangre del Hijo del Hombre que llegará
sobre las nubes con gran poder y gloria. Con su gracia, dada en la Sagrada
Comunión, esperamos que cada uno de nosotros pueda exclamar: «Me levantaré y
alzaré la cabeza; se acerca mi liberación».
B. II y III
domingo de Adviento
87. En los tres ciclos, los textos evangélicos del II y III
domingo de Adviento, están dominados por la figura de san Juan Bautista. No
sólo, el Bautista es, también con frecuencia, el protagonista de los pasajes
evangélicos del Leccionario ferial en las semanas que siguen a estos domingos.
Además, todos los pasajes evangélicos de los días 19, 21, 23 y 24 de diciembre
atienden a los acontecimientos que circundan el nacimiento de Juan. Por último,
la celebración del Bautismo de Jesús por mano de Juan cierra todo el ciclo de
la Navidad. Todo lo que aquí se dice tiene como finalidad ayudar al homileta en
todas las ocasiones en las que el texto bíblico evidencia la figura de Juan
Bautista.
88. Orígenes, teólogo maestro del siglo III, ha constatado un
esquema que expresa un gran misterio: independientemente del tiempo de su
Venida, Jesús ha sido precedido, en aquella Venida, por Juan Bautista (Homilía
sobre Lucas, IV, 6). De suyo, ha sucedido que desde el seno materno, Juan saltó
para anunciar la presencia del Señor. En el desierto, junto al Jordán, la
predicación de Juan anunció a Aquél que tenía que venir después de él. Cuando
lo bautizó en el Jordán, los cielos se abrieron, el Espíritu Santo descendió
sobre Jesús en forma visible y una voz desde el cielo lo proclamaba el Hijo
amado del Padre. La muerte de Juan fue interpretada por Jesús como la señal
para dirigirse resolutivamente hacia Jerusalén, donde sabía que le esperaba la
muerte. Juan es el último y el más grande de todos los profetas; tras él, llega
y actúa para nuestra salvación Aquél que fue preanunciado por todos los
profetas.
89. El Verbo divino, que en un tiempo se hizo carne en
Palestina, llega a todas las generaciones de creyentes cristianos. Juan
precedió la venida de Jesús en la historia y también precede su venida entre
nosotros. En la comunión de los santos, Juan está presente en nuestras
asambleas de estos días, nos anuncia al que está por venir y nos exhorta al
arrepentimiento. Por esto, todos los días en Laudes, la Iglesia recita el
Cántico que Zacarías, el padre de Juan, entonó en su nacimiento: «Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus
caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados» (Lc
1,76- 77).
90. El homileta debería asegurarse que el pueblo cristiano,
como componente de la preparación a la doble venida del Señor, escuche las
invitaciones constantes de Juan al arrepentimiento, manifestadas de modo
particular en los Evangelios del II y III domingo de Adviento. Pero no oímos la
voz de Juan sólo en los pasajes del Evangelio; las voces de todos los profetas
de Israel se concentran en la suya. «Él es Elías, el que tenía que venir, con
tal que queráis admitirlo» (Mt 11,14). Se podría también decir, al respecto de
todas las primeras lecturas en los ciclos de estos domingos, que él es Isaías,
Baruc y Sofonías. Todos los oráculos proféticos proclamados en la asamblea
litúrgica de este tiempo son para la Iglesia un eco de la voz de Juan que
prepara, aquí y ahora, el camino al Señor. Estamos preparados para la Venida
del Hijo del Hombre en la gloria y majestad del último día. Estamos preparados
para la Fiesta de la Navidad de este año.
91. Por ejemplo, cada asamblea en la que vienen proclamadas
las Escrituras es la «Jerusalén» del texto del profeta Baruc (II domingo C):
«Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas
perpetuas de la gloria que Dios te da». Este es un profeta que nos invita a una
preparación precisa y nos llama a la conversión: «Envuélvete en el manto de la
justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua». En la
Iglesia vivirá el Verbo hecho carne, por esta razón a ella van dirigidas las
palabras: «Ponte en pie Jerusalén, sube a la altura, mira hacia Oriente y
contempla a tus hijos, reunidos de Oriente a Occidente, a la voz del Espíritu,
gozosos, porque Dios se acuerda de ti».
92. En estos domingos se leen diversas profecías mesiánicas
clásicas de Isaías. «Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago
florecerá de su raíz» (Is 11,1; II domingo A). El anuncio se cumple en el
Nacimiento de Jesús. Otro año: «Una voz grita: “En el desierto preparadle un
camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”» (Is 40,3;
II domingo B). Los cuatro evangelistas reconocen el cumplimiento de estas
palabras en la predicación de Juan en el desierto. En el mismo Isaías se lee:
«Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos – ha hablado la boca
del Señor –» (Is 40,5). Esto se dice del último día. Esto se dice de la Fiesta
de Navidad.
93. Es impresionante cómo en las diversas ocasiones en las
que Juan Bautista aparece en el Evangelio se repite con frecuencia el núcleo de
su mensaje sobre Jesús: «Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con
Espíritu Santo» (Mc 1,8; II domingo B). El Bautismo de Jesús en el Espíritu
Santo es la conexión directa entre los textos a los que nos hemos referido
hasta ahora y el centro hacia el que este Directorio atrae la atención, es
decir, el Misterio Pascual, que se ha cumplido en Pentecostés con la venida del
Espíritu Santo sobre todos los que creen en Cristo. El Misterio Pascual viene
preparado por la Venida del Hijo Unigénito engendrado en la carne y sus
infinitas riquezas serán posteriormente desveladas en el último día. Del niño
nacido en un establo y del que vendrá sobre las nubes, Isaías dice: «Sobre él
se posará el espíritu del Señor» (Is 11,2; II domingo A); y también,
recurriendo a las palabras que el mismo Jesús declarará cumplidas en sí mismo:
«El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha
enviado para dar la buena noticia a los que sufren» (Is 61,1; III domingo B.
Cf. Lc 4,16-21).
94. El Leccionario del tiempo de Adviento es, de hecho, un
conjunto de textos del Antiguo Testamento que convencen y que, de modo
misterioso, encuentran su cumplimiento en la Venida del Hijo de Dios en la
carne. Como siempre, el homileta puede recurrir a la poesía de los profetas
para describir a los cristianos aquellos misterios en los que ellos mismos son
introducidos a través de las Celebraciones Litúrgicas. Cristo viene
continuamente y las dimensiones de su venida son múltiples. Ha venido. Volverá
de nuevo en gloria. Viene en Navidad. Viene ya ahora, en cada Eucaristía
celebrada a lo largo del Adviento. A todas estas dimensiones se les puede
aplicar la fuerza poética de los profetas: «Mirad a vuestro Dios, que trae el
desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará» (Is 35,4; III domingo A).
«No temas Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor tu Dios, en medio de ti, es
un guerrero que salva» (Sof 3,16-17; III domingo C). «Consolad, consolad a mi
pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha
cumplido su servicio, y está pagado su crimen» (Is 40,1-2; II domingo B).
95. No sorprende, entonces, que el espíritu de espera
ansiosa crezca durante las semanas de Adviento; que en el III domingo, los
celebrantes se endosan vestiduras de un gozoso rosa claro, y que este domingo
toma el nombre de los primeros versos de la antífona de entrada que, desde hace
siglos, se canta en este día, con las palabras extraídas de la carta de san
Pablo a los Filipenses: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad
alegres. El Señor está cerca».
C. IV
domingo de Adviento
96. Con el IV domingo de Adviento, la Navidad está ya muy
próxima. La atmósfera de la Liturgia, desde los reclamos corales a la
conversión, se traslada a los acontecimientos que circundan el Nacimiento de
Jesús. Un cambio de dirección evidenciado en el Prefacio II del tiempo de
Adviento. «La Virgen concebirá» es el título de la primera lectura del año A.
Cierto es que todas las lecturas, de los profetas a los Apóstoles y a los
Evangelios, giran en torno al misterio anunciado a María por el arcángel Gabriel.
(Lo que se dice aquí a propósito de los Evangelios de los domingos y de los
textos del Antiguo Testamento puede ser aplicado también al Leccionario ferial
del 17 al 23 de diciembre).
97. En el Evangelio del año B se lee la narración de la
Anunciación de Lucas; a la que sigue, en el mismo evangelio, la Visitación, que
se lee en el año C. Estos acontecimientos ocupan un lugar destacado en la
devoción de muchos católicos. La primera parte de la oración, el Ave María,
considerada entre las más hermosas, se compone de las palabras dirigidas a
María por el Arcángel Gabriel y por Isabel. La Anunciación es el primer
misterio gozoso del Rosario; la Visitación, el segundo. La oración del Ángelus es
una meditación ampliada de la Anunciación, recitada por muchos fieles cada día
(por la mañana, al mediodía y por la noche). El encuentro entre el arcángel
Gabriel y María, sobre la que desciende el Espíritu Santo, está representado en
múltiples obras del arte cristiano. En el IV domingo de Adviento, el homileta
tendría que trabajar sobre esta sólida base de la devoción cristiana y, así,
conducir a los fieles hacia una comprensión más profunda de estos admirables
acontecimientos.
98. «El Ángel del Señor anunció a María. Y concibió por
obra del Espíritu Santo». El poder y la fuerza de aquella hora nunca han
disminuido. Ahora se siente de nuevo mientras de ella se impregna la asamblea
en la que se proclama el Evangelio. Forja la hora peculiar de la celebración
comunitaria. Estamos absortos en su Misterio. En cierto modo estamos presentes
en la escena. Vemos al ángel que se presenta delante de la Virgen María en
Nazaret de Galilea (también la Iglesia está contemplando la escena, siguiendo
con estupor el drama de su encuentro, su intercambio de palabras). Mensaje
divino, respuesta humana. Pero, mientras observamos, tomamos conciencia de que
en esta visión no estamos aceptados sólo como simples espectadores. Cuanto ha
sido ofrecido a María (acoger al Hijo de Dios en su seno) nos es ofrecido, en
cierto modo, a cada una de las asambleas de fieles y a cada uno de los
creyentes en la Liturgia del domingo IV de Adviento. En Navidad, ya dentro de
pocos días, se nos va a entregar. Justo como ha dicho Jesús: «El que me ama
guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en
él» (Jn 14,23).
99. La primera lectura del Año B, del segundo Libro de
Samuel, nos invita a dar un paso atrás respecto a esta escena, incluso
manteniendo la mirada fija en ella. La lectura nos ofrece una visión más
amplia, la historia de la dinastía de David. La intención es la de ayudarnos a
mirar con atención en los siglos que han transcurrido en esta historia hasta
que surge, finalmente, el ángel delante de María. Es útil, por tanto, para el
homileta ayudar a las personas a observar todo el escenario del acontecimiento.
El generoso David está inspirado por un pensamiento noble, es decir, construir
una casa para el Señor. ¿Por qué, se pregunta David, ahora que se ha establecido
en su casa y ha obtenido una tregua en torno a sus enemigos gracias a la
intervención del Señor, por qué Él tendría que continuar viviendo en el arca
debajo de una tienda? ¿Por qué no una casa, un templo, para el Señor? Pero el
Señor da a David una respuesta del todo inesperada. A la generosa oferta de
David, el Señor responde con su generosidad divina superando enteramente lo que
David ofrecía o nunca habría podido imaginar. Revocando la oferta de David, el
Señor dice: «Tu no construirás una casa para mí», «el Señor te anuncia que te
va a edificar una casa» (cf. 2 Sam 7,11), refiriéndose así a la dinastía de
David que «dure tanto como el sol, como la luna, de edad en edad» (Sal 72,5).
100. Volviendo a la escena central de esta narración, vemos
cómo la promesa hecha a David se ha cumplido de manera definitiva y, una vez
más, de manera inesperada. María está «desposada con un hombre llamado José, de
la estirpe de David» (Lc 1,27). El Ángel anuncia a María que dará a luz un
Hijo, diciendo: «El Señor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1,32).
María misma es, de este modo, la casa que el Señor construye para el auténtico
Hijo de David. Incluso, el deseo de David de construir una casa para el Señor
se cumple de modo misterioso: con las palabras «hágase en mí según tu Palabra»
(Lc 1,38), la Hija de Sión, por medio de su consentimiento de fe, en un
instante construye un templo digno para el Hijo del Dios Altísimo.
101. El misterio de la Concepción Virginal de María es
también el tema del Evangelio del Año A pero, en este caso, la narración se
desarrolla desde el punto de vista de José, como nos narra Mateo. La primera
lectura es un breve pasaje de Isaías en el que el profeta pronuncia la conocida
frase: «Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel». Esta lectura puede ofrecer al homileta la ocasión para explicar cómo
la Iglesia ve, justamente, el cumplimiento de los textos del Antiguo Testamento
en los acontecimientos de la vida de Jesús. En el pasaje de Mateo, la asamblea
escucha los detalles referidos, que circundan el Nacimiento de Jesús,
concluyendo con la frase: «Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había
dicho el Señor por el profeta». Un profeta habla en la historia, en
circunstancias concretas. En el 734 a.C., el rey Acaz tenía que hacer frente a
un enemigo poderoso; el profeta Isaías le exhortó a tener fe en el poder que
Dios tenía para liberar Jerusalén, y ofreció al rey un signo enviado por el
Señor. Cuando el rey, con hipocresía, lo rechazó, el contrariado Isaías le
anunció que le sería dado, de todas formas, un signo, el signo de una Virgen,
cuyo Hijo sería llamado Emmanuel. Pero ahora, por medio del Espíritu Santo, que
ha hablado por el profeta, cuanto tenía sentido en aquellas precisas circunstancias
históricas se amplía para conformarse en una circunstancia histórica mucho
mayor: la Venida del Hijo de Dios que se hace carne. Todas las profecías y toda
la historia, en definitiva, hablan de esto.
102. El homileta, una vez presentado este argumento, puede
considerar la narración bien construida de Mateo. El evangelista se preocupa de
mantener en equilibrio dos verdades sobre Jesús: que es el Hijo de David y que
es el Hijo de Dios. Ambas son verdades esenciales para comprender quién es
Jesús. Tanto María como José interpretan un papel preciso en el cumplimiento de
este entrelazarse armónico del misterio.
103. Como hemos visto en la Anunciación en el contexto de
la Historia de Israel, también la genealogía que precede a este Evangelio
ofrece una clave importante para su interpretación. (La genealogía se lee el 17
de diciembre y en la Misa de la Vigilia de Navidad). El Evangelio de Mateo
inicia solemnemente con estas palabras: «Genealogía de Jesucristo, Hijo de
David, Hijo de Abrahán». Continúa la narración tradicional de todas las
generaciones: Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, y así en
adelante, pasando por David y sus descendientes, hasta José, donde el relato
sufre un imprevisto y marcado cambio: «Jacob engendró a José, el esposo de
María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo». Resulta singular y
extraordinario cómo el texto no prosigue diciendo: «José engendró a Jesús», 56
sino que especifica cómo José es el esposo de María, de la cual nació Jesús. Es
precisamente en este punto sobre el que recae el peso del IV domingo de
Adviento, como viene indicado en el primer versículo: «El nacimiento de
Jesucristo fue de esta manera». Es decir, en circunstancias notablemente
diferentes a todos los nacimientos precedentes, exigiendo, por tanto, esta
narración peculiar.
104. La primera información se refiere al hecho que María,
antes de ir a vivir con José, estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Es
claro, por tanto, para los que escuchan y leen el pasaje que el niño no es de
José sino que es el mismo Hijo de Dios. En la narración, además, esto no está
todavía claro para José. El homileta podrá constatar el drama que soporta José.
¿Sospecha la infidelidad de María y por eso decide «repudiarla en secreto»? O
quizá ¿tiene alguna intuición de la obra divina, que le lleva a temer de
recibir a María como su esposa? Es desconcertante también el silencio de María.
Ella, claramente, mantiene el secreto que existe entre ella y Dios, y será Dios
quien clarificará la situación. Ninguna palabra humana sería suficiente para
explicar un misterio tan grande. Mientras José consideraba estas cosas, un
Ángel le revela en sueños que María ha concebido por obra del Espíritu Santo y
que no debe temer. La Liturgia del Adviento invita a los fieles a no temer y a acoger,
como José, el misterio divino que se está desarrollando en su vida.
105. Un Ángel confirma en sueños a José que María ha
concebido por obra del Espíritu Santo. Así, de nuevo, todo se explica: Jesús es
el Hijo de Dios. Pero José tendrá que cumplir dos gestos, dos actos que
legitimarán el Nacimiento de Jesús a los ojos de la cultura y de la fe judías.
El Ángel se dirige a él de modo explícito con estas palabras: «José, Hijo de
David», y le ordena llevar a María a su casa, permitiendo que el misterio de
ella le trasforme. Después, él tendrá que dar nombre al niño. Estos dos gestos
hacen de Jesús «el Hijo de David». La narración de Mateo habría podido
continuar con estas palabras: «Cuando José se despertó hizo lo que le había
mandado el ángel del Señor», mientras que, por el contrario, la narración viene
interrumpida por la profecía de Isaías: «Todo esto sucedió para que se
cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta», para citar después el
versículo profético que hemos escuchado en la primera lectura. Lo que Isaías
dijo a Acaz es poca cosa al respecto. Ahora la palabra «Virgen» se toma al pie
de la letra, y Ella concibe por obra del Espíritu Santo. Y qué decir del nombre
que tendrán que dar al niño ¿Emmanuel? Mateo, a diferencia de Isaías, explica
su significado: «Dios-con-nosotros». También estas palabras, como indican las
circunstancias, están tomadas al pie de la letra. José, el Hijo de David, lo
llamará Jesús; pero el misterio más profundo de su nombre es
«Dios-con-nosotros».
106. En la segunda lectura de este mismo domingo, tomada de
la carta de san Pablo a los Romanos, escuchamos un lenguaje teológico más
antiguo y primitivo que el de Mateo pero que ya nos revela la importancia del
equilibrio armónico en los títulos que expresan el Misterio de Jesús. San Pablo
habla del «Evangelio que se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano de la
estirpe de David; constituido, Hijo de David, con pleno poder por su
Resurrección de la muerte». San Pablo ve ratificado el título de «Hijo de Dios»
en la Resurrección de Jesús. San Mateo, como hemos visto con anterioridad,
cuando explica el nombre del Emmanuel con el significado de
«Dios-con-nosotros», expresa tal comprensión del Señor resucitado, haciendo
referencia al principio de su existencia humana.
107. A pesar de ello, es Pablo quien muestra directamente
el modo de relacionar lo que escuchamos en estos textos. Después de haber
llamado con solemnidad a aquel que es el centro de su Evangelio «Hijo de David
e Hijo de Dios», Pablo designa a los gentiles como los que están llamados «por
Cristo Jesús». Además, los define como «a quienes Dios ama y ha llamado a
formar parte de su pueblo santo». El homileta debe mostrar cómo este lenguaje
se aplica también a nosotros. Los cristianos escuchan la maravillosa historia
del Nacimiento de Jesucristo que cumple de modo admirable lo que había sido
prometido por medio de los profetas, pero después escuchan también una palabra
sobre ellos: estamos llamados a pertenecer a Jesucristo, estamos llamados por
Dios y estamos llamados a ser santos.
108. El Evangelio del Año C se refiere a lo que María
realizó inmediatamente después del encuentro con el Ángel que le anuncia la
concepción del Hijo de Dios. «En aquellos días, María se puso en camino y fue
aprisa a la montaña», a ver a su pariente Isabel que estaba encinta de Juan
Bautista. Y al oír el saludo de María el niño saltó en el seno de Isabel. Es
este el primero de tantos momentos en los que Juan anuncia la presencia de
Jesús. Es instructivo reflexionar también sobre cómo María se comporta cuando
es consciente de llevar al Hijo de Dios en su seno. Ella «aprisa» va a visitar
a Isabel, para poder constatar que «nada es imposible para Dios»; y actuando
así, aporta un gran gozo a Isabel y al Hijo que está en su seno.
109. En estos días convulsos de Adviento la Iglesia entera
asume la fisonomía de María. El rostro de la Iglesia lleva impresos los signos
distintivos de la Virgen. El Espíritu Santo actúa ahora en la Iglesia, como ha
actuado siempre. Por tanto, mientras la asamblea en este domingo entra en el
misterio eucarístico, el sacerdote reza en la oración sobre las ofrendas: «El
mismo espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de
María, la Virgen Madre, santifique, Señor, estos dones que hemos colocado sobre
tu altar». El homileta debe extraer el mismo nexo evidenciado por esta oración:
a través de la Eucaristía, por el poder del Espíritu Santo, los fieles llevarán
en su propio cuerpo lo que María llevó en sus entrañas. Como Ella, tendrán que
hacer «deprisa» el bien al prójimo. Sus buenas acciones, realizadas siguiendo
el ejemplo de María, sorprenderán entonces a los otros con la presencia de
Cristo, de modo que dentro de ellos se produzca un salto de gozo.
IV. TIEMPO
DE NAVIDAD
A. Las
celebraciones de la Navidad
110. «En la vigilia y en las tres Misas de Navidad, las
lecturas, tanto las proféticas como las demás, se han tomado de la tradición
Romana» (OLM 95). Un momento distintivo de la Solemnidad de la Navidad del
Señor es la costumbre de celebrar tres misas diferentes: la de medianoche, la
de la aurora y la del día. Con la reforma posterior al Concilio Vaticano II se
ha añadido una vespertina en la vigilia. A excepción de las comunidades
monásticas, no es normal que todos participen en las tres (o cuatro)
celebraciones; la mayor parte de los fieles participará en una Liturgia que
será su «Misa de Navidad». Por ello se ha llevado a cabo una selección de
lecturas para cada celebración. No obstante, antes de considerar algunos temas
integrales y comunes a los textos litúrgicos y bíblicos, resulta ilustrativo
examinar la secuencia de las cuatro misas.
111. La Navidad es la fiesta de la luz. Es opinión
difundida que la celebración del Nacimiento del Señor se fijó a finales de
diciembre para dar un valor cristiano a la fiesta pagana del Sol invictus.
Aunque podría también no ser así. Si ya en la primera parte del siglo III,
Tertuliano escribió que en algunos calendarios Cristo fue concebido el 25 de
marzo, día que se considera como el primero del año, es posible que la fiesta
de la Navidad haya sido calculada a partir de esta fecha. En todo caso, ya
desde el siglo IV, muchos Padres reconocen el valor simbólico del hecho de que
los días se alargan después de la Fiesta de la Navidad. Las fiestas paganas que
exaltan la luz en la oscuridad del invierno no eran extrañas, y las fiestas
invernales de la luz aún hoy son celebradas en algunos lugares por los no
creyentes. A diferencia de ello, las lecturas y las oraciones de las diversas
Liturgias natalicias evidencian el tema de la verdadera Luz que viene a
nosotros en Jesucristo. El primer prefacio de Navidad exclama, dirigiéndose a
Dios Padre: «Porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu
gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor». El homileta debería
acentuar esta dinámica de la luz en las tinieblas, que inunda estos días
gozosos. Presentamos a continuación una síntesis de las características de cada
Celebración.
112. La Misa
vespertina de la Vigilia. Aunque la celebración de la Navidad comienza con esta
Misa, las oraciones y las lecturas evocan aún un sentido de temblorosa espera;
en cierto sentido, esta misa es una síntesis de todo el Tiempo de Adviento.
Casi todas las oraciones están conjugadas en futuro: «Mañana contemplaréis su
gloria» (antífona de entrada); «Concédenos que así como ahora acogemos,
gozosos, a tu Hijo como Redentor, lo recibamos también confiados cuando venga
como juez» (colecta); «Mañana quedará borrada la bondad de la tierra» (canto al
Evangelio); «Concédenos, Señor, empezar estas fiestas de Navidad con una
entrega digna del santo misterio del nacimiento de tu Hijo en el que has
instaurado el principio de nuestra salvación» (oración sobre las ofrendas); «Se
revelará la gloria del Señor» (antífona de comunión). Las lecturas de Isaías en
las otras Misas de Navidad describen lo que está sucediendo, mientras que el
pasaje proclamado en esta Misa cuenta lo que sucederá. La segunda lectura y el
pasaje evangélico hablan de Jesús como el Hijo de David y de los antepasados
humanos que han preparado el camino para su venida. La genealogía del Evangelio
de san Mateo, describiendo a grandes rasgos el largo camino de la Historia de
la Salvación que conduce al acontecimiento que vamos a celebrar, es similar a
las lecturas del Antiguo Testamento de la Vigila Pascual. La letanía de nombres
aumenta la sensación de espera. En la Misa de la Vigilia somos un poco como los
niños que agarran con fuerza el regalo de Navidad, esperando la palabra que les
permita abrirlo.
113. La Misa de medianoche. En el corazón de la noche,
mientras el resto del mundo duerme, los cristianos abren este regalo: el don
del Verbo hecho carne. El profeta Isaías anuncia: «El pueblo que caminaba en
tinieblas vio una luz grande». Continúa refiriéndose a la gloriosa victoria del
héroe conquistador que ha quebrantado la vara del opresor y ha tirado al fuego
los instrumentos de guerra. Anuncia que el dominio de aquel que reinará será
dilatado y con una paz sin límites y, por último, le llena de títulos:
«Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la Paz». El
comienzo del Evangelio resalta la eminencia de tal dignatario, mencionando por
su nombre al emperador y al gobernador que reinaban cuando Él irrumpe en
escena. La narración prosigue con una revelación impresionante: este rey
potente ha nacido en un modesto pueblecito de las fronteras del Imperio Romano
y su madre «lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían
sitio en la posada». El contraste entre el héroe conquistador descrito por
Isaías y el niño indefenso en el establo nos trae a la mente todas las
paradojas del Evangelio. El conocimiento de estas paradojas está profundamente
arraigado en el corazón de los fieles y los atrae a la Iglesia en el corazón de
la noche. La respuesta apropiada es unir nuestro agradecimiento al de los
ángeles, cuyo canto resuena en los cielos en esta noche.
114. La Misa de la Aurora. Las lecturas propuestas para
esta Celebración son particularmente concisas. Somos como aquellos que se
despertaron en la gélida luz del alba, preguntándose si la aparición angélica
en medio de la noche había sido un sueño. Los pastores, con ese innato buen
sentido propio de los pobres, piensan entre sí: «Vamos derechos a Belén, a ver eso
que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor». Van corriendo y encuentran
exactamente lo que les había anunciado el Ángel: una pobre pareja y su Hijo
apenas recién nacido, dormido en un pesebre para los animales. ¿Su reacción a
esta escena de humilde pobreza? Vuelven glorificando y alabando a Dios por lo
que han visto y oído, y todos los que los escuchan quedan impresionados por lo
que les han referido. Los pastores vieron, y también nosotros estamos invitados
a ver, algo mucho más trascendente que la escena que nos llena de emoción y que
ha sido objeto de tantas representaciones artísticas. Pero esta realidad se
puede ver sólo con los ojos de la fe y emerge con la luz del día, en la
siguiente Celebración.
115. La Misa del día. Como un sol resplandeciente ya en lo
alto del cielo, el Prólogo del Evangelio de san Juan aclara la identidad del
niño del pesebre. El evangelista afirma: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó
entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del
Padre, lleno de gracia y de verdad”. Con anterioridad, como recuerda la segunda
lectura, Dios había hablado de muchas maneras por medio de los profetas; pero
ahora “en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado
heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo.
Él es reflejo de su gloria …” Esta es su grandeza, por la que lo adoran los
mismos ángeles. Y aquí está la invitación para que todos se unan a ellos:
“adorad al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra” (canto al
evangelio).
116. El Verbo se hace carne para redimirnos, gracias a su
Sangre derramada, y ensalzarnos con él a la gloria de la Resurrección. Los
primeros discípulos reconocieron la relación íntima entre la Encarnación y el
Misterio Pascual, como testimonia el himno citado en la carta de san Pablo a
los Filipenses (2,5-11). La luz de la Misa de medianoche es la misma luz de la
Vigilia Pascual. Las colectas de estas dos grandes Solemnidades comienzan con
términos muy similares. En Navidad, el sacerdote dice: «Oh Dios, que has
iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera …»; en
Pascua: «Oh Dios, que iluminas esta noche santa con la gloria de la
Resurrección del Señor …». La segunda lectura de la Misa de la aurora propone
una síntesis admirable de la revelación del Misterio de la Trinidad y de
nuestra introducción al mismo a través del Bautismo: «Cuando se apareció la
Bondad de Dios, nuestro Salvador, y su Amor al hombre, … sino que según su
propia misericordia nos ha salvado: con el baño del segundo nacimiento, y con
la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre
nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Así, justificados por su
gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna». Las oraciones
propias de la Misa del día hablan de Cristo como autor de nuestra generación
divina y de cómo su nacimiento manifiesta la reconciliación que nos hace
amables a los ojos de Dios. La colecta, una de las más antiguas del tesoro de
las oraciones de la Iglesia, expresa sintéticamente porqué el Verbo se hace
carne: «Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y
semejanza; y de modo más admirable todavía restableciste su dignidad por
Jesucristo; concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado
compartir con el hombre la condición humana». Una de las finalidades
fundamentales de la homilía es, como afirma el presente Directorio, la de
anunciar el Misterio Pascual de Cristo. Los textos de la Navidad ofrecen explícitas
oportunidades para hacerlo.
117. Otra finalidad de la homilía es la de conducir a la
comunidad hacia el Sacrificio Eucarístico, en el que el misterio Pascual se
hace presente. Es un indicador claro la palabra «hoy», a la que recurren con
frecuencia los textos litúrgicos de las Misas de Navidad. El Misterio del
Nacimiento de Cristo está presente en esta celebración, pero como en su primera
venida, solo puede ser percibido con la mirada de la fe. Para los pastores el
gran «signo» fue, simplemente, un pobre niño clocado en el pesebre, aunque en
su recuerdo glorificaban y alababan a Dios por lo que habían visto. Con la
mirada de la fe tenemos que percibir al mismo Cristo, nacido hoy, bajo los
signos del pan y del vino. El admirabile commercium del que nos habla la
colecta del día de Navidad, según la cual Cristo comparte nuestra humanidad y
nosotros su divinidad, se manifiesta de modo particular en la Eucaristía, como
sugieren las oraciones de la celebración. En la media noche rezamos así en la
oración sobre las ofrendas: «Acepta, Señor, nuestras ofrendas en esta noche
santa, y por este intercambio de dones en el que nos muestras tu divina
largueza, haznos partícipes de la divinidad de tu Hijo que, al asumir la
naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo admirable». Y en la de la
aurora: «Señor, que estas ofrendas sean signo del Misterio de Navidad que
estamos celebrando; y así como tu Hijo, hecho hombre, se manifestó como Dios,
así nuestras ofrendas de la tierra nos hagan partícipes de los dones del
cielo». Y también, en el prefacio III de Navidad: “Por él, hoy resplandece ante
el mundo el maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo
de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza
humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos”.
118. La referencia a la inmortalidad roza otro tema
recurrente en los textos de Navidad: la celebración es sólo una parada
momentánea en nuestra peregrinación. El mensaje escatológico, tan evidente en el
tiempo de Adviento, también encuentra aquí su expresión. En la colecta de la
Vigilia, rezamos: «… que cada año nos alegras con la fiesta esperanzadora de
nuestra redención; concédenos que así como ahora acogemos, gozosos, a tu Hijo
como Redentor, lo recibamos también confiados cuando venga como juez». En la
segunda lectura de la Misa de medianoche, el Apóstol nos exhorta «a renunciar a
la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una
vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la
aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo». Y por último,
en la oración después de la comunión de la Misa del día, pedimos que Cristo,
autor de nuestra generación divina, nacido en este día, «nos haga igualmente
partícipes del don de su inmortalidad».
119. Las lecturas y las oraciones de Navidad ofrecen un
rico alimento al pueblo de Dios peregrino en esta vida; revelando a Cristo como
Luz del mundo, nos invitan a sumergirnos en el Misterio Pascual de nuestra
redención a través del «hoy» de la Celebración Eucarística. El homileta puede
presentar este banquete al pueblo de Dios reunido para celebrar el nacimiento
del Señor, exhortándole a imitar a María, la Madre de Jesús, que «conservaba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Evangelio, Misa de la aurora).
B. Fiesta de la Sagrada Familia
120. “El domingo dentro de la Octava de Navidad, Fiesta de
la Sagrada Familia, el Evangelio es el de la infancia de Jesús, las demás
lecturas hablan de las virtudes de la vida doméstica” (OLM 95). Los
Evangelistas, en esencia, no contaron nada sobre la vida de Jesús desde su
Nacimiento hasta el comienzo de su ministerio público; lo poco que nos ha sido
transmitido lo escuchamos en los pasajes evangélicos propuestos para esta
Fiesta. Los portentos que rodean el Nacimiento del Salvador se debilitan y la
Sagrada Familia vive una vida doméstica muy común, que viene ofrecida a las
familias como modelo a imitar, tal como sugieren las oraciones de esta
celebración.
121. Cada día, en diversos lugares del mundo, la
institución familiar soporta grandes retos y, por ello, sería apropiado que el
homileta hablara de ello. No obstante, más que ofrecer una simple exhortación
moral sobre los valores de la familia, el homileta debería inspirarse en las
lecturas del día para hablar de la familia cristiana como escuela de discipulado.
Cristo, del que celebramos su Nacimiento, ha venido al mundo para hacer la
voluntad del Padre: tal obediencia, dócil a la inspiración del Espíritu Santo,
tiene que encontrar un lugar en cada familia cristiana. José obedece al ángel y
conduce al Hijo y a su Madre a Egipto (Año A); María y José obedecen la Ley
presentando al Niño en el Templo (Año B) y yendo hacia Jerusalén para la fiesta
de la Pascua judía (Año C). Jesús, por su parte, obedece a sus padres
terrenales pero el deseo de estar en la casa del Padre es todavía más grande
(Año C). Como cristianos, somos miembros también de otra familia, que se reúne
en torno a la mesa familiar del altar para alimentarnos del Sacrificio que se
ha cumplido, ya que Cristo ha obedecido hasta la muerte. Tenemos que ver a las
familias como Iglesia doméstica en la que poner en práctica aquel modelo de
amor oblativo de sí mismo que asimilamos en la Eucaristía. De este modo, todas
las familias cristianas se abre también hacia afuera para formar parte de la
nueva familia y más amplia de Jesús: «El que cumple la voluntad de Dios, ese es
mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mc 3,35).
122. La comprensión del sentido cristiano de la vida
familiar ayuda al homileta a explicar la lectura tomada de la Carta de san
Pablo a los Colosenses. El precepto apostólico, según el cual la mujer debe
estar sometida al marido, puede chocar a nuestros contemporáneos; si el
homileta piensa no comentar esto, sería más prudente recurrir a la versión
breve de la lectura. No obstante, los pasajes complicados de la Escritura, en
la mayor parte de los casos, tienen mucho que enseñarnos y este caso específico
ofrece al homileta la ocasión de afrontar un argumento con el que podría no
estar de acuerdo el oyente moderno, pero que de suyo representa una fortaleza
si se comprende correctamente. La referencia a un texto similar, tomado de la
Carta de san Pablo a los Efesios (5,21-6,4), nos permite profundizar en su
significado. Pablo, en este texto, discute las recíprocas responsabilidades de
la vida familiar. La frase clave es la siguiente: «Sed sumisos unos a otros con
respeto cristiano» (Ef 5,21). La originalidad de la enseñanza del Apóstol no
reside en el hecho de que la mujer deba estar sometida a su marido, condición
ya asumida en la cultura de su tiempo. Lo que es novedoso y, además,
propiamente cristiano, es, sobre todo, que esta sumisión debe ser recíproca: si
la mujer debe obedecer al marido, él, a su vez, como Cristo, debe sacrificar su
propia vida por su esposa. En segundo lugar, la razón de la mutua sumisión no
está dirigida simplemente a la armonía de la familia o al bien de la sociedad,
sino que se realiza por temor de Cristo. En otras palabras, la sumisión
recíproca en la familia es una expresión del discipulado cristiano; la casa
familiar es, o tendría que llegar a ser, un lugar donde manifestamos nuestro
amor a Dios sacrificando nuestras vidas el uno por el otro. El homileta puede
lanzar el reto a los oyentes para que lleven a cabo en sus relaciones este amor
de autooblación, que es el corazón de la vida y de la misión de Cristo,
celebrado en la “comida familiar” de la Eucaristía.
C.
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
123. «En la Octava de Navidad y solemnidad de Sagrada María,
Madre de Dios, las lecturas tratan de la Virgen, Madre de Dios, y de la
imposición del santísimo nombre de Jesús» (OLM 95). Esta Festividad cierra la
octava de la Solemnidad de la Navidad y, en muchos lugares del mundo, señala
también el comienzo del año nuevo. Las lecturas y las oraciones ofrecen la
oportunidad de considerar, todavía una vez más, la identidad del Niño del que
estamos celebrando el Nacimiento. Él es verdadero Dios y verdadero Hombre. El
antiguo título de Theotokos (Madre de Dios) ratifica la naturaleza, tanto
humana como divina, de Cristo. Él es también nuestro Salvador (Jesús, el nombre
que recibe en la circuncisión, pero que le fue asignado por el ángel antes de
la concepción). Él nos salva desde el momento que ha nacido bajo la Ley y nos
redime por medio de su Sangre derramada. El rito de la circuncisión celebra la
entrada de Jesús en la alianza y anuncia con anticipación «la Sangre de la
nueva y eterna alianza que será derramada por vosotros y por todos para el
perdón de los pecados». También es un tema central de esta Celebración la
función de María en la obra de la Salvación, tanto en relación con Cristo, que
por medio de Ella ha recibido la naturaleza humana, como con los miembros de su
Cuerpo: es la Madre de la Iglesia que intercede por nosotros. Por último, la
celebración del año nuevo ofrece la ocasión de dar gracias por las bendiciones
recibidas en el año apenas trascurrido y de pedir para que en el año que nos
espera podamos, como María, colaborar con Dios en la incesante misión de
Cristo. La oración sobre las ofrendas enlaza a la perfección estos dos
argumentos: «Señor y Dios nuestro, que en tu providencia das principio y
cumplimiento a todo bien, concede, te rogamos, a cuantos celebramos hoy la
fiesta de la Madre de Dios, Santa María, que así como nos llena de gozo
celebrar el comienzo de nuestra salvación, nos alegremos un día de alcanzar su
plenitud. Por Jesucristo nuestro Señor».
D.
Solemnidad de la Epifanía
124. La triple dimensión de la Epifanía (la visita de los
Magos, el Bautismo de Cristo y el milagro de Caná) es particularmente evidente
en la Liturgia de las Horas de la Epifanía, así como en los días próximos a la
misma. En la tradición latina, además, la Liturgia Eucarística se concentra en
el evangelio de los Magos. En la semana posterior, la fiesta del Bautismo del
Señor enfoca esta dimensión de la Epifanía del Señor. En el Año C, el domingo
siguiente al del Bautismo presenta como evangelio la Narración de las Bodas de
Caná.
125. Las tres lecturas de la Misa de la Epifanía
representan otros tres géneros diversos de lecturas bíblicas. La primera
lectura, tomada del profeta Isaías, es una poesía de gozo. La segunda, de la
carta de san Pablo a los Efesios, es una precisa afirmación teológica
pronunciada en el lenguaje más que técnico de Pablo. El Evangelio es una
dramática narración de los acontecimientos, en los que cada detalle está lleno
de significado simbólico. Todos juntos desvelan la Fiesta y la definen como
Epifanía. Al escuchar su proclamación y, con la ayuda del Espíritu, su más
profunda comprensión dan lugar a la celebración de la Epifanía. La Palabra de
Dios revela al mundo entero el significado fundamental del Nacimiento de
Jesucristo. La Navidad, iniciada el 25 de diciembre, alcanza ahora su ápice en
el día de la Epifanía: Cristo es revelado a todas las gentes.
126. El homileta podría comenzar con el pasaje de san
Pablo, bastante breve pero de extrema intensidad, que ofrece una precisa
declaración de qué es la Epifanía. Pablo nos narra su singular encuentro con
Jesús resucitado camino de Damasco, de donde proviene todo. Explica todo lo que
le ha sucedido como una «revelación», es decir, una comprensión de los
acontecimientos, nueva e inesperada, transmitida con la autoridad divina en el
encuentro con el Señor Jesús, y no, por tanto, una simple opinión personal. San
Pablo llama también a esta revelación «gracia» y «misión», un tesoro que le ha
sido confiado para el bien de los demás. Además, define lo que le ha sido
comunicado como “el Misterio”. Este “Misterio” es algo desconocido en el
pasado, velado a nuestra comprensión, de alguna manera escondido en los
acontecimientos, pero ahora – ¡y es este, justamente, el anuncio de Pablo!
–viene ahora revelado, ahora se da a conocer. ¿En qué consiste el significado escondido
a las generaciones pasadas y ahora revelado? Es esta, pues, la afirmación de la
Epifanía: «que también los gentiles son coherederos [con los judíos] miembros
del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Espíritu».
Esto es un enorme cambio en el mundo del pensamiento del celoso fariseo Saulo,
un tiempo convencido que la escrupulosa observancia de la Ley judía era el
único camino de Salvación. Pero ahora Pablo anuncia el «Evangelio», inesperada
Buena Noticia en Cristo Jesús. Sí, Jesús es el cumplimiento de todas las
promesas de Dios al pueblo judío; sin esto no se le puede comprender. Ahora,
por el contrario, «también los gentiles son coherederos [con los judíos]
miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el
Espíritu».
127. De hecho, los acontecimientos referidos en la
narración de Mateo, que ha sido elegida para la Epifanía, son la realización de
lo que Pablo ha dicho en su carta. Guiados por una estrella llegan a Jerusalén
los Magos, sabios religiosos gentiles, estudiosos de notables tradiciones
sapienciales en las que la humanidad entera busca, con un gran deseo, al
desconocido Creador y Señor de todas las cosas. Representan todas las naciones
y no han encontrado su camino hacia Jerusalén siguiendo las escrituras judías
sino un signo maravilloso en el cielo que les ha señalado un acontecimiento de
dimensiones cósmicas. Su sabiduría no-judía ha permitido a los Magos comprender
tantas cosas. «Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle». En
la última fase de su viaje, para llegar a la conclusión precisa de sus
investigaciones, necesitan de las escrituras judías, y la identificación
profética de Belén como el lugar del Nacimiento del Mesías. Una vez que han
tomado esto de las escrituras judías, el signo cósmico les indica de nuevo el
camino. «De pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta
que vino a pararse encima de donde estaba el Niño». En los Magos llega hasta
Belén el deseo de Dios de toda la humanidad, encontrando allí «al Niño con
María, su madre».
128. En este punto de la narración de Mateo cuando puede
ser introducida, a modo de comentario, la poesía de Isaías. Los tonos de gozo
ayudan a entender la maravilla de este momento. «¡Levántate, brilla,
Jerusalén!» exhorta el profeta, «que llega tu luz; la gloria del Señor amanece
sobre ti». La redacción originaria de este texto se coloca en una circunstancia
histórica bien precisa: el pueblo de Israel tiene necesidad de levantarse de un
oscuro capítulo de su historia. Pero ahora, aplicado a los Magos delante de
Jesús, alcanza un cumplimiento mucho más allá de lo imaginable. La luz, la
gloria y el esplendor: la estrella que guía a los Magos. O, más bien, el mismo
Jesús es «la luz de todos los hombres y la gloria de su pueblo Israel».
«Levántate, Jerusalén» dice el profeta. Sí, pero ahora sabemos, por medio de la
revelación de san Pablo, que si la exhortación está dirigida a Jerusalén
(principio que se puede aplicar a cualquier parte de las Escrituras), la
referencia no se puede aplicar simplemente a la ciudad histórica y terrenal.
«Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y
partícipes de la promesa [con los judíos] en Jesucristo, por el Evangelio». Y
de este modo, bajo el título «Jerusalén» la exhortación va dirigida a todas las
gentes. La Iglesia, reunida de todas las naciones es llamada, «Jerusalén».
Todas las almas bautizadas, en su interior, son llamadas, «Jerusalén». Se
cumple, de este modo, lo que ha sido profetizado en los Salmos: «¡Qué pregón
tan glorioso para ti, ciudad de Dios!» y «todas mis fuentes están en ti» (Sal
87, 3,7).
129. Y así en Epifanía las tocantes palabras del profeta se
dirigen a todas las asambleas de cristianos creyentes. «¡Que llega tu luz,
Jerusalén!». Cada uno de los fieles, con la ayuda del homileta, ¡deberá
escuchar estas palabras en lo profundo de su corazón! “Mira: las tinieblas
cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor,
su gloria aparecerá sobre ti”. El homileta tiene la función de exhortar a los
fieles para dejar atrás los modos indolentes y las visiones poco abiertas a la
esperanza. «Levanta la vista entorno, mira: todos esos se han reunido, vienen a
ti». Es decir, a los cristianos se les ha dado todo lo que el mundo entero
busca. Una gran multitud de gentes llegará a la gracia en la que nosotros ya
nos encontramos. Justamente proclamamos en el salmo responsorial: «Se postrarán
ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra».
130. Nuestra reflexión podría ir de la poesía de Isaías a
la narración de Mateo. Los Magos nos sirven de ejemplo en el modo de acercarnos
al Niño. “Vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo
adoraron”. Hemos entrado en la Sagrada Liturgia para hacer lo mismo. El
homileta haría bien recordando a los fieles que, al acercarse a la comunión en
el día de la Epifanía, tendrían que pensar que ellos mismos han llegado al
lugar, y que están delante de la persona hacia la que la estrella y las
Escrituras les han conducido. Y por tanto, que ofrezcan a Jesús el oro de su
amor, el uno por el otro, el incienso de su fe, con el que lo reconocen como el
Dios-connosotros, y la mirra, que expresa su voluntad de morir al pecado y ser
sepultados con Él para resucitar a la vida eterna. E incluso, como los Magos,
sentirnos exhortados a volver a casa siguiendo otro camino. Que puedan
olvidarse de Herodes, malvado impostor, y de todo lo que les ha pedido que
hicieran. ¡En esta Fiesta han visto al Señor! “¡Levántate, brilla, Jerusalén,
que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!”. El homileta podría
aún animarlos, como hizo san León hace tantos siglos, a que imiten la función
de la estrella. Como la estrella, gracias a su fulgor, llevó a los gentiles a
Cristo, del mismo modo, esta asamblea, con el esplendor de la fe, de la
alabanza y de las buenas obras, debe resplandecer en este mundo de tinieblas
como un astro luminoso. «Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los
pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor».
E. Fiesta
del Bautismo del Señor
131. Con la Fiesta del Bautismo del Señor, prolongación de
la Epifanía, concluye el tiempo de la Navidad y se inicia el Tiempo Ordinario.
Mientras Juan bautiza a Jesús a orillas del Jordán sucede algo grandioso: los
cielos se abren, se oye la voz del Padre y el Espíritu Santo desciende en forma
visible sobre Jesús. Se trata de una manifestación del misterio de la Santísima
Trinidad. Pero ¿por qué se produce esta visión en el momento en el que Jesús es
bautizado? El homileta debe responder a esta pregunta.
132. La explicación está en la finalidad por la que Jesús
va a Juan para que le bautice. Juan está predicando un bautismo de penitencia.
Jesús recibe este signo de arrepentimiento junto a muchos otros que corren
hacia Juan. En un primer momento, Juan intenta impedírselo pero Jesús insiste.
Y esta insistencia manifiesta su intención: ser solidario con los pecadores.
Quiere estar donde están ellos. Lo mismo expresa el apóstol Pablo, pero con un
tipo de lenguaje diferente: «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar por
nuestros pecados» (2 Cor 5,21).
133. Y es, justamente, en este momento de intensa
solidaridad con los pecadores, cuando tiene lugar la grandiosa epifanía
trinitaria. La voz del Padre tronó desde el cielo, anunciando: «Tú eres mi
Hijo, el amado, el predilecto». Tenemos que comprender que lo que le agrada al
Padre, reside en la voluntad del Hijo de ser solidario con los pecadores. De
este modo se manifiesta como Hijo de este Padre, es decir, el Padre que «tanto
amó al mundo que entregó a su Hijo único» (Jn 3,16). En aquel preciso instante,
el Espíritu aparece como una paloma, desciende sobre el Hijo, imprimiendo una
especie de aprobación y de autorización a toda la escena inesperada.
134. El Espíritu que ha plasmado esta escena preparándola a
lo largo de los siglos de la Historia de Israel («que habló por los profetas»,
como profesamos en el Credo), está presente en el homileta y en sus oyentes:
abre sus mentes a una comprensión todavía más profunda de lo sucedido. El mismo
Espíritu acompañó a Jesús en cada instante de su existencia terrenal,
caracterizando todas sus acciones para que fueran revelación del Padre. Por
tanto, podemos escuchar el texto del profeta Isaías de este día como una
prolongación de las palabras del Padre en el corazón de Jesús: «Tú eres mi
Hijo, el amado». Su diálogo de amor continúa: «mi elegido, a quien prefiero.
Sobre Él he puesto mi espíritu… Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he
tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las
naciones».
135. En el salmo responsorial de esta fiesta se escuchan
las palabras del Salmo 28: «La voz del Señor está sobre las aguas». La Iglesia
canta este salmo como celebración de las palabras del Padre que tenemos el
privilegio de escuchar y cuya escucha marca nuestra fiesta. «Tú eres mi Hijo,
el amado, el predilecto» – esta es la «voz del Señor sobre las aguas, el Señor
sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es
magnífica» (Sal 28,3-4).
136. Después del Bautismo, el Espíritu conduce a Jesús al
desierto para ser tentado por Satanás. Sucesivamente y conducido siempre por el
Espíritu, Jesús va a Galilea donde proclama el Reino de Dios. Durante su
maravillosa predicación, marcada por milagros prodigiosos, Jesús afirma en una
ocasión: «Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se
cumpla!» (Lc 12,50). Con estas palabras se refería a su próxima muerte en
Jerusalén. De este modo comprendemos cómo el Bautismo de Jesús por parte de
Juan Bautista no fue el definitivo sino una acción simbólica de lo que se
habría cumplir en el Bautismo de su agonía y muerte en la Cruz. Porque es en la
Cruz donde Jesús se revela a sí mismo, no en términos simbólicos, sino
concretamente y en completa solidaridad con los pecadores. Es en la Cruz donde
«Dios lo hizo expiar por nuestros pecados» (2 Cor 5,21) y donde «nos rescató de
la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito» (Gal 3,13). Es allí
donde desciende al caos de las aguas de ultratumba, y lava para siempre nuestros
pecados. Pero por la Cruz y la Muerte, Jesús es también liberado de las aguas,
llamado a la Resurrección por la voz del Padre que dice: «Hijo mío eres tú, hoy
te he engendrado… Yo seré para él un padre y el será para mí un hijo» (Heb
1,5). Esta escena de muerte y resurrección es una obra de arte escrita y
dirigida por el Espíritu. La voz del Señor sobre las grandes aguas de la
muerte, con fuerza y poder, saca a su Hijo de la muerte. «La voz del Señor es
potente, la voz del Señor es magnífica».
137. El Bautismo de Jesús es modelo también para el
nuestro. En el Bautismo descendemos con Cristo a las aguas de la muerte, donde
son lavados nuestros pecados. Y después de habernos sumergido con Él, con Él
salimos de las aguas y oímos, fuerte y potente, la voz del Padre que, dirigida
también a nosotros en lo profundo de nuestros corazones, pronuncia un nombre
nuevo para cada uno de nosotros: «¡Amado! Mi predilecto». Sentimos este nombre
como nuestro, no en virtud de las buenas obras que hemos realizado, sino porque
Cristo, en su amor sin límites, ha deseado intensamente compartir con nosotros
su relación con el Padre.
138. La Eucaristía celebrada en esta Fiesta propone de
nuevo, en cierto modo, los mismos acontecimientos. El Espíritu desciende sobre
los dones del pan y del vino ofrecido por los fieles. Las palabras de Jesús:
«Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre», anuncian su intención de recibir el
Bautismo de muerte para nuestra Salvación. Y la asamblea reza, el «Padre
nuestro» junto con el Hijo, porque con Él siente dirigida a sí misma la voz del
Padre que llama «amado» al Hijo.
139. En una ocasión, a lo largo de su ministerio, Jesús
dijo: «el que cree en mí, como dice la Escritura: “De su seno brotarán
manantiales de agua viva”». Aquellas aguas vivas han comenzado a brotar en
nosotros con el Bautismo, y se transforman en un río siempre más caudaloso en
cada celebración de la Eucaristía.
V. DOMINGOS
DEL TIEMPO ORDINARIO
140. Los tiempos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua
poseen un carácter particular y las lecturas indicadas para estos tiempos
tienen una armonía inherente que deriva de estos. Es distinto el caso de los
domingos del Tiempo Ordinario, como puntualizan los Praenotanda del
Leccionario: “Por el contrario, en los domingos del Tiempo Ordinario, que no
tienen una característica peculiar, los textos de la lectura apostólica y del
Evangelio se distribuyen según el orden de la lectura discontinua, mientras que
la lectura del Antiguo Testamento se compone armónicamente con el Evangelio»
(OLM 67).
Los redactores del Leccionario, han rechazado
intencionadamente la idea de asignar un «tema» a cada domingo del año y escoger
las lecturas como consecuencia de ello: «Lo que era conveniente para aquellos
tiempos anteriormente citados no ha parecido oportuno aplicarlo también a los
domingos, de modo que en ellos hubiera una cierta unidad temática que hiciera
más fácil la instrucción homilética. El genuino concepto de la acción litúrgica
se contradice, en efecto, con una semejante composición temática, ya que dicha
acción litúrgica es siempre celebración del misterio de Cristo y, por tradición
propia, usa la Palabra de Dios movida no sólo por unas inquietudes de orden
racional o externo, sino por la preocupación de anunciar el Evangelio y de
llevar a los creyentes hacia la verdad plena» (OLM 68).
Fiel al mandato del Concilio Vaticano II, que ha indicado
cómo «los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor
claridad las cosas santas que significan» (SC 21), el Leccionario trienal del
Tiempo Ordinario presenta a los fieles el Misterio de Cristo, tal y como narran
los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. El homileta, prestando atención a la
estructura de las lecturas en el Tiempo Ordinario, puede encontrar una ayuda
para su propia preparación. El Directorio, en este punto, recuerda lo que dicen
los Praenotanda sobre esta estructura, a partir del Evangelio.
141. Tras haber evidenciado que el II domingo del Tiempo
Ordinario continúa el tema de la Manifestación del Señor, celebrada con la
Epifanía y la Fiesta del Bautismo del Señor; los Praenotanda prosiguen:
«A partir del domingo III, empieza la lectura semicontinua
de los tres Evangelios sinópticos; esta lectura se ordena de manera que
presente la doctrina propia de cada Evangelio a medida que se va desarrollando
la vida y predicación del Señor. Además, gracias a esta distribución, se
consigue una cierta armonía entre el sentido de cada Evangelio y la evolución
del año litúrgico. En efecto, después de la Epifanía se leen los comienzos de
la predicación del Señor, que guardan una estrecha relación con el Bautismo y
las primeras manifestaciones de Cristo. Al final del año litúrgico, se llega
espontáneamente al tema escatológico, propio de los últimos domingos, ya que
los capítulos del Evangelio que preceden al relato de la pasión tratan este
tema, con más o menos amplitud» (OLM 105).
Existe, por tanto, un esquema común que siguen los tres
ciclos: las primeras semanas afrontan el inicio de la misión pública de Cristo,
las últimas poseen un tema escatológico y las semanas que se encuentran entre
ellas presentan, de manera continua, diversos acontecimientos y enseñanzas de
la vida de nuestro Señor.
142. Cada año está bien definido, ya que revela las
enseñanzas propias de cada Evangelio sinóptico. El homileta, tendría que
resistir la tentación de considerar los pasajes evangélicos dominicales como
una entidad independiente; el conocimiento de la estructura global y de los
elementos característicos de cada Evangelio puede ayudarle a profundizar su
comprensión del texto.
143. AÑO A: Mateo presenta, de manera muy bien organizada,
el ministerio público de Jesús. Los discursos son cinco, cada uno los cuales
está precedido de un material narrativo. El leccionario es fiel a tal
estructura. 1. El discurso de la montaña (del IV al IX domingo) precedido por
la llamada de los primeros discípulos (III domingo). 2. El discurso misionero
(del XI al XIII domingo) precedido por la llamada de Mateo. 3. El discurso en
parábolas (del XV al XVII domingo) precedido por el anuncio de la Buena Noticia
revelada a los sencillos. 4. El discurso sobre la vida en la Iglesia (del XXIII
al XXIV domingo) precedido por la narración de los milagros, de la confesión de
Pedro y del anuncio de la Pasión. 5. El discurso escatológico (del XXXII al
XXXIV domingo) precedido por las narraciones de las parábolas y de los
acontecimientos que implican la aceptación o el rechazo del Reino. El
conocimiento de esta estructura hace que el homileta sea capaz de relacionar
cuanto dice a lo largo de las diversas semanas y, además, de ayudar a los
fieles a apreciar la relación absoluta entre la vida y las enseñanzas de Jesús,
tal como explica el primer Evangelio a través de su esquema de narraciones y
discursos.
144. AÑO B: aunque no tiene la articulada organización de
los otros dos Evangelios sinópticos, la narración de Marcos posee su particular
dinamismo, que el homileta podrá poner de relieve, siempre, en los diversos
momentos del año. Al inicio, el ministerio de Jesús es acogido con gran
entusiasmo (del III al IX domingo) pero la oposición no tarda en llegar (X
domingo). Incluso sus discípulos le entienden mal porque sus esperanzas están
puestas en un Mesías terrenal. El momento del cambio en el ministerio público
de Jesús llega, en la narración de Marcos, con la confesión de fe de Pedro, con
el primer anuncio de Cristo de su propia Pasión, y con el rechazo de Pedro de
tal proyecto (domingos XXIV y XXV). Los malentendidos se suceden en este
Evangelio, ya que Jesús habla y se comporta de forma que confunde y escandaliza
a los oyentes, lo que ofrece una lección positiva a la comunidad cristiana
reunida cada semana para escuchar la Palabra de Dios (el misterio de Cristo
pone siempre a prueba nuestras expectativas). Otra característica importante
del Ciclo B, es adoptar la narración de san Juan de la multiplicación de los
panes y de los peces, con el sucesivo discurso del pan de vida (del domingo
XVII al XXI). Esto ofrece al homileta la oportunidad de predicar durante varias
semanas sobre Cristo, pan vivo que nos nutre, tanto con su Palabra como con su
Cuerpo y su Sangre.
145. AÑO C: las enseñanzas propias del Evangelio de Lucas
son, en primer lugar, la ternura y la misericordia, trazas distintivas del
ministerio de Cristo. Desde el inicio de su misión hasta que se acercaba a
Jerusalén, los que se encontraban con Jesús, desde Pedro (V domingo) a Zaqueo
(domingo XXXI), son conscientes de la necesidad de su perdón y de la gran
misericordia de Dios. Muchas narraciones propias del Evangelio de Lucas, a lo
largo del año, ilustran el tema de la misericordia divina: la mujer pecadora
(XI domingo), el buen samaritano (XV domingo), la oveja perdida y el hijo
pródigo (XXIV domingo), el buen ladrón (XXXIV domingo). No faltan las
advertencias dirigidas a quien no demuestra misericordia: los anatemas y las
bienaventuranzas (VI domingo), el rico insensato (XVIII domingo), el rico y
Lázaro (XXVI domingo). Escrito para los gentiles, el Evangelio de Lucas
evidencia cómo la misericordia de Dios va más allá del pueblo elegido para
abrazar a aquellos que antes estaban excluidos. El tema retorna frecuentemente
a lo largo de estos domingos, es una advertencia a todos los que nos reunimos
para celebrar la Eucaristía: hemos recibido la generosa misericordia de Cristo;
por tanto, no pueden existir límites a nuestra misericordia hacia el prójimo.
146. Con respecto a las lecturas del Antiguo Testamento en
el Tiempo Ordinario, así se expresan los Praenotanda:
«Estas lecturas se han seleccionado en relación con los
fragmentos evangélicos, con el fin de evitar una excesiva diversidad entre las
lecturas de cada Misa y, sobre todo, para poner de manifiesto la unidad de
ambos Testamentos. La relación entre las lecturas de la Misa se hace ostensible
a través de la cuidadosa selección de los títulos que se hallan al principio de
cada lectura.
Al seleccionar las lecturas, se ha procurado que, en lo
posible, fueran breves y fáciles. Pero también se ha previsto que en los
domingos se lea el mayor número posible de los textos más importantes del
Antiguo Testamento. Estos textos se han distribuido sin un orden lógico,
atendiendo solamente a su relación con el Evangelio; sin embargo, el tesoro de
la Palabra de Dios quedará de tal manera abierto, que todos los que participan
en la misa dominical conocerán casi todos los pasajes más importantes del
Antiguo Testamento» (OLM 106).
Los ejemplos ofrecidos por este Directorio, con relación al
tiempo de Adviento/Navidad y Cuaresma/Pascua, indican los recorridos que el
homileta puede seguir para conectar las lecturas del Nuevo y del Antiguo
Testamento, mostrando cómo las mismas convergen en la persona y en la misión de
Jesucristo. Además, no se debe olvidar el salmo responsorial, que también ha
sido escogido en armonía con el Evangelio y con la lectura del Antiguo
Testamento. El homileta no puede pretender que el pueblo reconozca de modo
automático estos nexos, que deberán, por el contrario, ser indicados en la
homilía. Los Praenotanda, también atraen la atención sobre los títulos elegidos
para cada lectura explicando que han sido elegidos con cuidado, tanto para
indicar el tema principal de la lectura como también, cuando sea necesario,
para poner de relieve el nexo entre las diversas lecturas de una Misa concreta
(cf. OLM 123).
147. Por último, están las lecturas en el Tiempo Ordinario
tomadas de los Apóstoles:
«Para esta segunda lectura se propone una lectura
semicontinua de las cartas de san Pablo y de Santiago (las cartas de san Pedro
y de san Juan se leen en el tiempo pascual y en el tiempo de Navidad).
La primera carta a los Corintios, dado que es muy larga y
trata de temas diversos, se ha distribuido en los tres años del ciclo, al
principio de este Tiempo Ordinario. También ha parecido oportuno dividir la
carta a los Hebreos en dos partes, la primera de las cuales se lee el año B, y
la otra el año C.
Conviene advertir que se han escogido solo unas lecturas
bastante breves y no demasiado difíciles para la comprensión de los fieles»
(OLM 107).
A todo lo expuesto en los Praenotanda es oportuno añadir
dos observaciones sobre la disposición de los textos tomados de los Apóstoles.
Sobre todo, en las semanas que concluyen el Año Litúrgico escuchamos la primera
y la segunda carta a los Tesalonicenses, donde se tratan temas escatológicos
que sintonizan con las demás lecturas y con los textos litúrgicos de estos
domingos. En segundo lugar, la carta de Pablo a los Romanos constituye una
parte muy importante del Ciclo A del domingo IX al XXV. Dada su importancia, a
pesar del espacio que le dedica el Leccionario, el homileta puede reservarle
una atención especial en estos domingos del Tiempo Ordinario.
148. Debemos reconocer que las lecturas tomadas de los
Apóstoles pueden generar un pequeño dilema, en el sentido que no han sido
elegidas para que armonicen con el Evangelio y con la lectura del Antiguo
Testamento. En ocasiones si están, de modo explícito, en armonía con las otras
lecturas, aunque este no es el caso más frecuente, y el homileta no debe forzar
la «concordancia» con dichas lecturas. Es legítimo, no obstante, que a veces
predique primariamente sobre la segunda lectura, a lo mejor dedicando también
algunos domingos a una de las lecturas.
149. El hecho de que los domingos del tiempo ordinario no
posean una armonía intrínseca puede representar un reto para el homileta pero
este reto le ofrece la oportunidad de evidenciar, una vez más, la finalidad
fundamental de la homilía: «El Misterio Pascual de Cristo, proclamado en las
lecturas y en la homilía, se realiza por medio del sacrificio de la Misa» (OLM
24). El homileta no debería sentir la necesidad de detenerse en cada lectura o
de construir un puente artificial entre ellas: el principio unificador es la
Revelación y la Celebración del Misterio Pascual de Cristo para la asamblea
litúrgica. En un domingo concreto, el camino de entrada en el misterio nos
viene dado en la página del Evangelio leída a la luz de la doctrina propia del
Evangelista; esto también puede ser reforzado con una reflexión sobre la
relación que hay entre el pasaje del Evangelio, la lectura del Antiguo
Testamento y el salmo responsorial. O también, el homileta podría basar su
homilía principalmente sobre el texto del Apóstol. En todo caso, la finalidad
no es la de hacer un tour de force que una, de modo exhaustivo, los hilos
diversos de las Lecturas sino más bien seguir uno de ellos que conduzca al
pueblo de Dios al corazón del misterio de la vida, Muerte y Resurrección de
Cristo, realizado en la Celebración Litúrgica.
VI. OTRAS
OCASIONES
A. Misa
ferial
150. La costumbre de celebrar cotidianamente la Eucaristía
es una gran fuente de santidad para los católicos de Rito Romano, y los
sacerdotes deberían animar al pueblo a participar, en cuanto le sea posible, en
la Misa cotidiana. El Papa Benedicto exhorta para que «no se deje de ofrecer
también, cuando sea posible, breves reflexiones apropiadas a la situación
durante la semana en las misas cum populo, para ayudar a los fieles a acoger y
hacer fructífera la Palabra escuchada» (VD 59). La Eucaristía cotidiana es
menos solemne que la liturgia dominical y debería ser celebrada de un modo tal
que cuantos tienen responsabilidades familiares y de trabajo puedan tener la
oportunidad de participar en la Misa ferial. De aquí la necesidad de que la
homilía, en estas ocasiones, sea breve. Por otro lado, ya que muchos participan
de forma regular en la Misa ferial, se tiene la oportunidad de hacer la homilía
sobre un determinado libro de la Escritura en días sucesivos, algo que la
celebración dominical no permite.
151. La homilía en la Misa ferial está particularmente
aconsejada en los tiempos de Adviento/Navidad y Cuaresma/Pascua. Las lecturas,
en estos casos, han sido elegidas con cuidado y los principios vienen ofrecidos
en los Praenotanda del Ordo Lectionum Missae: para el Adviento, n. 94; para la
Navidad, n. 96; para la Cuaresma, n. 98; para el Tiempo de Pascua, n. 101. La
familiaridad con los mismos puede ayudar al homileta en la preparación de los
breves comentarios cotidianos.
152. Los mismos Praenotanda dedican a las lecturas del
Tiempo Ordinario un punto al cual el homileta debe prestar atención cuando
prepara las Liturgias feriales:
«En la ordenación de las lecturas feriales, se proponen
unos textos para cada día de cada semana, durante todo el año; por lo tanto,
como norma general, se emplearán estas lecturas en los días que tienen
asignados, a no ser que coincida una solemnidad o una fiesta, o una memoria que
tenga lecturas propias.
En la Ordenación de las lecturas para las ferias, hay que
advertir si, durante aquella semana, por razón de alguna celebración que en
ella coincida, se tendrá que omitir alguna o algunas lecturas del mismo libro.
Si se da este caso, el sacerdote, teniendo a la vista la ordenación de lecturas
de toda la semana, ha de prever qué partes omitirá, por ser de menor
importancia, o la manera más conveniente de unir estas partes a las demás,
cuando son útiles para una visión de conjunto del argumento que tratan» (OLM
82).
Como consecuencia, se anima al homileta a ver las lecturas
de toda la semana y a aportar adaptaciones a su secuencia cuando estas se ven
interrumpidas por una celebración particular. La homilía ferial, aunque sea
breve, debe ser preparada con anticipación y gran cuidado. La experiencia nos
enseña que una homilía breve con frecuencia exige una mayor preparación.
153. Cuando el Leccionario prevé lecturas propias para la
celebración de un santo, es necesario usarlas. Las lecturas pueden, además, ser
elegidas del común si existen razones para dar mayor resalto a la celebración
de un santo. En los Praenotanda del Ordo Lectionum Missae se advierte además:
«El sacerdote que celebra con participación del pueblo
atenderá, en primer lugar, al bien espiritual de los fieles y se guardará de
imponerles sus preferencias. Procurará, de modo especial, no omitir con
frecuencia y sin motivo suficiente las lecturas asignadas para cada día en el
Leccionario ferial, ya que es deseo de la Iglesia que los fieles dispongan de
una mesa de la Palabra de Dios ricamente servida» (OLM 83).
B.
Matrimonio
154. Con respecto a la homilía en la celebración nupcial,
el Ritual del Matrimonio recuerda que: «el sacerdote, en la homilía, explica,
partiendo del texto sagrado, el misterio del Matrimonio cristiano, la dignidad
del amor conyugal, la gracia del Sacramento y las obligaciones de los cónyuges,
atendiendo, sin embargo, a las diversas circunstancias de las personas» (61).
La homilía en un Matrimonio presenta dos retos únicos en su género. El primero
se refiere al hecho de que cada día más, incluso para muchos cristianos, el
Matrimonio no es visto como una vocación; el «misterio del Matrimonio
cristiano» tiene que ser proclamado y enseñado. El segundo reto se refiere a
los presentes en la celebración, entre los cuales se encuentran también con
frecuencia no cristianos y no católicos: el homileta, por tanto, no puede
partir del supuesto de que el auditorio esté familiarizado con los elementos
fundamentales de la fe cristiana. También estos retos son ocasiones para que el
homileta exponga una visión de la vida y del Matrimonio enraizada con el discipulado
cristiano y con el Misterio Pascual de la Muerte y la Resurrección de Cristo.
Quien tiene la homilía deberá prepararse con gran cuidado, de modo que pueda
hablar del «misterio del Matrimonio cristiano» «atendiendo, sin embargo, a las
diversas circunstancias de las personas», al mismo tiempo.
C. Exequias
155. El Ritual de exequias explica brevemente el valor y el
significado de la homilía en el funeral. A la luz de la Palabra de Dios,
incluso teniendo presente que la homilía debe evitar la forma y el estilo del
elogio fúnebre, «los sacerdotes considerarán, con la debida solicitud, no solo
la persona del difunto y las circunstancias de su muerte, sino también, el
dolor de los familiares y las necesidades de su vida cristiana» (Observaciones
previas 18). El amor de Dios manifestado en Cristo muerto y resucitado, reaviva
la fe, la esperanza y la caridad. La vida eterna y la Comunión de los Santos
traen consuelo a los que lloran. La circunstancia del funeral ofrece la ocasión
para considerar el misterio de la vida y de la muerte, el sentido de la
peregrinación terrena, el juicio misericordioso de Dios, la vida que no muere.
156. El homileta debe mostrar particular interés por
aquellos que, con ocasión de los funerales, asisten a la Celebración Litúrgica,
ya sean no católicos o católicos que casi nunca participan en la Eucaristía, o
dan la impresión de haber perdido la fe (cf. Observaciones previas 18). La
escucha de las Sagradas Escrituras, las oraciones y los cantos de la liturgia
exequial nutren y expresan también, la fe de la Iglesia.
APÉNDICE I:
LA HOMILÍA
Y EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
157. Una preocupación particular a la que con frecuencia se
ha prestado atención en los años posteriores al Concilio Vaticano II, y de modo
particular en los Sínodos de los Obispos, está relacionada con la necesidad de
ofrecer una mayor doctrina en la predicación. El Catecismo de la Iglesia
Católica representa, al respecto, un recurso ciertamente útil para el homileta,
pero es importante que sea usado conforme a la finalidad de la homilía.
158. El Catecismo Romano fue publicado bajo la guía de los
Padres del Concilio de Trento y, en algunas ediciones incluía también una
Praxis Catechismi que dividía el contenido del Catecismo Romano en base a los
Evangelios de los domingos del año. Por ello no sorprende el hecho de que, con
la publicación de un nuevo Catecismo en la línea del Concilio Vaticano II, se
haya presentado la propuesta de hacer algo similar con el Catecismo de la
Iglesia Católica. Una iniciativa de este género debe afrontar diversos
obstáculos de carácter práctico pero el más importante se refiere a la objeción
fundamental según la cual la Liturgia dominical no es una «ocasión» para tener
un sermón sobre un argumento que no es acorde al tiempo litúrgico y a sus
temas. No obstante, pueden existir razones pastorales específicas que requieran
exponer un particular aspecto de la instrucción doctrinal o moral. Estas
decisiones exigen prudencia pastoral.
159. Por otro lado,
las enseñanzas más importantes están relacionadas con el sentido más profundo
de las Escrituras que, justamente, se manifiesta cuando la Palabra de Dios es
proclamada en la asamblea litúrgica. La tarea del homileta no es la de adecuar
las Lecturas de la Misa a un esquema temático predefinido sino invitar a los
que le escuchan a reflexionar sobre la Fe de la Iglesia, como emerge de las
Escrituras en el contexto de la Celebración Litúrgica.
160. Teniendo esto presente, en el Apéndice se ha dispuesto
una tabla en la que se indican los números del Catecismo de la Iglesia Católica
referidos en las lecturas bíblicas de los domingos y de las solemnidades. Los
números han sido escogidos porque citan o aluden a lecturas específicas o
porque tratan argumentos presentes en las lecturas. El homileta es así
estimulado a consultar el Catecismo no de un modo simple y rápido sino
meditando sobre cómo sus cuatro partes están muy relacionadas. Por ejemplo, en
el V domingo A del Tiempo Ordinario, la primera lectura habla de la atención a
los pobres, la segunda lectura de la locura de la Cruz y la tercera de los
discípulos que son la sal de la tierra y la luz del mundo. Las citas del
Catecismo las asocian con algunos temas fundamentales: Cristo crucificado es
Sabiduría de Dios, contemplado en relación con el problema del mal y de la
aparente impotencia de Dios (272); los cristianos están llamados a ser la luz
del mundo, a pesar de la presencia del mal y su misión es la de ser semillas de
unidad, de esperanza y de salvación para toda la humanidad (782); al compartir
el Misterio Pascual de Cristo, significado por el cirio pascual, cuya luz es
dada a los nuevos bautizados, nosotros mismos nos convertimos en esta luz
(1243); «el mensaje de la salvación, para manifestar ante los hombres su fuerza
de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado
por el testimonio de vida de los cristianos» (2044); testimonio que encuentra
una expresión particular en nuestro amor por los pobres (2443-2449). Utilizando
el Catecismo de la Iglesia Católica de esta manera, el homileta podrá ayudar al
pueblo a integrar la Palabra de Dios, la fe de la Iglesia, las exigencias
morales del Evangelio y su espiritualidad personal y litúrgica.
CICLO A
Primer domingo de Adviento
CEC 668-677, 769: la
tribulación final y la venida de Cristo en gloria
CEC 451, 671, 1130,
1403, 2817: “¡Ven, Señor Jesús!”
CEC 2729-2733: la
vigilancia humilde del corazón
Segundo domingo de Adviento
CEC 522, 711-716, 722:
los profetas y la espera del Mesías
CEC 523, 717-720: la
misión de Juan Bautista
CEC 1427-29: la
conversión de los bautizados
Tercer domingo de Adviento
CEC 30, 163, 301, 736,
1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
CEC 227, 2613, 2665,
2772: la paciencia
CEC 439, 547-550,
1751: la manifestación de Jesús como el Mesías
Cuarto domingo de Adviento
CEC 496-507, 495: la
maternidad virginal de María
CEC 437, 456, 484-486,
721-726: María, madre de Dios por obra del Espíritu Santo
CEC 1846: Jesús viene
revelado como Salvador a José
CEC 445, 648, 695:
Cristo, el Hijo de Dios en su Resurrección
CEC 143-149, 494,
2087: “la obediencia de la fe”
Solemnidad de la Navidad
CEC 456-460, 566:
“¿Por qué el Verbo se hizo carne?”
CEC 461-463, 470-478:
la Encarnación
CEC 437, 525-526: el
misterio de la Navidad
CEC 439, 496, 559,
2616: Jesús es el Hijo de David
CEC 65, 102: Dios ha
dicho todo en su Verbo
CEC 333: Cristo
encarnado es adorado por los ángeles
CEC 1159-1162, 2131, 2502:
la Encarnación y las imágenes de Cristo
Sagrada Familia
CEC 531-534: la
Sagrada Familia
CEC 1655-1658,
2204-2206: la familia cristiana, una Iglesia doméstica
CEC 2214-2233: los
deberes de los miembros de la familia
CEC 333, 530: la huida
a Egipto
Solemnidad de María, Santísima Madre
de Dios
CEC 464-469:
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre
CEC 495, 2677: María
es la Madre de Dios
CEC 1, 52, 270, 294,
422, 654, 1709, 2009: nuestra adopción como hijos de Dios
CEC 527, 577-582:
Jesús observa la Ley y la perfecciona
CEC 580, 1972: la Ley
nueva nos libera de las restricciones de la Ley antigua
CEC 683, 689, 1695,
2766, 2777-2778: por medio del Espíritu Santo podemos llamar a Dios “Abba”
CEC 430-435, 2666-2668,
2812: el nombre de Jesús
Segundo domingo después de Navidad
CEC 151, 241, 291,
423, 445, 456-463, 504-505, 526, 1216, 2466, 2787: prólogo del Evangelio de
Juan
CEC 272, 295, 299,
474, 721, 1831: Cristo, Sabiduría de Dios
CEC 158, 283, 1303,
1831, 2500: Dios nos dona la Sabiduría
Solemnidad de la Epifanía del Señor
CEC 528, 724: la
Epifanía del Señor
CEC 280, 529, 748,
1165, 2466, 2715: Cristo, luz de las naciones
CEC 60, 442, 674, 755,
767, 774-776, 781, 831: la Iglesia, sacramento de la unidad del género humano
Primer domingo de Cuaresma
CEC 394, 538-540,
2119: la tentación de Jesús
CEC 2846-2949: “No nos
dejes caer en la tentación”
CEC 385-390, 396-400:
la Caída
CEC 359, 402-411, 615:
Adán, el Pecado Original; Cristo el nuevo Adán
Segundo domingo de Cuaresma
CEC 554-556, 568: la
Transfiguración
CEC 59, 145-146,
2570-2571: la obediencia de Abrahán
CEC 706: la promesa de
Dios a Abrahán se cumple en Cristo
CEC 2012-2114, 2028,
2813: la llamada a la santidad
Tercer domingo de Cuaresma
CEC 1214-1216,
1226-1228: el Bautismo, renacer por medio del agua y del Espíritu
CEC 727-729: Jesús
revela al Espíritu Santo
CEC 694, 733-736,
1215, 1999, 2652: el Espíritu Santo, el agua viva, un don de Dios
CEC 604, 733, 1820,
1825, 1992, 2658: Dios toma la iniciativa; la esperanza del Espíritu
Cuarto domingo de Cuaresma
CEC 280, 529, 748,
1165, 2466, 2715: Cristo, luz de las naciones
CEC 439, 496, 559,
2616: Jesús es el Hijo de David
CEC 1216: el Bautismo
es iluminación
CEC 782, 1243, 2105:
los cristianos están llamados a ser la luz del mundo
Quinto domingo de Cuaresma
CEC 992-996: la
revelación progresiva de la Resurrección
CEC 549, 640, 646: los
signos mesiánicos que prefiguran la Resurrección de Cristo
CEC 2603-2604: la
oración de Jesús antes de la resurrección de Lázaro
CEC 1002-1004: nuestra
experiencia actual de la Resurrección
CEC 1402-1405, 1524:
la Eucaristía y la Resurrección
CEC 989-990: la
resurrección de la carne
Domingo de Ramos y de la Pasión de
nuestro Señor Jesucristo
CEC 557-560: la
entrada de Jesús en Jerusalén
CEC 602-618: la Pasión
de Cristo
CEC 2816: el Señorío
de Cristo obtenido por medio de su Muerte y Resurrección
CEC 654, 1067-1068,
1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia
Jueves Santo – Cena del Señor
CEC 1337-1344:
Institución de la Eucaristía
CEC 1359-1361: la
Eucaristía como acción de gracias
CEC 610, 1362-1372,
1382, 1436: la Eucaristía como sacrificio
CEC 1373-1381: la
presencia real de Cristo en la Eucaristía
CEC 1384-1401, 2837:
la Comunión
CEC 1402-1405: La
Eucaristía “prenda de la gloria futura”
CEC 611, 1366: la
institución del sacerdocio en la Última Cena
Viernes Santo – La Pasión del Señor
CEC 602-618. 1992: la
Pasión de Cristo
CEC 612, 2606, 2741:
la oración de Jesús
CEC 467, 540, 1137:
Cristo el sumo sacerdote
CEC 2825: la
obediencia de Cristo y la nuestra
Domingo de Pascua – Resurrección del
Señor
CEC 638-655, 989,
1001-1002: la Resurrección de Cristo y nuestra resurrección
CEC 647, 1167-1170,
1243, 1287: la Pascua, el Día del Señor
CEC 1212: los
Sacramentos de la Iniciación cristiana
CEC 1214-1222,
1226-1228, 1234-1245, 1254: el Bautismo
CEC 1286-1289: la
Confirmación
CEC 1322-1323: la
Eucaristía
Segundo domingo de Pascua
CEC 448, 641-646: la
aparición del Resucitado
CEC 1084-1089: la
presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia CEC 2177-2178, 1342:
la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988:
nuestro nacimiento a una vida nueva en la Resurrección de Cristo
CEC 926-984,
1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”
CEC 949-953, 1329,
1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales
Tercer domingo de Pascua
CEC 1346-1347: la
Eucaristía y la experiencia de los discípulos en Emaús
CEC 642-644, 857, 995-996:
los Apóstoles y los discípulos testigos de la Resurrección
CEC 102, 601, 426-429,
2763: Cristo, la clave para interpretar las Escrituras
CEC 457, 604-605, 608,
615-616, 1476, 1992: Jesús, el cordero ofrecido por nuestros pecados
Cuarto domingo de Pascua
CEC 754, 764, 2665:
Cristo, pastor de las ovejas y puerta del redil
CEC 553, 857, 861,
881, 896, 1558, 1561, 1568, 1574: el Papa y los obispos como pastores
CEC 874, 1120, 1465,
1536, 1548-1551, 1564, 2179, 2686: los sacerdotes como pastores
CEC 14, 189, 1064,
1226, 1236, 1253-1255, 1427-1429: conversión, fe y Bautismo
CEC 618, 2447: Cristo,
un ejemplo para soportar con paciencia
Quinto domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la
oración de Jesús en la Última Cena
CEC 661, 1025-1026,
2795: Cristo abre para nosotros el camino del cielo CEC 151, 1698, 2614, 2466:
creer en Jesús
CEC 1569-1571: la
ordenación de los diáconos
CEC 782, 803, 1141,
1174, 1269, 1322: “la estirpe elegida, el sacerdocio real”
Sexto domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la
oración de Jesús en la Última Cena
CEC 243, 388, 692,
729, 1433, 1848: el Espíritu Santo, consolador/defensor CEC 1083, 2670-2672:
invocar al Espíritu Santo
Solemnidad de la Ascensión del Señor
CEC 659-672, 697, 792,
965, 2795: la Ascensión
Séptimo domingo de Pascua: oración y
vida espiritual
CEC 2746-2751: la
oración de Jesús en la Última Cena
CEC 312, 434, 648,
664: el Padre glorifica a Cristo
CEC 2614, 2741: Jesús
intercede por nosotros
CEC 726, 2617-2619,
2673-2679: en oración con María
Solemnidad de Pentecostés
CEC 696, 726, 731-732,
737-741, 830, 1076, 1287, 2623: Pentecostés
CEC 599, 597,674, 715:
el testimonio apostólico de Pentecostés
CEC 1152, 1226, 1302,
1556: el misterio de Pentecostés continúa en la Iglesia
CEC 767, 775, 798,
796, 813, 1097, 1108-1109: la Iglesia, comunión en el Espíritu
Solemnidad de la Santísima Trinidad
CEC 202, 232-260, 684,
732: el misterio de la Trinidad
CEC 249, 813, 950,
1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia
CEC 2655, 2664-2672:
la Trinidad y la oración
CEC 2205: la familia,
imagen de la Trinidad
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo
CEC 790, 1003,
1322-1419: la Sagrada Eucaristía
CEC 805, 950,
2181-2182, 2637, 2845: la Eucaristía y la comunión de los fieles
CEC 1212, 1275, 1436,
2837: la Eucaristía como pan espiritual
Solemnidad del Sagrado Corazón de
Jesús
CEC 210-211, 604: la
misericordia y la piedad de Dios
CEC 430, 478, 545,
589, 1365, 1439, 1825, 1846: el amor de Cristo hacia el prójimo
CEC 2669: el Corazón
de Cristo merece ser adorado
CEC 766, 1225: la
Iglesia nace del costado abierto de Cristo
CEC 1432, 2100: el
amor de Cristo conmueve nuestros corazones
Segundo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 604-609: Jesús, el
Ángel de Dios que quita el pecado del mundo
CEC 689-690: la misión
del Hijo y del Espíritu Santo
Tercer domingo del Tiempo Ordinario
CEC 551, 765: la
elección de los Doce
CEC 541-543: el Reino
de Dios llama y reúne a judíos y gentiles
CEC 813-822: la unidad
de la Iglesia
Cuarto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 459, 520-521:
Jesús, modelo de las Bienaventuranzas para todos nosotros
CEC 1716-1724: la
vocación a las Bienaventuranzas
CEC 64, 716: los
pobres, los humildes y los “últimos” traen la esperanza del Mesías
Quinto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 782: el pueblo de
Dios, sal de la tierra y luz del mundo
CEC 2044-2046: vida
moral y testimonio misionero
CEC 2443-2449: la
atención a las obras de misericordia, amor a los pobres CEC 1243: los
bautizados (neófitos) están llamados a ser luz del mundo CEC 272: Cristo
crucificado es Sabiduría de Dios
Sexto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 577-582: Jesús y
la Ley
CEC 1961-1964: la Ley
antigua
CEC 2064-2068: el
Decálogo en la Tradición de la Iglesia
Séptimo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 1933, 2303: el
amor hacia el prójimo es incompatible con el odio al enemigo
CEC 2262-2267: la
prohibición de hacer mal al prójimo, con la excepción de la legítima defensa
CEC 2842-2845: oración
y perdón de los enemigos
CEC 2012-2016: la
perfección del Padre celeste nos llama a la santidad CEC 1265: nos convertimos
en templo del Espíritu Santo por medio del Bautismo
CEC 2684: los santos
son el templo del Espíritu Santo
Octavo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 302-314: la Divina
Providencia y su papel en la historia
CEC 2113-2115: la
idolatría altera los valores; creer en la Providencia en vez de en la
adivinación
CEC 2632: oración de
los fieles, peticiones para la llegada del Reino
CEC 2830: creer en la
Providencia no significa estar ocioso
Noveno domingo del Tiempo Ordinario
CEC 2822-2827: “Que se
haga tu voluntad”
CEC 2611: La oración
de la fe dispone el corazón para hacer la voluntad de Dios
CEC 1987-1995: la
justificación
Décimo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 545, 589: Jesús
llama y perdona a los pecadores
CEC 2099-2100: el
sacrificio agrada a Dios
CEC 144-146, 2572:
Abrahán un modelo de fe
Undécimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 551,761-766: la
Iglesia preparada por el pueblo en el Antiguo Testamento
CEC 783-786: la
Iglesia: un pueblo sacerdotal, profético y real
CEC 849-865: la misión
apostólica de la Iglesia
Duodécimo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 852: el Espíritu
de Cristo sostiene la misión cristiana
CEC 905: evangelizar
con el testimonio de la vida
CEC 1808, 1816: el
valiente testimonio de la fe supera el miedo y la muerte CEC 2471-2474: dar
testimonio de la Verdad
CEC 359, 402-411, 615:
Adán, el Pecado Original, Cristo el nuevo Adán
Decimotercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2232-2233: la
primera vocación del cristiano es seguir a Jesús
CEC 537, 628, 790,
1213, 1226-1228, 1694: el Bautismo, sacrificarse a sí mismo, vivir para Cristo
CEC 1987: la gracia
nos justifica mediante el Bautismo y la fe
Decimocuarto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 514-521: el
conocimiento de los misterios de Cristo, nuestra comunión con sus misterios
CEC 238-242: el Padre
viene revelado por el Hijo
CEC 989-990: la
resurrección de la carne
Decimoquinto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 546: Cristo enseña
a través de las parábolas
CEC 1703-1709: la
capacidad de conocer y responder a la voz de Dios
CEC 2006-2011: Dios
asocia al hombre a la obra de su gracia
CEC 1046-1047: la
creación, parte del universo nuevo
CEC 2707: el valor de
la meditación
Decimosexto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 543-550: el Reino
de Dios
CEC 309-314: la bondad
de Dios y el escándalo del mal
CEC 825, 827: la mala
hierba y la semilla del Evangelio en cada uno de nosotros y en la Iglesia
CEC 1425-1429: la
necesidad de una conversión continua
CEC 2630: la oración
de petición habla profundamente a través del Espíritu Santo
Decimoséptimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 407: no se puede
ignorar el pecado original para discernir la situación humana
CEC 1777-1785: escoger
según la conciencia, en acuerdo con la voluntad de Dios
CEC 1786-1789:
discernir la voluntad de Dios expresada en la Ley en las situaciones difíciles
CEC 1038-1041: la
separación del bien y del mal en el juicio final
CEC 1037: Dios no
predestina a nadie a ir al infierno
Decimoctavo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2828-2837: “danos
hoy nuestro pan de cada día”
CEC 1335: el milagro
de la multiplicación de los panes prefigura la Eucaristía
CEC 1391-1401: los
frutos de la comunión
Decimonoveno domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 164: la fe puede
ser puesta a prueba
CEC 272-274: solo la
fe se puede unir a los caminos misteriosos de la Providencia
CEC 671-672: en
tiempos difíciles, cultivar la confianza, ya que todo está sometido a Cristo
CEC 56-64, 121-122,
218-219: historia de alianzas, el amor de Dios por Israel
CEC 839-840: la
relación de la Iglesia con el pueblo hebreo
Vigésimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 543-544: el Reino
de Dios anunciado primero a Israel, ahora a todos los que creen
CEC 674: la venida de
Cristo esperanza de Israel; su aceptación definitiva del Mesías
CEC 2610: el poder de
la invocación hecha con fe sincera
CEC 831, 849: la
Iglesia es católica
Vigésimo primer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 551-553: las
llaves del Reino
CEC 880-887: el
fundamento de la unidad: el colegio episcopal y su cabeza, el sucesor de Pedro
Vigésimo segundo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 618: Cristo llama
a sus discípulos a tomar la cruz y a seguirle
CEC 555, 1460, 2100:
la cruz es el camino para entrar en la Gloria de Cristo CEC 2015: el camino de
la perfección pasa por el camino de la cruz
CEC 2427: llevar la
cruz en la vida de cada día
Vigésimo tercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2055: el Decálogo
se resume en el mandamiento de amar
CEC 1443-1445:
reconciliación con la Iglesia
CEC 2842-2845: “como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
Vigésimo cuarto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 218-221: Dios es
amor
CEC 294: Dios
manifiesta su gloria por medio de su bondad
CEC 2838-2845:
“perdónanos nuestras ofensas”
Vigésimo quinto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 210-211: Dios de
misericordia y de piedad
CEC 588-589: Jesús
identifica su compasión hacia los pecadores con la de Dios
Vigésimo sexto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1807: el hombre
justo se distingue por su rectitud habitual hacia el prójimo
CEC 2842: solo el
Espíritu Santo puede hacer nuestros los sentimientos de Jesús
CEC 1928-1930,
2425-2426: la obligación de la justicia social
CEC 446-461: el
señorío de Cristo
CEC 2822-2827: “hágase
tu voluntad”
Vigésimo séptimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 755: la Iglesia es
la viña de Dios
CEC 1830-1832: los
dones y los frutos del Espíritu Santo
CEC 443: los profetas
son los siervos, Cristo es el Hijo
Vigésimo octavo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 543-546: Jesús
invita a los pecadores, pero pide la conversión
CEC 1402-1405, 2837:
la Eucaristía es la prueba del banquete mesiánico
Vigésimo noveno domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1897-1917: la
participación en la esfera social
CEC 2238-2244: los
deberes de los ciudadanos
Trigésimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2052-2074: los
Diez Mandamientos interpretados a través de un doble amor
CEC 2061-2063: la
acción moral es la respuesta a la iniciativa del amor de Dios
Trigésimo primer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2044: la acción
moral y el testimonio cristiano
CEC 876, 1550-1551: el
sacerdocio es un servicio; la fragilidad humana de los jefes
Trigésimo segundo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 671-672: estamos
esperando que todo le sea sometido
CEC 988-991: los
justos vivirán para siempre con Cristo resucitado
CEC 1036, 2612:
velamos habitualmente para el retorno del Señor
Trigésimo tercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2006-2011: nuestro
mérito por las obras buenas proviene de la gracia de Dios
CEC 1038-1041: el
Juicio final pondrá en evidencia nuestro mérito
CEC 1048-1050: ser
laboriosos en espera del retorno del Señor
CEC 1936-1937: la
diversidad de los talentos
CEC 2331, 2334: la
dignidad de la mujer
CEC 1603-1605: el
matrimonio en el orden de la creación
Solemnidad de Nuestro Señor
Jesucristo Rey del Universo
CEC 440, 446-451,
668-672, 783, 786, 908, 2105, 2628: Cristo, Señor y Rey
CEC 678-679, 1001,
1038-1041: Cristo, el juez
CEC 2816-2821: “Venga
tu Reino”
CICLO B
Primer domingo de Adviento
CEC 668-677, 769: la
tribulación final y la venida de Cristo en gloria
CEC 451, 671, 1130,
1403, 2817: “¡Ven, Señor Jesús!”
CEC 35: Dios dona a
los hombres la gracia para poder aceptar la revelación y acoger al Mesías
CEC 827, 1431, 2677,
2839: reconocer que todos somos pecadores
Segundo domingo de Adviento
CEC 522, 711-716, 722:
los profetas y la espera del Mesías
CEC 523, 717-720: la
misión de Juan Bautista
CEC 1042-1050: los
cielos nuevos y la tierra nueva
Tercer domingo de Adviento
CEC 30, 163, 301, 736,
1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
CEC 713-714: las
características del Mesías esperado
CEC 218-219: el amor
de Dios por Israel
CEC 772, 796: la
Iglesia, esposa de Cristo
Cuarto domingo de Adviento
CEC 484-494: la
Anunciación
CEC 439, 496, 559,
2616: Jesús es el Hijo de David
CEC 143-149, 494,
2087: “La obediencia de la fe”
Solemnidad de la Navidad
CEC 456-460, 566:
“¿Por qué el Verbo se hizo carne?”
CEC 461-463, 470-478:
la Encarnación
CEC 437, 525-526: el
misterio de la Navidad
CEC 439, 496, 559,
2616: Jesús es el Hijo de David
CEC 65, 102: Dios ha
dicho todo en su Verbo
CEC 333: Cristo
encarnado es adorado por los ángeles
CEC 1159-1162, 2131,
2502: la Encarnación y las imágenes de Cristo
Sagrada Familia
CEC 531-534: la
Sagrada Familia
CEC 1655-1658,
2204-2206: la familia cristiana, una Iglesia doméstica
CEC 2214-2233: los
deberes de los miembros de la familia
CEC 529, 583, 695: la
Presentación en el Templo
CEC 144-146, 165, 489,
2572, 2676: Abrahán y Sara, modelos de fe
Solemnidad de María, Santísima Madre
de Dios
CEC 464-469:
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre
CEC 495, 2677: María
es la Madre de Dios
CEC 1, 52, 270, 294,
422, 654, 1709, 2009: nuestra adopción como hijos de Dios
CEC 527, 577-582:
Jesús observa la Ley y la perfecciona
CEC 580, 1972: la
nueva Ley nos libera de las restricciones de la Ley antigua
CEC 683, 689, 1695,
2766, 2777-2778: por medio del Espíritu Santo podemos llamar a Dios “Abba”
CEC 430-435,
2666-2668, 2812: el nombre de Jesús
Segundo domingo después de Navidad
CEC 151, 241, 291,
423, 445, 456-463, 504-505, 526, 1216, 2466, 2787: prólogo del Evangelio de
Juan
CEC 272, 295, 299,
474, 721, 1831: Cristo, Sabiduría de Dios
CEC 158, 283, 1303,
1831, 2500: Dios nos da la Sabiduría Solemnidad de la Epifanía del Señor
CEC 528, 724: La
Epifanía del Señor
CEC 280, 529, 748,
1165, 2466, 2715: Cristo luz de las naciones
CEC 60, 442, 674, 755,
767, 774-776, 781, 831: la Iglesia, sacramento de la unidad del género humano
Primer domingo de Cuaresma
CEC 394, 538-540,
2119: la tentación de Jesús
CEC 2846-2949: “No nos
dejes caer en la tentación”
CEC 56-58, 71: la
Alianza con Noé
CEC 845, 1094, 1219:
el Arca de Noé prefigura la Iglesia y el Bautismo
CEC 1116, 1129, 1222:
Alianza y sacramentos (especialmente el Bautismo) CEC 1257, 1811: Dios nos salva
por medio del Bautismo
Segundo domingo de Cuaresma
CEC 554-556, 568: la
Transfiguración
CEC 59, 145-146,
2570-2572: la obediencia de Abrahán
CEC 153-159: las
características de la fe
CEC 2059: Dios
manifiesta su Gloria para revelarnos su voluntad
CEC 603, 1373, 2634,
2852: Cristo es para todos nosotros
Tercer domingo de Cuaresma
CEC 459, 577-582:
Jesús y la Ley
CEC 593, 583-586: el
Templo prefigura a Cristo; Él es el Templo
CEC 1967-1968: la
nueva Ley completa la antigua
CEC 272, 550, 853: la
potencia de Cristo revelada en la cruz
Cuarto domingo de Cuaresma
CEC 389, 457-458, 846,
1019, 1507: Cristo, el Salvador
CEC 679: Cristo es el
Señor de la vida eterna
CEC 55: Dios quiere
dar a los hombres la vida eterna
CEC 710: el exilio de
Israel presagio de la Pasión
Quinto domingo de Cuaresma
CEC 606-607: la vida
de Cristo se ofrece al Padre
CEC 542, 607: el deseo
de Cristo de dar su vida para nuestra salvación CEC 690, 729: el Espíritu
glorifica al Hijo, el Hijo glorifica al Padre
CEC 662, 2853: la
Ascensión de Cristo a la gloria es nuestra victoria
CEC 56-64, 220, 715,
762, 1965: historia de las alianzas
Domingo de Ramos y de la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo
CEC 557-560: la
entrada de Jesús en Jerusalén
CEC 602-618: la Pasión
de Cristo
CEC 2816: el señorío
de Cristo proviene de su Muerte y Resurrección
CEC 654, 1067-1068,
1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia
Jueves Santo – Cena del Señor
CEC 1337-1344: la
institución de la Eucaristía
CEC 1359-1361: la
Eucaristía como acción de gracias
CEC 610, 1362-1372,
1382, 1436: la Eucaristía como sacrificio
CEC 1373-1381: la presencia
real de Cristo en la Eucaristía
CEC 1384-1401, 2837:
la Comunión
CEC 1402-1405: l
Eucaristía “anticipación de la gloria futura”
CEC 611, 1366: la
Institución del sacerdocio en la Última Cena
Viernes Santo – La Pasión del Señor
CEC 602-618, 1992: la
Pasión de Cristo
CEC 612, 2606, 2741:
la oración de Jesús
CEC 467, 540, 1137:
Cristo el sumo sacerdote
CEC 2825: la
obediencia de Cristo y la nuestra
Domingo de Pascua – Resurrección del
Señor
CEC 638-655, 989,
1001-1002: la Resurrección de Cristo y nuestra resurrección
CEC 647, 1167-1170,
1243, 1287: la Pascua, el Día del Señor
CEC 1212: los
Sacramentos de la iniciación cristiana
CEC 1214-1222,
1226-1228, 1234-1245, 1254: el Bautismo
CEC 1286-1289: la
Confirmación
CEC 1322-1323: la
Eucaristía
Segundo domingo de Pascua
CEC 448, 641-646: las
apariciones de Cristo resucitado
CEC 1084-1089: la
presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia CEC 2177-2178, 1342:
la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988:
nuestro nacimiento a una nueva vida en la Resurrección de Cristo
CEC 926-984,
1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”
CEC 949-953, 1329,
1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales
Tercer domingo de Pascua
CEC 1346-1347: la
Eucaristía y la experiencia de los discípulos en Emaús CEC 642-644, 857,
995-996: los Apóstoles y los discípulos dan testimonio de la Resurrección
CEC 102, 601, 426-429,
2763: Cristo, la llave para interpretar las Escrituras
CEC 519, 662, 1137:
Cristo, nuestro abogado en el cielo
Cuarto domingo de Pascua
CEC 754, 764, 2665:
Cristo, pastor de las ovejas y puerta del corral
CEC 553, 857, 861,
881, 896, 1558, 1561, 1568, 1574: el Papa y los obispos como pastores
CEC 874, 1120, 1465,
1536, 1548-1551, 1564, 2179, 2686: los presbíteros como pastores
CEC 756: Cristo, la
piedra angular
CEC 1, 104, 239, 1692,
1709, 2009, 2736: ahora somos los hijos adoptivos de Dios
Quinto domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la
oración de Cristo en la Última Cena
CEC 755, 736, 755,
787, 1108, 1988, 2074: Cristo es la vid, nosotros los sarmientos
CEC 953, 1822-1829: la
caridad
Sexto domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la
oración de Cristo en la Última Cena
CEC 214, 218-221, 231,
257, 733, 2331, 2577: Dios es amor
CEC 1789, 1822-1829,
2067, 2069: el amor a Dios y al prójimo observa los Mandamientos
CEC 2347, 2709: la
amistad con Cristo
Solemnidad de la Ascensión del Señor
CEC 659-672, 697, 792,
965, 2795: la Ascensión
Séptimo domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la
oración de Cristo en la Última Cena
CEC 2614, 2741: Jesús
intercede por nosotros
CEC 611, 2812, 2821:
la oración de Jesús nos santifica, especialmente en la Eucaristía
Solemnidad de Pentecostés
CEC 696, 726, 731-732,
737-741, 830, 1076, 1287, 2623: Pentecostés
CEC 599, 597,674, 715:
el testimonio apostólico en Pentecostés
CEC 1152, 1226, 1302,
1556: el misterio de Pentecostés continúa en la Iglesia
CEC 767, 775, 798,
796, 813, 1097, 1108-1109: la Iglesia, comunión en el Espíritu
Solemnidad de la Santísima Trinidad
CEC 202, 232-260, 684,
732: el misterio de la Trinidad
CEC 249, 813, 950,
1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia
CEC 2655, 2664-2672:
la Trinidad y la oración
CEC 2205: la familia,
imagen de la Trinidad
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo
CEC 790, 1003,
1322-1419: la Sagrada Eucaristía
CEC 805, 950,
2181-2182, 2637, 2845: la Eucaristía y la comunión de los fieles
CEC 1212, 1275, 1436,
2837: la Eucaristía como pan espiritual
Solemnidad del Santísimo Corazón de
Jesús
CEC 210-211, 604: la
misericordia de Dios
CEC 430, 478, 545,
589, 1365, 1439, 1825, 1846: el amor de Cristo hacia el prójimo
CEC 2669: el Corazón
de Cristo es digno de adoración
CEC 766, 1225: la
Iglesia nace del costado abierto de Cristo
CEC 1432, 2100: el
amor de Cristo conmueve nuestros corazones
Segundo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 462, 516, 2568,
2824: la voluntad del Padre se cumple en Cristo
CEC 543-546: acoger el
Reino de Dios, acoger la Palabra de Dios
CEC 873-874: Cristo,
fuente de la vocación cristiana
CEC 364, 1004: la
dignidad del cuerpo
CEC 1656, 2226: ayudar
a los hijos a descubrir su vocación
Tercer domingo del Tiempo Ordinario
CEC 51-64: el diseño
de la Revelación de Dios
CEC 1427-1433: la
conversión interior y continua
CEC 1886-1889:
conversión y sociedad
Cuarto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 547-550: Jesús
acompaña sus palabras con los milagros
CEC 447, 438, 550: el
poder de Jesús sobre los demonios
CEC 64, 762, 2595: la
función de Profeta
CEC 922, 1618-1620: la
virginidad por el Reino de Dios
Quinto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 547-550: las
curaciones, signo del tiempo mesiánico
CEC 1502-1505: Cristo,
el que cura
CEC 875, 1122: la
necesidad de la predicación
Sexto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 1474: vivir en
Cristo reúne a todos los creyentes en Él
CEC 1939-1942: la
solidaridad humana
CEC 2288-2291: el
respeto de la salud
Séptimo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 1421, 1441-1442:
Cristo cura el alma y el cuerpo
CEC 987, 1441, 1741:
Cristo perdona los pecados
CEC 1425-1426: la reconciliación
después del Bautismo
CEC 1065: Cristo,
nuestro “Amén”
Octavo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 772-773, 796: la
Iglesia, misterio de la unión con Dios
CEC 796: la Iglesia,
esposa de Cristo
Noveno domingo del Tiempo Ordinario
CEC 345-349, 582,
2168-2173: el Día del Señor
CEC 1005-1014, 1470,
1681-1683: vivir y morir en Cristo
Décimo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 410-412: el
Proto-evangelio
CEC 374-379: el hombre
en el Paraíso
CEC 385-409: la caída
CEC 517, 550: Cristo,
el exorcista
Undécimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 543-546: el
anuncio del Reino de Dios
CEC 2653-2654, 2660,
2716: escuchar la Palabra acrecienta el Reino de Dios
Duodécimo del Tiempo Ordinario
CEC 423, 464-469:
Jesús verdadero Dios y verdadero hombre
CEC 1814-1816: la fe,
don de Dios y la respuesta de los hombres
CEC 671-672: mantener
la fe en las adversidades
Decimotercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 548-549, 646, 994:
Cristo resucita a los difuntos
CEC 1009-1014: la
muerte es transformada por Cristo
CEC 1042-1050: la
esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
Decimocuarto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2581-2584: los
profetas y la conversión del corazón
CEC 436: Cristo, el
profeta
CEC 162: la
perseverancia en la fe
CEC 268, 273, 1508: el
poder se hace perfecto en la debilidad
Decimoquinto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1506-159: los
discípulos comparten la misión curativa de Cristo
CEC 737-741: la
Iglesia está llamada a proclamar y testimoniar
CEC 849-856: origen y
amplitud de la misión de la Iglesia
CEC 1122, 1533: la
vocación para la misión
CEC 693, 698, 706,
1107, 1296: el Espíritu Santo, la promesa y el sello de Dios
CEC 492: María,
elegida antes de la creación del mundo
Decimosexto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2302-2306: Cristo
nuestra paz
CEC 2437-2442:
testimoniar y trabajar por la paz y la justicia
Decimoséptimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1335: el milagro
de los panes y los peces prefigura la Eucaristía
CEC 814-815, 949-959:
compartir los dones en la comunidad de la Iglesia
Decimoctavo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1333-1336: los
signos eucarísticos del pan y del vino
CEC 1691-1696: la vida
en Cristo
Decimonoveno domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1341-1344: “Haced
esto en conmemoración mía”
CEC 1384-1390: “Tomad
y comed todos de él”: la Comunión
Vigésimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1402-1405: la
Eucaristía: “anticipación de la gloria futura”
CEC 2828-2837: la
Eucaristía, nuestro pan cotidiano
CEC 1336: el escándalo
Vigésimo primer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 796: la Iglesia,
esposa de Cristo
CEC 1061-1065: la
fidelidad y el amor absoluto de Dios
CEC 1612-1617,
2360-2365: el matrimonio en el Señor
Vigésimo segundo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC577-582: Cristo y
la Ley
CEC 1961-1974: la Ley
antigua y el Evangelio
Vigésimo tercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1503-1505: Cristo,
el médico
CEC 1151-1152: los
signos asumidos por Cristo, signos sacramentales
CEC 270-271: la
misericordia de Dios
Vigésimo cuarto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 713-716: la
descripción del Mesías viene revelada en los cantos del Siervo
CEC 440, 571-572, 601:
Jesús sufrió y murió por nuestra salvación
CEC 618: nuestra
participación en el sacrificio de Cristo
CEC 2044-2046: las
obras buenas manifiestan la fe
Vigésimo quinto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 539, 565, 600-605,
713: Cristo, el Siervo de Dios obediente
CEC 786: “servir” en
Cristo es “reinar”
CEC 1547, 1551: el
sacerdocio ministerial es servicio
CEC 2538-2540: el
pecado de envidia
CEC 2302-2306: la
defensa de la paz
Vigésimo sexto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 821, 1126, 1636:
el diálogo ecuménico
CEC 2445-2446, 2536,
2544-2446: el peligro del ansia exagerada de riqueza
CEC 1852: los celos
Vigésimo séptimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1602-1617,
1643-1651, 2331-2336: la fidelidad conyugal
CEC 2331-2336: el
divorcio
CEC 1832: la
fidelidad, fruto del Espíritu
CEC 2044, 2147, 2156,
2223, 2787: la fidelidad de los bautizados
Vigésimo octavo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 101-104: Cristo,
Palabra única de la Sagrada Escritura
CEC 131-133: la
Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia
CEC 2653-2654: las
Escrituras fuente para la oración
CEC 1723, 2536,
2444-2447: el amor a los pobres
Vigésimo noveno domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 599-609: la muerte
redentora de Cristo en el diseño de la salvación
CEC 520: la
humillación de Cristo es para nosotros un modelo a imitar
CEC 467, 540, 1137:
Cristo, el Sumo Sacerdote
Trigésimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 547-550: Jesús
manifiesta los signos mesiánicos
CEC 1814-1816: la fe
es un don de Dios
CEC 2734-2737: la
confianza filial en la oración
Trigésimo primer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2083: los
Mandamientos exhortan a la respuesta del amor
CEC 2052, 2093-2094:
el primer Mandamiento
CEC 1539-1547: el
Sacramento del Orden en la economía de la salvación
Trigésimo segundo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 519-521: Cristo ha
entregado su vida por nosotros
CEC 2544-2547: la
pobreza de corazón
CEC 1434, 1438, 1753,
1969, 2447: la limosna
CEC 2581-2584: Elías y
la conversión del corazón
CEC 1021-1022: el
juicio particular
Trigésimo tercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1038-1050: el
juicio final, la esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
CEC 613-614,
1365-1367: la muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo; la
Eucaristía
Solemnidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Rey del Universo
CEC 440, 446-451,
668-672, 783, 786, 908, 2105, 2628: Cristo, Señor y Rey
CEC 678-679, 1001,
1038-1041: Cristo, el juez CEC 2816-2821: “Venga tu Reino”
CICLO C
Primer domingo de Adviento
CEC 668-677, 769: la
tribulación final y la venida de Cristo en gloria
CEC 451, 671, 1130,
1403, 2817: “¡Ven, Señor Jesús!”
CEC 439, 496, 559,
2616: Jesús es el Hijo de David
CEC 207, 210-214, 270,
1062-1063: Dios es fiel y misericordioso
Segundo domingo de Adviento
CEC 522, 711-716, 722:
los profetas y la espera del Mesías
CEC 523, 717-720: la
misión de Juan Bautista
CEC 710: el exilio de
Israel presagia la Pasión
CEC 2532, 2636: la
atención de Pablo
Tercer domingo de Adviento
CEC 30, 163, 301, 736,
1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
CEC 523-524, 535: Juan
prepara el camino al Mesías
CEC 430-435: Jesús, el
Salvador
Cuarto domingo de Adviento
CEC 148, 495, 717,
2676: la “Visitación”
CEC 462, 606-607,
2568, 2824: el Hijo se ha encarnado para cumplir la voluntad del Padre
Solemnidad de Navidad
CEC 456-460, 566:
“¿Por qué el Verbo se hizo carne?”
CEC 461-463, 470-478:
la Encarnación
CEC 437, 525-526: el
misterio de la Navidad
CEC 439, 496, 559,
2616: Jesús es el Hijo de David
CEC 65, 102: Dios ha
dicho todo en su Verbo
CEC 333: Cristo
encarnado es adorado por los ángeles
CEC 1159-1162, 2131,
2502: la Encarnación y las imágenes de Cristo
Sagrada Familia
CEC 531-534: la
Sagrada Familia
CEC 1655-1658,
2204-2206: la familia cristiana, una Iglesia doméstica
CEC 2214-2233: las
obligaciones de los miembros de la familia
CEC 534, 583, 2599:
Jesús es hallado en el Templo
CEC 64, 489, 2578: Ana
y Samuel
CEC 1, 104, 239, 1692,
1709, 2009, 2736: todos somos ahora hijos adoptivos de Dios
CEC 163, 1023, 1161,
2519, 2772: veremos a Dios “cara a cara” “así como Él es”
Solemnidad de María Santísima Madre
de Dios
CEC 464-469:
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre
CEC 495, 2677: María
es la Madre de Dios
CEC 1, 52, 270, 294,
422, 654, 1709, 2009: nuestra adopción como hijos de Dios
CEC 527, 577-582:
Jesús observa la Ley y la perfecciona
CEC 580, 1972: la Ley
nueva nos libra da las restricciones de la Ley antigua
CEC 683, 689, 1695,
2766, 2777-2778: por medio del Espíritu Santo podemos llamar a Dios “Abba”
CEC 430-435,
2666-2668, 2812: el nombre de Jesús
Segundo domingo después de Navidad
CEC 151, 241, 291,
423, 445, 456-463, 504-505, 526, 1216, 2466, 2787: el prólogo del Evangelio de
Juan
CEC 272, 295, 299,
474, 721, 1831: Cristo, Sabiduría de Dios
CEC 158, 283, 1303,
1831, 2500: Dios nos da la Sabiduría
Solemnidad de la Epifanía del Señor
CEC 528, 724: la
Epifanía del Señor
CEC 280, 529, 748,
1165, 2466, 2715: Cristo, luz de las naciones
CEC 60, 442, 674, 755,
767, 774-776, 781, 831: la Iglesia, el sacramento de la unidad del género
humano
Primer domingo de Cuaresma
CEC 394, 538-540,
2119: la tentación de Jesús
CEC 2846-2949: “No nos
dejes caer en la tentación”
CEC 1505: Cristo nos
libra del mal
CEC 142-143, 309: la
fe es sumisión a Dios, aceptación de Dios, respuesta al mal
CEC 59-63: Dios forma
su pueblo sacerdotal por medio de Abrahán y del Éxodo
Segundo domingo de Cuaresma
CEC 554-556. 568: la
Transfiguración
CEC 59, 145-146,
2570-2572: la obediencia de Abrahán
CEC 1000: la fe nos
abre el camino para comprender el misterio de la Resurrección
CEC 645, 999-1001: la
resurrección de la carne
Tercer domingo de Cuaresma
CEC 210, 2575-2577:
Dios llama a Moisés, escucha la oración de su pueblo
CEC 1963-1964: la
observancia de la Ley prepara a la conversión
CEC 2851: el mal y sus
obras obstaculizan la vía de la salvación
CEC 128-130, 1094: la
lectura tipológica del Antiguo Testamento revela el Nuevo Testamento
CEC 736, 1108-1109,
1129, 1521, 1724, 1852, 2074, 2516, 2345, 2731: llevar el fruto
Cuarto domingo de Cuaresma
CEC 1439, 1465, 1481,
1700, 2839: el Hijo pródigo
CEC 207, 212, 214:
Dios es fiel a sus promesas
CEC 1441, 1443: Dios
perdona los pecados; los pecadores son reintegrados a la comunidad
CEC 982: la puerta del
perdón está siempre abierta para los que se arrepienten
CEC 1334: el pan
cotidiano de Israel es el fruto de la Tierra prometida
Quinto domingo de Cuaresma
CEC 430, 545, 589,
1846-1847: Jesús manifiesta la misericordia del Padre
CEC 133, 428, 648,
989, 1006: la sublime riqueza del conocimiento de Cristo
CEC 2475-2479: el
juicio temerario
Domingo de Ramos y de la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo
CEC 557-560: la
entrada de Jesús en Jerusalén
CEC 602-618: la Pasión
de Cristo
CEC 2816: el señorío
de Cristo proviene de su Muerte y Resurrección
CEC 654, 1067-1068,
1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia
Jueves Santo – Cena del Señor
CEC 1337-1344: la
institución de la Eucaristía
CEC 1359-1361: la
Eucaristía como acción de gracias
CEC 610, 1362-1372,
1382, 1436: la Eucaristía como sacrificio
CEC 1373-1381: la
presencia real de Cristo en la Eucaristía
CEC 1384-1401, 2837:
la Comunión
CEC 1402-1405: la
Eucaristía “anticipación de la gloria futura”
CEC 611, 1366: la
institución del sacerdocio en la Última Cena
Viernes Santo – La Pasión del Señor
CEC 602-618. 1992: la
Pasión de Cristo
CEC 612, 2606, 2741:
la oración de Jesús
CEC 467, 540, 1137:
Cristo, el Sumo Sacerdote
CEC 2825: La
obediencia de Cristo y la nuestra
Domingo de Pascua – Resurrección del
Señor
CEC 638-655, 989,
1001-1002: la Resurrección de Cristo y nuestra resurrección
CEC 647, 1167-1170,
1243, 1287: la Pascua, el Día del Señor
CEC 1212: los
Sacramentos de la iniciación cristiana
CEC 1214-1222,
1226-1228, 1234-1245, 1254: el Bautismo
CEC 1286-1289: la
Confirmación
CEC 1322-1323: la
Eucaristía
Segundo domingo de Pascua
CEC 448, 641-646: las
apariciones de Cristo resucitado
CEC 1084-1089: la
presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia CEC 2177-2178, 1342:
la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988:
nuestro nacimiento a una nueva vida en la Resurrección de Cristo
CEC 926-984,
1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”
CEC 949-953, 1329,
1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales
CEC 612, 625, 635,
2854: Cristo, “el Viviente” posee las llaves de la muerte
Tercer domingo de Pascua
CEC 642-644, 857,
995-996: los Apóstoles y los discípulos dan testimonio de la Resurrección
CEC 553, 641, 881,
1429: Cristo resucitado y Pedro
CEC 1090, 1137-1139,
1326: la Liturgia celestial
Cuarto domingo de Pascua
CEC 754, 764, 2665:
Cristo, pastor de las ovejas y puerta del corral
CEC 553, 857, 861,
881, 896, 1558, 1561, 1568, 1574: el Papa y los obispos como pastores
CEC 874, 1120, 1465,
1536, 1548-1551, 1564, 2179, 2686: los presbíteros como pastores
CEC 60, 442, 543, 674,
724, 755, 775, 781: la Iglesia está compuesta de judíos y gentiles
CEC 957, 1138, 1173,
2473-2474: la comunión con los mártires
Quinto domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la
oración de Cristo en la Última Cena
CEC 459, 1823, 2074,
2196, 2822, 2842: “como yo os he amado”
CEC 756, 865,
1042-1050, 2016, 2817: los cielos nuevos y la tierra nueva
Sexto domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la
oración de Cristo en la Última Cena
CEC 243, 388, 692,
729, 1433, 1848: el Espíritu Santo, abogado/consolador
CEC 1965-1974: la
nueva Ley perfecciona la Ley antigua
CEC 865, 869, 1045,
1090, 1198, 2016: la Jerusalén celeste
Solemnidad de la Ascensión del Señor
CEC 659-672, 697, 792,
965, 2795: la Ascensión
Séptimo domingo de Pascua
CEC 521: por medio de
Cristo vivimos en comunión con el Padre
CEC 787-790, 795,
1044-1047: la Iglesia es comunión en Cristo y con Cristo
Solemnidad de Pentecostés
CEC 696, 726, 731-732,
737-741, 830, 1076, 1287, 2623: Pentecostés
CEC 599, 597,674, 715:
el testimonio apostólico en Pentecostés
CEC 1152, 1226, 1302,
1556: el misterio de Pentecostés continúa en la Iglesia
CEC 767, 775, 798,
796, 813, 1097, 1108-1109: la Iglesia, comunión del Espíritu
Solemnidad de la Santísima Trinidad
CEC 202, 232-260, 684,
732: el misterio de la Trinidad
CEC 249, 813, 950,
1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia
CEC 2655, 2664-2672:
la Trinidad y la oración
CEC 2205: la familia
como imagen de la Trinidad
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre
de Cristo
CEC 790, 1003,
1322-1419: la Sagrada Eucaristía
CEC 805, 950,
2181-2182, 2637, 2845: la Eucaristía y la comunión de los creyentes
CEC 1212, 1275, 1436,
2837: la Eucaristía, pan espiritual
Solemnidad del Sacratísimo Corazón
de Jesús
CEC 210-211, 604: la
misericordia de Dios
CEC 430, 478, 545,
589, 1365, 1439, 1825, 1846: el amor de Cristo por el prójimo
CEC 2669: el Corazón
de Cristo es digno de adoración
CEC 766, 1225: la
Iglesia nace del costado abierto de Cristo
CEC 1432, 2100: el
amor de Cristo conmueve a nuestros corazones
Segundo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 528: en Caná,
Cristo se manifiesta como Mesías, Hijo de Dios, el Salvador
CEC 796: la Iglesia,
esposa de Cristo
CEC 1612-1617: el
matrimonio en el Señor
CEC 2618: la
intercesión de María en Caná
CEC 799-801, 951,
2003: los carismas al servicio de la Iglesia
Tercer domingo del Tiempo Ordinario
CEC 714: la espera en
el Antiguo Testamento del Mesías y del Espíritu
CEC 1965-1974: la
nueva Ley y el Evangelio
CEC 106, 108, 515:
Dios inspiró a los autores de las Escrituras y a los lectores
CEC 787-795: la
Iglesia, el Cuerpo de Cristo
Cuarto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 436, 1241, 1546:
Cristo el Profeta
CEC 904-907: nuestra
participación en el oficio profético de Cristo
CEC 103-104: la fe, el
principio de la vida eterna
CEC 1822-1829: la
caridad
CEC 772-773, 953: la
comunión en la Iglesia
CEC 314, 1023, 2519:
los que están en el cielo verán a Dios “cara a cara” 101
Quinto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 520, 618, 923,
1618, 1642, 2053: todos estamos llamados a seguir a Cristo
CEC 2144, 2732: el
temor de la presencia de Dios contra la presunción
CEC 631-644: los
Apóstoles testigos de la Resurrección
Sexto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 1820: la esperanza
cristiana se desarrolla en el anuncio de las Bienaventuranzas
CEC 2544-2547: la
pobreza de corazón; el Señor se entristece por los ricos CEC 655, 989-991,
1002-1003: la esperanza en la Resurrección
Séptimo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 210-211: Dios de
la misericordia
CEC 1825, 1935, 1968,
2303, 2647, 2842-2845: el perdón de los enemigos
CEC 359, 504: Cristo,
el nuevo Adán
Octavo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 2563: el corazón
es la demora de la verdad
CEC 1755-1756: los
buenos actos y los malos actos
CEC 1783-1794: la
formación de la conciencia y la decisión según la conciencia
CEC 2690: la dirección
espiritual
CEC 1009-1013: el
sentido cristiano de la muerte
Noveno domingo del Tiempo Ordinario
CEC 543-546: todos los
hombres estamos llamados a entrar en el Reino de Dios
CEC 774-776: la
Iglesia, sacramento universal de la salvación
CEC 2580: la oración
de la dedicación del Templo de Salomón
CEC 583-586: Jesús y
el Templo
Décimo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 646, 994:
resucitando a los muertos, Cristo anuncia su Resurrección
CEC 1681: el sentido
cristiano de la muerte asociado a la Resurrección
CEC 2583: Elías y la
viuda
CEC 2637: Cristo
libera a la creación del pecado y de la muerte
Undécimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1441-1442: solo
Dios perdona el pecado
CEC 1987-1995: la
justificación
CEC 2517-1519: la
purificación del corazón
CEC 1481, 1736, 2538:
David y Natán
Duodécimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 599-605: la muerte
redentora de Cristo en el diseño divino de la salvación
CEC 1435: tomar la
propia cruz, cada día, y seguir a Jesús
CEC 787-791: la
Iglesia en comunión con Cristo
CEC 1425, 1227, 1243,
2348: “revestirse de Cristo”; el Bautismo, la castidad
Decimotercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 587: la subida de
Jesús a Jerusalén para su Muerte y Resurrección
CEC 2052-2055:
“Maestro, ¿qué tengo que hacer…?
CEC 1036, 1816: la
necesidad del discipulado
Decimocuarto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 541-546: el Reino
de Dios está cerca
CEC 787, 858-859: los
Apóstoles están asociados a la misión de Cristo
CEC 2122: “el operario
tiene derecho a su salario”
CEC 2816-2821: “Venga
tu Reino”
CEC 555, 1816, 2015:
el camino para seguir a Cristo pasa por la cruz
Decimoquinto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 299, 381: el
hombre ha sido creado a imagen de Dios; el primogénito
CEC 1931-1933: el
prójimo tiene que ser considerado como “otro yo”
CEC 2447: las obras de
misericordia corporal
CEC 1465: en la
celebración del Sacramento de la Penitencia el sacerdote es como el buen
samaritano
CEC 203, 291, 331,
703: el Verbo y la creación, visible e invisible
Decimosexto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2571: la
hospitalidad de Abrahán
CEC 2241: acoger al
extranjero
CEC 2709-2719: la
contemplación
CEC 618, 1508:
participar del sufrimiento del Cuerpo de Cristo
CEC 568, 772: “la
esperanza de la gloria” en la Iglesia y en sus sacramentos
Decimoséptimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2634-2636: la
oración de intercesión
CEC 2566-2567: la
llamada universal a la oración
CEC 2761-2772: la
oración del Señor, la síntesis de todo el Evangelio
CEC 2609-2610, 2613,
2777-2785: dirigirse a Dios con perseverancia y confianza filial
CEC 2654: lectio
divina
CEC 537, 628, 1002,
1227: sepultados y resucitados en el Bautismo
Decimoctavo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 661, 1042-1050,
1821: la esperanza en los cielos nuevos y la tierra nueva
CEC 2535-2540, 2547,
2728: el desorden de las concupiscencias
Decimonoveno domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 144-149: la
obediencia de la fe
CEC 1817-1821: la
virtud de la esperanza
CEC 2729-2733: la
oración, humilde vigilancia del corazón
CEC 144-146, 165,
2572, 2676: Abrahán, modelo de fe
Vigésimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 575-576: Cristo,
un “signo de contradicción”
CEC 1816: el discípulo
debe dar testimonio de la fe con autenticidad y valentía
CEC 2471-2474: dar
testimonio de la Verdad
CEC 946-957, 1370,
2683-2684: nuestra comunión con los santos
CEC 1161: las imágenes
sagradas manifiestan “el gran número de los testigos”
Vigésimo primer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 543-546: todos los
hombres estamos llamados a entrar en el Reino de Dios
CEC 774-776: la
Iglesia, sacramento universal de la salvación
CEC 2825-2827: seguir
la voluntad del Padre para entrar en el Reino de los cielos
CEC 853, 1036, 1344,
1889, 2656: el camino estrecho
Vigésimo segundo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 525-526: la
Encarnación, un misterio de humildad
CEC 2535-2540: el
desorden de las concupiscencias
CEC 2546, 2559, 2631,
2713: la oración nos llama a la humildad y a la pobreza de espíritu
CEC1090, 1137-1139:
nuestra participación en la Liturgia celeste
CEC 2188: el domingo
nos hace partícipes en la asamblea festiva del cielo
Vigésimo tercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 273, 300, 314: la
trascendencia de Dios
CEC 36-43: el
conocimiento de Dios según la Iglesia
CEC 2544: preferir a
Cristo antes que a todo y a todos
CEC 914-919, 93-932:
seguir a Cristo en la vida consagrada
Vigésimo cuarto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 210-211: Dios de
la misericordia
CEC 604-605,
1846-1848: Dios tiene la iniciativa de la Redención
CEC 1439, 1700, 2839:
el hijo pródigo, ejemplo de conversión
CEC 1465, 1481: el
hijo pródigo y el Sacramento de la Penitencia
Vigésimo quinto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2407-2414: el
respeto de los bienes ajenos
CEC 2443-2449: el amor
a los pobres
CEC 2635: orar en
favor del otro, no por los propios intereses
CEC 65-67, 480, 667:
Cristo, nuestro Mediador
CEC 2113, 2424, 2848:
nadie puede servir a dos señores
CEC 1900, 2636: la intercesión
por las autoridades
Vigésimo sexto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1939-1942: la
solidaridad humana
CEC 2437-2449: la
solidaridad entre las naciones, el amor a los pobres
CEC 2831: el hambre en
el mundo, solidaridad y oración
CEC 633, 1021, 2463,
2831: Lázaro
CEC 1033-1037: el
Infierno
Vigésimo séptimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 153-165,
2087-2089: la fe
CEC 84: el depósito de
la fe confiado a la Iglesia
CEC 91-93: el sentido
sobrenatural de la fe
Vigésimo octavo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 1503-1505, 2616:
Cristo, el médico
CEC 543-550, 1151: los
signos del Reino de Dios
CEC 224, 2637-2638: la
acción de gracias
CEC 1010: el sentido
cristiano de la muerte
Vigésimo noveno domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 2574-2577: Moisés
y la oración de intercesión
CEC 2629-2633: la
oración de petición
CEC 2653-2654: la
Palabra de Dios, fuente de oración
CEC 2816-2821: “Venga
tu Reino”
CEC 875: la necesidad
de la predicación
Trigésimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 588, 2559, 2613,
2631: la humildad es el fundamento de la oración
CEC 2616: Jesús
satisface la oración de la fe
CEC 2628: la
adoración, la disposición del hombre que se reconoce criatura delante del Señor
CEC 2631: la oración
de perdón es el primer motivo de la oración de petición
Trigésimo primer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 293-294, 299, 341,
353: el universo ha sido creado para gloria de Dios
CEC 1459, 2412, 2487:
la reparación
Trigésimo segundo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 992-996: la
revelación progresiva de la Resurrección
CEC 997-1004: nuestra
resurrección en Cristo
CEC 1023-1029: el
cielo
CEC 1030-1032: la
purificación final o Purgatorio
Trigésimo tercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 162-165: la
perseverancia en la fe; la fe, inicio de la vida eterna
CEC 675-677: la última
prueba de la Iglesia
CEC 307, 531,
2427-2429: el trabajo humano que redime
CEC 673, 1001, 2730:
el último día
Solemnidad de Nuestro Señor
Jesucristo Rey del Universo
CEC 440, 446-451,
668-672, 783, 786, 908, 2105, 2628: Cristo, Señor y Rey
CEC 678-679, 1001,
1038-1041: Cristo juez
CEC 2816-2821: “Venga
tu Reino”
Otros días
festivos (CEC 2177)
19 de marzo: Solemnidad de San José
CEC 437, 497, 532-534,
1014, 1846, 2177: San José
CEC 2214-2220: los
deberes de los hijos y de sus progenitores
29 de junio: Solemnidad de los
santos Apóstoles Pedro y Pablo
CEC 153, 424, 440,
442, 552, 765, 880-881: San Pedro
CEC 442, 601, 639,
642, 1508, 2632-2633, 2636, 2638: San Pablo
15 de agosto: Solemnidad de la
Asunción de la Bienaventurada Virgen María
CEC 411, 966-971,
974-975, 2853: María, la nueva Eva, es ascendida a los cielos
CEC 773, 829, 967, 972:
María, imagen escatológica de la Iglesia
CEC 2673-2679: en
oración con María
1 de noviembre: Solemnidad de Todos
los Santos
CEC 61, 946-962, 1090,
1137-1139, 1370: la Iglesia, comunión de los santos
CEC 956, 2683: la
intercesión de los santos
CEC 828, 867, 1173,
2030, 2683-2684: los santos, ejemplos de santidad
8 de diciembre: Solemnidad de la
Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María
CEC 411, 489-493, 722,
2001, 2853: la preparación de Dios, la Inmaculada Concepción
APÉNDICE II
FUENTES
ECLESIALES POST-CONCILIARES RELEVANTES SOBRE LA PREDICACIÓN
CONCILIO
VATICANO II
Constitución sobre la
Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium: 7, 24, 35, 52, 56
Constitución dogmática
sobre la Iglesia Lumen gentium: 25
Constitución dogmática
sobre la Revelación divina Dei Verbum: 7-13, 21, 25
Constitución pastoral
sobre la Iglesia en el mundo moderno Gaudium et spes: 58
Decreto sobre la
actividad misionera de la Iglesia Ad gentes: 6
Decreto sobre el
ministerio y la vida de los sacerdotes Presbyterorum ordinis: 4,18
MAGISTERIO
PAPAL
PABLO VI
Encíclica Mysterium
fidei: 36
Exhortación apostólica
Evangelium nuntiandi: 43, 75-76, 78-79
JUAN PABLO
II
Exhortación apostólica
Catequesis tradendae: 48
Exhortación apostólica
Pastores dabo vobis: 26
Exhortación apostólica
Pastores gregis: 15
Carta apostólica Dies
Domini: 39-41
Carta apostólica Novo
millennio ineunte: 39-40
BENEDICTO
XVI
Exhortación apostólica
Sacramentum caritatis: 45-46
Exhortación apostólica
Verbum Domini: 52-71
FRANCISCO
Exhortación apostólica
Evangelii gaudium: 135-159
LIBROS
LITÚRGICOS
Ordenación General del
Misal Romano: 29, 57, 65-66
Leccionario,
Introducción: 4-31, 38-48, 58-110
Ritual de las
Exequias, Premisa general: 18
Ritual del Matrimonio:
64 107
CÓDIGO DE
DERECHO CANÓNICO
Cánones 762, 767-769
DOCUMENTOS
DE LAS CONGREGACIONES DE LA CURIA ROMANA
Sagrada Congregación
de Ritos, Instrucción Inter oecumenici (26 noviembre 1964): 53-55
Sagrada Congregación
de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium (25 mayo 1967): 10
Congregación para el
Culto Divino, Instrucción Liturgicae instaurationes (5 septiembre 1970): 2
Congregación para el
Clero, Directorio catequético general (11 de abril de 1971): 13
Congregación para el
Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (31 enero
1994): 45-46
Congregación para los
obispos, Apostolorum successores (22 febrero 2014)
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