Huellas en la arena
Primera Carta del
Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, a los jóvenes de
la Arquidiócesis de México como preparación para el Jubileo del Año 2000.
Querido joven:
Yo tenía un amigo que
era experto en conocer las huellas de los animales. Pasear con él por una playa
era descubrir infinidad de criaturas que antes uno nunca hubiera podido
imaginar que existieran en aquel mundo de sal y de arena. Reconocía con
facilidad las huellas de una tortuga, de un martín pescador, de una gaviota, de
un cangrejo ermitaño, etc. Partiendo de una simple impronta llegaba hasta los
nidos o escondrijos de seres que se ocultaban de la mirada del hombre. Para mí,
aquello era sorprendente pues yo sólo era capaz de apreciar la presencia de un
ser humano a través de una lata de refresco abandonada o de un descolorido
paquete de papitas. Pero, poco a poco, fui aprendiendo a distinguir la
presencia de aves, crustáceos o pequeños roedores que no eran visibles pero
dejaban un rastro inconfundible.
Creo que con Dios pasa
lo mismo. Necesitamos de un amigo que nos enseñe a descubrir sus huellas,
alguien que sepa reconocer su presencia en nuestras vidas y en nuestro mundo.
Ese amigo es Jesucristo. Él, Dios y hombre a la vez, se presenta como el
camino, y en su predicación nos enseña a conocer la presencia de Dios en la
creación. A Dios no podemos verlo, pero, gracias a Cristo, sabemos que está
ahí. En su Evangelio nos muestra la cercanía de Dios al hombre, nos enseña cómo
se preocupa por cada oveja descarriada (Lc 15), cómo nos guía con su
providencia (Mt 6, Lc 12) y cómo podemos relacionarnos con Él por medio de la
oración (Mt 6).
Al ver una choza o una
casa sabemos que fue construida por alguien con la suficiente inteligencia para
conseguir materiales y agruparlos de forma ordenada. La complejidad del trabajo
necesario para construirla nos habla del hombre y no de otro animal que no
tiene esa capacidad. Al contemplar el mundo, el orden de los planetas, la
maravilla del microcosmos, la belleza de un amanecer o de una montaña nevada,
la inmensidad del mar, o la gran complejidad de los seres vivos, sólo podemos
pensar en una inteligencia perfecta que al mismo tiempo es amor, que crea todo
por amor. Al mirar a nuestro alrededor y contemplar la creación, con su orden,
con su sabiduría, con su bondad y belleza, nos encontramos con Dios, suma
sabiduría, infinita bondad e infinito amor. Y lo más importante, ése no es un
Dios lejano y etéreo, sino personal y cercano que es también nuestro Creador,
que está preocupado por nosotros, que nos quiere conducir por un camino de
felicidad.
Nosotros somos
criaturas de Dios, pensados por Él, creados por Él. Eso nos hace dependientes
de Dios; nada hay en nosotros que no necesite de su amor. No te necesitaba,
pero te creó para darte el don de la existencia. Quiso ser tu Padre y que tú
fueras su hijo muy amado. Te creó por amor. Desde la eternidad pensó en ti,
porque para Él no hay tiempo, todo es presente. Te hizo suyo. Quiso darte su
amor y que tú lo amaras para hacerte participar de su felicidad.
El ser humano crea
muchas cosas con unas funciones específicas. Hace, por ejemplo, una pluma para
escribir, una silla para sentarse, etc. Son seres inanimados pero con tareas
concretas. Sin embargo, se puede usar una pluma para señalar, una silla para
usarla como escalera, etc. La libertad del ser humano le lleva a hacer uso de
las cosas para distintos fines. Con el hombre pasa igual; hemos sido hechos
para Dios, para vivir una vocación de amor en Dios, con Dios, pero podemos
utilizar nuestra vida para otros fines, apartarnos de ese proyecto de Dios. La
diferencia es que la pluma o la silla, cuando son utilizadas para otros fines
no pierden nada de lo que son. Sin embargo, el hombre es el primer perjudicado
cuando se aleja del proyecto de Dios.
Las huellas de Dios
son claras en nuestra vida, en nuestro entorno, pero especialmente en el
hombre, imagen y semejanza de Dios. El hombre es inteligencia y libertad, capaz
de tomar decisiones y responsabilizarse de sus actos, es apertura al
conocimiento, reflexión, conciencia. Los animales caminan, el hombre además
sabe que camina.
Pero, sobre todo,
desde los inicios de la vida del ser humano sobre la tierra, este hombre es
buscador infatigable de Dios. Dios lo hizo para sí, para que gozara de su amor,
e inquieto está su corazón hasta que descanse en Él, en el amor. Por eso
observa las huellas, las sigue. Sabe que en ellas está el secreto del sentido
de su vida. La vida del hombre es un testimonio de Dios, es huella de Dios, es
imagen y semejanza de Dios. Si el ser humano quiere conocer de verdad el
itinerario de su vida, debe contemplarlo desde Dios.
El hombre es
inteligente y Dios es la inteligencia suprema, el hombre es libre y Dios es la
libertad total, el hombre ama y Dios es el Amor. El hombre es hijo; y Dios, su
padre amoroso que siempre está junto a él. Dios crea al hombre y no lo abandona
jamás. Sigue el camino de la vida junto a él. También Dios le deja huellas de
su presencia para que lo busque y lo encuentre. Dios se acerca al hombre
mostrándose como camino de felicidad.
Dios ha hecho al
hombre a su imagen y semejanza para que sea también la cabeza de la creación.
El ser humano se hace responsable de llevar adelante un proyecto de Dios. En esta
tarea el ser humano puede someterse a las leyes e indicaciones de Dios o puede
actuar de forma autónoma, sin contar con Dios. Cada decisión tiene sus
consecuencias. El bien está en continuar el proyecto de Dios y el mal está en
rebelarse contra Él.
Tu hermano y amigo que te bendice
Norberto Cardenal Rivera
Arzobispo Primado de México
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