Vigésimo cuarto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 218-221: Dios
es amor
CEC 294: Dios
manifiesta su gloria por medio de su bondad
CEC 2838-2845:
“perdónanos nuestras ofensas”
CEC 218-221: Dios es amor
Dios
es Amor
218 A
lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón
para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor
gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió,
gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo
(cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados
(cf. Os 2).
219 El
amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (cf. Os 11,1).
Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15).
Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este
amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11);
llegará hasta el don más precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único" (Jn 3,16).
220 El
amor de Dios es "eterno" (Is 54,8). "Porque los
montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se
apartará" (Is 54,10). "Con amor eterno te he amado: por
eso he reservado gracia para ti" (Jr 31,3).
221 Pero
san Juan irá todavía más lejos al afirmar: "Dios es Amor" (1 Jn 4,8.16);
el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo
único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1
Cor 2,7-16; Ef 3,9-12); Él mismo es una eterna
comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a
participar en Él.
CEC 294: Dios
manifiesta su gloria por medio de su bondad
294 La gloria de Dios consiste en que se realice
esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha
sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es
que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la
revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven
en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la
vida a los que ven a Dios" (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4,20,7). El fin
último de la creación es que Dios , «Creador de todos los seres, sea por fin
"todo en todas las cosas" (1 Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad» (AG 2).
CEC 2838-2845: “perdónanos nuestras ofensas”
V. «Perdona nuestras ofensas como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
2838 Esta
petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase,
—“perdona nuestras ofensas”— podría estar incluida, implícitamente, en las tres
primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es
“para la remisión de los pecados”. Pero, según el segundo miembro de la frase,
nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una
exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla
precedido; una palabra las une: “como”.
«Perdona nuestras ofensas»...
2839 Con
una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su
Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados.
Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de
separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el
hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores
ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición
empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra
miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo,
“tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1,
14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo
encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26,
28; Jn 20, 23).
2840 Ahora
bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar
en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El
Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien
no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4,
20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se
cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la
confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta
petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y
explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5,
23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la
Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19,
26).
... «como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden»
2842 Este
“como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es
perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos,
“como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13,
34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde
fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del
fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro
Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer
nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2,
1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente
“como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).
2843 Así,
adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta
el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin
entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial
(cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con
vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro
hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo
se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla;
pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y
purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La
oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5,
43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es
cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que
en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio
de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de
ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición
fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los
hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart.
enc. DM 14).
2845 No
hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18,
21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados”
según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6,
12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda
que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima
Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3,
19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5,
23-24):
«Dios no acepta el
sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que
antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones
de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la
unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San
Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).
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