Manuel González García
en "Granitos de Sal"
Segunda Serie
Zoología
espiritual
Las almas
camaleones
Sí señores, es un nuevo tipo de lamas
que yo ofrezco a los linneos de las
clasificaciones espirituales.
¡Las almas camaleones!
Algo de zoología
¿Qué es un camaleón?
Etimológicamente pequeño león o camello león,
que a una y otra cosa se presta la cara de
pocos amigos del animalito y la joroba que al dorso lleva.
Según los zoólogos, tiene este reptil
la particularidad de vivir de los insectos del aire (lo que ha dado margen al
vulgo para decir de él que se mantiene del aire) y la de cambiar de color según
la postura que toma, el sitio en que está y los accidentes porque atraviesa.
Yo tomo para tipo de mi clasificación
al camaleón con esas dos
particularidades, la de papa-aire,
que le atribuye el vulgo, y la de cambiar de color.
Y digo que hay muchas almas de hombres
y mujeres, que por tener esas dos particularidades, se parecen al camaleón y
merecen llamarse almas-camaleones.
Lo que hay que demostrar pero por
partes, que dirían en la escuela.
Y como no es posible estudiar el alma
en sí misma, voy a estudiarla en sus manifestaciones, esto es: en sus ideas, en
sus amores y en sus obras.
Sólo con la experiencia por guía
llevaré el convencimiento a los más incrédulos.
Aquélla os enseña: 1° que hay no poca gente
con cabeza de camaleón.
Ustedes saben, porque lo enseñan la
sana filosofía y el sentido común, que el alimento propio de la cabeza del
hombre y de la mujer es la verdad: que Dios nos ha dado dos ojos, dos oídos y
todos los sentidos y las facultades cognoscitivas para conocer la verdad en
todas las cosas, en el arte, en la historia, en los acontecimientos que se
desarrollan ante nuestra vista, en las obras propias y ajenas, en la religión,
en el gran problema de nuestros destinos, en todo, y, mediante el conocimiento
de la verdad de estas cosas, conocerlo a Él, Verdad Suma y fuente de toda
verdad.
Pues bien, hay cabezas que a ese
alimento sano y sólido prefieren…aire.
¡Pues qué! ¿no es alimentar la cabeza
de aire llenarla del humo de la vanidad del vestir, del parecer, del subir y
del poder, o de las vaciedades de la revista ilustrada (con muñecos) o de
modas, de conversaciones de sociedad a las que si se estrujaran no se les
sacaría un adarme de sentido moral, ni común, ni de ningún sentido?
¡Alimentadas con aire! Así andan
muchas, muchas cabezas por esos mundos de Dios, alimentadas de aire de muchas
frivolidades, de convencionalismos mentirosos, de proyectos y castillos
verdaderamente en el y de el aire, de ficciones egoístas y sensuales, de chismes
de salón o casino, que no por salir envueltos en perfumes y buenas formas,
dejan de serlo.
Y cuenta que no hablo aquí de los rudos
hijos del campo, que por su falta de comunicación y cultura no conocen del
vocabulario más allá de veinte o treinta palabras y no aciertan a discurrir más
allá de su azadón y su pedazo de tierra. No, hablo de los elegantes y las elegantas.
¿Para qué –les preguntaría yo- les ha
servido hasta ahora su cabeza? ¡Y tendría que ver y oír el desfile de cosas serias que nos presentarían!
¡Ay si se pudieran tantear ciertas
cabezas, como se tantean los melones, cuántas sonarían a hueco!
Y, ¡claro!, en cabezas ligeras, ¿quién
va a pedir fijeza? Allí todo tiene que ser variable como el viento.
Y decidme: ¿hay mucha diferencia entre
el camaleón del caso que se mantiene del aire y cambia de colores y esas
cabezas hueras que cambian de
criterio, de opinión y hasta de color de
pelo, con sólo que la veleta de la moda o del capricho sople por ahí?
Y vamos a la segunda enseñanza de la
experiencia, no menos interesante que la primera.
Los corazones de camaleón
Que, por cierto, son un encanto
en su clase.
Como que en vez de ser el órgano motor
de la sangre, la válvula de la vida, el trono del amor, el anillo que une al
hombre con todo lo bueno de la tierra y del cielo y todas esas cosas bonitas
que filósofos y poetas dicen y cantan del corazón, se queda éste reducido a la
categoría de vejiga de aire, sujeto a
todas las vicisitudes de las vejigas y a las leyes del aire.
¡Qué! ¿No es triste ver el corazón
humano hecho por Dios para amarle a Él y todas las cosas buenas por Él, es
decir, para alimentarse y saciarse con la misma vida de Dios, no es triste,
repito, ver ese corazón papando aire,
como un infeliz camaleón?
¿Y no creéis que es alimentarse de
aire, y por cierto maléfico, tratar de llenarlo de afectos ilusorios, de
amorcillos de tres al cuarto, de pasioncillas y caprichillos de baja estofa, y
de cosas que valen nada o casi nada?
¿No habéis visto el juego de manos de
la chistera?
El prestidigitador saca del fondo de la
misma, ante el asombro de los espectadores novatos, profusión de cintas de
variados colores, botones, moños, baratijas de mil clases y hasta la jaula con
un pájaro.
Pues haceos cuenta que del corazón de
no poca gente, cualquiera que fuera un poco listo podría sacar todas esas
baratijas del juego de manos y un poquito más.
Pero, ¿cosa de sustancia, cosas serias,
cosas dignas? No, ¡ni por sombra!
Cuando yo veo un hombre muy metido en
diversiones, devaneos, en refinamientos del lujo y de la mesa, o una mujer muy
metida en perifollos y exageraciones de la moda, en bailes y teatros, y en el
culto verdaderamente idolátrico de su casa y de sus manos y de sus pies y de su
pelo y de todo su cuerpo, y me entero que aquel hombre es padre o marido y esta
mujer es madre o esposa o se prepara para serlo, me pregunto asombrado: ¿pero
en esos corazones tan llenos de aire, qué hueco queda para los hijos o para la
familia?
Una Observación
Dicen los médicos que una de las enfermedades típicas de nuestra
edad es la del corazón.
Hoy se padece mucho del corazón.
Y digo yo: ¿no será un castigo de la
misma naturaleza, por la violencia de quitar al corazón su augusto oficio de
asiento del amor puro y santo y darle el de ventosa?
¡Allá los fisiólogos y los moralistas!
Obras de camaleón
Y así tienen que ser las que salgan de unas cabezas y unos
corazones ídem.
¿Saben ustedes qué efecto me hacen las
obras de esos camaleones de dos pies?
El de los buñuelos; muy doraditos y
olorosos por fuera, y por dentro ¡huecos!
Así son las obras de los individuos de
esa familia, bonitas, de buen tono por fuera, pero por dentro ¡vanas!
Y ved si no; pasarse horas y horas ante
el espejo, y otras tantas detrás de la modista para que la arruga tal o el
fruncido cual salga así o asao;
hablar de perros, gatos, muñecos, chismes; llevarse días y días pensando si el
tacón debe tener dos milímetros más o menos o si la traba del o el vuelo de la falda o del calado de la blusa dejará
ver o señalar bien lo que la decencia hasta
ahora ha vedado enseñar, compararse con toda la que pasa o la que llega a
ver si la vanidad propia tiene algo de qué quejarse o por qué sentirse
humillada; un ratito de novela sentimental.
Y por contera de todo esto tener de vez
en cuando una caricia, que diríamos oficial, para sus hijos, una riña o una
cara destemplada para sus domésticos y todo el que esté a sus órdenes, un queja
constante para el tiempo; unos cuantos espasmódicos para calmar los nervios de
tanta agitación, ¡ah! Y alguna vez
que otra un garabatito elegante; unas cuantas líneas leídas en un devocionario
ídem, y unos golpecitos monísimos de pecho en la iglesia, y cate usted ahí las
obras de una señora, señorita o señorona, o, si las pone en masculino las de un
señorón.
¿No es verdad que todo eso es puro buñuelo?
¿O más propiamente,
¡camaleonadas!?
Consecuencia que yo saco y que propongo
a consideración de ustedes.
Que a medida que el hombre se aparta de
Dios, se acerca al camaleón.
Que todos, más o menos, tenemos horas y días y épocas de camaleones.
Y que cuando el apartamiento de Dios es
completo, el parecido con el camaleón es exacto, que según un amigo mío, hay
gentes que andan en dos pies por un milagro
de equilibrio…
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