SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 5 de marzo de 1997
En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagro
1. Al referir la
presencia de María en la vida pública de Jesús, el concilio Vaticano II
recuerda su participación en Caná con ocasión del primer milagro: «En las bodas
de Caná de Galilea (...), movida por la compasión, consiguió, intercediendo
ante él, el primero de los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2,
1-11)» (Lumen gentium, 58).
Siguiendo al
evangelista Juan, el Concilio destaca el papel discreto y, al mismo tiempo,
eficaz de la Madre, que con su palabra consigue de su Hijo «el primero de los
milagros». Ella, aun ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia
es, en último término, determinante.
La iniciativa de la
Virgen resulta aún más sorprendente si se considera la condición de
inferioridad de la mujer en la sociedad judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo
reconoce la dignidad y el papel del genio femenino, sino que también, acogiendo
la intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participar en su obra
mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige a María (cf. Jn 2,
4), no contradice esta intención de Jesús, pues no encierra ninguna connotación
negativa y Jesús lo usará de nuevo, refiriéndose a su madre, al pie de la cruz
(cf. Jn 19, 26). Según algunos intérpretes, el título «Mujer»
presenta a María como la nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes.
El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «movida por la compasión», dando a entender que María estaba impulsada por su corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esposos y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva sugiere a Jesús que intervenga con su poder mesiánico.
A algunos la petición
de María les parece desproporcionada, porque subordina a un acto de compasión
el inicio de los milagros del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo,
quien, al acoger la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con que
el Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran
poder que entraña el amor de una madre.
2. La expresión
«dar comienzo a los milagros», que el Concilio recoge del texto de san Juan,
llama nuestra atención. El término griego arjé, que se traduce por inicio,
principio, se encuentra ya en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía
la Palabra» (Jn 1, 1). Esta significativa coincidencia nos lleva a
establecer un paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en la
eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en su misión terrena.
El evangelista,
subrayando la iniciativa de María en el primer milagro y recordando su
presencia en el Calvario, al pie de la cruz, ayuda a comprender que la
cooperación de María se extiende a toda la obra de Cristo. La petición de la
Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación.
En el primer milagro
obrado por Jesús los Padres de la Iglesia han vislumbrado una fuerte dimensión
simbólica, descubriendo, en la transformación del agua en vino, el anuncio del
paso de la antigua alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las
tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de las
prescripciones legales (cf. Mc 7, 1-15), se transforma en el vino
nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y la
humanidad.
3. El contexto de
un banquete de bodas, que Jesús eligió para su primer milagro, remite al
simbolismo matrimonial, frecuente en el Antiguo Testamento para indicar la
alianza entre Dios y su pueblo (cf. Os 2, 21; Jr 2,
1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento para significar la unión
de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3, 28-30; Ef 5,
25-32; Ap 21, 1-2; etc.).
La presencia de Jesús
en Caná manifiesta, además, el proyecto salvífico de Dios con respecto al
matrimonio. En esa perspectiva, la carencia de vino se puede interpretar como
una alusión a la falta de amor, que lamentablemente es una amenaza que se
cierne a menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en
favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede librar
de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las divisiones. La
gracia del sacramento ofrece a los esposos esta fuerza superior de amor, que
puede robustecer su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias
difíciles.
Según la
interpretación de los autores cristianos, el milagro de Caná encierra, además,
un profundo significado eucarístico. Al realizarlo en la proximidad de la
solemnidad de la Pascua judía (cf. Jn 2, 13), Jesús manifiesta, como
en la multiplicación de los panes (cf. Jn 6, 4), la intención de
preparar el verdadero banquete pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese
deseo, en las bodas de Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino,
que alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de un banquete.
De este modo María,
después de estar en el origen de la presencia de Jesús en la fiesta, consigue
el milagro del vino nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la
presencia de su Hijo resucitado entre los discípulos.
4. Al final de la
narración del primer milagro de Jesús, que hizo posible la fe firme de la Madre
del Señor en su Hijo divino, el evangelista Juan concluye: «Sus discípulos
creyeron en él» (Jn 2, 11). En Caná María comienza el camino de la fe de
la Iglesia, precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la atención
de los sirvientes.
Su perseverante
intercesión anima, asimismo, a quienes llegan a encontrarse a veces ante la
experiencia del «silencio de Dios». Los invita a esperar más allá de toda
esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor.
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