SANTA MARTA
Por Francisco Fernández Carvajal
Santa Marta vivía en Betania, cerca de Jerusalén, con sus
hermanos María y Lázaro. En la última etapa de la vida pública, Jesús se
hospedó con frecuencia en su casa. Fuertes lazos de amistad unían a aquellos
hermanos con Jesús.
—
Confianza y amor al Maestro.
—
La Humanidad Santísima de Jesús.
—
La amistad con el Señor nos hace fácil el camino.
I. La festividad de
Santa Marta nos permite entrar una vez más en el hogar de Betania, bendecido
tantas veces por la presencia de Jesús. Allí, en la familia formada por
aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro, el Señor encontraba cariño, y también
descanso para su cuerpo fatigado por recorridos interminables por aldeas y
ciudades. Jesús buscaba refugio entre sus amigos, especialmente cuando en los
últimos días tropezaba más frecuentemente con la incomprensión y el desprecio,
por parte principalmente de los fariseos. Los sentimientos del Maestro hacia
los hermanos de Betania vienen expresados por San Juan en su Evangelio: Jesús
amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro1. ¡Eran amigos!
El Evangelio de la
Misa2 nos relata la llegada de Jesús al hogar de
esta familia, cuando hacía cuatro días que Lázaro había muerto. Poco tiempo
antes, cuando ya Lázaro estaba muy grave, las hermanas enviaron al Maestro este
recado lleno de confianza: Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo3. Y Jesús, que se encontraba en Galilea, a varias jornadas
de camino, cuando oyó que estaba enfermo, se quedó aún dos días en el
mismo lugar. Después, pasados estos, dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a
Judea4. Cuando llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro
días sepultado.
Marta, siempre atenta
y activa, probablemente antes de que Jesús llegara a la casa se enteró de que
se aproximaba, y salió enseguida a recibirlo. Y a pesar de que, aparentemente,
el Señor no había acudido a la llamada, su confianza y su amor no han
disminuido. Señor le dice Marta, si hubieses estado aquí, no
habría muerto mi hermano…5. Le reprocha con suma
delicadeza no haber llegado antes. Marta esperaba la curación de su hermano
cuando estaba todavía enfermo. Y Jesús, con un gesto amable, quizá con una
sonrisa en los labios, la sorprende: Tu hermano resucitará6. Marta acoge estas palabras como un consuelo y piensa en
la resurrección definitiva, y contesta: Ya sé que resucitará en la
resurrección, en el último día7. Estas palabras
provocan una portentosa declaración de Jesús acerca de su divinidad: Yo
soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mí, aunque hubiera muerto,
vivirá, y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre8. Y le pregunta: ¿Crees tú esto? ¿Quién podría
sustraerse a la autoridad soberana de esta declaración? ¡Yo soy la
Resurrección y la Vida! ¡Yo…! ¡Yo soy la razón de ser de todo cuanto
existe! Jesús es la Vida, no solo la que empieza en el más allá, sino también
la vida sobrenatural que la gracia opera en el alma del hombre que todavía se
encuentra en camino. Son palabras extraordinarias que nos llenan de seguridad,
que nos acercan cada vez más a Cristo, y que nos llevan a hacer nuestra la
respuesta de Marta: Yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios,
que has venido a este mundo9. El Señor, momentos
después, resucitará a Lázaro.
Admiramos en Marta su
fe, y querríamos imitarla en su amistad confiada con el Maestro. «¿Has visto
con qué cariño, con qué confianza trataban sus amigos a Cristo? Con toda
naturalidad le echan en cara las hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos
avisado! ¡Si Tú hubieras estado aquí!…
»-Confíale despacio:
enséñame a tratarte con aquel amor de amistad de Marta, de María y de Lázaro;
como te trataban también los primeros Doce, aunque al principio te seguían
quizá por motivos no muy sobrenaturales»10.
II. Un tiempo después,
estando ya cercana la Pascua, Jesús visitó de nuevo a estos amigos: fue a
Betania donde vivía Lázaro, al que Jesús resucitó de entre los muertos. Allí le
prepararon una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa
con Él11.
Marta servía… ¡Con
qué amor agradecido lo haría! Allí, en su casa, estaba el Mesías, allí estaba
Dios necesitado de sus atenciones. Y ella podía servirle. Dios se ha hecho
Hombre para estar muy cerca de nuestras necesidades, para que aprendamos a
amarle a través de su Humanidad Santísima, para que podamos ser sus amigos
entrañables. No podemos dejar de considerar una y otra vez que el mismo Jesús
de Nazareth, de Cafarnaún, de Betania, es el mismo que nos espera en el
Sagrario más próximo, «necesitado» de nuestras atenciones. «Es verdad que a
nuestro Sagrario le llamo siempre Betania… Hazte amigo de los amigos del
Maestro: Lázaro, Marta, María. Y después ya no me preguntarás por qué llamo
Betania a nuestro Sagrario»12. Allí está Él. No
podemos pasar indiferentes, no debemos dejar de visitarle cada día…, y
permanecer en su compañía esos minutos de acción de gracias, después de la
Comunión, sin prisas, sin inquietud. Nada hay más importante.
Enseña Santo Tomás que
no hubo otro modo más conveniente para redimir a los hombres que el de su
Encarnación13. Y aduce estas
razones: en cuanto a la fe, porque se hacía más fácil creer, ya que Dios mismo
era el que hablaba; en cuanto a la esperanza, por la prueba tan grande de su
voluntad salvífica que esto representaba; en cuanto a la caridad, porque nadie
tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos14; en cuanto a las obras, porque el mismo Dios nos iba a
servir de modelo: asumiendo nuestra carne nos mostraba la importancia de la
criatura humana, con su humillación curaba nuestra soberbia…
En la Humanidad
Santísima de Jesús toma forma humana el amor que Dios nos tiene, abriéndose así
un plano inclinado que nos lleva suavemente a Dios Padre. Por eso, la vida
cristiana consiste en querer a Cristo, en imitarle, en seguirle de cerca,
atraídos por su vida. La santificación no tiene su centro en la lucha contra el
pecado, no es algo negativo; está centrada en Jesucristo, objeto de nuestro
amor: no se trata solo de evitar el mal, sino de amar al Maestro y de imitarle
a Él, que pasó haciendo el bien…15. La vida cristiana es
profundamente humana: el corazón tiene un importante lugar en la obra de
nuestra santidad porque Dios se ha puesto a su alcance. Y cuando se descuida la
vida de piedad, la amistad personal con el Maestro, dejando que el corazón ande
desparramado en las criaturas, la fuerza de la voluntad no basta para ir hacia
adelante en el camino de la santidad. Por eso, hemos de esforzarnos en verle
siempre cercano a nuestra vida, y servirnos de la imaginación para
representarnos a Cristo vivo: el que nació en Belén, trabajó en Nazareth, tuvo
amigos durante su vida mortal a los que apreciaba de verdad y a quienes acudió
muchas veces porque su compañía lo confortaba.
Aprendamos de los
amigos de Jesús a tratarle con inmenso respeto, porque es Dios, y con gran
confianza, por ser el Amigo de siempre, que busca continuamente nuestro trato.
III. En otra ocasión,
Jesús y sus discípulos se detuvieron en casa de estos amigos de Betania, antes
de llegar a Jerusalén. Las dos hermanas se dispusieron a preparar todo lo
necesario para dar hospitalidad al Maestro y al grupo de los que le
acompañaban. Pero María, quizá al poco tiempo de llegar Jesús, se sentó a sus
pies, y escuchaba su palabra16, y Marta quedó sola
en el trabajo de la casa. María se despreocupa de lo mucho que aún falta por
disponer y se entrega por completo a escuchar al Maestro. «La familiaridad con
que se instala a sus pies, el hábito que tiene de escucharle, el hambre de oír
sus palabras, demuestran que no es este un primer encuentro, sino que hay una
verdadera intimidad»17. Marta no es
ciertamente indiferente a las palabras de Jesús; ella también atiende, pero
está más ocupada en las tareas domésticas. Sin darse cuenta, Jesús ha pasado a
un segundo plano: la absorbe aquello mismo que ha de disponer para atenderle
bien. Y se inquieta al sentirse sola, con más trabajo quizá del que puede
realizar. Mientras, contempla a su hermana a los pies de Jesús. Quizá un tanto
desasosegada, y con gran confianza, se puso delante de Jesús, precisa San
Lucas, y le dijo: Señor, ¿no te importa nada que mi hermana me deje sola
en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude18. ¡Qué confianza tan
grande tiene con el Maestro!: Dile que me ayude…
Jesús le responde en
el mismo tono familiar, como parece indicar la misma repetición del
nombre: Marta, Marta le dice, tú te preocupas y te inquietas por
muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria19. María, que con toda
seguridad tendría que haber estado ayudando a su hermana, no ha olvidado con
todo lo esencial, lo verdaderamente necesario: tener a Cristo como centro de su
atención y de su vida. No alaba el Señor toda su actitud, sino lo principal: su
amor.
Ni siquiera las cosas
que se refieren al Señor nos deben hacer olvidar al Señor de las
cosas. Nunca olvidaría Marta esta amable reconvención de Jesús. A pesar de lo
indispensable que era su trabajo, mayor aún era el esmero que debía tener por
no dejar a Jesús en segundo plano.
Ni siquiera en las
tareas que se refieren directamente al Señor debemos olvidar nosotros que lo
principal, lo necesario, es su Persona. También en nuestra vida ordinaria
debemos tener presente que asuntos que parecen primordiales, como es el
trabajo, tampoco se han de anteponer a la familia misma; de poco servirían
otras ayudas mejoras económicas, relaciones sociales… si la misma vida familiar
se fuera deteriorando por quedar en segundo plano, excepto en casos
excepcionales que pueden llevar a que, por ejemplo, sea necesario que el cabeza
de familia trabaje en un lugar distante de donde reside el resto de la familia
(emigrantes, marinos…). Si un padre o una madre de familia gana más dinero, pero
descuida el trato con los hijos, ¿de qué servirá?
Santa Marta, que goza
en el Cielo para siempre de la presencia inefable de Cristo, nos alcanzará la
gracia de apreciar más la amistad con el Maestro; nos enseñará a cuidar con
diligencia de las cosas del Señor, sin olvidar al Señor de las cosas; ella
intercederá ante Jesús para que nosotros aprendamos a no posponer tampoco la
familia a esos logros buenos que queremos alcanzar en favor de la familia
misma.
Notas:
1 Jn 11, 5.
2 Jn 11, 17-27.
3 Jn 11, 3.
4 Jn 11, 67. 5
6 Jn 11, 23.
7 Jn 11, 24.
8 Jn 11, 25.
9 Jn 11, 27.
10 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 495.
11 Jn 12, 1-2.
12 San Josemaría Escrivá. Camino, n. 322.
13 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica. 3,
q. I. a. 2.
14 Jn 15, 13.
15 Hech 10, 38.
16 Lc 10, 39.
17 M. J. Indart, Jesús en su mundo, p.
36.
18 Lc 10, 40.
19 Lc 10, 41-42.
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