La siguiente es una guía para poder
celebrar en nuestras casas, en este tiempo de pandemia.
Los textos que están en rojo
(rúbricas) no son para leer en voz alta y tienen la función de dar algunas
indicaciones sobre lo que hay que ir haciendo. De acuerdo a las posibilidades
de la persona y/o grupo familiar se realizará todos o algunos de los momentos
celebrativos propuestos.
Para preparar antes de la
celebración:
- Un lugar cómodo que permita el
recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño altar con los elementos
que a la familia le son significativos: un mantel, una vela encendida, una
cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia desde la cual se
proclamará el Evangelio.
1. Hoy al fin tenemos que seguir
caminando en paz,
esperamos contra toda esperanza;
y es así que todo va a cambiar,
resucitarás,
esperamos contra toda esperanza.
VOS SOS LA VIDA, SOS LA PAZ,
VOS SOS NUESTRA ESPERANZA,
SOS EL CAMINO PARA ANDAR,
SOS FUERZA Y SOS CONFIANZA.
2. No aflojar, seguirte hasta el final,
tu cruz abrazar,
esperamos contra toda esperanza.
Esperar también es transformar
un sueño en realidad,
esperamos contra toda esperanza.
3. Al saber que vos vas a volver,
a resucitar,
esperamos contra toda esperanza.
Al sentir, Jesús, que estás ahí
esperándonos,
esperamos contra toda esperanza.
4. Hay un sol, la noche ya aclaró,
ven a caminar,
esperamos contra toda esperanza.
Estarás sonriendo a nuestra par,
no nos dejarás,
esperamos contra toda esperanza.
Luego el
adulto que guía la celebración (G) invita a todos a hacerse la señal de la
cruz, mientras dicen:
Todos: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
G: Familia, bendigamos al Señor, que en su bondad nos invita a
compartir la mesa de su Palabra.
Todos
responden: Bendito sea Dios, por los siglos.
Y continúa: Jesús nos reconcilia y nos da su paz. Comencemos esta
celebración pidiendo perdón por todas nuestras faltas de amor y de justicia.
Todos hacen un
breve momento de silencio, y a continuación el que guía la celebración dice:
G: Tú, que nos regalas el tesoro de tu Reino. Señor, ten piedad
Todos: Señor, ten piedad.
G: Tú, que nos invitas a dejar todo por encontrarte. Cristo, ten
piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.
G: Tú, que nos llamas a vivir una vida nueva. Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
G: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone
nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Todos: Amén.
Escuchamos la
Palabra
Salmo 118:
Antífona 1: Abre mis ojos Señor, para que vea la luz de tu
Verdad!
Antífona 2: Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la
practican!
Antífona 3: Feliz quien ama la Ley del Señor, feliz quien la
cumple alegremente!
Feliz quien camina en la Ley del Señor,
Llevando una vida intachable,
Feliz quien cumpliendo sus preceptos,
Lo busca de todo corazón,
Feliz quien sigue sus caminos,
Sin obrar con maldad,
Feliz quien ama intensamente,
La Ley del Señor.
Señor soy forastero en tu tierra,
No me ocultes tu precepto,
Ábreme los ojos y veré Las maravillas de tu Ley,
Muéstrame Señor tu camino,
Lo seguiré fielmente,
Enséñame a cumplir tu voluntad,
Y lo haré de corazón.
Me creaste y formaste con tus manos,
Instrúyeme en tu Ley,
Tus mandamientos son mi alegría,
Los amo intensamente,
Para mí vale más tu Palabra,
Que el oro y la plata,
Tu Palabra es antorchan de mis pasos,
Y luz en mi camino.
Habiendo
marcado previamente el texto que se escuchará y puestos todos de pie, alguien
toma la Biblia del altar familiar y proclama el evangelio de este domingo Mateo
13, 44-52. Si se prefiere se puede tomar el texto que transcribimos aquí abajo.
Del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 44-52
Jesús dijo a la multitud:
El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un
campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende
todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se
dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender
todo lo que tenía y la compró.
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa
al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan
a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no
sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a
los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá
llanto y rechinar de dientes.
«¿Comprendieron todo esto?»
«Sí», le respondieron.
Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino
de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y
lo viejo».
Palabra del Señor
Reflexionamos en familia
Se puede hacer
una reconstrucción del evangelio, con preguntas para dialogar en familia.
Además, puede leerse la siguiente reflexión:
La palabra de Dios nos propone, en este domingo, una reflexión
sobre los valores más importantes de la vida del hombre. Jesús propone como
valor supremo el Reino de los cielos, al que compara con un tesoro y una perla
preciosa.
En el evangelio, Jesús utiliza tres comparaciones fácilmente
comprensibles para que nos demos cuenta del valor del Reino de los cielos, por
encima de todos los demás bienes de este mundo. Cualquiera de nosotros podría
valorar el hallazgo de un tesoro precioso; tal vez la apreciación del valor de
una perla fina requiera un conocimiento más experto, aunque la idea nos resulta
sencilla: realmente merece la pena apostar todos nuestros haberes, incluso la
propia casa, para conseguir el tesoro o la perla. Lo mismo sucede con la
comparación de la red y los pescadores.
Pero ¿qué es el Reino de los cielos, que Jesús pondera tanto? El
Reino de los cielos –que Jesús anunció al mundo y por el que dio su vida- es
Dios mismo, que se da al hombre para hacerlo partícipe de su propia naturaleza
y vida divina; es la divinización del hombre, que lo introduce en la intimidad
de Dios, para que el hombre pueda disfrutar de la vida inmortal y de la
felicidad inefable de Dios. Dios nos invita personalmente a formar parte de su
reino, pero no aisladamente, sino solidariamente con todos los hombres. Por
eso, su reino es un ámbito de gracia, para que la salvación sea completa; de
verdad y libertad, como presupuestos de la realización personal plena; pero
también de justicia y amor, base de la armonía perfecta entre todos los
hombres.
Pero, ¡cuidado! El Reino de los cielos no se impone por la
fuerza, sino que se ofrece a personas libres. Por eso, su implantación no es
automática, sino responsable. Eso significa que alguien puede quedar fuera del
Reino de los cielos, apartado de la dicha de Dios, si, retenido por las
satisfacciones inmediatas, pierde de vista el Bien Supremo.
La felicidad del Reino de los Cielos, no se trata de un destino
que Dios nos impone a la fuerza, sino de una oferta que libremente ha de ser
aceptada y correspondida por el hombre en libertad. Porque Dios nos ama y sabe
qué es lo mejor para cada uno, nos ofrece el camino y las pistas para la meta,
que es esa felicidad.
La decisión que toman los protagonistas de las parábolas de hoy,
parece desproporcionada o, al menos, arriesgada. Pero hemos de considerar que
tienen una seguridad en esa decisión que les lleva hasta ese destino. ¿Es
sabiduría o coraje (parresía)? Las dos cosas. Como en los dos casos la
comparación es con el “reino de los cielos” (bien en el caso del tesoro, bien
en el caso del mercader) entonces el sentido no puede ser otro que este: cuando
uno encuentra el Reino de Dios, bien porque ha tenido la suerte inesperada de
encontrarse un tesoro o bien porque lo iba buscando habiendo oído hablar de él,
entonces todo está en poner en marcha la sabiduría y el coraje de que uno es
capaz, los cinco sentidos, arriesgarlo todo, entregar todo lo que uno tiene,
por ello.
¿Es que el reino de Dios es un tesoro? Naturalmente que sí. Porque
es el acontecimiento de un tiempo nuevo de gracia y salvación, de felicidad y
amor que Jesús ha predicado y que ha convertido en causa de su vida y de su
entrega. Por eso lo importante de estas dos parábolas es la decisión que toman
ambos protagonistas y más todavía la alegría de esta decisión en el caso de
tesoro en el campo.
Conclusión, el Reino aparece como un don al alcance de todos, de
los afortunados y de los inquietos, de los que sin buscarlo se lo encuentran
por casualidad y de los que lo descubren al final de una búsqueda. Para
responder adecuadamente a ese don, aceptándolo y haciéndolo suyo, el ser humano
ha de estar convencido de que el Reino es lo más valioso que se le puede
ofrecer y, en consecuencia, ha de estar dispuesto a anteponerlo a cualquier
otro bien.
Pidamos al Señor la gracia de la perseverancia.
Confesamos nuestra fe
G: Como familia de Dios vamos a
expresar con alegría nuestra de fe diciendo: «Creo, Señor»
Alguno de los presentes va
proponiendo las fórmulas de fe, a las que todos responden.
Lector: En Dios Padre, creador del
cielo y de la tierra…
Todos: «Creo, Señor»
Lector: En Jesucristo, su único Hijo,
nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de
Santa María Virgen…
Todos: «Creo, Señor»
Lector: En Jesucristo, que padeció bajo
el poder de Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los
infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos…
Todos: «Creo, Señor»
Lector: En Jesucristo, que subió a los
cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, y que desde
allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos…
Todos: «Creo, Señor»
Lector: En el Espíritu Santo, la santa
Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la
resurrección de la carne y la vida eterna…
Todos: «Creo, Señor»
Presentamos nuestra oración
G: Jesús nos ha invitado a pedir y a buscar su Reino, por eso con
confianza le acercamos nuestras necesidades. A cada intención respondemos:
“¡Que venga a nosotros tu Reino, Señor!”.
Lector:
Para que
nuestro Papa Francisco y todos los pastores guíen a su pueblo con sabiduría y
santidad, te pedimos.
Para que los
gobernantes encuentren la riqueza del servicio al bien común del pueblo, y
dejen de lado toda ambición personal para adquirir ese tesoro, te pedimos.
Para que los
necesitados y excluidos puedan recibir con alegría el Reino de Dios y su
justicia, te pedimos.
Para que todos
los que en este tiempo de pandemia trabajan al servicio del prójimo, puedan
experimentar la alegría de hacer presente el Reino de Dios por medio de su
entrega generosa, te pedimos.
Para que
dejando de lado lo que nos impide encontrar los tesoros que habla el Evangelio,
busquemos en esta vida tu Reino y seamos sus testigos, te pedimos. Quien lo
desee, puede agregar intenciones.
Después, quien
anima la oración, dice:
Concluyamos
nuestra celebración en familia, diciendo juntos la oración que Jesús enseñó a
los apóstoles: Padre nuestro que estás en el cielo…
G: Oremos.
Padre, fuente
de sabiduría,
que nos has
revelado en Cristo el tesoro escondido y la perla preciosa,
concédenos el
discernimiento del Espíritu,
para que
sepamos apreciar entre las cosas del mundo
el valor
inestimable de tu Reino,
dispuestos a
renunciar a todo para obtener tu don.
Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Pedimos a Dios su bendición
Quien anima la oración, invocando la
bendición de Dios, y santiguándose, dice:
El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.
Y todos responden: Amén.
O bien:
Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y
misericordioso,
el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
Y todos responden: Amén.
Todo en esta vida, es un decidir
si me voy contigo, o me quedo aquí.
Romperé los muros, de mi propia casa,
iré mar adentro y pescaré por Ti.
Hoy mi pueblo está clamando,
pide vida, pide amor
gritan mis hermanos
y llega hasta el Cielo su voz.
La misión que tu me has dado
debo hacerla realidad
Luchar por la vida,
luchar por un mundo de paz.
Me has hablado en mil canciones
Mas no te quise escuchar,
Cerré mis oídos
Porque es difícil escuchar
Hace tiempo que pregunto,
Tu respuesta escucho hoy,
Tu voz habla adentro
Y por tu camino ya voy....
Una vez que se ha pedido la bendición
de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones,
preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.
Invocación del Papa
Francisco a San José
Protege, Santo
Custodio, este país nuestro.
Ilumina a los
responsables del bien común,
para que ellos
sepan - como tú - cuidar a las personas
a quienes se les
confía su responsabilidad.
Da la inteligencia
de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar
físico de los hermanos.
Apoya a quienes se
sacrifican por los necesitados: l
os voluntarios,
enfermeros, médicos,
que están a la
vanguardia del tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de
su propia seguridad.
Bendice, San José,
la Iglesia:
a partir de sus
ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José,
a las familias:
con tu silencio de
oración, construye armonía entre padres e hijos,
especialmente
en los más pequeños.
Preserva a los
ancianos de la soledad:
asegura que ninguno
sea dejado en la desesperación
por el abandono y
el desánimo.
Consuela a los más
frágiles,
alienta a los que
flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen
Madre, suplica al Señor
que libere al mundo
de cualquier forma de pandemia.
Amén.
Invocación a la
protección de
San José Gabriel
del Rosario Brochero
Señor, de quien
procede todo don perfecto,
Tú esclareciste a
San José Gabriel del Rosario,
por su celo
misionero, su predicación evangélica
y su vida pobre y
entregada;
concede con su intercesión,
la gracia que te pedimos:
por su entrega en
la asistencia de los enfermos y moribundos
de la epidemia de
cólera que azotó a la ciudad de Córdoba,
te pedimos por
nuestra Patria y el mundo entero,
líbranos de la
actual pandemia y de todo mal.
Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Amén
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