Al ser interrogado
sobre la fuente de donde obtiene tantos y tan profundos conocimientos, san
Buenaventura señala con el dedo su crucifijo : « Este es el libro que me
instruye ». Un día en que trata de teología con Tomás de Aquino, este percibe a
Jesús crucificado sobre la cabeza de su amigo, con rayos que salen de las
sagradas llagas del Salvador y que se proyectan sobre los escritos de
Buenaventura. Por respeto hacia el divino Maestro, Tomás deja de argumentar.
Buenaventura, al que
se conocerá con el nombre de doctor “seráfico” (a causa de la vinculación que
ha establecido entre teología y amor contemplativo de Dios), ve la luz en 1217,
o quizás en 1221, en Bagnoregio, pequeña localidad del centro de Italia,
situada cerca del lago de Bolsena. Es hijo de Juan de Fidanza, médico, y de
María Ritella, recibiendo en el Bautismo el mismo nombre que su padre. Durante
su infancia, Juan cae gravemente enfermo ; su padre prueba en vano todos los
remedios ; su madre vela a la cabecera de la cama rogando a Dios que el niño
conserve la vida. Para conseguir la curación, realiza una promesa a san
Francisco de Asís, muerto recientemente (en 1226) pero ya invocado por toda
Italia, y Juan se cura : « O buona ventura ! » (¡ Oh, qué feliz acontecimiento
!) —exclama la madre. Esa expresión se convertirá en el apodo de su hijo. En el
fondo de su corazón, él sabe que, después de Dios, es a Francisco a quien debe
la vida del cuerpo, y es también a Francisco a quien pedirá alimentar la vida
del alma, entrando en la Orden Franciscana.
« ¿ Qué hacer de mi
vida ? »
París, por aquel
entonces luz de Occidente, atrae a las mentes ávidas de sabiduría. Allí brilla
con gran esplendor la enseñanza teológica. En 1235, Juan de Fidanza envía allí
a su hijo, quien primero se dedica al estudio de las artes liberales
(gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, astronomía y música). Es
un estudiante serio y muy piadoso, y obtiene el título de Maestro en artes.
Entonces se plantea una pregunta crucial : « ¿ Qué debo hacer de mi vida ? ».
Seducido por el testimonio de fervor y por el ideal evangélico de los Hermanos
Menores, Juan llama a la puerta del convento franciscano de París, fundado en
1219. En san Francisco y en el movimiento que ha suscitado, el estudiante
reconoce la acción de Jesucristo. Más tarde explicará los motivos de su
decisión : « Confieso ante Dios —escribirá— que el motivo que más me ha movido
a amar la vida del bienaventurado Francisco es que se parece a los comienzos y
al crecimiento de la Iglesia. La Iglesia empezó con simples pescadores,
enriqueciéndose a continuación con doctores muy ilustres y sabios ; la religión
(es decir, la familia religiosa) del bienaventurado Francisco no se estableció
por la prudencia de los hombres sino por Cristo ».
Con motivo de su
peregrinación a Asís el 4 de octubre de 2013, el Papa Francisco se preguntaba :
« ¿ Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo ? Comienza con
la mirada de Jesús en la Cruz. Dejarse mirar por Él en el momento en el
que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo
particular en la iglesita de San Damián… En aquel crucifijo Jesús no aparece
muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y
el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados,
sino abiertos, de par en par : una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo
no nos habla de derrota, de fracaso ; paradójicamente nos habla de una muerte
que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de
Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que
se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una “nueva
criatura”. De aquí comienza todo : es la experiencia de la Gracia que
transforma, el hecho de ser amados sin méritos, aun siendo pecadores (cf. Rm 5,
8-10) ».
En 1243, Juan viste
el hábito franciscano y recibe el nombre de Buenaventura. Desde el principio de
su vida religiosa demuestra una gran humildad, buscando siempre el último lugar
y las labores más bajas. Siente un gran amor por la Sagrada Eucaristía, pero a
veces no osa acercarse al divino Sacramento de tanto que le invade el
sentimiento de vergüenza por sus imperfecciones. Un día en que le retiene esa
disposición, un ángel acude a llevarle la Comunión para animarlo a no alejarse
con el pretexto de una humildad mal entendida. La caridad del joven fraile
siempre está despierta, en especial cuando se trata de sus hermanos, a quienes
nunca niega un favor, aunque ello le moleste y le cueste. Se le orienta para
que estudie en la Facultad de Teología de París, donde encuentra al eminente
profesor que marcará toda su vida. Y así es, porque a partir de 1231 esa
Facultad es dirigida por Alejandro de Halès, quien había abandonado el mundo
cuando gozaba de gran fama. Convertido en franciscano, será hasta su muerte (en
1245) el mentor de sus estudiantes, entusiasmados por su enseñanza. El hermano
Alejandro de Halès se percata enseguida del valor moral de su nuevo discípulo :
« Adán —afirma— no parece haber pecado en el hermano Buenaventura ». En cuanto
al discípulo, no escatima en elogios hacia su maestro : « Ese doctor
irrefutable será mi padre y mi guía. Nunca me desviaré de sus opiniones ». A
partir de esa plataforma de confianza, Buenaventura prepara un bachillerato en
Teología. A pesar de una salud que será delicada durante toda su vida, consigue
brillar por la sagacidad de su mente, por su ardor en el trabajo y, más
todavía, por una práctica ejemplar de las virtudes religiosas. Además de
versado en poesía y en música, se revela poco a poco como profundo filósofo y
seguro teólogo, dones que aprovecha para prepararse con fervor a la hora de
recibir el sacerdocio. Una vez bachiller en 1248, recibe del beato Juan de
Parma, ministro general de los franciscanos, la facultad de enseñar en París.
Al mismo tiempo que sigue estudiando las ciencias sagradas, el nuevo profesor
imparte clases magistrales que, desde el principio, atraen a numerosos oyentes.
La primacía del amor
Benedicto XVI
destaca, en los escritos de Buenaventura, la manera que tenía de abordar la
teología : « Hay un modo arrogante de hacer teología, una soberbia de la razón,
que se pone por encima de la Palabra de Dios. Pero la verdadera teología, el
trabajo racional de la verdadera y de la buena teología tiene otro origen, no
la soberbia de la razón. Quien ama quiere conocer cada vez más y mejor a la
persona amada ; la verdadera teología no compromete la razón y su búsqueda
motivada por la soberbia —motivada por amor a Aquel al cual ha dado su
consentimiento— y quiere conocer mejor al amado : esta es la intención
fundamental de la teología. Por tanto, para san Buenaventura, al fin, es
determinante la primacía del amor » (Audiencia general del 17 de marzo de 2010).
Entre 1248 y 1257,
fray Buenaventura redacta también obras teológicas y predica. Tanto si se
dirige a simples fieles o a comunidades religiosas, al rey o bien al clero,
predica la Palabra de Dios con la misma sencillez, claridad y devoción. Por
ello se le proclama primer predicador de su tiempo. Sin embargo, durante esos
años, los miembros de la Universidad de París se enzarzan en una violenta
polémica contra las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos). Fray
Buenaventura y su émulo fray Tomás de Aquino sufren retraso en su acceso al
magisterio, grado que les resulta necesario para enseñar en la Universidad ; a
pesar de haber obtenido ambos el doctorado en 1253, la Universidad de París
rechaza contratarlos. Incluso se llega a poner en duda la autenticidad de su
vida consagrada. Seguramente, la novedad introducida por las órdenes
mendicantes (que viven de limosnas y no de ingresos fijos) en cuanto a la
manera de entender la vida religiosa da lugar a incomprensiones, pero la
envidia y los celos avivan el conflicto. Con objeto de responder a quienes
cuestionan la legitimidad de las órdenes mendicantes, Buenaventura redacta un
escrito titulado La perfección evangélica, donde demuestra que los
Hermanos Menores, mediante la práctica radical de los votos de pobreza,
castidad y obediencia, siguen los consejos del propio Jesús en el Evangelio. El
conflicto se apacigua, al menos durante un tiempo ; gracias a la intervención
personal del Papa Alejandro IV, Buenaventura y Tomás de Aquino son
reconocidos oficialmente, en 1257, doctores y maestros de la Universidad de
París.
Ministro general
Ese mismo año, Juan
de Parma, ministro general de los franciscanos desde hace diez años, es acusado
por algunos frailes de asumir las herejías de Joaquín de Flore (†1202 ; según
él, la Iglesia debería renunciar a cualquier tipo de organización y estructura
jerárquica, para poder ser guiada inmediatamente por el Espíritu Santo).
Conciliador nato como es, convoca un Capítulo general extraordinario, en el
cual presenta su dimisión y propone elegir en su lugar a fray Buenaventura. El
Capítulo se rinde ante esa propuesta. Fray Buenaventura se entera de la noticia
en París. La Orden de los Hermanos Menores, de cuya dirección se hace cargo con
reticencias, se ha desarrollado de manera prodigiosa en menos de medio siglo,
contando en ese momento con treinta y cinco mil miembros, repartidos en treinta
y dos provincias, desde Suecia a Egipto y de Portugal a Hungría, con puestos
misioneros avanzados en Oriente Medio y hasta Pequín. Durante diecisiete años,
Buenaventura ejercerá dicha función con sabiduría y dedicación, visitando las
provincias, escribiendo a los frailes e interviniendo a veces con cierta
severidad para eliminar los abusos. En octubre de 1259, deseoso de impregnarse
del espíritu de san Francisco, se retira al monte Alverno, lugar donde el santo
recibiera los estigmas en 1224. De ese retiro nace el escrito más célebre de
san Buenaventura : Itinerario de la mente hacia Dios, manual de
contemplación mística.
« San Buenaventura
—subrayaba Benedicto XVI— también comparte con san Francisco de Asís el
amor a la creación, la alegría por la belleza de la creación de Dios. Sobre
este punto cito una frase del primer capítulo del Itinerario : “Quien
no ve los innumerables esplendores de las criaturas, está ciego ; quien con
tantas voces no se despierta, está sordo ; quien no alaba a Dios por todas
estas maravillas, está mudo ; quien con tantos signos no se eleva hasta el
primer principio, es necio” (I, 15). Toda la creación habla en voz alta de
Dios, del Dios bueno y bello ; de su amor. Por tanto, para san Buenaventura
toda nuestra vida es un itinerario, una peregrinación, una subida hacia Dios.
Pero sólo con nuestras fuerzas no podemos subir hasta la altura de Dios. Dios
mismo debe ayudarnos, debe tirar de nosotros hacia arriba. Por eso es necesaria
la oración. La oración es la madre y el origen de la elevación, acción que nos
eleva, dice san Buenaventura » (Audiencia general del 17 de marzo de 2010).
Disipar un equívoco
Fray Buenaventura
quiere consolidar la expansión de la Orden y, sobre todo, conferirle, con plena
fidelidad al carisma de san Francisco, unidad de acción y de espíritu. En
efecto, entre los discípulos del Poverello de Asís se manifiesta un
gravísimo malentendido sobre el mensaje del fundador, sobre su humilde
fidelidad al Evangelio y a la Iglesia, y ese equívoco conlleva una visión
errónea del cristianismo en su conjunto. Una corriente de frailes denominados
“espirituales” sostiene que con san Francisco se ha inaugurado una fase
completamente nueva de la historia, y que habría aparecido el Evangelio
eterno, del que habla el Apocalipsis (Ap 14, 6), que sustituiría al Nuevo
Testamento. Dicho grupo afirma que la Iglesia habría cumplido, a partir de ese
momento, su papel histórico, siendo sustituida por una comunidad puramente
carismática de hombres libres, guiados interiormente por el Espíritu Santo :
los “espirituales”. Fray Buenaventura se percata inmediatamente de que con esa
concepción espiritualista, inspirada por los escritos de Joaquín de Flore, la
Orden se hace ingobernable y se dirige lógicamente hacia la anarquía. Para
conjurar ese peligro, el Capítulo general reunido en Narbona en 1260 ratifica
un texto en el que quedan recogidas y unificadas las normas que rigen la vida cotidiana
de los Hermanos Menores.
No obstante,
Buenaventura intuye que las disposiciones legislativas, incluso inspiradas por
la sabiduría y la moderación, no bastan para asegurar la comunión de las
mentalidades y de los corazones. Por ese motivo, se decide a precisar, con
objeto de darlos a conocer, el carisma auténtico de san Francisco y las líneas
maestras de su vida y enseñanza. Con la finalidad de redactar la biografía del
santo fundador, reúne todos los documentos disponibles y apela a los recuerdos
de quienes le conocieron directamente. Fray Tomás de Aquino, que acude a
visitarlo un día en el lugar donde elabora la obra, lo halla completamente
absorto en la contemplación : « Retirémonos —dice— y dejemos que un santo
escriba la vida de otro santo ». Esa biografía, titulada Legenda Maior,
presenta el retrato más fiel del fundador y recibe la aprobación del Capítulo
general de Pisa (1263). La palabra latina “Legenda”, a diferencia de la palabra
española que de ella se deriva, no indica que es fruto de la imaginación,
significando más bien que se trata de un texto con autoridad, “que debe ser
leído” en público.
« ¿ Cuál es la
imagen de san Francisco que brota del corazón y de la pluma de su hijo devoto y
sucesor, san Buenaventura ? —se preguntaba Benedicto XVI—. El punto
esencial : Francisco es un “alter Christus” (otro Cristo), un hombre
que buscó apasionadamente a Cristo. En el amor que impulsa a la imitación, se
conformó totalmente a Él. Buenaventura señalaba este ideal vivo a todos los
seguidores de Francisco ». Y Benedicto XVI precisaba que el acento
específico de la teología de san Buenaventura « se explica a partir del
carisma franciscano : el Poverello de Asís, más allá de los debates
intelectuales de su tiempo, había mostrado con toda su vida la primacía del
amor ; era un icono vivo y enamorado de Cristo, y así hizo presente, en su
tiempo, la figura del Señor : convenció a sus contemporáneos no con palabras,
sino con su vida. En todas las obras de san Buenaventura, incluidas las obras
científicas, de escuela, se ve y se encuentra esta inspiración franciscana ; es
decir, se nota que piensa partiendo del encuentro con el Poverello de
Asís » (Audiencias generales de los días 3 y 7 de marzo de 2010).
El gran tesoro
A pesar del gran
número de sus religiosos, Buenaventura se las arregla para que todos puedan
abordarlo. Su caridad para con los hermanos no tiene límites. Un fraile
converso, Égido, de una sencillez admirable, le expone lo que le atormenta : «
Cuando pienso en las luces que doctores como tú reciben del cielo, me pregunto
: ¿ cómo un ignorante como yo puede alcanzar su salvación ? Y Buenaventura
responde : —Si Dios no concediera a un hombre otro talento más que la gracia de
amarlo, ello bastaría y sería un gran tesoro. —¿ Quieres decirme con ello que
un iletrado puede amar al Señor más que un gran sabio ? —Naturalmente, fray
Égido ; no solamente igual sino mucho más. Hay mujeres muy sencillas que, en
este punto, superan a los mayores teólogos ». Ante esas palabras, el fraile,
henchido de alegría, sale al camino principal y se pone a gritar : « ¡ Venid,
hombres sencillos y sin cultura ; venid, mujeres, venid todos a amar a Nuestro
Señor. Pues podéis amarlo igual e incluso más que el padre Buenaventura y los
más hábiles teólogos ! ».
El 24 de noviembre
de 1265, Clemente IV nombra a fray Buenaventura arzobispo de York, en
Inglaterra. No es un país desconocido para él, pues lo ha recorrido como
visitador apostólico. En York, sin embargo, la Iglesia está desgarrada por las
disensiones ; sin duda, el Papa está feliz de poder enviar a un hombre
experimentado, de costumbres irreprochables, firme y amable, de quien puede
esperar que, con su presencia, sabrá reconciliar a todas las partes.
Buenaventura, que se halla entonces en París, parte inmediatamente hacia
Italia, a pesar del invierno, para pedir al Papa que no le separe, en aquel
momento preciso, de las tareas de la Orden. Sus argumentos causan efecto, pero
ello no supone más que un aplazamiento, ya que su actividad, la prudencia de su
gobierno, su celo reformador y las grandes obras que emprende retienen la
atención sobre su persona. Reunidos en Viterbe para encontrar un sucesor a
Clemente IV, los cardenales no consiguen ponerse de acuerdo, a pesar de
dejar trascurrir tres años de discusiones, sobre todo con motivo de
intervenciones políticas. A su paso por la ciudad en 1271, se requiere la
opinión de Buenaventura. Este da a los cardenales un sermón sobre los deberes
para con la Iglesia y elabora un retrato matizado del Papa ideal. Gracias a esa
aportación, es elegido Teobaldo Visconti, en aquel momento legado en Siria,
tomando el nombre de Gregorio X. El nuevo Papa urge al ministro
general de los franciscanos a darle los nombres de cuatro hermanos para ser
embajadores suyos en Oriente, y para negociar la unión con los griegos.
Tras presidir un
Capítulo de su Orden en Lyon en 1272, Buenaventura reside de nuevo en París, en
cuya Universidad imparte una serie de conferencias tituladas Hexaemeron.
Se trata de una explicación alegórica de los seis días de la creación. Pero el
3 de junio de 1273, Gregorio X interrumpe esa predicación al nombrar a
Buenaventura cardenal obispo de Albano. En esa ocasión, el elegido no tiene
otro remedio que aceptar, poniéndose enseguida en camino para encontrarse con
el Papa. Por su parte, el Santo Padre ha enviado a su encuentro legados
encargados de llevarle el sombrero de cardenal. Se reúnen con él en el convento
de Mugello, cerca de Florencia ; fray Buenaventura, que está fregando los
platos, les ruega que esperen hasta terminar ese servicio. Muy pronto, el Papa
pide al nuevo cardenal que le ayude a preparar el segundo concilio ecuménico de
Lyon, que tiene el objetivo de restablecer la comunión entre la Iglesia latina
y la Iglesia griega, separadas desde el año 1054. Sin dejarse vencer por los
fracasos de sus predecesores, Gregorio X quiere restablecer la unión.
El Segundo Concilio
de Lyon
Convertido en
negociador oficial de la Santa Sede ante los griegos, Buenaventura dimite del
cargo de ministro general el 20 de mayo de 1274, presentando a fray Jerónimo de
Ascoli como sucesor suyo. Entregado a su función, anima los debates del
concilio ; el 6 de julio, en la cuarta sesión, los representantes del emperador
griego Miguel Paleólogo aceptan firmar una profesión de fe que reconoce la primacía
del Papa, la inserción del Filioque en el Credo (el
Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo), la existencia del purgatorio
y la institución de los siete sacramentos por Cristo. « La Santa Iglesia Romana
—se reconoce— posee la primacía y la autoridad soberana y completa sobre la
Iglesia Católica. Reconoce sincera y humildemente haberla recibido, con la
plenitud del poder, del Señor mismo, en la persona de Pedro, cabeza de los
Apóstoles, cuyo sucesor es el Pontífice romano. Y puesto que, por encima de
todo, debe defender la verdad de la fe, las cuestiones que puedan surgir a
propósito de la fe deben ser definidas por su juicio… A ella se someten todas
las Iglesias, cuyos prelados rinden obediencia y reverencia ».
Desgraciadamente, esa unión con los griegos, conseguida a tan alto precio, no
durará mucho.
Al día siguiente,
Buenaventura cae gravemente enfermo, muriendo la noche del 13 al 14 de julio de
1274. Su cuerpo recibe sepultura en la iglesia de su Orden en Lyon, en
presencia del Papa y de los padres conciliares. Un notario pontificio anónimo
redacta este elogio del difunto : « Un hombre bueno, afable, piadoso y
misericordioso, lleno de virtudes, amado de Dios y de los hombres… En efecto,
Dios le había concedido tal gracia que todos los que lo veían eran invadidos
por un amor que el corazón no podía esconder ».
En 1343, con motivo
del traslado de su cuerpo, parece ser que su cabeza se hallaba en perfecto
estado de conservación, lo que habría favorecido con mucho la causa de su
canonización. Después, separaron uno de sus brazos y lo trasladaron a
Bagnoregio, su ciudad natal. Es la única reliquia que se conserva de su cuerpo,
ya que su tumba de Lyon fue profanada por los hugonotes con motivo del saqueo
de esa ciudad en el siglo xvi. El 14 de abril de 1462, Sixto IV, Papa
franciscano, inscribió a Buenaventura en el catálogo de los santos.
Sixto V, otro franciscano, lo elevó al rango de doctor de la Iglesia en
1587.
La doctrina de san
Buenaventura está imbuida de un inmenso amor a Cristo. « La fe —afirmaba san
Buenaventura— se halla de tal modo en la mente que provoca afecto. Por ejemplo,
saber que Cristo ha muerto por nosotros no solamente es conocimiento, sino que
se convierte necesariamente en afecto, en amor » (Proæmium in Sent., q. 3).
Pidámosle que nos conceda una mente dócil a la fe y un corazón ardiente de
amor.
Dom Antoine Marie osb
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Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com
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