Duodécimo domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 852: el
Espíritu de Cristo sostiene la misión cristiana
CEC 905:
evangelizar con el testimonio de la vida
CEC 1808, 1816: el
valiente testimonio de la fe supera el miedo y la muerte
CEC 2471-2474: dar
testimonio de la Verdad
CEC 359, 402-411,
615: Adán, el Pecado Original, Cristo el nuevo Adán
CEC 852: el
Espíritu de Cristo sostiene la misión cristiana
852 Los caminos de la misión. "El Espíritu Santo es en verdad el
protagonista de toda la misión eclesial" (RM 21). Él es quien conduce la Iglesia por los
caminos de la misión. Ella continúa y desarrolla en el curso de la historia la
misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres;
"impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el
que avanzó Cristo: esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio
y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su
resurrección" (AG 5). Es así como la "sangre de los
mártires es semilla de cristianos" (Tertuliano, Apologeticum, 50, 13).
CEC 905:
evangelizar con el testimonio de la vida
905 Los laicos
cumplen también su misión profética evangelizando, con "el anuncio de
Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra". En los
laicos, "esta evangelización [...] adquiere una nota específica y una
eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales
de nuestro mundo" (LG 35):
«Este apostolado no
consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones
para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes [...] como a
los fieles» (AA 6;
cf. AG 15).
CEC
1808, 1816: el valiente testimonio de la fe supera el miedo y la muerte
1808 La fortaleza es la virtud
moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda
del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los
obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el
temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las
persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia
vida por defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico es el Señor” (Sal 118, 14). “En el mundo tendréis tribulación.
Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
1816 El discípulo
de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla,
testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos [...] vivan preparados para
confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en
medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe
son requeridos para la salvación: “Todo [...] aquel que se declare por mí ante
los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los
cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi
Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).
CEC 2471-2474: dar
testimonio de la Verdad
2471 Ante Pilato,
Cristo proclama que había “venido al mundo para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,
37). El cristiano no debe “avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Tm 1,
8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe
profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante sus jueces. Debe guardar
una “conciencia limpia ante Dios y ante los hombres” (Hch 24, 16).
2472 El deber de
los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar
como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se
derivan. Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras. El
testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad
(cf Mt 18, 16):
«Todos [...] los
fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el
ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se
revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha
fortalecido con la confirmación» (AG 11).
2473 El martirio es
el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega
hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al
cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la
doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme
ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de
Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1).
2474 Con el más
exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes llegaron
hasta el extremo para dar testimonio de su fe. Son las actas de los Mártires,
que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de sangre:
«No me servirá nada
de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí morir
en Cristo Jesús que reinar hasta los confines de la tierra. Es a Él a quien
busco, a quien murió por nosotros. A Él quiero, al que resucitó por nosotros.
Mi nacimiento se acerca...» (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad
Romanos, 6, 1-2).
«Te bendigo por
haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el
número de tus mártires [...]. Has cumplido tu promesa, Dios, en quien no cabe
la mentira y eres veraz. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te
glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado.
Por Él, que está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los
siglos venideros. Amén» (Martyrium Polycarpi, 14, 2-3).
CEC 359, 402-411,
615: Adán, el Pecado Original, Cristo el nuevo Adán
359 "Realmente,
el el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado" (GS 22,1):
«San Pablo nos dice
que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo [...] El
primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da
vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con
la cual empezó a vivir [...] El segundo Adán es aquel que, cuando creó al
primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y
adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma
imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel
primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual,
este último es, realmente, el primero, como él mismo afirma: "Yo soy el
primero y yo soy el último"». (San Pedro Crisólogo, Sermones,
117: PL 52, 520B).
Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
402 Todos los hombres
están implicados en el pecado de Adán. San Pablo lo afirma: "Por la
desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5,19):
"Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la
muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la
muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como
el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así
también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una
justificación que da la vida" (Rm 5,18).
403 Siguiendo a
san Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a
los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su
conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un
pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma"
(Concilio de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el
Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han
cometido pecado personal (cf. ibíd., DS 1514).
404 ¿Cómo el
pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género
humano es en Adán sicut unum corpus unius hominis ("Como
el cuerpo único de un único hombre") (Santo Tomás de Aquino, Quaestiones
disputatae de malo, 4,1). Por esta "unidad del género humano",
todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están
implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado
original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por
la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no
para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y
Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza
humana, que transmitirán en un estado caído (cf. Concilio
de Trento: DS 1511-1512). Es un pecado que será transmitido por propagación a
toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana
privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original
es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado
"contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
405 Aunque propio
de cada uno (cf. ibíd., DS 1513), el pecado original no tiene, en
ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de
la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente
corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la
ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado
(esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo,
dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el
hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e
inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
406 La doctrina de
la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en
el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de san Agustín contra
el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante.
Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad
libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente
buena: así reducía la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo.
Los primeros reformadores protestantes, por el contrario, enseñaban que el
hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de
los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia
al mal (concupiscentia), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció
especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto al pecado original en
el II Concilio de Orange en el año 529 (cf. Concilio de Orange II: DS 371-372)
y en el Concilio de Trento, en el año 1546 (cf. Concilio de Trento: DS
1510-1516).
Un duro combate...
407 La doctrina
sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de Cristo— proporciona
una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar
en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto
dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original
entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la
muerte, es decir, del diablo" (Concilio de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14).
Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a
graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción
social (cf. CA 25)
y de las costumbres.
408 Las
consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los
hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser
designada con la expresión de san Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29).
Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen
sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que
son fruto de los pecados de los hombres (cf. RP 16).
409 Esta situación
dramática del mundo que "todo entero yace en poder del maligno" (1
Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un
combate:
«A través de toda la
historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las
tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último
día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir
continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda
de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS 37,2).
410 Tras la caída,
el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9)
y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de
su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido
llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías
redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria
final de un descendiente de ésta.
411 La tradición
cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1
Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la
Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la desobediencia de
Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y
doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el
"protoevangelio" la madre de Cristo, María, como "nueva
Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició
de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha
de pecado original (cf. Pío IX: Bula Ineffabilis Deus: DS 2803) y,
durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió
ninguna clase de pecado (cf. Concilio de Trento: DS 1573).
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como
[...] por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos
justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo
en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a
quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53,
10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros
pecados (cf. Concilio de Trento: DS, 1529).
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