domingo, 12 de julio de 2020

CELEBRAR Y ORAR EN TIEMPO DE PANDEMIA - Domingo XV tiempo durante el año Ciclo A


La siguiente es una guía para poder celebrar en nuestras casas, en este tiempo de pandemia.
Los textos que están en rojo (rúbricas) no son para leer en voz alta y tienen la función de dar algunas indicaciones sobre lo que hay que ir haciendo. De acuerdo a las posibilidades de la persona y/o grupo familiar se realizará todos o algunos de los momentos celebrativos propuestos.

  
Para preparar antes de la celebración:
- Un lugar cómodo que permita el recogimiento y la oración familiar.
- Un pequeño altar con los elementos que a la familia le son significativos: un mantel, una vela encendida, una cruz, la imagen de la Virgen María, etc.
- Una Biblia desde la cual se proclamará el Evangelio.

Iniciamos la celebración Una vez reunida la familia en torno a la Palabra de Dios, 

quiero alabarte mas y mas aun
quiero alabarte mas y mas aun
buscar tu voluntad
tu gracias conocer quiero alabarte

las aves del cielo
cantan para ti
las bestia del campo
reflejan tu poder
quiero cantar quiero levantar
mis manos a ti

quiero amarte mas y mas aun
quiero amarte mas y mas aun
buscar tu voluntad
tu gracia conocer quiero amarte

quiero servirte mas y mas aun
quiero servirte mas y mas aun
buscar tu voluntad
tu gracia conocer quiero servirte

quiero alabarte mas y mas aun
quiero alabarte mas y mas aun
buscar tu voluntad
tu gracias conocer quiero alabarte

Luego el adulto que guía la celebración (G) invita a todos a hacerse la señal de la cruz, mientras dicen:

Todos: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

G: Familia, bendigamos al Señor, que en su bondad nos invita a compartir la mesa de su Palabra.
Todos responden: Bendito sea Dios, por los siglos.

Y continúa: Jesús nos reconcilia y nos da su paz. Comencemos esta celebración pidiendo perdón por todas nuestras faltas de amor y de justicia.
Todos hacen un breve momento de silencio, y a continuación el que guía la celebración dice:
G: Tú, que siembras nuestros corazones con la Palabra de Dios. Señor, ten piedad
Todos: Señor, ten piedad.

G: Tú, que esperas que demos frutos de vida eterna. Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.

G: Tú, que riegas nuestra aridez con la gracia de tu Espíritu. Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.

G: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Todos: Amén.

Escuchamos la Palabra
Habiendo marcado previamente el texto que se escuchará y puestos todos de pie, alguien toma la Biblia del altar familiar y proclama el evangelio de este domingo Mateo 13, 1-23. Si se prefiere se puede tomar el texto que transcribimos aquí abajo.

Del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 1-23

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas.
Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!»
Los discípulos se acercaron y le dijeron: «¿Por qué le hablas por medio de parábolas?»
Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice:
“Por más que oigan, no comprenderán,
por más que vean, no conocerán.
Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido,
tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos,
para que sus ojos no vean,
y sus oídos no oigan,
y su corazón no comprenda,
y no se conviertan,
y yo no los sane”.
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
 Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: éste es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. éste produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».
Palabra del Señor

Reflexionamos en familia
Se puede hacer una reconstrucción del evangelio, con preguntas para dialogar en familia. Además, puede leerse la siguiente reflexión:

La parábola del sembrador que nos trae el evangelio de hoy nos enseña en qué consiste el anuncio de la Palabra de Dios, a través de tres elementos que aparecen:
El sembrador de la parábola. Es muy particular. Aparentemente desperdicia semillas. Sale a sembrar en terrenos desconocidos. No elige dónde sembrar ni mira cómo es el terreno. Este sembrador representa al evangelizador (sacerdotes, misioneros, padres, catequistas, en fin, todo bautizado). Anuncia el evangelio sin estar preocupado cómo son los oyentes, su raza o condición, ni de dónde vienen ni a dónde van; tampoco se pregunta qué van a hacer con el anuncio, no porque no le importe sino porque debe respetar la respuesta del que recibe el anuncio.
La semilla. Encierra la vida misteriosamente. Germinará si se dan determinadas condiciones. Representa la Palabra de Dios. Está destinada a producir efecto en la persona, a dar vida, luz y sabiduría si la persona y las circunstancias lo permiten.
El terreno. Se nos muestran en esta parábola distintos terrenos: el inhóspito del costado del camino, el pedregoso, el espinoso y el fértil. El terreno somos nosotros cuando somos sembrados por la Palabra de Dios.
Lo llamativo es que nuestro “terreno” no siempre está igual. A veces somos tierra fértil pero también a veces somos terreno pedregoso o espinoso, a veces somos terreno duro y árido. ¿Por qué? Porque nuestras circunstancias no siempre son las mismas y no siempre estamos bien dispuestos. Muchas veces escuchamos la Palabra pero la dejamos “al costado del camino”, la relegamos porque no la valoramos o porque nos dice cosas que no queremos escuchar.
A veces el mensaje del Evangelio nos llega cuando tenemos el “terreno pedregoso o espinoso”, es decir cuando las dificultades y preocupaciones nos hacen negarle a la Palabra de Dios el espacio necesario en nuestra vida.
Pero a veces somos el “terreno fértil”, abiertos, bien dispuestos, sin resistencias, confiados y entonces la Palabra penetra en lo profundo de nuestro corazón, nos ilumina, nos enseña el camino de la sabiduría, nos cambia.
Preguntémonos: ¿Cómo está nuestro “terreno”? ¿Estuvimos abiertos al mensaje de hoy? ¿O estamos preocupados, ausentes o rebeldes? Pidámosle al Señor que a pesar de las dificultades del momento presente, de nuestros problemas, de nuestras angustias, estemos atentos a la Palabra de Dios, que nos da vida, fuerza y alegría.


Tu Palabra, Señor, es la verdad
y la luz de mis ojos.

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
sabiduría del humilde.

Los preceptos del Señor son justos,
alegran el corazón;
la Palabra del Señor es pura,
ilumina los ojos.

Los mandamientos del Señor son santos,
permanecen para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
y siempre justos.

Su Palabra es más valiosa
que el oro más fino;
sus preceptos son más dulces que la miel
que fluye del panal.

Confesamos nuestra fe
G: Como familia de Dios vamos a expresar con alegría nuestra de fe diciendo: «Creo, Señor»

Alguno de los presentes va proponiendo las fórmulas de fe, a las que todos responden.

Lector: En Dios Padre, creador del cielo y de la tierra…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, que padeció bajo el poder de Poncio Pilato fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En Jesucristo, que subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, y que desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos…
Todos: «Creo, Señor»

Lector: En el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna…
Todos: «Creo, Señor»

Presentamos nuestra oración
G: Dios siembra la semilla de su Reino entre nosotros. Pidámosle con confianza por nuestras necesidades para que nuestro mundo sea la tierra buena. A cada intención respondemos: “Señor de la esperanza, escúchanos”.

Lector:
Por la Iglesia, para que el Señor la fortalezca en la misión de sembrar su Palabra esperanzadora. Oremos.

Por todos los obispos, sacerdotes y consagrados, para que mirando al pueblo, sean fieles testigos y servidores de la Palabra. Oremos.

Por nuestra patria, que celebró un nuevo aniversario de su independencia, para que supere este momento de pandemia con el esfuerzo responsable y fraterno de todos. Oremos.

Por nuestras comunidades, para que en la Palabra de Dios encuentren fortaleza y estímulo para acompañar a quienes están solos, enfermos, desempleados o deprimidos. Oremos.

Por todos nosotros, para que renovemos la “tierra” de nuestro corazón y demos el fruto que Dios espera, especialmente en la vida de todos los días. Oremos.
Quien lo desee, puede agregar intenciones.

Después, quien anima la oración, dice:
Concluyamos nuestra celebración en familia, diciendo juntos la oración que Jesús enseñó a los apóstoles: Padre nuestro que estás en el cielo…

G: Oremos.
Aumenta en nosotros, Padre,
con el poder de tu Espíritu,
la disponibilidad para recibir la semilla de tu palabra,
que continúa sembrando en los surcos de la humanidad,
para que pueda dar fruto en obras de justicia y paz
y revelar al mundo la esperanza de tu reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Pedimos a Dios su bendición
Quien anima la oración, invocando la bendición de Dios, y santiguándose, dice:
El Señor nos bendiga,
nos defienda de todo mal
y nos lleve a la Vida eterna.
Y todos responden: Amén.

O bien:

Que nos bendiga y nos custodie
el Señor omnipotente y misericordioso,
 el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Y todos responden: Amén.


HIMNO A LA VIRGEN DE ITATÍ
Letra: Padre Esteban Bajac
Música: Mons. Santiago Costamagna

Los himnos más dulces que el pecho atesora
Queremos, Señora, cantarlos a ti,
Que tierna escogiste, con ojos clementes,
Por reino Corrientes, por trono Itatí.

En vírgenes selvas que adornan la orilla
Do manso se humilla el gran Paraná
En santo Misterio alzaste la tienda,
Que al pobre le expenda de gracia el maná. (bis)

De pueblo fastuoso odiaste el murmullo,
Por dar al orgullo un claro mentís
Fue el indio su cuna, la Cruz su bandera,
La cruz que blandiera un hijo de Asís.

Más pobre, pequeño, tu pueblo María,
fe mar de alegría cual nuevo Belén
que allí de piedades abriste la fuente.
Que allí complaciente fulgura tu sien.

Enfermos, mendigos, el alma afligida,
Que pasan la vida en hondo quejar
El grande, el guerrero, el niño, el anciano
No ruegan en vano al pie de tu altar.

Tus gracias gozaron muy grandes naciones;
Lo sabe Misiones, el bello Uruguay;
Brasil su voz une al pueblo del Plata
Tus glorias relata también Paraguay.

Por eso a tu frente ceñimos coronas
De Reina y Patrona con grato fervor,
Pidiéndote, en cambio, nos des en el cielo
Divino consuelo, corona de amor.

Una vez que se ha pedido la bendición de Dios, la familia puede realizar alguna de las siguientes oraciones, preparadas especialmente para este tiempo de pandemia.

Invocación del Papa Francisco a San José

Protege, Santo Custodio, este país nuestro.
Ilumina a los responsables del bien común,
para que ellos sepan - como tú - cuidar a las personas
a quienes se les confía su responsabilidad.
Da la inteligencia de la ciencia a quienes buscan los medios adecuados para la salud
y el bienestar físico de los hermanos.
Apoya a quienes se sacrifican por los necesitados: l
os voluntarios, enfermeros, médicos,
que están a la vanguardia del tratamiento de los enfermos,
incluso a costa de su propia seguridad.
Bendice, San José, la Iglesia:
a partir de sus ministros, conviértela en un signo e instrumento de tu luz y tu bondad.
Acompaña, San José, a las familias:
con tu silencio de oración, construye armonía entre padres e hijos,
 especialmente en los más pequeños.
Preserva a los ancianos de la soledad:
asegura que ninguno sea dejado en la desesperación
por el abandono y el desánimo.
Consuela a los más frágiles,
alienta a los que flaquean, intercede por los pobres.
Con la Virgen Madre, suplica al Señor
que libere al mundo de cualquier forma de pandemia.
Amén.

Invocación a la protección de
San José Gabriel del Rosario Brochero

Señor, de quien procede todo don perfecto,
Tú esclareciste a San José Gabriel del Rosario,
por su celo misionero, su predicación evangélica
y su vida pobre y entregada;
concede con su intercesión, la gracia que te pedimos:
por su entrega en la asistencia de los enfermos y moribundos
de la epidemia de cólera que azotó a la ciudad de Córdoba,
te pedimos por nuestra Patria y el mundo entero,
líbranos de la actual pandemia y de todo mal.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén




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