SAN JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 13 de agosto de 1989
Domingo 13 de agosto de 1989
27 -Corazón de Jesús fuente de toda consolación
«Corazón de Jesús,
fuente de todo consuelo, ten piedad de nosotros»
1. Dios, Creador del
cielo y de la tierra, es también "el Dios de toda consolación'' (2 Co 1,
3: cf. Rm 15, 5). Numerosas páginas del Antiguo Testamento nos
muestran a Dios que, en su gran ternura y compasión, consuela a su pueblo en la
hora de la aflicción. Para confortar a Jerusalén, destruida y desolada, el
Señor envía a sus profetas a llevar un mensaje de consuelo: "Consolad,
consolad a mi pueblo... Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que
ya ha cumplido su milicia" (Is 40. 1-2); y, dirigiéndose a Israel
oprimido por el temor de sus enemigos, declara: "Yo, yo soy tu
consolador" (Is 51, 12); e incluso, comparándose con una madre llena
de ternura hacia sus hijos, manifiesta su voluntad de llevar paz, gozo y
consuelo a Jerusalén: "Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella todos
los que la amáis... de modo que os hartéis de sus consuelos... Como uno a quien
su madre le consuela, así yo os consolaré, y por Jerusalén seréis
consolados" (Is 66, 10.11.13).
2. En Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre, nuestro hermano, el
"Dios-que-consuela" se hizo presente entre nosotros. Así lo indicó
primeramente el justo Simeón, que tuvo la dicha de acoger entre sus brazos al
niño Jesús y de ver en Él realizada "la consolación de Israel" (Lc 2,
25). Y, en toda la vida de Cristo, la predicación del Reino fue un ministerio
de consolación: anuncio de un alegre mensaje a los pobres, proclamación de
libertad a los oprimidos, de curación a los enfermos, de gracia y de salvación
a todos (cf. Lc 4. 16-21: Is 61. 1-2).
Del Corazón de Cristo brotó esta tranquilizadora bienaventuranza:
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados" (Mt 5.
5), así como la tranquilizadora invitación: "Venid a mí todos los que
estéis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11, 28).
La consolación que
provenía del Corazón de Cristo era participación en el sufrimiento humano,
voluntad de mitigar el ansia y aliviar la tristeza, y signo concreto de
amistad. En sus palabras y en sus gestos de consolación se unían admirablemente
la riqueza del sentimiento y la eficacia de la acción. Cuando, cerca de la
puerta de la ciudad de Naím, vio a una viuda que acompañaba al sepulcro a su
hijo único, Jesús compartió su dolor: "Tuvo compasión de ella" (Lc 7,
13), tocó el féretro, ordenó al joven que se levantara y lo restituyó a su
madre (cf. Lc 7, 14-15).
3. El Corazón del
Salvador es también, más aún, principalmente "fuente de consuelo",
porque Cristo, juntamente con el Padre, dona el Espíritu Consolador: "Yo
pediré al Padre y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para
siempre" (Jn 14, 16; cf. 14, 25: 16. 12): Espíritu de verdad y de
paz, de concordia y de suavidad, de alivio y de consuelo: Espíritu que brota de
la Pascua de Cristo (cf. Jn 19, 28-34) y del evento de Pentecostés
(cf. Hch 2, 1-13).
4. Toda la vida de
Cristo fue por ello un continuo ministerio de misericordia y de consolación. La
Iglesia, contemplando el Corazón de Cristo y las fuentes de gracia y de
consolación que de Él manan, ha expresado esta realidad estupenda con la
invocación: "Corazón de Cristo, fuente de todo consuelo, ten piedad de
nosotros".
Esta invocación es
recuerdo de la fuente de la que, a lo largo de tos siglos, la Iglesia ha
recibido consolación y esperanza en la hora de la prueba y de la persecución;
es invitación a buscar en el Corazón de Cristo la consolación verdadera,
duradera y eficaz; es advertencia para que, tras haber experimentado la
consolación del Señor, nos convirtamos también nosotros en convencidos y
conmovidos portadores de ella, haciendo nuestra la experiencia espiritual que
hizo decir al Apóstol Pablo: el Señor "nos consuela en toda tribulación
nuestra para poder consolar a los que están en toda tributación, mediante el
consuelo con que nosotros somos consolados por Dios" (2 Co 1,
4).
Pidamos a María,
Consoladora de los afligidos, que, en los momentos oscuros de tristeza y
angustia, nos guíe a Jesús, su Hijo amado, "fuente de todo consuelo".
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