Viernes de la 16ª semana
OBSERVANCIA DE LA PALABRA DE DIOS
I. Si alguno oyere
mis palabras y no las guardare, no le juzgo yo (Jn 12, 47).
Debe advertirse que
son bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan, creyéndola
interiormente en el corazón y practicándola exteriormente con las obras. Mas
los que la oyen y no procuran practicarla, se hacen por ello más culpables: no
son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos
serán justificados (Rom 2, 13). Y Santiago: Poned por obra la Palabra y no os
contentéis sólo con oírla (Stgo. 1, 22).
Si alguno oyere mis
palabras y no las guardare, no le juzgo yo (Jn 12, 47). De dos maneras puede
decirse que alguien condena a otro; o como juez o como causa de condenación.
Pues no solamente condena al homicida el juez que dicta la sentencia, sino
también le condena el mismo homicidio perpetrado, que es causa de su
condenación. Así, pues, dice (Jesús): No le juzgo yo, es decir, no soy yo causa
de su condenación, sino él mismo. Por ello dice Oseas: Tu perdición, Israel, de
ti; sólo en mí está tu socorro (Os 13, 9). Y esto, precisamente, porque no he
venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo (Jn 12, 47), esto es, no he
sido enviado para condenar, sino para salvar.
II. El que me
desprecia, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue (Jn 11, 48). Como si
dijese: Los que no guardan mis palabras, creyendo y practicando, no quedarán
impunes, quienesquiera que sean. La razón se funda en que, si no reciben la
palabra de Dios, desprecian lo dicho por Dios, cuyo Verbo es él mismo, como el
que no obedece el mandato de su Señor. Y dice Job: Huid, pues, de la vista de
la espada, porque espada hay vengadora de iniquidades; y tened entendido que
hay juicio (Job 19, 29).
III. La palabra que
he hablado, ella le juzgará en el día postrimero (Jn 12, 48). Lo que equivale a
decir, según San Agustín: Soy Yo el que juzgare. Porque Cristo aludió a sí
mismo en sus discursos, y se anunció a sí mismo. Pues Él es la palabra que
habló, ya que habló de sí mismo, como dice San Juan: Si yo doy testimonia de mí
mismo, verdadero es mi testimonio; porque sé de dónde vine, y adónde voy (Jn 8,
14). Como si dijese: Lo mismo que les he hablado y que, sin embargo, ellos
despreciaron, eso mismo les juzgará.
(In Joan., XII)
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