Es de noche. La escena
se desarrolla en la víspera de la Primera Guerra Mundial, en Patagonia, al sur
de la actual Argentina, muy lejos de los conflictos políticos del Viejo Mundo.
El silencio nocturno adormece la actividad del puerto de Viedma ; un ciclista
con bata blanca pasa como un ángel de Dios por las calles oscuras. Si por
ventura alguien lo ve, no se extraña de ello, pues todos saben aquí que se
trata de don Zatti, figura emblemática de la pequeña ciudad, que se dirige
junto a un enfermo para curarlo a domicilio. Cuando el pobre hombre encamado ve
llegar a su cabecera al caritativo hermano salesiano, se excusa por mandarlo
llamar a esas horas. La respuesta resuena con entusiasmo : « ¡ Su deber es
llamarme y mi deber es acudir ! ». Si alguien hubiera predicho al adolescente
de la llanura del Po que un día sería la providencia de los pobres al otro
extremo del mundo, éste habría probablemente soltado una risotada.
Artémides Zatti nace
el 17 de octubre de 1880 en Boretto, en Reggio Emilia, al nordeste de Italia,
segundo de los ocho hijos de Luigi Zatti y de Albina Vecchi. Para poder
alimentar a la familia, esos modestos agricultores se esfuerzan y padecen en
una tierra que nos les pertenece. Cuando la madre se halla en el campo, es la
hija mayor quien se encarga de los hijos. A partir de los cuatro años de edad,
Artémides ayuda a sus padres en la granja. Sin embargo, frecuenta la escuela
elemental hasta los nueve años, antes de ser contratado como obrero agrícola
por un propietario de la vecindad. Se levanta a las tres de la mañana, come de
prisa un poco de polenta con leche y parte a los campos. Su diligencia en el
trabajo y su sentido de la responsabilidad, adquiridos previamente al compartir
con su madre el cuidado de los hermanos y hermanas más pequeños, le distinguen
de los adolescentes de su edad. ¿ Su salario ? ¡ Veinticinco liras al año ! No
solamente está contento de ello, sino que, cuando le preparan un pastel en
reconocimiento por su dedicación, lo lleva a casa en lugar de guardarlo para él
; entonces, se regocija de ver cómo sus siete hermanos y hermanas devoran la
golosina en un abrir y cerrar de ojos, pues es verdad que Mayor felicidad
hay en dar que en recibir (cf. Hch 20, 35).
El marasmo económico
en el que se ha enredado Europa entera durante ese último cuarto del siglo xix
afecta cruelmente al mundo agrícola : los negocios van de mal en peor, falta
maquinaria y los obreros se encuentran en paro. La desnutrición causa graves
enfermedades, en especial la pelagra (una dolencia que puede acarrear la
demencia y la muerte), que devasta la llanura del Po. Así pues, los Zatti
deciden reunirse en América del Sur con un tío que se ha instalado allí. Llegan
en 1897 a Bahía Blanca, al norte de la Patagonia. La casi totalidad de la
población de esa vasta región semidesértica reside en las ciudades del litoral
atlántico. En un principio simple base militar, Bahía Blanca se ha desarrollado
gracias al enlace ferroviario con Buenos Aires, creado en 1885 ; se ha
convertido en una verdadera encrucijada comercial y su población ha aumentado
rápidamente como consecuencia de la llegada de emigrantes españoles e
italianos.
« Iré para morir »
Luigi Zatti es contratado en una parada del mercado. Por su parte, Artémides trabaja durante un tiempo en un albergue, y después en una tejería. Muy cerca de allí, unos religiosos salesianos de origen italiano gestionan una misión desde 1875. En sus momentos libres, Artémides ayuda al párroco, el padre Carlo Cavalli, o bien va a leer a su biblioteca. Fascinado por la vida de don Bosco (el fundador de la congregación salesiana), no tarda en sentir una llamada de Dios a la vida religiosa. De hecho, el párroco habla con el señor Zatti, quien concede permiso a su hijo para que ingrese en el prenoviciado salesiano de Bernal, cerca de Buenos Aires. Allí, Artémides se topa con las primeras dificultades. Con diecinueve años, es el mayor de todos los aspirantes al sacerdocio. Habla sobre todo el dialecto de su país de origen, mezclado con un poco de italiano y de español, y halla dificultades en el estudio del latín. Le encargan que cuide a un sacerdote tuberculoso, por lo que contrae la enfermedad y debe permanecer en cama. El día en que ha de vestir la sotana, agobiado por la fiebre y una fuerte tos, no puede participar en la ceremonia ni recibir el hábito eclesiástico. En aquella época, la tuberculosis siega gran número de vidas, por lo que el médico aconseja que el enfermo sea trasladado más al sur, a Viedma, donde el aire es más sano. Artémides lo acepta de buen grado : « ¡ Iré a Viedma para morir, si es la voluntad de Dios ! ».
Situada en la orilla
izquierda del río Negro, a 30 km de su desembocadura en el océano Atlántico,
Viedma está unida a Bahía Blanca por una vía férrea de 250 km. En esa
avanzadilla misionera poblada de soldados, aventureros y obreros desatendidos,
los salesianos regentan una farmacia y un hospital que han habilitado en una
antigua cuadra. Algunas enfermedades, que son frecuentes en Europa, hallan a
los indígenas sin defensas inmunitarias, y mueren a centenares por falta de
asistencia sanitaria. El padre Evasio Garrone, que acoge a Artémides, es el
único “medico” (sin título oficial) en el lugar. Ha adquirido una gran
experiencia como enfermero en el ejército italiano, y todos se dirigen a él
llamándolo “doctor”. Ese sacerdote invita al joven tuberculoso a rezar a la
Virgen para obtener su curación, y le sugiere la fórmula siguiente : « Si me
curas, consagraré el resto de mi vida a los enfermos de este centro ». Ante la
sorpresa de todos, Artémides se restablece rápidamente : « Creí —dice—, prometí
y me curé ». Se implica entonces con entusiasmo en ese camino, en adelante
perfectamente trazado. El 11 de enero de 1908, emite su primera profesión como
hermano coadjutor, profesando después sus votos perpetuos el 8 de febrero de
1912. Fiel a su promesa, se hace cargo primero de la farmacia, implicándose
después cada vez más, como enfermero, en el cuidado de los enfermos. Tras la
muerte del padre Garrone, recaen sobre sus hombros tanto el peso del hospital
de San José como el de la farmacia de San Francisco.
Sin título
El joven religioso
adquiere tal competencia que se le considera muy pronto indispensable. Pero no
tiene ningún título y debe ponerse en regla con la legislación, pues el Estado
—aunque del todo incapaz de atender las necesidades sanitarias de Viedma— exige
un título a quienes se ocupan de los enfermos. Con objeto de asegurar la
legalidad de la institución y su futuro, los superiores salesianos llaman a un
médico cualificado. Sin embargo, es Artémides quien debe hacer frente a los
imprevistos, comprometerse responsablemente y, en una palabra, gestionar el
centro ; ¡ incluso debe realizar las tareas de limpieza ! En 1913, a fuerza de
trabajo y de gestiones, consigue reconstruir por completo el hospital y dotarlo
de todo el equipamiento necesario para ofrecer los mejores cuidados a los
enfermos. Estos afluyen, pero son pocos los que están en condiciones de asumir
los gastos de hospitalización. Por eso recorre Artémides toda la ciudad con su
bicicleta para colectar fondos. Cuando lo ven con ese sombrero grande,
comprenden que se dirige a casa de un banquero o a la de un generoso
bienhechor.
Al haber conocido
personalmente la enfermedad, el humilde hermano percibe mejor que nadie las
necesidades de los demás, y el conocimiento efectivo de su vocación le lleva a
abrazar de todo corazón el dolor y la miseria del prójimo, en quien ve a Cristo
crucificado.
« En esto hemos conocido lo que es amor : en
que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los
hermanos (1 Jn 3, 16). Me dirijo de manera particular a las personas
enfermas y a todos los que les aportan asistencia y cuidados —decía el Papa
Francisco el 11 de febrero de 2014. La Iglesia reconoce en vosotros, queridos
enfermos, una presencia especial de Cristo sufriente. Porque así es : junto a
nuestro sufrimiento, o mejor aún, en nuestro sufrimiento, está el de Jesús, que
soporta la carga con nosotros y nos revela su sentido ».
Un regreso triunfal
En 1914, Artémides
consigue la nacionalidad argentina, lo que es una alegría, pues ama entonces el
río Negro tanto como el Po, su río natal. Como quiera que la enfermería de la
prisión de Viedma se ha quedado demasiado pequeña, los detenidos son enviados
al hospital de San José. Una noche, uno de los prisioneros consigue fugarse.
Zatti es condenado a una pena de cárcel por « incumplimiento en la custodia de
los prisioneros ». Esa escandalosa decisión produce estupor entre las gentes de
la región. Para manifestar su indignación, enfermeros, escolares,
convalecientes y todos los que se habían beneficiado de su caridad salen en
comitiva, con música a la cabeza. Tras cinco días de detención, el hermano es
liberado y su regreso es triunfal. « ¡ Necesitaba tanto reposo ! » —bromea
sencillamente ante la multitud, pues sabe ver en todas las circunstancias la
mano de Dios, que actúa por su bien.
En 1915, un
farmacéutico con título oficial se establece en el vecindario. A los ojos de la
administración, la farmacia de San Francisco regentada por los salesianos ya no
tiene razón de ser ni debe ser tolerada por el Estado. Artémides, que no tiene
ningún título, se verá obligado a cerrar su local… Pero no puede resignarse : ¿
cómo tendrán acceso los pobres a los medicamentos a precios asequibles ? Así
que se marcha a La Plata, aprueba los exámenes necesarios y regresa titulado.
Las jornadas del
hermano Artémides en Viedma están repletas del servicio a Dios y a los pobres.
Cada mañana, se levanta a las cuatro y media, enciende la lumbre y se dirige a
la iglesia, donde reza con frecuencia prosternado con la frente en el suelo.
Luego asiste a Misa antes de visitar a sus enfermos del hospital, quienes lo
saludan con el título honorífico y afectuoso de “don Zatti”. Al pasar cerca del
refectorio, toma rápidamente un café con leche antes de subirse a la bicicleta
para ofrecer sus cuidados a domicilio. A mediodía, toca la campana y reza el
ángelus con la comunidad. Después de la comida, a veces juega a los bolos con
los enfermos, lleno de un entusiasmo digno de don Bosco. A las catorce horas,
regresa a sus rondas en bicicleta. Antes de cenar, trabaja en su
correspondencia y contacta con el personal del hospital dando con precisión
consejos y consignas. Por su influencia, sus colaboradores crecen en delicadeza
y caridad cristiana. Por la noche, Artémides cena con la comunidad antes de
visitar por última vez a los enfermos encamados. Si no tiene obligaciones en el
exterior, lee obras piadosas y tratados de medicina, hasta las diez o las once
de la noche. En plena noche, lo requieren a menudo a la cabecera de la cama de
un enfermo. Fiel a la divisa de don Bosco “trabajo y templanza”, da muestras de
un espíritu de sacrificio verdaderamente heroico : una noche, en el hospital,
él mismo traslada el cuerpo de un enfermo fallecido, para evitar que los demás
pacientes lo vean.
Tanto de día como de
noche, don Zatti siente la llamada de Cristo en el gemido de cada enfermo.
Responde con prontitud y diligencia a ese amor que le invita a entregarse, a
imitación del Señor, que se entregó para salvarnos. En ese sentido, el Papa
Francisco afirmaba el 11 de febrero de 2014 : « Jesús es la vida y, con su
Espíritu, podemos seguirlo. Al igual que el Padre entregó a su Hijo por amor —y
el Hijo se entregó Él mismo por el mismo amor—, también nosotros podemos amar a
los demás como Dios nos ha amado, dando la vida por nuestros hermanos. La fe en
Dios bueno se convierte en bondad, la fe en Cristo crucificado se convierte en
fuerza de amar hasta el final e incluso a nuestros enemigos. La prueba de la fe
auténtica en Cristo es la entrega de sí mismo, la difusión del amor hacia el
prójimo, sobre todo hacia quien no lo merece, hacia quien sufre o está
marginado ».
Servicio gratuito a cualquier
hora
Los servicios de
Artémides se extienden a las localidades vecinas, a lo largo del río Negro. En
caso de necesidad, se desplaza gratis a cualquier hora, hasta las casas más
miserables de las periferias. Es tal su reputación que a veces le traen
enfermos procedentes del sur de la Patagonia. Por otra parte, no es extraño que
los enfermos prefieran que les visite él antes que un médico. Su simple
presencia, rebosante de gozo interior, consuela los corazones doloridos ;
prodiga cuidados competentes mientras canta y deleita a los enfermos con mil
ocurrencias y bromas. Prefiere curar él mismo los casos más desesperados, así
como las enfermedades y las llagas más repugnantes, cargando con su dolor y
comunicándoles su alegría. Solamente llora cuando ya no puede hacer más por
ellos, y los que mueren en sus brazos lo hacen con la sonrisa en los labios.
Cuando visita a los enfermos pobres, siempre les deja alguna limosna. Incluso
en una ocasión, para afrontar una situación urgente y a falta de mejor solución,
el generoso hermano llega a alojar en su propia habitación a un hombre
gravemente enfermo, dejándole su propia cama y contentándose con una silla para
su descanso nocturno. En lugar de quejarse porque los ronquidos de su huésped
no le dejan dormir, da gracias al Señor : « ¡ Gracias a Dios, aún está vivo !
». Imbuido interiormente del gozo del Espíritu Santo, nunca se encoleriza, no
habla mal de nadie y tampoco acepta que hablen mal en su presencia de ninguna
persona.
La acogida que don
Zatti reserva a las personas más desamparadas por causa del sufrimiento y las
enfermedades es una luz y un ejemplo para la vida social. « Una sociedad acoge
verdaderamente la vida —explicaba el Papa Francisco con motivo de la Jornada
Mundial del Enfermo— cuando reconoce que ésta es preciosa incluso en la vejez,
la incapacidad, la enfermedad grave, y también cuando se está apagando ; cuando
enseña que la llamada a la realización humana no excluye el sufrimiento ; y más
aún, cuando enseña a ver en la persona enferma y que sufre un regalo para toda
la comunidad, una presencia que mueve a la solidaridad y a la responsabilidad.
Eso es precisamente el Evangelio de la vida » (11 de febrero de 2014).
Don Zatti acoge en el
hospital a una mujer que quedó muda en su infancia a causa de malos tratos y
cuyo comportamiento es extravagante debido a la merma de sus facultades.
Artémides mantiene su dulzura y rechaza importunarla a pesar de los consejos de
quienes la toleran con dificultad : « Ya ha sufrido bastante y no quiero
abundar en ello —les dice ». Esa mujer vivirá cuarenta y ocho años en el
hospital… Las peores desgracias encuentran la mejor acogida en el caritativo
hermano. Un día, recibe a un niño indio cubierto de llagas y prácticamente
desnudo : « Hermana —pide a su asistenta—, mire a ver si hay algo con que
vestir a un Niño Jesús de diez años ». Considera que el más pobre atrae la
bendición de Dios. Aunque no haya cursado estudios universitarios, los médicos
consideran a Zatti como uno de los suyos. Impresionados por su inteligencia y
competencias, admiran en él aún más su ascendiente moral. Un médico ateo
confiesa en una ocasión : « En presencia de Zatti, mi incredulidad vacila. Si
hay santos en la tierra, he aquí uno de ellos ! ».
Una huella imborrable
«Los santos —decía el
Papa Benedicto XVI el 20 de agosto de 2011— son los testigos que nos
enseñan a vivir el drama del sufrimiento para nuestro bien y la salvación del
mundo. Estos testigos nos hablan, ante todo, de la dignidad de cada vida
humana, creada a imagen de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta
impronta divina grabada en lo más profundo del hombre. Y no sólo : desde que el
Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios
se nos ofrece también en el rostro de quien padece. Esta especial predilección
del Señor por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos limpios, para
darle, además de las cosas externas que precisa, la mirada de amor que
necesita. Pero esto únicamente es posible realizarlo como fruto de un encuentro
personal con Cristo ».
En 1934, en Viedma se
crea la sede de un obispado, y el hospital de San José debe ceder el lugar a la
morada episcopal. Los nuevos acondicionamientos destruyen las instalaciones que
tantos sacrificios habían costado a don Zatti. Entonces, los salesianos ponen a
su disposición una granja, algo alejada de la ciudad. El santo hermano organiza
la mudanza sin perder su hermosa sonrisa. Todo está por hacer, pero sus
“parientes pobres” valen realmente la pena. Así pues, se arremanga la camisa y
se sube al sillín para hacer la colecta. Su reputación no hace más que crecer,
y las madres le traen a sus bebés para que los bendiga. Ante la simpatía de la
que Artémides es objeto, un responsable político exclama : « ¡ Ojalá el cielo
nos concediera, a nosotros los políticos, tener tanta influencia ! ».
Un día, sin embargo,
ven al hermano salesiano apoyado en la ventanilla del banco, entre lágrimas y
plegarias. Un testigo de la escena se precipita donde el obispo para advertirle
que don Zatti está en peligro : « ¡ Esta vez será la quiebra y la cárcel ! ».
En efecto, debe una gran suma de dinero y nadie ha acudido en su ayuda. « ¡
Siempre el mismo, ese Zatti ! » —murmura el prelado, que envía en el acto al
pobre hermano lo que le queda en la caja. Ya hace mucho tiempo que los
superiores están preocupados por la manera en que gestiona su economía. Le han
aconsejado varias veces de manera precisa, y al final le acaban asignando un
contable alemán. El carácter puntilloso de este último, que no soporta los
modos de Artémides en asuntos de gestión, provoca que se marche antes de que
transcurra un año. Para el hermano salesiano, la contabilidad es, de hecho,
algo muy sencillo : por una parte, el dinero que recibe ; por otra, el que
debe. Sus deudas, proverbiales en toda la región, no consiguen desanimarlo ;
cuanto más aumentan, más brega, poniendo su confianza en la divina Providencia.
« No pido a Dios que me envíe dinero —dice— ; solamente le pido que me diga
dónde hay ». Y repite constantemente : « Si el dinero no sirve para hacer el
bien, para nada sirve ». Por sus manos pasan sumas importantes, pero prefiere
seguir siendo pobre. Desde 1907, lleva el mismo sombrero de anchas alas para
protegerse del sol y de la lluvia. La bicicleta es su único medio de trasporte
; cuando le ofrecen un ciclomotor o un coche pequeño, él los rechaza afirmando
: « Me sentiría incómodo ».
¡ Hacia lo mejor !
A comienzos del
año 1951, cae de lo alto de un tejado que está reparando a causa de la lluvia.
Pero se necesita más para detenerlo, así que, un mes después de ese accidente,
se encuentra de nuevo montado en la bicicleta. Por esa época, sin embargo, le
avisan de que tiene mal aspecto y una tez verdosa. Él ríe : « Soy como los
limones que aún no han madurado, pero que acabarán siendo amarillos ». Detrás
de esa broma, disimula su propio diagnóstico : tumor maligno en el páncreas.
Lejos de afligirse por ello, afirma : « Vine aquí hace cincuenta años para
morir, y ahora que se acerca el momento, ¿ qué más podría querer ? Me he
preparado para ello toda la vida ». Cuando el médico le pregunta cómo va, él
responde alzando la vista al cielo : « Hacia lo mejor, doctor, hacia lo mejor
». Y, siempre de buen humor, reprende amablemente a quienes se lamentan por él.
El 8 de marzo, escribe en una hoja de papel los cuidados que debe recibir
durante los siete días siguientes. Es su última prescripción, que, como
siempre, somete al médico para que dé su aprobación. El tratamiento terminaba
el 14 de marzo. La mañana del día 15, cuando recibe la visita del médico, éste halla
el certificado de defunción redactado por el propio enfermo, que ha reservado
un espacio en blanco para que se pueda indicar la hora de su muerte. Después de
fallecer, la capilla mortuoria se llena de flores del campo que han traído los
pobres. El día de las exequias, el 16 de marzo de 1951, toda la ciudad está de
luto : las fábricas, los talleres, y hasta los servicios públicos suspenden su
actividad.
Artémides Zatti fue
proclamado beato el 14 de abril de 2002 por san Juan Pablo II, siendo
el primer hermano coadjutor salesiano en recibir ese honor. Que su ejemplo y su
intercesión nos ayuden a buscar siempre la presencia del Señor y a acogerlo en
todos nuestros hermanos, especialmente en los más desfavorecidos.
Dom Antoine Marie osb
Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com
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