Domingo de la duodécima semana
PERFECCIÓN DE CONSEJO
I. La perfección que
cae bajo consejo es aquélla que tiende a la semejanza de la perfección de los
bienaventurados. Se dice en el Deuteronomio: Amarás al Señor Dios tuyo con todo
tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza (6, 5), y San Lucas añade:
y de todo tu entendimiento (10, 27), así el corazón se dirige a la intención,
la mente al pensamiento, el alma al afecto, y la fortaleza a la ejecución. El
todo y lo perfecto es aquello a lo cual nada falta, por consiguiente se ama a
Dios de todo corazón, alma, fortaleza y mente, cuando no nos falta nada en
todas esas cosas, sino que todo se endereza actualmente a Dios; pero este modo
de amor perfecto no es propio de los que viven en este mundo, sino de los
bienaventurados.
En aquella celestial
bienaventuranza el entendimiento y la voluntad de la criatura racional tienden
siempre y totalmente a Dios, ya que la bienaventuranza consiste en el goce de
Dios; mas la bienaventuranza no está en hábito, sino en acto. Y puesto que la
criatura racional ha de unirse a Dios, verdad suma, como a fin último; dado
que, por otra parte, todo se ordena por la intención a ese último fin y,
además, todas las cosas se ejecutan de acuerdo con él, se sigue que en aquella
perfecta bienaventuranza la criatura racional amará a Dios de todo corazón, ya
que toda su intención la llevará a Dios en todo lo que piensa, ama y ejecuta;
con todo el entendimiento, ya que éste siempre tenderá actualmente a Dios, en
una visión continua, y juzgará todo conforme con su verdad; con toda el alma,
ya que todo su afecto se dirigirá a amar a Dios continuamente y por él a todas
las cosas; con toda fortaleza y con todas las fuerzas, ya que la razón de todos
los actos exteriores será el amor de Dios.
II. Aun cuando esta
perfección de los bienaventurados no nos es posible en esta vida, debemos, sin
embargo, estimularnos para realizar una semejanza de aquella perfección, en
cuanto sea posible. Y en esto consiste principalmente la perfección de esta
vida, a la que nos invitan los consejos. Porque es evidente que el corazón
humano es arrastrado tanto más intensamente a una sola cosa, cuanto más se
aparta de muchas. Así, pues, el ánimo del hombre tanto más perfectamente es
llevado a amar a Dios, cuanto más se apartare del afecto a las cosas
temporales. Por eso dice San Agustín que el veneno de la caridad es la
esperanza de alcanzar o retener las cosas temporales; pero su crecimiento es la
disminución de la ambición, y la perfección, de la misma es carecer de todo
deseo de ellas.
Por consiguiente,
todos los consejos con que somos invitados a la perfección se ordenan a apartar
el corazón del hombre del afecto a las cosas temporales, para que pueda así
dirigirse más libremente a Dios, contemplando, amando y cumpliendo su voluntad.
(De perfectione
vitae spir., c. IV, VI)
No hay comentarios:
Publicar un comentario