Suma Teológiga
Primera parte
Cuestión 22: De la providencia de Dios
Primera parte
Cuestión 22: De la providencia de Dios
Determinado ya lo que en absoluto pertenece a la voluntad divina,
es preciso que nos ocupemos ahora de lo que se refiere, a la vez, al
entendimiento y a la voluntad. Esto, en cuanto a todos los seres en general, es
la providencia, y respecto al hombre en particular es la predestinación, y la
reprobación en orden a la vida eterna y sus consecuencias. La razón de este
orden es porque en la ciencia moral, tras el estudio de las virtudes morales,
viene el de la prudencia, a la que, al parecer, pertenece la providencia.
Acerca de la providencia se han de averiguar cuatro cosas:
Primera: si la
providencia compete a Dios.
Segunda: si todas
las cosas están sujetas a la providencia divina.
Tercera: si hay
providencia divina inmediata, sobre todas las cosas.
Cuarta: si la
providencia divina hace necesarias las cosas que provee.
ARTÍCULO 1
Si la providencia
compete a Dios
Dificultades. Parece que la providencia
no es cosa que competa a Dios.
1. La providencia,
según Cicerón, es una, parte de la prudencia. Pero la prudencia, según el
Filósofo, tiene por objeto aconsejar bien, cosa inadmisible en Dios, que no,
tiene duda alguna para que necesite reflexionar. Luego la providencia no
compete a Dios.
2. Todo lo que hay
en Dios es eterno. Pero la providencia no es eterna, porque tiene por objeto
las “cosas existentes” que, según el Damasceno, no son eternas. Luego en Dios
no hay providencia.
3. Nada de lo que en
Dios hay es compuesto. Pero la providencia parece ser algo compuesto, porque
incluye en sí la voluntad y el entendimiento. Luego no la hay en Dios.
Por otra parte, dice el Sabio (Sb 14,3):
“Tú eres, Padre, el que por tu providencia gobiernas todas las cosas”
Respuesta. Es necesario que haya
providencia en Dios. Hemos demostrado (S.Th. 1, 6, 4) que todo el bien que hay
en las cosas ha sido creado por Dios. Pero en las cosas, hay bien, no sólo por
lo que se refiere a su naturaleza, sino además en cuanto al orden que dicen al
fin, y especialmente al fin último, que es la bondad divina, según hemos dicho
(S.Th. 1, 21, 4). Por tanto, el bien del orden que hay en las criaturas ha sido
creado por Dios. Pero como Dios es causa de las cosas por su entendimiento, por
lo cual ha de preexistir en Él la razón de cada uno de sus efectos, como ya
tenemos dicho (S.Th. 1, 15, 2; q.19, 4), es necesario que preexista en la mente
divina la razón del orden que hay en las cosas con respecto a sus fines. Ahora
bien, la razón del orden de las cosas al fin es precisamente la providencia,
que es, por tanto, la parte principal de la prudencia, y a la cual están
subordinadas las otras dos, o sea, la memoria de lo pasado y la clara visión de
lo presente, ya que, recordando lo pasado y entendiendo lo presente,
conjeturamos las medidas que hemos de tomar para lo por venir. Pues, según el
Filósofo, lo propio de la prudencia es ordenar las cosas a sus fines, bien sea
respecto a nosotros mismos, y por esto llamamos prudente al hombre que ordena
sus actos al fin de su propia vida, o bien respecto a los que nos están
encomendados en la familia, en la ciudad o en el Estado, que es el modo en que,
en el Evangelio, se habla del “siervo fiel y prudente a quien el Señor
constituyó sobre su familia” (Mt 24,45), y éste es precisamente el sentido en
que la prudencia o providencia puede predicarse de Dios, en quien nada hay
ordenable a un fin, puesto que el fin último es El mismo. Por consiguiente, lo
que en Dios se llama providencia es la razón del orden de las cosas a sus
fines, y por esto dice Boecio que “providencia es la misma razón divina
asentada en el príncipe supremo de todas las cosas, que todo lo dispone”, y lo
mismo se puede llamar disposición a la razón del orden de las cosas respecto al
fin, que al del orden de las partes con relación al todo.
Soluciones. 1. Según el Filósofo,
propio de la prudencia es mandar lo que la eubulia aconseja y la synexis juzga
acertado. Por lo cual, si bien no compete a Dios aconsejarse o deliberar, en
cuanto deliberación es investigación de lo que se ha de hacer en materia
dudosa, le compete, sin embargo, dar preceptos de cómo se ordenan a su fin las
cosas, de las que tiene la más perfecta idea, como se dice en un salmo (Ps
148,6): “Ha puesto precepto y no lo traspasará”; y en cuanto a esto, e, como
compete a Dios la razón de prudencia y de providencia. –Aunque también se puede
decir que el mismo concepto de las cosas que ha de hacer, se llama en Dios
“consejo”, no por le que el consejo tiene de investigación, sino por la certeza
a que investigando llegan los que deliberan, y de aquí que diga el Apóstol:
“Hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef 1,11).
2. El cuidado de
algo comprende dos cosas: “la razón del orden”, llamada providencia o
disposición, y “la ejecución del orden”, que se llama gobierno; y si lo primero
es eterno, lo segundo es temporal.
3. La providencia
está en el entendimiento, pero presupone una voluntad que quiera el fin, ya que
nadie manda hacer cosas para conseguir un fin si previamente no lo quiere, y de
aquí que la prudencia presuponga las virtudes morales por les cuales el apetito
dice relación al bien, como dice el Filósofo. –Pero aun en el caso en que la
providencia incluyese por igual la voluntad y el entendimiento, no por ello
correría riesgo la simplicidad divina, ya que, según hemos dicho (S.Th. 1, 19,
1; a.4 ad 2), la voluntad y el entendimiento son en Dios una misma cosa
ARTÍCULO 2
Si todas las
cosas están sujetas a la providencia divina
Dificultades. Parece que no todo
está sujeto a la providencia divina.
1. Nada que haya
sido proveído es fortuito. Si, pues, todo está provisto por Dios, nada hay que
sea fortuito y de este modo perecen la casualidad y la suerte o fortuna, en
contra de lo que comúnmente se cree.
2. El provisor sabio
aleja, en cuanto puede, de las cosas encomendadas a su cuidado el defecto y el
mal. Sin embargo, vemos que en las cosas hay mucho malo. Luego o lo hay porque
Dios no puede impedirlo, y en este caso no es omnipotente, o porque no tiene
cuidado de todas las cosas.
3. Lo que sucede
necesariamente, no requiere providencia o prudencia, y por esto dice el
Filósofo que la prudencia es una idea recta de las cosas contingentes, en las
que cabe consejo y elección. Pero como en el mundo suceden muchas cosas
necesariamente, síguese que no todas están sujetas a providencia.
4. El dejado a sí
mismo no está sujeto a la providencia de ningún gobernante. Pues bien, Dios
deja a los hombres a sí mismos, como se dice en el Eclesiástico: “Dios hizo al
hombre al principio y lo dejó en manos de su consejo” (Eclo 15,14), y
especialmente a los malos, de quienes se dice: “Los abandonó a los deseos de su
corazón” (Ps 80,13). Luego no todo está sujeto a la providencia divina.
5. Dice el Apóstol
que Dios (1Co 9,9) “no se cuida de los bueyes”, y por la misma razón tampoco de
las otras criaturas irracionales. Por consiguiente, no todo está bajo la divina
providencia.
Por otra parte, hablando de la sabiduría
divina, dice el Sabio que “se extiende poderosa del uno al otro confín y
dispone todas las cosas con suavidad” (Sb 8,1).
Respuesta. Hubo quienes, como
Demócrito y Epicuro, negaron en absoluto la providencia, porque suponían que el
mundo había sido hecho casualmente. Otros opinaron que sólo los seres
incorruptibles están sujetos a providencia, y en cuanto a los corruptibles, lo
están las especies, que como tales son incorruptibles; pero no los individuos.
Son aquellos en representación de los cuales se dice en el libro de Job que “las
nubes le envuelven como un velo y pasea por la bóveda de los cielos sin
ocuparse de nuestras cosas” (Job 22,4) . No obstante, Rabí Moisés
exceptuó de entre los aires corruptibles al hombre, en atención a que participa
de la luz del entendimiento.
Sin embargo, es
necesario decir que todos los seres están sujetos a la providencia divina, y no
sólo en conjunto, sino también en particular. La razón es porque, como todo
agente obra por un fin, la ordenación de los efectos al fin se extiende hasta
donde se extienda la causalidad del primer agente. El hecho de que en las obras
de un agente cualquiera aparezcan cosas no ordenadas al fin, se debe a que tal
efecto proviene de una causa distinta, ajena a la intención del agente. Pero la
causalidad de Dios, que es el primer agente, se extiende en absoluto a todos
los seres, y no sólo en cuanto a sus elementos específicos, sino también en
cuanto a sus principios individuales, lo mismo si son corruptibles que si son
incorruptibles, por lo cual todo lo que de algún modo participa del ser,
necesariamente ha de estar ordenado por Dios a un fin, como dice el Apóstol (Ro
13,1): “Lo que viene de Dios está ordenado”. Si, pues, como hemos dicho (a.1),
la providencia es la razón del orden de las cosas al fin, es necesario que, en
la misma medida en que las cosas participan del ser, estén sujetas a la
providencia divina.
Hemos dicho,
asimismo (S.Th. 1, 14, 11), que Dios lo conoce todo, lo universal y lo
particular. Dado, pues, que su conocimiento se compara con las cosas como el
conocimiento del arte con las obras artísticas, según también dijimos (S.Th. 1,
14, 8), es necesario que todos los seres estén sujetos al orden de Dios, como
las obras artísticas lo están al orden del arte.
Soluciones. 1. No sucede lo mismo
cuando se trata de la causa universal que de la particular; pues si hay cosas
que pueden eludir el orden de una causa particular, no así el da la universal.
Nada, en efecto, se substraería al orden de una causa particular si otra
también particular no impidiese su acción, como el agua impide la combustión de
un leño; pero como las causas particulares están todas incluidas en la
universal, es imposible que ningún efecto escape al orden de la causa
universal. De aquí que al efecto que se sale del orden de alguna causa
particular se le llame casual o fortuito respecto a ella; pero con relación a
la causa universal, a cuyo orden no puede substraerse, se le llama cosa
provista. Así, por ejemplo, la concurrencia de dos criados en un mismo lugar,
aunque casual para ellos, es, sin embargo, provista por el señor, que
intencionadamente los envió al mismo sitio sin que uno supiese del otro.
2. Hay que
distinguir entre el que tiene a su cuidado algo particular y el provisor
universal. El provisor de lo particular evita, en cuanto puede, los defectos en
las cosas puestas a su cuidado, y, en cambio, el universal permite que en algunos
particulares haya ciertas deficiencias, para que no se impida el bien de la
colectividad. Y si seres naturales son opuestos a tal naturaleza particular,
entran, sin embargo, en el plan de la naturaleza universal, por cuanto la
privación en uno cede en bien de otro, e incluso de todo el universo, ya que la
generación o producción de un ser supone la destrucción o corrupción de otro,
cosas ambas necesarias para la conservación de las especies. Pues como quiera
que Dios es provisor universal de todas las cosas, incumbe a su providencia
permitir que haya ciertos defectos en algunos seres particulares para que no
sufra detrimento el bien perfecto del universo, ya que, si se impidiesen todos
los males, se echarían de menos muchos bienes en el mundo; no viviría el león
si no pereciesen otros animales, ni existiría la paciencia de los mártires si
no moviesen persecuciones los tiranos. Por esto dice San Agustín: “El Dios
omnipotente no habría permitido que hubiese mal en sus obras si no fuese tan
omnipotente y bueno que consiga hacer bien del propio mal”. –En los dos
argumentos que acabamos de refutar parece que se fundaban los que excluyeron de
la providencia divina los seres corruptibles, en los que se encuentra la
casualidad y el mal.
3. El hombre no es
el autor de la naturaleza; lo que hace es utilizar las cosas naturales para las
obras de arte y de virtud destinadas a su uso, y de aquí que la providencia
humana no se extienda a las cosas que la naturaleza realiza necesariamente, a
las que, sin embargo, se extiende la providencia, de Dios, que es el autor de
la naturaleza. –En este argumento parece que se fundaban los que, como
Demócrito y otros naturalistas antiguos, substrajeron a la providencia divina
el curso natural de los seres, atribuyéndolo a la necesidad de la materia.
4. Cuando se dice
que Dios dejó al hombre a sí mismo, no se excluye al hombre de la providencia
divina, sino se da a entender que no se le destinaron de antemano potencias
operativas determinadas a hacer siempre lo mismo, como ocurre en los seres
naturales. Estos se limitan a ser movidos por otro, como si el otro fuese el
que los encamina al fin; pero no se actúan por sí mismos para encaminarse a él,
como lo hacen las criaturas racionales en virtud del libre albedrío, por el que
recapacitan y eligen; y por esto intencionadamente se dice “en manos de su
consejo”. Pues bien, puesto que incluso el acto del libre albedrío se reduce a
Dios como a causa suya, es necesario que lo hecho con libre albedrío esté
sujeto a la providencia divina, pues la providencia del hombre está contenida
en la providencia de Dios como la causa particular en la universal. –Sin
embargo, Dios tiene sobre los justos una providencia más especial que sobre los
impíos, por cuanto no permite que les suceda cosa que a lo último impida su
salvación; pues, como dice el Apóstol (Ro 8,28), “todas las cosas cooperan al
bien de los que aman a Dios”. Y si bien, por el hecho de que no aparta a los
impíos del mal de culpa, se dice que los abandona, no lo hace hasta el punto de
excluirlos totalmente de su providencia, ya que, si su providencia no los
conservase, se reducirían a la nada. –La razón alegada parece ser la que movió
a Cicerón a substraer a la providencia divina las cosas humanas, hechas con
deliberación y consejo.
5. Puesto que la
criatura racional tiene por el libre albedrío el dominio de sus actos (ad 4;
S.Th. 1, 19, 10), está sujeta de un modo especial a la providencia divina, en
el sentido de que hay cosas que se le imputan como culpas o como méritos y se
le recompensan con premios o con castigos. Pues bien, en cuanto a esto dice el
Apóstol que Dios no tiene cuidado de los bueyes, y no en cuanto a que los
individuos de naturaleza irracional no sean objeto de la providencia divina,
como pensó Rabí Moisés.
ARTÍCULO 3
Si Dios provee
inmediatamente a todas las cosas
Dificultades. Parece que Dios no
provee inmediatamente a todas las cosas.
1. Todo lo que sea
propio de la dignidad se debe atribuir a Dios. Pues si la dignidad de un rey
exige que tenga ministros, mediante los cuales provea a sus súbditos, mucho más
requiere la de Dios que no provea inmediatamente a todas las cosas.
2. A la providencia
corresponde ordenar las cosas a sus fines. El fin de cada cosa es su perfección
y su bien. Llevar sus efectos al bien corresponde a todas las causas. Luego
cada una de las causas agentes es causa del efecto de la providencia. Si, pues,
Dios provee inmediatamente a todas las cosas, se anulan todas las causas
segundas.
3. Dice San Agustín
que “mejor es ignorar ciertas cosas que saberlas”, v. gr., las cosas viles, y
lo mismo dice el Filósofo. Pero todo lo que sea mejor hay que atribuirlo a
Dios. Luego Dios no tiene providencia inmediata de ciertas cosas malas y viles.
Por otra parte, se dice en Job: “¿A quién
otro ha constituido sobre la tierra, o a quién puso para gobernar el orbe que
Él fabricó?” (Job 34,13). Y San Gregorio aclara diciendo: “Por sí mismo rige el
mundo, que por sí mismo hizo”.
Respuesta. La providencia comprende
dos cosas: la razón del orden de los seres proveídos a su fin y la ejecución de
este orden, llamada “gobierno”. Cuanto a lo primero, Dios provee inmediatamente
a todas las cosas, porque en su entendimiento tiene la razón de todas, incluso
de las ínfimas, y porque a cuantas causas encomendó algún efecto las dotó de la
actividad suficiente para producirlo, para lo cual es indispensable que de
antemano conociese en su razón propia el orden de tales efectos. -En cuanto a
lo segundo, la providencia divina se vale de intermediarios, pues gobierna los
seres inferiores por medio de los superiores, pero no porque sea insuficiente
su poder, sino porque es tanta su bondad, que comunica a las mismas criaturas
la prerrogativa de la causalidad.
Por estas razones
queda eliminada la opinión de Platón, el cual, según San Gregorio Niseno,
admitía una triple providencia. La primera, patrimonio del Dios supremo, que
provee directa y principalmente a los seres espirituales, y en consecuencia a
todo el universo, en cuanto a los géneros, las especies y las causas
universales. La segunda es la que tiene por objeto los seres individuales
generales y corruptibles, y la atribuye a los dioses que andan en torno de los
cielos, o sea, a las substancias separadas que imprimen a los cielos el movimiento
circular. La tercera, que es la providencia de las cosas humanas, la atribuía a
los demonios, que para los platónicos son unos seres intermedios entre los
dioses y nosotros, como refiere San Agustín.
Soluciones. 1. Efectivamente, lo propio de la dignidad del rey es tener
ministros ejecutores de su providencia; pero no tener idea de lo que ellos han
de hacer, revela falta de perfección, porque tanto más perfecta es una ciencia
práctica cuanto más desciende a lo particular, que es lo que actúa.
2. El que Dios tenga
providencia inmediata de todas las cosas no excluye la intervención de las
causas segundas en cuanto ejecutoras del orden divino, según hemos visto (in
c).
3. Para nosotros es
mejor ignorar las cosas malas y viles, bien porque, como no podemos entender
muchas cosas a la vez, nos estorban para pensar en las que son mejores, y
también porque, a veces, los pensamientos de cosas malas arrastran a la
voluntad a lo malo. Pero nada de esto ocurre en Dios, cuya inteligencia lo ve
todo simultáneamente y cuya voluntad no puede doblegarse al mal.
ARTÍCULO 4
Si la
providencia impone necesidad a las cosas provistas
Dificultades. Parece que la providencia
impone necesidad a las cosas provistas.
1. Todo efecto que
tiene una causa directa que existe o ha existido, y de la que procede
necesariamente, se produce por necesidad, como demuestra el Filósofo. Pues
bien, la providencia de Dios preexiste, puesto que es eterna, y de ella
proceden sus efectos necesariamente, porque no puede frustrarse. Luego impone
necesidad a las cosas provistas.
2. Todo provisor
consolida cuanto puede su obra para que no se derrumbe. Pero Dios es
infinitamente poderoso. Luego da a las cosas que provee la firmeza de la
necesidad.
3. Dice Boecio que
el destino, “partiendo de los orígenes de la inmóvil providencia, aprisiona los
actos y la suerte de los hombres por medio de una conexión indisoluble de
causas”. Parece, pues, como si la providencia impusiese necesidad a las cosas
que provee.
Por otra parte, dice Dionisio que “lo propio de la providencia no es destruir la
naturaleza”. Pero algunas cosas son contingentes por naturaleza. Por
consiguiente, la providencia divina no impone necesidad a las cosas anulando la
contingencia.
Respuesta. La providencia divina impone necesidad a ciertas cosas, pero no a
todas, como algunos han creído. A la providencia pertenece ordenar las cosas al
fin. Pues bien, después de la bondad divina, que es un fin independiente de las
cosas, el principal bien que en ellas existe es la perfección del universo, que
no existiría si en el mundo no se encontrasen todos los grados del ser. Por
tanto, corresponde a la providencia divina producir el ser en todos sus grados,
y por ello señaló a unos efectos causas necesarias, para que se produjesen
necesariamente, y a otros, causas contingentes, con objeto de que se produzcan
de modo contingente, según sea la condición de las causas próximas.
Soluciones. 1. Es efecto de la providencia divina no sólo que suceda una cosa
cualquiera, sino que suceda de modo necesario o contingente, y, por tanto,
sucede infalible y necesariamente lo que la divina providencia dispone que
suceda de modo infalible y necesario, y contingentemente lo que en la razón de
la providencia divina está que haya de suceder de modo contingente.
2. La inmovilidad y
certeza del orden de la providencia consiste en que las cosas provistas por
Dios suceden del modo que Él las provee, sea de modo necesario o contingente.
3. La
indisolubilidad e inmutabilidad de que habla Boecio se refieren a la certeza de
la providencia divina, que no puede fallar en la producción de su efecto ni en
el modo como éste se haya de producir, y no a la necesidad de los efectos. Y
aquí debe advertirse que la necesidad y la contingencia siguen al ser en cuanto
ser, y por esto los modos de contingencia y de necesitad caen bajo la
providencia de Dios, provisor universal de todo ser; pero no bajo la provisión
de los provisores particulares.
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