Jueves de la duodécima semana
NECESIDAD DE TENER EL CORAZÓN AFIRMADO EN DIOS
PARA EVITAR LOS PECADOS
I. En el estado de
naturaleza corrompida necesita el hombre de la gracia habitual que cura la
naturaleza para abstenerse totalmente del pecado.
Esa curación se
verifica primero en la vida presente en cuanto al espíritu, aun antes que el
apetito carnal esté todavía reparado totalmente. Por eso el Apóstol en persona
dice del hombre reparado: Yo mismo con el espíritu sirvo a la ley de Dios; y
con la carne a la ley del pecado (Rom 7, 25).
En ese estado puede
el hombre abstenerse de todo pecado mortal, que consiste en la razón, mas no de
todo pecado venial, a causa de la corrupción del apetito inferior de la
sensualidad, cuyos movimientos pueden reprimirse uno a uno por la razón, y de
esto proviene que tengan razón de pecado y de voluntario; aunque no todos; pues
cuando se esfuerza por resistir a uno, tal, vez surja otro, y también porque la
razón no puede estar siempre alerta para evitar estos movimientos.
II. Del mismo modo,
antes que la razón del hombre, en la que está el pecado mortal, sea reparada
por la gracia santificante puede evitar cada uno de los pecados mortales
durante algún tiempo, porque no es necesario que peque continuamente en acto;
pero no puede ser que permanezca durante mucho tiempo sin pecado mortal, por lo
cual dice San Gregorio: "el pecado que no es borrado prontamente por la
penitencia, atrae a otro por su propio peso".
Porque así como el
apetito inferior debe estar sometido a la razón, igualmente ésta debe someterse
a Dios y poner en él el fin de su voluntad. Y pues es necesario que todos los
actos humanos sean regulados por el fin, como por el dictamen de la razón los
movimientos del apetito inferior, se infiere de aquí que, no estando la razón
del hombre totalmente sujeta a Dios, es lógico que ocurran muchos desórdenes en
los mismos actos de la razón; porque como el hombre no tiene afirmado su
corazón en Dios, de modo que no quiera separarse de él por conseguir algún bien
o por evitar algún mal, ocurren muchas cosas. Para conseguir o evitar éstas, el
hombre se aparta de Dios despreciando sus preceptos, y así peca mortalmente;
sobre todo porque “en las cosas repentinas el hombre obra según un fin preconcebido
y conforme con el hábito preexistente” *, si bien es cierto
que por la premeditación de su razón el hombre puede obrar algo fuera del fin
preconcebido y de la inclinación del hábito.
Mas como el hombre
no puede insistir siempre en tal premeditación, no puede suceder que permanezca
mucho tiempo sin obrar según la conveniencia de su voluntad desordenada con
respecto a Dios, si la gracia no lo devuelve pronto al orden debido.
(1ª 2ae , q. CIX, a.
8)
Nota:
* Aristóteles, Ethic.,
1. 3, c. 8.
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