domingo, 13 de septiembre de 2020

Meditaciones del tiempo ordinario con textos de Santo Tomás de Aquino 165

 

Domingo de la 24ª semana

PENAS DEL PURGATORIO

 

I. En el purgatorio hay dos clases de penas: una de daño, por la que se retarda la visión de Dios, y otra de sentido, que consiste en el castigo por el fuego corporal. La pena mínima de una y otra clase excede a la máxima de las de esta vida.

 

Cuanto más se desea una cosa, tanto más hace sufrir su ausencia, y como el amor con que se desea el sumo bien, después de esta vida, es muy intenso en las almas santas, porque la voluntad no se retarda por el peso del cuerpo, y también porque el plazo para gozar del sumo bien se cumple si no hay obstáculo; por todo esto, el retardo les resulta sumamente doloroso.

 

Del mismo modo también, como el dolor no es la lesión, sino el sentimiento de la lesión, tanto más se duele uno de lo que hiere cuanta más sensible es; por lo cual, las lesiones que tienen lugar en las partes muy sensibles, causan gran dolor. Y como toda la sensibilidad del cuerpo procede del alma, si el alma es herida, necesariamente sufre mucho. Debe admitirse que el alma sufre por el fuego corporal.

 

Por consiguiente, es necesario que la pena del purgatorio, sea de daño o de sentido, sea mayor que toda pena de esta vida.

(4 Dist. XXI, q. I a. 1)

 

I. En cuanto al lugar del purgatorio, no hay nada expresamente determinado en las Escrituras, ni pueden aducirse razones decisivas. Se dice que el purgatorio es un lugar inferior unido al infierno, de tal modo que un mismo fuego es el que atormenta a los condenados en el infierno, y el que purifica a los justos en el purgatorio, aun cuando los condenados, inferiores en merecimientos, deban estar en lugar inferior. Por eso dice San Gregorio que así como bajo un mismo fuego el oro brilla y la paja humea, así dentro del mismo fuego se quema el pecador y se purifica el elegido.

(4 Dist. XXI, q. I, a. 1)

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