miércoles, 28 de noviembre de 2012

Zoología espiritual (1) Las almas camaleón - San Manuel González García

Texto de San

 Manuel González García

en "Granitos de Sal"

Segunda Serie

Zoología espiritual

Las almas camaleones

         Sí señores, es un nuevo tipo de lamas que yo ofrezco a los linneos de las clasificaciones espirituales.
         ¡Las almas camaleones!
Algo de zoología
         ¿Qué es un camaleón?
         Etimológicamente pequeño león o camello león, que a una y otra cosa se presta la cara de  pocos amigos del animalito y la joroba que al dorso lleva.
         Según los zoólogos, tiene este reptil la particularidad de vivir de los insectos del aire (lo que ha dado margen al vulgo para decir de él que se mantiene del aire) y la de cambiar de color según la postura que toma, el sitio en que está y los accidentes porque atraviesa.
         Yo tomo para tipo de mi clasificación al camaleón  con esas dos particularidades, la de papa-aire, que le atribuye el vulgo, y la de cambiar de color.
         Y digo que hay muchas almas de hombres y mujeres, que por tener esas dos particularidades, se parecen al camaleón y merecen llamarse almas-camaleones.
         Lo que hay que demostrar pero por partes, que dirían en la escuela.
         Y como no es posible estudiar el alma en sí misma, voy a estudiarla en sus manifestaciones, esto es: en sus ideas, en sus amores y en sus obras.
         Sólo con la experiencia por guía llevaré el convencimiento a los más incrédulos.

         Aquélla os enseña: 1° que hay no poca gente con cabeza de camaleón.
         Ustedes saben, porque lo enseñan la sana filosofía y el sentido común, que el alimento propio de la cabeza del hombre y de la mujer es la verdad: que Dios nos ha dado dos ojos, dos oídos y todos los sentidos y las facultades cognoscitivas para conocer la verdad en todas las cosas, en el arte, en la historia, en los acontecimientos que se desarrollan ante nuestra vista, en las obras propias y ajenas, en la religión, en el gran problema de nuestros destinos, en todo, y, mediante el conocimiento de la verdad de estas cosas, conocerlo a Él, Verdad Suma y fuente de toda verdad.
         Pues bien, hay cabezas que a ese alimento sano y sólido prefieren…aire.
         ¡Pues qué! ¿no es alimentar la cabeza de aire llenarla del humo de la vanidad del vestir, del parecer, del subir y del poder, o de las vaciedades de la revista ilustrada (con muñecos) o de modas, de conversaciones de sociedad a las que si se estrujaran no se les sacaría un adarme de sentido moral, ni común, ni de ningún sentido?
         ¡Alimentadas con aire! Así andan muchas, muchas cabezas por esos mundos de Dios, alimentadas de aire de muchas frivolidades, de convencionalismos mentirosos, de proyectos y castillos verdaderamente en el y de el aire, de ficciones egoístas y sensuales, de chismes de salón o casino, que no por salir envueltos en perfumes y buenas formas, dejan de serlo.
         Y cuenta que no hablo aquí de los rudos hijos del campo, que por su falta de comunicación y cultura no conocen del vocabulario más allá de veinte o treinta palabras y no aciertan a discurrir más allá de su azadón y su pedazo de tierra. No, hablo de los elegantes y las elegantas.
         ¿Para qué –les preguntaría yo- les ha servido hasta ahora su cabeza? ¡Y tendría que ver y oír el desfile de cosas serias que nos presentarían!
         ¡Ay si se pudieran tantear ciertas cabezas, como se tantean los melones, cuántas sonarían a hueco!
         Y, ¡claro!, en cabezas ligeras, ¿quién va a pedir fijeza? Allí todo tiene que ser variable como el viento.
         Y decidme: ¿hay mucha diferencia entre el camaleón del caso que se mantiene del aire y cambia de colores y esas cabezas hueras que cambian de criterio, de opinión y hasta de color de pelo, con sólo que la veleta de la moda o del capricho sople por ahí?
         Y vamos a la segunda enseñanza de la experiencia, no menos interesante que la primera.
Los corazones de camaleón
         Que, por cierto, son un encanto en su clase.
         Como que en vez de ser el órgano motor de la sangre, la válvula de la vida, el trono del amor, el anillo que une al hombre con todo lo bueno de la tierra y del cielo y todas esas cosas bonitas que filósofos y poetas dicen y cantan del corazón, se queda éste reducido a la categoría de vejiga de aire, sujeto a todas las vicisitudes de las vejigas y a las leyes del aire.
         ¡Qué! ¿No es triste ver el corazón humano hecho por Dios para amarle a Él y todas las cosas buenas por Él, es decir, para alimentarse y saciarse con la misma vida de Dios, no es triste, repito, ver ese corazón papando aire, como un infeliz camaleón?
         ¿Y no creéis que es alimentarse de aire, y por cierto maléfico, tratar de llenarlo de afectos ilusorios, de amorcillos de tres al cuarto, de pasioncillas y caprichillos de baja estofa, y de cosas que valen nada o casi nada?
         ¿No habéis visto el juego de manos de la chistera?
         El prestidigitador saca del fondo de la misma, ante el asombro de los espectadores novatos, profusión de cintas de variados colores, botones, moños, baratijas de mil clases y hasta la jaula con un pájaro.
         Pues haceos cuenta que del corazón de no poca gente, cualquiera que fuera un poco listo podría sacar todas esas baratijas del juego de manos y un poquito más.
         Pero, ¿cosa de sustancia, cosas serias, cosas dignas? No, ¡ni por sombra!
         Cuando yo veo un hombre muy metido en diversiones, devaneos, en refinamientos del lujo y de la mesa, o una mujer muy metida en perifollos y exageraciones de la moda, en bailes y teatros, y en el culto verdaderamente idolátrico de su casa y de sus manos y de sus pies y de su pelo y de todo su cuerpo, y me entero que aquel hombre es padre o marido y esta mujer es madre o esposa o se prepara para serlo, me pregunto asombrado: ¿pero en esos corazones tan llenos de aire, qué hueco queda para los hijos o para la familia?
Una Observación
         Dicen los médicos que una de las enfermedades típicas de nuestra edad es la del corazón.
         Hoy se padece mucho del corazón.
         Y digo yo: ¿no será un castigo de la misma naturaleza, por la violencia de quitar al corazón su augusto oficio de asiento del amor puro y santo y darle el de ventosa?
         ¡Allá los fisiólogos y los moralistas!
Obras de camaleón
         Y así tienen que ser las que salgan de unas cabezas y unos corazones ídem.
         ¿Saben ustedes qué efecto me hacen las obras de esos camaleones de dos pies?
         El de los buñuelos; muy doraditos y olorosos por fuera, y por dentro ¡huecos!
         Así son las obras de los individuos de esa familia, bonitas, de buen tono por fuera, pero por dentro ¡vanas!
         Y ved si no; pasarse horas y horas ante el espejo, y otras tantas detrás de la modista para que la arruga tal o el fruncido cual salga así o asao; hablar de perros, gatos, muñecos, chismes; llevarse días y días pensando si el tacón debe tener dos milímetros más o menos o si la traba del o el vuelo de la falda o del calado de la blusa dejará ver o señalar bien lo que la decencia hasta ahora ha vedado enseñar, compararse con toda la que pasa o la que llega a ver si la vanidad propia tiene algo de qué quejarse o por qué sentirse humillada; un ratito de novela sentimental.
         Y por contera de todo esto tener de vez en cuando una caricia, que diríamos oficial, para sus hijos, una riña o una cara destemplada para sus domésticos y todo el que esté a sus órdenes, un queja constante para el tiempo; unos cuantos espasmódicos para calmar los nervios de tanta agitación, ¡ah! Y alguna vez que otra un garabatito elegante; unas cuantas líneas leídas en un devocionario ídem, y unos golpecitos monísimos de pecho en la iglesia, y cate usted ahí las obras de una señora, señorita o señorona, o, si las pone en masculino las de un señorón.
         ¿No es verdad que todo eso es puro buñuelo?
         ¿O más propiamente, ¡camaleonadas!?
         Consecuencia que yo saco y que propongo a consideración de ustedes.
         Que a medida que el hombre se aparta de Dios, se acerca al camaleón.
         Que todos, más o menos, tenemos horas y días y épocas de camaleones.
         Y que cuando el apartamiento de Dios es completo, el parecido con el camaleón es exacto, que según un amigo mío, hay gentes que andan en dos pies por un milagro de equilibrio…

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