sábado, 25 de febrero de 2017

La Providencia de Dios en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino

Suma Teológiga 
Primera parte
Cuestión 22: De la providencia de Dios


Determinado ya lo que en absoluto pertenece a la voluntad divina, es preciso que nos ocupemos ahora de lo que se refiere, a la vez, al entendimiento y a la voluntad. Esto, en cuanto a todos los seres en general, es la providencia, y respecto al hombre en particular es la predestinación, y la reprobación en orden a la vida eterna y sus consecuencias. La razón de este orden es porque en la ciencia moral, tras el estudio de las virtudes morales, viene el de la prudencia, a la que, al parecer, pertenece la providencia. Acerca de la providencia se han de averiguar cuatro cosas:
Primera: si la providencia compete a Dios.
Segunda: si todas las cosas están sujetas a la providencia divina.
Tercera: si hay providencia divina inmediata, sobre todas las cosas.
Cuarta: si la providencia divina hace necesarias las cosas que provee.
ARTÍCULO 1
Si la providencia compete a Dios
Dificultades. Parece que la providencia no es cosa que competa a Dios.
1. La providencia, según Cicerón, es una, parte de la prudencia. Pero la prudencia, según el Filósofo, tiene por objeto aconsejar bien, cosa inadmisible en Dios, que no, tiene duda alguna para que necesite reflexionar. Luego la providencia no compete a Dios.
2. Todo lo que hay en Dios es eterno. Pero la providencia no es eterna, porque tiene por objeto las “cosas existentes” que, según el Damasceno, no son eternas. Luego en Dios no hay providencia.
3. Nada de lo que en Dios hay es compuesto. Pero la providencia parece ser algo compuesto, porque incluye en sí la voluntad y el entendimiento. Luego no la hay en Dios.
Por otra parte, dice el Sabio (Sb 14,3): “Tú eres, Padre, el que por tu providencia gobiernas todas las cosas”
Respuesta. Es necesario que haya providencia en Dios. Hemos demostrado (S.Th. 1, 6, 4) que todo el bien que hay en las cosas ha sido creado por Dios. Pero en las cosas, hay bien, no sólo por lo que se refiere a su naturaleza, sino además en cuanto al orden que dicen al fin, y especialmente al fin último, que es la bondad divina, según hemos dicho (S.Th. 1, 21, 4). Por tanto, el bien del orden que hay en las criaturas ha sido creado por Dios. Pero como Dios es causa de las cosas por su entendimiento, por lo cual ha de preexistir en Él la razón de cada uno de sus efectos, como ya tenemos dicho (S.Th. 1, 15, 2; q.19, 4), es necesario que preexista en la mente divina la razón del orden que hay en las cosas con respecto a sus fines. Ahora bien, la razón del orden de las cosas al fin es precisamente la providencia, que es, por tanto, la parte principal de la prudencia, y a la cual están subordinadas las otras dos, o sea, la memoria de lo pasado y la clara visión de lo presente, ya que, recordando lo pasado y entendiendo lo presente, conjeturamos las medidas que hemos de tomar para lo por venir. Pues, según el Filósofo, lo propio de la prudencia es ordenar las cosas a sus fines, bien sea respecto a nosotros mismos, y por esto llamamos prudente al hombre que ordena sus actos al fin de su propia vida, o bien respecto a los que nos están encomendados en la familia, en la ciudad o en el Estado, que es el modo en que, en el Evangelio, se habla del “siervo fiel y prudente a quien el Señor constituyó sobre su familia” (Mt 24,45), y éste es precisamente el sentido en que la prudencia o providencia puede predicarse de Dios, en quien nada hay ordenable a un fin, puesto que el fin último es El mismo. Por consiguiente, lo que en Dios se llama providencia es la razón del orden de las cosas a sus fines, y por esto dice Boecio que “providencia es la misma razón divina asentada en el príncipe supremo de todas las cosas, que todo lo dispone”, y lo mismo se puede llamar disposición a la razón del orden de las cosas respecto al fin, que al del orden de las partes con relación al todo.
Soluciones. 1. Según el Filósofo, propio de la prudencia es mandar lo que la eubulia aconseja y la synexis juzga acertado. Por lo cual, si bien no compete a Dios aconsejarse o deliberar, en cuanto deliberación es investigación de lo que se ha de hacer en materia dudosa, le compete, sin embargo, dar preceptos de cómo se ordenan a su fin las cosas, de las que tiene la más perfecta idea, como se dice en un salmo (Ps 148,6): “Ha puesto precepto y no lo traspasará”; y en cuanto a esto, e, como compete a Dios la razón de prudencia y de providencia. –Aunque también se puede decir que el mismo concepto de las cosas que ha de hacer, se llama en Dios “consejo”, no por le que el consejo tiene de investigación, sino por la certeza a que investigando llegan los que deliberan, y de aquí que diga el Apóstol: “Hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef 1,11).

2. El cuidado de algo comprende dos cosas: “la razón del orden”, llamada providencia o disposición, y “la ejecución del orden”, que se llama gobierno; y si lo primero es eterno, lo segundo es temporal.
3. La providencia está en el entendimiento, pero presupone una voluntad que quiera el fin, ya que nadie manda hacer cosas para conseguir un fin si previamente no lo quiere, y de aquí que la prudencia presuponga las virtudes morales por les cuales el apetito dice relación al bien, como dice el Filósofo. –Pero aun en el caso en que la providencia incluyese por igual la voluntad y el entendimiento, no por ello correría riesgo la simplicidad divina, ya que, según hemos dicho (S.Th. 1, 19, 1; a.4 ad 2), la voluntad y el entendimiento son en Dios una misma cosa
ARTÍCULO 2
Si todas las cosas están sujetas a la providencia divina
Dificultades. Parece que no todo está sujeto a la providencia divina.
1. Nada que haya sido proveído es fortuito. Si, pues, todo está provisto por Dios, nada hay que sea fortuito y de este modo perecen la casualidad y la suerte o fortuna, en contra de lo que comúnmente se cree.
2. El provisor sabio aleja, en cuanto puede, de las cosas encomendadas a su cuidado el defecto y el mal. Sin embargo, vemos que en las cosas hay mucho malo. Luego o lo hay porque Dios no puede impedirlo, y en este caso no es omnipotente, o porque no tiene cuidado de todas las cosas.
3. Lo que sucede necesariamente, no requiere providencia o prudencia, y por esto dice el Filósofo que la prudencia es una idea recta de las cosas contingentes, en las que cabe consejo y elección. Pero como en el mundo suceden muchas cosas necesariamente, síguese que no todas están sujetas a providencia.
4. El dejado a sí mismo no está sujeto a la providencia de ningún gobernante. Pues bien, Dios deja a los hombres a sí mismos, como se dice en el Eclesiástico: “Dios hizo al hombre al principio y lo dejó en manos de su consejo” (Eclo 15,14), y especialmente a los malos, de quienes se dice: “Los abandonó a los deseos de su corazón” (Ps 80,13). Luego no todo está sujeto a la providencia divina.
5. Dice el Apóstol que Dios (1Co 9,9) “no se cuida de los bueyes”, y por la misma razón tampoco de las otras criaturas irracionales. Por consiguiente, no todo está bajo la divina providencia.
Por otra parte, hablando de la sabiduría divina, dice el Sabio que “se extiende poderosa del uno al otro confín y dispone todas las cosas con suavidad” (Sb 8,1).
Respuesta. Hubo quienes, como Demócrito y Epicuro, negaron en absoluto la providencia, porque suponían que el mundo había sido hecho casualmente. Otros opinaron que sólo los seres incorruptibles están sujetos a providencia, y en cuanto a los corruptibles, lo están las especies, que como tales son incorruptibles; pero no los individuos. Son aquellos en representación de los cuales se dice en el libro de Job que “las nubes le envuelven como un velo y pasea por la bóveda de los cielos sin ocuparse de nuestras cosas”  (Job 22,4) . No obstante, Rabí Moisés exceptuó de entre los aires corruptibles al hombre, en atención a que participa de la luz del entendimiento.
Sin embargo, es necesario decir que todos los seres están sujetos a la providencia divina, y no sólo en conjunto, sino también en particular. La razón es porque, como todo agente obra por un fin, la ordenación de los efectos al fin se extiende hasta donde se extienda la causalidad del primer agente. El hecho de que en las obras de un agente cualquiera aparezcan cosas no ordenadas al fin, se debe a que tal efecto proviene de una causa distinta, ajena a la intención del agente. Pero la causalidad de Dios, que es el primer agente, se extiende en absoluto a todos los seres, y no sólo en cuanto a sus elementos específicos, sino también en cuanto a sus principios individuales, lo mismo si son corruptibles que si son incorruptibles, por lo cual todo lo que de algún modo participa del ser, necesariamente ha de estar ordenado por Dios a un fin, como dice el Apóstol (Ro 13,1): “Lo que viene de Dios está ordenado”. Si, pues, como hemos dicho (a.1), la providencia es la razón del orden de las cosas al fin, es necesario que, en la misma medida en que las cosas participan del ser, estén sujetas a la providencia divina.
Hemos dicho, asimismo (S.Th. 1, 14, 11), que Dios lo conoce todo, lo universal y lo particular. Dado, pues, que su conocimiento se compara con las cosas como el conocimiento del arte con las obras artísticas, según también dijimos (S.Th. 1, 14, 8), es necesario que todos los seres estén sujetos al orden de Dios, como las obras artísticas lo están al orden del arte.
Soluciones. 1. No sucede lo mismo cuando se trata de la causa universal que de la particular; pues si hay cosas que pueden eludir el orden de una causa particular, no así el da la universal. Nada, en efecto, se substraería al orden de una causa particular si otra también particular no impidiese su acción, como el agua impide la combustión de un leño; pero como las causas particulares están todas incluidas en la universal, es imposible que ningún efecto escape al orden de la causa universal. De aquí que al efecto que se sale del orden de alguna causa particular se le llame casual o fortuito respecto a ella; pero con relación a la causa universal, a cuyo orden no puede substraerse, se le llama cosa provista. Así, por ejemplo, la concurrencia de dos criados en un mismo lugar, aunque casual para ellos, es, sin embargo, provista por el señor, que intencionadamente los envió al mismo sitio sin que uno supiese del otro.
2. Hay que distinguir entre el que tiene a su cuidado algo particular y el provisor universal. El provisor de lo particular evita, en cuanto puede, los defectos en las cosas puestas a su cuidado, y, en cambio, el universal permite que en algunos particulares haya ciertas deficiencias, para que no se impida el bien de la colectividad. Y si seres naturales son opuestos a tal naturaleza particular, entran, sin embargo, en el plan de la naturaleza universal, por cuanto la privación en uno cede en bien de otro, e incluso de todo el universo, ya que la generación o producción de un ser supone la destrucción o corrupción de otro, cosas ambas necesarias para la conservación de las especies. Pues como quiera que Dios es provisor universal de todas las cosas, incumbe a su providencia permitir que haya ciertos defectos en algunos seres particulares para que no sufra detrimento el bien perfecto del universo, ya que, si se impidiesen todos los males, se echarían de menos muchos bienes en el mundo; no viviría el león si no pereciesen otros animales, ni existiría la paciencia de los mártires si no moviesen persecuciones los tiranos. Por esto dice San Agustín: “El Dios omnipotente no habría permitido que hubiese mal en sus obras si no fuese tan omnipotente y bueno que consiga hacer bien del propio mal”. –En los dos argumentos que acabamos de refutar parece que se fundaban los que excluyeron de la providencia divina los seres corruptibles, en los que se encuentra la casualidad y el mal.
3. El hombre no es el autor de la naturaleza; lo que hace es utilizar las cosas naturales para las obras de arte y de virtud destinadas a su uso, y de aquí que la providencia humana no se extienda a las cosas que la naturaleza realiza necesariamente, a las que, sin embargo, se extiende la providencia, de Dios, que es el autor de la naturaleza. –En este argumento parece que se fundaban los que, como Demócrito y otros naturalistas antiguos, substrajeron a la providencia divina el curso natural de los seres, atribuyéndolo a la necesidad de la materia.
4. Cuando se dice que Dios dejó al hombre a sí mismo, no se excluye al hombre de la providencia divina, sino se da a entender que no se le destinaron de antemano potencias operativas determinadas a hacer siempre lo mismo, como ocurre en los seres naturales. Estos se limitan a ser movidos por otro, como si el otro fuese el que los encamina al fin; pero no se actúan por sí mismos para encaminarse a él, como lo hacen las criaturas racionales en virtud del libre albedrío, por el que recapacitan y eligen; y por esto intencionadamente se dice “en manos de su consejo”. Pues bien, puesto que incluso el acto del libre albedrío se reduce a Dios como a causa suya, es necesario que lo hecho con libre albedrío esté sujeto a la providencia divina, pues la providencia del hombre está contenida en la providencia de Dios como la causa particular en la universal. –Sin embargo, Dios tiene sobre los justos una providencia más especial que sobre los impíos, por cuanto no permite que les suceda cosa que a lo último impida su salvación; pues, como dice el Apóstol (Ro 8,28), “todas las cosas cooperan al bien de los que aman a Dios”. Y si bien, por el hecho de que no aparta a los impíos del mal de culpa, se dice que los abandona, no lo hace hasta el punto de excluirlos totalmente de su providencia, ya que, si su providencia no los conservase, se reducirían a la nada. –La razón alegada parece ser la que movió a Cicerón a substraer a la providencia divina las cosas humanas, hechas con deliberación y consejo.
5. Puesto que la criatura racional tiene por el libre albedrío el dominio de sus actos (ad 4; S.Th. 1, 19, 10), está sujeta de un modo especial a la providencia divina, en el sentido de que hay cosas que se le imputan como culpas o como méritos y se le recompensan con premios o con castigos. Pues bien, en cuanto a esto dice el Apóstol que Dios no tiene cuidado de los bueyes, y no en cuanto a que los individuos de naturaleza irracional no sean objeto de la providencia divina, como pensó Rabí Moisés.
ARTÍCULO 3
Si Dios provee inmediatamente a todas las cosas
Dificultades. Parece que Dios no provee inmediatamente a todas las cosas.
1. Todo lo que sea propio de la dignidad se debe atribuir a Dios. Pues si la dignidad de un rey exige que tenga ministros, mediante los cuales provea a sus súbditos, mucho más requiere la de Dios que no provea inmediatamente a todas las cosas.
2. A la providencia corresponde ordenar las cosas a sus fines. El fin de cada cosa es su perfección y su bien. Llevar sus efectos al bien corresponde a todas las causas. Luego cada una de las causas agentes es causa del efecto de la providencia. Si, pues, Dios provee inmediatamente a todas las cosas, se anulan todas las causas segundas.
3. Dice San Agustín que “mejor es ignorar ciertas cosas que saberlas”, v. gr., las cosas viles, y lo mismo dice el Filósofo. Pero todo lo que sea mejor hay que atribuirlo a Dios. Luego Dios no tiene providencia inmediata de ciertas cosas malas y viles.
Por otra parte, se dice en Job: “¿A quién otro ha constituido sobre la tierra, o a quién puso para gobernar el orbe que Él fabricó?” (Job 34,13). Y San Gregorio aclara diciendo: “Por sí mismo rige el mundo, que por sí mismo hizo”.
Respuesta. La providencia comprende dos cosas: la razón del orden de los seres proveídos a su fin y la ejecución de este orden, llamada “gobierno”. Cuanto a lo primero, Dios provee inmediatamente a todas las cosas, porque en su entendimiento tiene la razón de todas, incluso de las ínfimas, y porque a cuantas causas encomendó algún efecto las dotó de la actividad suficiente para producirlo, para lo cual es indispensable que de antemano conociese en su razón propia el orden de tales efectos. -En cuanto a lo segundo, la providencia divina se vale de intermediarios, pues gobierna los seres inferiores por medio de los superiores, pero no porque sea insuficiente su poder, sino porque es tanta su bondad, que comunica a las mismas criaturas la prerrogativa de la causalidad.
Por estas razones queda eliminada la opinión de Platón, el cual, según San Gregorio Niseno, admitía una triple providencia. La primera, patrimonio del Dios supremo, que provee directa y principalmente a los seres espirituales, y en consecuencia a todo el universo, en cuanto a los géneros, las especies y las causas universales. La segunda es la que tiene por objeto los seres individuales generales y corruptibles, y la atribuye a los dioses que andan en torno de los cielos, o sea, a las substancias separadas que imprimen a los cielos el movimiento circular. La tercera, que es la providencia de las cosas humanas, la atribuía a los demonios, que para los platónicos son unos seres intermedios entre los dioses y nosotros, como refiere San Agustín.
Soluciones. 1. Efectivamente, lo propio de la dignidad del rey es tener ministros ejecutores de su providencia; pero no tener idea de lo que ellos han de hacer, revela falta de perfección, porque tanto más perfecta es una ciencia práctica cuanto más desciende a lo particular, que es lo que actúa.
2. El que Dios tenga providencia inmediata de todas las cosas no excluye la intervención de las causas segundas en cuanto ejecutoras del orden divino, según hemos visto (in c).
3. Para nosotros es mejor ignorar las cosas malas y viles, bien porque, como no podemos entender muchas cosas a la vez, nos estorban para pensar en las que son mejores, y también porque, a veces, los pensamientos de cosas malas arrastran a la voluntad a lo malo. Pero nada de esto ocurre en Dios, cuya inteligencia lo ve todo simultáneamente y cuya voluntad no puede doblegarse al mal.
ARTÍCULO 4
Si la providencia impone necesidad a las cosas provistas
Dificultades. Parece que la providencia impone necesidad a las cosas provistas.
1. Todo efecto que tiene una causa directa que existe o ha existido, y de la que procede necesariamente, se produce por necesidad, como demuestra el Filósofo. Pues bien, la providencia de Dios preexiste, puesto que es eterna, y de ella proceden sus efectos necesariamente, porque no puede frustrarse. Luego impone necesidad a las cosas provistas.
2. Todo provisor consolida cuanto puede su obra para que no se derrumbe. Pero Dios es infinitamente poderoso. Luego da a las cosas que provee la firmeza de la necesidad.
3. Dice Boecio que el destino, “partiendo de los orígenes de la inmóvil providencia, aprisiona los actos y la suerte de los hombres por medio de una conexión indisoluble de causas”. Parece, pues, como si la providencia impusiese necesidad a las cosas que provee.
Por otra parte, dice Dionisio que “lo propio de la providencia no es destruir la naturaleza”. Pero algunas cosas son contingentes por naturaleza. Por consiguiente, la providencia divina no impone necesidad a las cosas anulando la contingencia.
Respuesta. La providencia divina impone necesidad a ciertas cosas, pero no a todas, como algunos han creído. A la providencia pertenece ordenar las cosas al fin. Pues bien, después de la bondad divina, que es un fin independiente de las cosas, el principal bien que en ellas existe es la perfección del universo, que no existiría si en el mundo no se encontrasen todos los grados del ser. Por tanto, corresponde a la providencia divina producir el ser en todos sus grados, y por ello señaló a unos efectos causas necesarias, para que se produjesen necesariamente, y a otros, causas contingentes, con objeto de que se produzcan de modo contingente, según sea la condición de las causas próximas.
Soluciones. 1. Es efecto de la providencia divina no sólo que suceda una cosa cualquiera, sino que suceda de modo necesario o contingente, y, por tanto, sucede infalible y necesariamente lo que la divina providencia dispone que suceda de modo infalible y necesario, y contingentemente lo que en la razón de la providencia divina está que haya de suceder de modo contingente.
2. La inmovilidad y certeza del orden de la providencia consiste en que las cosas provistas por Dios suceden del modo que Él las provee, sea de modo necesario o contingente.
3. La indisolubilidad e inmutabilidad de que habla Boecio se refieren a la certeza de la providencia divina, que no puede fallar en la producción de su efecto ni en el modo como éste se haya de producir, y no a la necesidad de los efectos. Y aquí debe advertirse que la necesidad y la contingencia siguen al ser en cuanto ser, y por esto los modos de contingencia y de necesitad caen bajo la providencia de Dios, provisor universal de todo ser; pero no bajo la provisión de los provisores particulares.


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