PRÓLOGO DEL ITINERARIO DEL ALMA A DIOS
1. En el principio invoco
al primer Principio, de quien descienden todas las iluminaciones como del Padre
de las luces, de quien viene toda dádiva preciosa y todo don perfecto, es
decir, al Padre eterno por su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, a fin de que con
la intercesión de la Santísima Virgen María, madre del mismo Dios y Señor
nuestro, Jesucristo, y con la del bienaventurado Francisco, nuestro guía y
padre, tenga a bien iluminar los ojos de nuestra mente para dirigir nuestros
pasos por el camino de aquella paz que sobrepuja a todo entendimiento. Paz que
evangelizó y dio Nuestro Señor Jesucristo, de cuya predicación fue repetidor
nuestro padre Francisco, quien en todos sus discursos, tanto al principio como
al fin, anunciaba la paz en todos sus saludos deseaba la paz, y en todas sus
contemplaciones suspiraba por la paz extática, como ciudadano de aquella
Jerusalén, de la que dice el varón aquel de la paz, que era pacífico con los
que aborrecían la paz: Pedid los bienes de la paz para Jerusalén. Porque sabía
que e trono de Salomón está asentado en la paz, según está escrito: Fijó su
habitación en la paz y su morada en Sión.
2. En vista de esto,
buscando, con vehementes deseos esta paz, a imitación del bienaventurado padre
Francisco yo pecador que, aunque indigno, soy, sin embargo, su séptimo sucesor
en el gobierno de los frailes, aconteció que a los treinta y tres años después
de la muerte del glorioso Patriarca, me retiré, por divino impulso, al monte
Alverna como a lugar de quietud, con ansias de buscar la paz del alma. Y
estando allí, a tiempo que disponía en mi interior ciertas elevaciones
espirituales a Dios, vínome a la memoria, entre otras cosas, aquella maravilla
que en dicho lugar sucedió al mismo bienaventurado Francisco, a saber: la
visión que tuvo del alado Serafín, en figura del Crucificado. Consideración en
la que me pareció al instante que tal visión manifestaba tanto la suspensión
del mismo Padre, mientras contemplaba, como el camino por donde se llega a ella.
3. Porque por las seis alas
bien pueden entenderse seis iluminaciones suspensivas, las cuales, a modo de
ciertos grados o jornadas, disponen el alma para pasar a la paz, por los
extáticos excesos de la sabiduría cristiana. Y el camino no es otro que el
ardentísimo amor al Crucificado, el cual de tal manera transformó en Cristo a
San Pablo, arrebató hasta el tercer cielo, que vino a decir: Clavado estoy en
la cruz junto con Cristo: yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que
Cristo vive en mí; amor que así absorbió también el alma de Francisco, que la
puso manifiesta en la carne, mientras, por un bienio antes de la muerte, llevó
en su cuerpo las sacratísimas llagas de la Pasión. Así que la figura de las
seis alas seráficas da a conocer las seis iluminaciones escalonadas que
empiezan en las criaturas y llevan hasta Dios, en quien nadie entra rectamente
sino por el Crucificado Y en verdad, que no entra por la puerta, sino que sube
por otra parte, el tal es ladrón y salteador. Mas quien por esta puerta
entrare, entrará y saldrá y hallará pastos. Por lo cual dice San Juan en el
Apocalipsis: Bienaventurados los que lavan sus vestiduras en la sangre del
Cordero para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las puertas de la
ciudad Como si dijera: No puede penetrar uno por la contemplación en la
Jerusalén celestial, si no es entrando por la sangre del Cordero como por la
puerta. Nadie, en efecto, está dispuesto en manera alguna para las
contemplaciones divinas que llevan a los excesos mentales, si no es, con
Daniel, varón de deseos. Y los deseos se inflaman en nosotros de dos modos: por
el clamor de la oración, que exhala en alaridos los gemidos del corazón, y por
el resplandor de la especulación, por la que el alma directísima e
intensísimamente se convierte a los rayos de la luz.
4 Por eso primeramente
invito al lector al gemido de la oración por medio de Cristo crucificado, cuya
sangre nos lava las manchas de los pecados, no sea que piense que le basta la
lección sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la
admiración, la circunspección sin la exultación, la industria sin la piedad, la
ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la
gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada.
Propongo, pues, las
siguientes especulaciones a los prevenidos de la divina gracia, a los humildes
y piadosos; los compungidos y devotos, a los ungidos con el óleo de la alegría
y amadores de la divina sabiduría e inflamados en su deseo; a cuantos
quisieren, en fin, ocuparse libremente en ensalzar, admirar y aún gustar a
Dios, dándoles a entender que poco o nada sirve el espejo puesto delante al
exterior; el espejo de nuestra alma no se hallare terso y pulido. Ejercítate,
pues, hombre de Dios en el aguijón remordedor de la conciencia, antes de elevar
los ojos a los rayos de la sabiduría que relucen en sus espejos, no suceda que
de la misma especulación de los rayos vengas a caer en una fase más profunda de
tinieblas.
5. Y plúgome dividir el
tratado en siete capítulos, anteponiendo los títulos para la mejor inteligencia
de lo que se irá diciendo. Ruego, pues, que se pondere más la intención del que
escribe que la obra, más el sentido de las palabras que lo desaliñado del
estilo, más la verdad que la graciosidad, más el ejercicio del afecto que la
instrucción del intelecto.
A fin de que así suceda, la
progresión de estas especulaciones no se ha de transcurrir superficialmente,
sino que se ha de rumiar morosamente
FIN DEL PRÓLOGO
ESPECULACIÓN DEL POBRE EN EL DESIERTO
CAPÍTULO PRIMERO
GRADOS DE LA SUBIDA A DIOS Y ESPECULACIÓN DE:
DIOS POR SUS VESTIGIOS EN EL UNIVERSO
1. Feliz el hombre que en
ti tiene su amparo; y que dispuso en su corazón, en este valle de lágrimas, los
grados para subir hasta el lugar que dispuso el Señor. No siendo la felicidad
otra cosa que la fruición del sumo bien y estando el sumo bien sobre nosotros,
nadie puede ser feliz si no sube sobre sí mismo, no con subida corporal, sino
cordial. Pero levantarnos sobre nosotros no lo podemos sino por una fuerza
superior que nos eleve. Porque por mucho que se dispongan los grados
interiores, nada se hace si no acompaña el auxilio divino. Y en verdad, el
auxilio divino acompaña a los que de corazón lo piden humilde y devotamente; y
esto es suspirar a él en este valle de lágrimas, cosa que se consigue con la
oración ferviente. Luego la oración es la madre y origen de la sobreelevación.
Por eso Dionisio en el libro De mystica theologia, queriendo instruirnos para
los excesos mentales, pone ante todo por delante la oración. Oremos, pues, y
digamos a Dios Nuestro: ¡Señor: Condúceme, Señor, por tus sendas y yo entraré
en tu verdad; alégrese mi corazón de modo que respete tu nombre!.
2. Orando, según esta
oración, somos iluminados para conocer los grados de la divina subida. Porque,
según el estado de nuestra naturaleza, como todo el conjunto de las criaturas
sea escala para subir a Dios, y entre las criaturas unas sean vestigio, otras
imagen, unas corporales otras espirituales, unas temporales, otras eviternas,
y, por lo mismo, unas que están fuera de nosotros y otras que se hallan dentro
de nosotros, para llegar a considerar el primer Principio, que es
espiritualísimo y eterno y superior a nosotros, es necesario pasar por el
vestigio, que es corporal y temporal y exterior a nosotros, - esto es ser
conducido por la senda de Dios - ; es necesario entrar en nuestra alma, que es
imagen eviterna de Dios, espiritual e interior a nosotros - y esto es entrar en
la verdad de Dios -; es necesario, por fin, trascender al eterno
espiritualísimo y superior a nosotros, mirando al primer Principio, y esto es
alegrarse en el conocimiento de Dios y en la reverencia de la majestad.
3. Esta subida, en efecto,
es la caminata de tres jornadas en la soledad; ésta es la triple iluminación de
un solo día; y ciertamente, la primera es como la tarde; la segunda, como la
mañana, y la tercera, como el mediodía; ésta dice respecto a la triple
existencia de las cosas, esto es, en la materia, en la inteligencia y en el
arte eterna, según la cual se dijo: Hágase, hizo y fue hecho; ésta dice
relación asimismo a las tres substancias que hay en Cristo, escala nuestra,
como son la corporal, la espiritual y la divina.
4. En conformidad con esta
triple progresión, nuestra alma tiene tres aspectos principales. Uno es hacia
las cosas corporales exteriores, razón por la que se llama animalidad o
sensualidad; otro hacia las cosas interiores y hacia sí misma, por lo que se
llama espíritu; y otro, en fin, hacia las cosas superiores a sí misma, y de ahí
que se le llame mente. Con estos aspectos debemos disponernos para subir a
Dios, a fin de amarle con toda la mente, con todo el corazón y con toda el
alma, en lo cual consiste la perfecta observancia de la ley y, junto con esto,
la sabiduría cristiana.
5. Y porque cada uno de
dichos modos se duplica, según se considere a Dios como alfa y omega, o se vea
a Dios en cada uno de ellos como por espejo o como en espejo, o por prestarse
cada una de estas consideraciones tanto a unirse a otra conexa como a ser
mirada en su puridad, de aquí es que sea necesario elevar a número de seis
estos grados principales, a fin de que, así como Dios completó en seis días el
universo y en el séptimo descansó, así también el mundo menor sea conducido
ordenadísimamente al descanso de la contemplación por seis grados de
iluminaciones sucesivas para significar lo cual, por seis gradas se subía al
trono de Salomón, seis alas tenían los serafines que vio Isaías, después de
seis días llamó Dios a Moisés de medio de la nube oscura, y Cristo, después de
seis días, como dice en San Mateo, llevó a los discípulos al monte y se
transfiguró ante ellos.
6. Así que, en
correspondencia con los seis grados de la subida a Dios, seis son los grados de
las potencias del alma, por los cuales subimos de lo ínfimo a lo sumo, de lo
externo a lo íntimo, de lo temporal a lo eterno, a saber: el sentido y la
imaginación, la razón y el entendimiento, la inteligencia y el ápice de la
mente o la centella de la sindéresis. Estos grados en nosotros los tenemos
plantados por la naturaleza, deformados por la culpa, reformados por la gracia;
y debemos purificarlos por la justicia, ejercitarlos por la ciencia y
perfeccionarlos por la sabiduría.
7. Porque el hombre, según
la primera institución de la naturaleza, fue creado hábil para la quietud de la
contemplación; y por eso lo puso Dios en el paraíso de las delicias. Pero,
apartándose de la verdadera luz al bien conmutable, encorvóse él mismo por la
propia culpa, y todo el género humano por el pecado original, pecado que
inficionó la humana naturaleza de dos modos, a saber: inficionando la mente con
la ignorancia y la carne con la concupiscencia; de suerte que el hombre, cegado
y encorvado yace en tinieblas y no ve la luz del cielo si no le socorre la
gracia con la justicia contra la concupiscencia, y la ciencia con la sabiduría
contra la ignorancia. Todo lo cual se consigue por Jesucristo, quien ha sido
constituido por Dios para nosotros por sabiduría y justicia y santificación y
redención. Quien, siendo la virtud y sabiduría de Dios, y siendo asimismo el
Verbo encarnado, lleno de gracia y de verdad, comunicó la gracia y la verdad: infundió,
en efecto la gracia de la caridad, la cual, por cuanto es de corazón puro, de
conciencia buena y de fe no fingida, rectifica toda el alma, según sus tres
aspectos sobredichos; y enseñó la ciencia de la verdad conforme a los tres
modos de teología: "simbólica, propia y mística", para que por la
simbólico usemos bien de las cosas sensibles; por la propia, de las cosas
inteligibles, y por la mística seamos arrebatados a los excesos supermentales.
8 Quien quisiere, pues,
subir a Dios, es necesario que evitada la culpa que deforma la naturaleza,
ejercite las sobredichas potencias naturales en la gracia que reforma, y esto
por la oración; en la justicia que purifica, y esto por la vida santa; en la
ciencia que ilumina, y esto por la meditación; en la sabiduría que perfecciona,
y esto por la contemplación. Porque así como nadie llega a la sabiduría sino
por la gracia, justicia y ciencia, así tampoco se llega a la contemplación sino
por la meditación perspicaz, vida santa y oración devota. Y así como la gracia
es el fundamento de la rectitud de la voluntad y de la perspicua ilustración de
la razón, así también primero debemos orar, luego subir santamente y, por
último, concentrar la atención en los espectáculos de la verdad, y
concentrándola en ellos subir gradualmente hasta el excelso monte donde se ve
al Dios de los dioses en Sión.
9. Y porque en la escala de
Jacob antes es subir que bajar, coloquemos en lo más bajo el primer grado de la
subida, poniendo todo este mundo, sensible para nosotros, como un espejo, por
el que pasemos a Dios, artífice supremo, a fin de que seamos verdaderos hebreos
que pasan de Egipto a la tierra tantas veces prometida, verdaderos cristianos
que con Cristo pasan de este mundo al Padre y, además, verdaderos amadores de
la sabiduría, que llama y dice: Pasaos a mí todos los que me deseáis y saciaos
de mis frutas. Porque de la grandeza y hermosura de las cosas creadas se puede
a las claras venir en conocimiento del Creador.
10. Y en verdad reluce en
las cosas creadas la suma potencia, la suma sabiduría y la suma benevolencia
del Creador, conforme lo anuncia el sentido de la carne al sentido interior por
tres modos. El sentido de la carne, en efecto, sirve al entendimiento que
investiga racionalmente, o al que cree firmemente, al que contempla
intelectualmente. El entendimiento que contempla considera la existencia actual
de las cosas; el que cree, el decurso habitual de las cosas, y el que razona,
el valor de la excelencia potencial de las cosas.
11. En el primer modo, el
aspecto del entendimiento que contempla, considerando las cosas en sí mismas,
ve en ellas el peso, el número y la medida; el peso respecto al sitio a que se
inclinan, el número por el que se distinguen y la medida por la que se limitan.
Y así ve en ellas el modo la especie y el orden, y además la substancia, la
potencia y la operación. De lo cual, como de un vestigio, puede el alma
levantarse a entender la potencia, la sabiduría y la bondad inmensa del
Creador.
12 En el segundo modo, el
aspecto del entendimiento que cree, considerando este mundo, atiende al origen,
al decurso y al término. Pues por la fe creemos que la Palabra de Vida formó
los siglos; por la fe creemos que los tiempos de las tres leyes, a saber: de la
naturaleza, de la Escritura y de la gracia, suceden unos a otros y transcurren
ordenadísimamente; por la fe creemos, por último, que el mundo ha de terminar
por el juicio final, echando de ver en lo primero la potencia del sumo
Principio, en lo segundo su providencia y en lo tercero su justicia.
13. En el tercer modo, el
aspecto del entendimiento que investiga racionalmente, ve que algunas cosas
sólo existen; que otras existen y viven; que otras existen, viven y disciernen;
y que las primeras son ciertamente inferiores, las segundas intermedias y las
terceras mejores. Ve, en segundo lugar, que unas cosas son corporales, otras
parte corporales y parte espirituales; de donde infiere que hay otras meramente
espirituales, mejores y más dignas que entrambos. Ve además que algunas cosas
son mudables y corruptibles, como las terrestres; que otras son mudables e
incorruptibles, como las celestes; por donde colige que hay otras inmutables e
incorruptibles, como las sobrecelestes.
Luego de estas cosas
visibles se levanta el alma a considerar la potencia, la sabiduría y la bondad
de Dios como existente, viviente e inteligente, puramente espiritual,
incorruptible e inmutable.
14. Y dilátase esta
consideración conforme a siete condiciones de las criaturas, que son siete
testimonios de la potencia, sabiduría y bondad divina, si se considera el
origen, la grandeza, la multitud, la hermosura, la plenitud, la operación y el
orden de todas las cosas. El origen de las cosas, en efecto, en cuanto se
refiere a la creación, distinción y ornato de la obra de los seis días, predica
la divina potencia que las sacó de la nada, la divina sabiduría que las
distinguió claramente y la divina bondad que las adornó largamente. Y la
grandeza de las cosas, en su mole de longitud, latitud y profundidad, en la
excelencia de su virtud que a lo largo, a lo ancho y a lo profundo se extiende
como se ve en la difusión de la luz; en la eficacia de la operación íntima,
continua y difusiva, cual se hace patente en la acción del fuego, indica de
manera manifiesta la inmensidad de la potencia, sabiduría y bondad del Dios
trino, quien existe incircunscrito en todas las cosas por potencia, por
presencia y por esencia. La multitud de las cosas, en su diversidad de géneros,
especies e individuos, en cuanto a la substancia, a la forma o figura y a la
eficacia superior a todo cálculo o apreciación humana, insinúa y aun muestra
claramente la inmensidad de los tres mencionados atributos que en Dios existen.
Y la hermosura de las cosas, en la variedad de luces, figuras y colores que se
hallan, ora en los cuerpos simples, ora en los mixtos, ora en los organizados,
tales como los cuerpos celestes y minerales, piedras y metales, plantas y
animales, con evidencia proclaman los tres predichos atributos. La plenitud de
las cosas, por cuanto la materia está llena de formas, según las razones
seminales, la forma llena de virtud según la potencia activa y la virtud llena
de efectos. según la eficiencia, declara lo mismo de modo manifiesto. La
operación múltiple, según sea natural, artificial y moral con su variedad,
multiplicada en extremo, demuestra la inmensidad de aquella virtud, arte y
bondad, que es ciertamente para todos "la causa de existir, la razón de
conocer y el orden de vivir". En el libro de las criaturas el orden
considerado según la duración, situación e influencia, es decir, por razón de
lo anterior y de lo posterior, de lo superior y de lo inferior, de lo más noble
y de lo más innoble, da a entender manifiestamente la primacía, la sublimidad y
la dignidad del primer Principio en cuanto a la infinitud de su poder en el libro
de la Escritura da a entender el orden de las leyes, preceptos e inicios
divinos: la inmensidad de su sabiduría; y en el en el cuerpo de la Iglesia, el
orden de los sacramentos, beneficios y retribuciones, la inmensidad de su
bondad de suerte que el orden mismo nos lleva de la mano con toda evidencia al
que es primero y sumo, potentísimo, sapientísimo y óptimo.
15. Luego, el que con
tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra, está ciego: el que con
tantos clamores no se despierta, está sordo; el que por todos estos efectos no
alaba a Dios, ése está mudo; el que con tantos indicios no advierte el primer
Principio, ese tal es necio Abre, pues, los ojos, acerca los oídos
espirituales. despliega los labios y aplica tu corazón para en todas las cosas
ver, oír, alabar, amar y reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios, no sea que
todo el mundo se levante contra ti. Pues a causa de esto todo el mundo peleará
contra los insensatos siendo, en cambio, motivo de gloria para los sensatos,
que pueden decir con el Profeta: Me has recreado, oh Señor, con tu obras, y al
contemplar las obras de tus manos salto de alegría, oh Señor. Cuán grandes son
tus obras, Señor; todo los has hecho sabiamente; llena está la tierra de
riquezas.
CAPITULO II
ESPECULACIÓN DE DIOS EN LOS VESTIGIOS QUE HAY
DE ÉL EN ESTE MUNDO SENSIBLE
1. Mas, como, en relación
al espejo de las cosas sensibles, nos sea dado contemplar a Dios no sólo por
ellas como por vestigios, sino también en ellas por cuanto en ellas esté por
esencia, potencia y presencia; y, además, como esta manera de considerar sea
más elevada que la precedente; de ah es que la tal consideración ocupa el
segundo lugar como segundo grado de la contemplación, que nos ha de llevar de
la mano a contemplar a Dios en todas las criaturas, la, cuales entran en
nuestra alma por los sentidos corporales.
2. Se ha de observar, pues,
que este mundo, que se dice macrocosmos, entra en nuestra alma, que se dice
mundo menor, por las puertas de los cinco sentidos, a modo de aprehensión,
delectación y juicio de las cosas sensibles. La razón es manifiesta: hay,
efectivamente, en el mundo seres generadores, seres generados y seres que
gobiernan a entrambos. Generadores son los cuerpos simples, a saber: los
cuerpos celestes y los cuatro elementos. Porque, en virtud de la luz que
concilia la oposición de los elementos en los mixtos, de los elementos tienen
que ser engendrados y producidos cuantos seres se engendran y producen por la
operación de la virtud natural. Generados son los cuerpos compuestos de elementos,
tales como los minerales, los vegetales, los animales y los cuerpos humanos.
Los seres que tanto a éstos como a aquellos gobiernan son las substancias
espirituales, ora las totalmente unidas a la materia, como las almas de los
brutos, ora las que están unidas a ella, pero de modo separable, como los
espíritus racionales, ora las absolutamente separadas de ella, como son los
espíritus celestiales, a quienes los filósofos llamaron inteligencias y
nosotros llamamos ángeles. A ellos es a quienes compete, según los filósofos,
mover los cuerpos celestes y se les atribuye, por lo mismo, la administración
del universo, dado que reciben de la primera causa, que es Dios, la virtud
influyente que transmiten en conformidad con la obra del gobierno que se relaciona
con la consistencia natural de las cosas. Mas a ellos se atribuye, según los
teólogos, el gobierno del universo, a las órdenes del Dios sumo, en cuanta a
las obras de la reparación, por cuya razón se llaman espirituales, enviados en
favor de aquellos que deben ser los herederos de la salud.
3. Ahora bien, el hombre,
que se dice mundo menor tiene cinco sentidos como cinco puertas, por las cuales
entra a nuestra alma el conocimiento de todas las cosas que existen en el mundo
sensible. En efecto, por la vista entran los cuerpos sublimes, los luminosos y
los demás colorados, por el tacto, los cuerpos sólidos y terrestres; por los
sentidos intermedios, los cuerpos intermedios, como los acuosos por el gusto,
los aéreos por el oído, y por el olfato loa evaporables que tienen algo de la
naturaleza húmeda, algo de la aérea y algo de la ígnea o caliente, como es de
ver en el humo que de los aromas se desprende.
Entran, digo, por estas
puertas tanto los cuerpos simples como los compuestos, que son los mixtos. Mas como
por el sentido percibimos no sólo lo sensible particular, como son la luz, el
sonido, el olor, el sabor y las cuatro cualidades primarias que aprehende el
tacto, sino también lo sensible común, como el número, la grandeza, la figura,
el reposo y el movimiento; y como "todo lo que se mueve se mueve por
otro", y seres hay que por sí mismos se mueven y reposan, como son los
animales: cuando por estos cinco sentidos aprehendemos los movimientos de los
cuerpos, somos llevados, como de la mano al conocimiento de los motores
espirituales, como por el efecto al conocimiento de la causa.
4. Por la aprehensión, en
efecto, entra en el alma todo el mundo sensible en cuanto a los tres géneros de
cosas. Y estas cosas sensibles y exteriores son las que primero entran en el
alma por las puertas de los cinco sentidos; entran, digo, no por sus
substancias, sino por sus semejanzas, formadas primeramente en el medio, y del
medio en el órgano exterior, y del órgano exterior en el órgano interior, y de
éste en la potencia aprehensiva; y de esta manera la formación de la especie en
el medio y del medio en el órgano y la conversión de la potencia aprehensiva la
especie hace aprehender todo cuanto el alma aprehende exteriormente.
5. Y esta aprehensión, si
lo es de alguna cosa conveniente, sigue la delectación. Deléitase, en efecto,
el sentido en el objeto, percibido mediante su semejanza abstracta o por razón
de hermosura, como en la vista, o por razón de suavidad, como en el olfato y
oído, o por razón de salubridad, como en el gusto y tacto - hablando apropiada
mente -. Y aun si la delectación existe, existe a causa de la proporción. Mas
porque la especie tiene razón de forma virtud y operación, según haga
referencia al principio de que emana, al medio por que pasa y al término en que
obra de aquí es que la proporción o se considera en la semejanza, en cuanto
tiene razón de especie o forma, y así se dice hermosura, no siendo la hermosura
otra cosa que una igualdad armoniosa, o también no siendo otra cosa que cierta
disposición de partes con suavidad de color; o se considere en cuanto tiene
razón de potencia o virtud, y así se dice suavidad, pues entonces la potencia
activa no excede improporcionalmente la potencia receptiva, sufriendo el
sentido en lo extremado y deleitándose en lo moderado; o se considera, en
cuanto tiene razón de eficacia y de impresión, la cual entonces es proporcional
cuando el agente, al causar la impresión, colma la indigencia del paciente, y
esto es sanarlo y nutrirlo, como aparece principalmente en el gusto y tacto. Y
así por la delectación entran en el alma los objetos exteriores que deleitan,
mediante sus semejanzas, según los tres modos de delectación.
6. Después de la
aprehensión y de la delectación, fórmase el juicio, por el que no sólo se juzga
si esto es blanco o negro - porque esto pertenece al sentido particular - o si
es saludable o nocivo lo cual pertenece al sentido interior -, sino también se
juzga y se da cuenta de por qué tal cosa deleita, acto en que se inquiere la
razón de la delectación que del objeto se recibe en el sentido. Y esto ocurre
cuando se indaga la razón de lo hermoso, de lo suave y de lo saludable,
resultando no ser otra que una proporción de igualdad. Pero esta razón de
igualdad es la misma tanto en las cosas grandes como en las pequeñas, no se
extiende con las dimensiones, ni pasa con las cosas transitorias, ni se altera
con las mudanzas; pues abstrae de lugar, de tiempo y de cambios y viene a ser
por lo mismo inmutable, incircunscriptible, interminable y enteramente
espiritual. De donde el juicio es una operación que, depurando y abstrayendo la
especie sensible, sensiblemente recibida por los sentidos, la hace entrar en la
potencia intelectiva. Y así todo este mundo tiene entrada en el alma por las
puertas de los sentidos, conforme a las tres operaciones mencionadas.
7. Y todas estas cosas son
vestigios donde podemos investigar a nuestro Dios. Porque siendo la especie que
se aprehende semejanza engendrada en el medio e impresa después en el órgano, y
llevándonos, en virtud de la impresión, al principio de donde nace, es decir,
al conocimiento del objeto, nos da a entender de modo manifiesto no sólo que
aquella luz eterna engendra de sí una semejanza o esplendor coigual,
consubstancial y coeterno, sino también que aquel que es imagen del invisible,
esplendor de su gloria y figura de su substancia, existente en todas partes por
su generación primera, el objeto engendra su semejanza en todo medio, se une
por la gracia de la unión - la especie se une al órgano corporal - a un
individuo de la naturaleza racional para reducirnos mediante tal unión al Padre
como a fontal principio y objeto. Luego todas las cosas cognoscibles, teniendo
como tienen la virtud de engendrar la especie de sí mismas, proclaman con
claridad que en ellas, como en espejos, puede verse la generación eterna del
Verbo, Imagen e Hijo que del Dios Padre emana eternalmente.
8. De igual modo, la
especie que deleita como hermosa, suave y saludable, da a conocer que existe la
primera hermosura, suavidad y salubridad en aquella primera especie, donde hay
suma proporción e igualdad respecto al engendrador, suma virtud que se intima
no por fantasmas sino por la verdad de la aprehensión, suma impresión que sana
satisface y expele toda indigencia en el aprehensor. Por lo tanto, si la delectación
"es la unión de un conveniente con su conveniente", si la semejanza
que se engendra de sólo Dios tiene la razón de lo sumamente hermoso, sumamente
suave y sumamente saludable, y se une, según la verdad, según la intimidad y
según la plenitud que llena toda capacidad, se ve claramente que en sólo Dios
está la delectación fontal y verdadera y que todas las delectaciones nos llevan
de la mano a buscar aquella.
9. Pero de un modo más
excelente y más inmediato nos lleva el juicio a especular con más certeza la
eterna verdad. Porque si el juicio ha de hacerse por razones que abstraen del
lugar, tiempo y mutabilidad y, por lo mismo de la dimensión, sucesión y mudanza;
si ha de hacerse por razones inmutables, incircunscriptibles e interminables;
si nada hay, en efecto, del todo inmutable, ni incircunscriptible ni
interminable, sino lo que es eterno; si todo cuanto el eterno es Dios o está en
Dios; si cuantas cosas ciertamente juzgamos, vuelvo a decir, por esas razones
las juzgamos; cosa manifiesta es que Dios viene a resultar la razón de todas
las cosas y la regla infalible y la luz de la verdad, luz donde todo lo creado
reluce de modo infalible, indeleble, indubitable, irrefragable, incoartable,
inapelable, interminable, indivisible e intelectual. Por tanto, aquellas leyes
por las que juzgamos con toda certeza de todas las cosas sensibles que a
nuestra consideración vienen, por lo mismo que son infalibles e indubitables
para el entendimiento del que las aprehende, indelebles de la memoria del que
las recuerda, irrefragables e inapelables para el entendimiento del que las
juzga, pues al decir de San Agustín, "nadie juzga a ellas, sino por
ellas", menester es que sean inmutables e incorruptibles como necesarias,
incoartables como incircunscritas, interminables como eternas, y por eso
indivisibles como intelectuales e incorpóreas, no hechas, sino increadas, tales
que existen eternalmente en el arte eterna, por la cual, mediante la cual y
según la cual reciben la forma todas las cosas, plenamente informadas; y por
eso ni juzgarse pueden éstas con toda certeza, sino por aquella arte eterna, la
cual es la forma que no sólo todo lo produce, sino que todo lo conserva y todo
lo distingue como ser que tiene la primacía de la forma entre todas las cosas y
como regla que todas las dirige y por la que nuestra alma juzga cuanto en ella
entra por los sentidos.
10. Dilátase esta
especulación considerando siete diferencias de números por los cuales, como por
siete grados, se sube a Dios, según lo demuestra San Agustín en el libro De
vera Religione y en el sexto De Musica, donde asigna las diferencias de números
que van subiendo gradualmente desde estas cosas sensibles hasta el supremo artífice
de todas, para que en todas sea visto Dios.
Dice, pues, que hay números
en los cuerpos, y, sobre todo, en los sonidos y en las voces, y los llama
sonantes que hay números abstraídos de éstos y recibidos en los sentidos, y los
llama ocurrentes; que hay números que proceden del alma al cuerpo, como se ve
en las gesticulaciones y en las danzas, y los llama progresivos; que hay
números en la delectación de los sentidos, por la conversión de la intención a
la especie sensible, y los llama sensuales que hay números retenidas en la
memoria, y los llama me memoriales; que, por último, hay números por los que de
todos estos números juzgamos, y los llama judiciales. Los cuales, como queda
dicho, por necesidad están por encima del alma, siendo como son infalibles e
indiscutibles. Estos son los que imprimen en nuestra alma los números
artificiales, que, sin embargo, no los enumera San Agustín en la clasificación
mencionada por estar conexos con los judiciales; de los judiciales es de donde
emanan los números progresivos, de los que se producen numerosas formas di
artefactos, a fin de que de los números supremos se descienda ordenadamente,
pasando por los medios, hasta los que son ínfimos. Subimos también por grados a
los números supremos, empezando desde los sonantes, por medio de los
ocurrentes, sensuales y memoriales.
Como sean, pues, bellas
todas las cosas y, en cierta manera deleitables, y como no exista delectación
ni hermosura sin la proporción, que consiste primariamente en los números, es
necesario que todas las cosas sean numerosas y, por lo mismo, el número es el
ejemplar príncipe en la mente del Creador; y en las cosas el principal vestigio
que nos lleva a la Sabiduría. Vestigio que, por ser evidentísimo para todos y
cercanísimo a Dios, a Dios nos conduce muy de cerca como por siete diferencias
o grados y, al aprehender las cosas numerosas, deleitarnos en las proporciones
numerosas y juzgar irrefragablemente por las leyes de proporciones numerosas,
hace que le conozcamos en los seres corporales, sujetos a los sentidos.
11. De los dos grados
primeros que nos han llevado de la mano a especular a Dios en sus vestigios a
modo de las dos alas que descendían cubriendo los pies, bien podemos colegir
que todas las criaturas de este mundo sensible llevan al Dios Eterno el
espíritu del que contempla y degusta, por cuanto son sombras, resonancias y
pintura de aquel primer Principio, poderosísimo, sapientísimo y óptimo, de
aquel origen, luz y plenitud eterna y de aquella arte eficiente, ejemplante y
ordenante; son no solamente vestigios, simulacros y espectáculos puestos ante
nosotros para cointuir a Dios, sino también signos que, de modo divino, se nos
han dado; son, en una palabra, ejemplares o, por mejor decir, copias propuestas
a las almas todavía rudas y materiales para que de las cosas sensibles que ven
se trasladen a las cosas inteligibles como del signo a lo significado.
12. Porque, en verdad, las
criaturas de este mundo sensible significan las perfecciones invisibles de
Dios; en parte, porque Dios es el origen, el ejemplar y el fin de las cosas
creadas y porque todo efecto es signo de la causa, toda copia lo es del
ejemplar, todo camino lo es del fin al que conducen; en parte por
representación propia, en parte por la prefiguración profética, en parte por
operación angélica y en parte por institución sobreañadida. Y es que toda
criatura, por su naturaleza, es como una efigie o similitud de la eterna
Sabiduría; pero lo es especialmente aquella que, en la Sagrada Escritura, se
tomó, por espíritu de profecía para prefigurar las cosas espirituales; mas
especialmente aquellas criaturas en cuya figura quiso Dios aparecer por
ministerio de los ángeles y, especialísimamente, por fin, aquella que quiso
fuese instituida para significar, la cual no sólo tiene razón de signo común,
sino también de signo sacramental.
13. De todo esto se colige
que las perfecciones invisibles de Dios, desde la creación del mundo, se han
hecho intelectualmente visibles por las creaturas de este mundo; tanto, que son
inexcusables los que no quieren considerarlas, ni conocer, ni bendecir, ni amar
a Dios en todas ellas siendo así que no quieren trasladarse de las tinieblas a
la admirable luz divina. A Dios, pues, las gracias por nuestro Señor
Jesucristo, quien nos trasladó de las tinieblas a su luz admirable, por cuanto
estas luces que exteriormente se nos han dado nos disponen para entrar de nuevo
en el espejo de nuestra alma, en el que relucen las perfecciones divinas.
CAPITULO III
ESPECULACIÓN DE DIOS POR SU IMAGEN IMPRESA EN
LAS POTENCIAS NATURALES
1. Y porque los dos grados
predichos, guiándonos a Dios por los vestigios suyos, por los cuales reluce El
en todas las criaturas, nos llevaron de la mano hasta entrar de nuevo en
nosotros, es decir, a nuestra mente, donde reluce la divina imagen; de ahí es que,
llegados ya al tercer grado, entrando en nosotros mismos, como si dejáramos el
atrio del tabernáculo, en el santo, esto es, en su parte interior es donde
debemos procurar ver a Dios por espejo: allí donde, a manera de candelabro,
reluce la luz de la verdad en la faz de nuestra mente, en la cual resplandece,
por cierto, la imagen de la beatísima Trinidad.
Entra, pues, en tí mismo y
observa que tu alma se ama ardentísimamente a sí misma; que no se amara, si no
se conociese; que no se conociera, si de sí misma no se recordase, pues nada
entendemos por la inteligencia que no esté presente en nuestra memoria, y con
esto adviertes ya, no con el ojo de la carne, sino con el ojo de la razón, que
tu alma tiene tres potencias. Considera, pues, las operaciones y las habitudes
de estas tres potencias y podrás ver a Dios por ti, como por imagen, lo cual es
verlo como por un espejo y bajo imágenes oscuras.
2. Y en verdad, la
operación de la memoria es retener y representar no sólo las cosas presentes,
corporales y temporales, sino también las sucesivas, simples y sempiternas.
Pues retiene la memoria las cosas pasadas por la recordación, las presentes por
la suscepción, las futuras por la previsión. Retiene también las cosas simples,
cuales son los principios de la cantidad, ya discreta, ya continua, como el
punto, el instante y la unidad, sin los cuales nada es posible recordar o
pensar cuanto de ellos tienen principio. Retiene asimismo, los principios y los
axiomas de las ciencias no sólo como eternos, sino también de modo eterno,
pues, como uno use de la razón, nunca puede olvidarlos, de manera que en
oyéndolos, no les preste asentimiento; y esto no como si empezara a
comprenderlos entonces, sino reconociendo. los cual si le fueran connaturales y
familiares, cosa que se hace patente, proponiendo a uno principios como éstos:
"De cualquier ser o se afirma o se niega"; o también: "El toda
es mayor que su parte", u otro axioma cualquiera al que no es posible
contradecir por ser evidente en si mismo. Por lo tanto, a causa de la primera
retención actual de las cosas temporales, a saber: de las pasadas, presentes y
futuras, la memoria es una imagen de la eternidad, cayo presente indivisible se
extiende a todos los tiempos. Por la segunda retención se ve que la memoria
está posibilitada para ser informada no sólo del exterior por los fantasmas,
sino también de arriba, recibiendo las formas simples que no pueden entrar por
las puertas de los sentidos ni por las representaciones de objetos sensibles.
Por la tercera retención tenemos que posee ella presente a si misma una luz
inmutable, en la cual recuerda verdades invariables. Y así, mediante las
operaciones de la memoria, está claro que el alma es imagen y semejanza divina,
tan presente a sí misma como presente a Dios, a quien conoce en acto, aunque
sólo en potencia sea capaz de poseerlo y de ser partícipe suyo.
3. La operación de la
virtud intelectiva está en conocer el sentido de los términos, proposiciones e
ilaciones. Entonces, en efecto, conoce el entendimiento los significados de los
términos cuando viene a comprender por definición a cada uno de ellos. La
definición, empero, ha de darse por términos más generales, y éstos han de
definirse por otro, más generales todavía hasta llegar a los supremos y
generalísimos, ignorados los cuales, no pueden entenderse los términos
inferiores por vía de definición. De manera que sin conocer el ser por sí, no
se puede conocer plenamente la definición de una substancia particular
cualquiera. Tampoco puede ser conocido el ser por sí sin conocerlo con sus
propiedades, que son: unidad, verdad y bondad. Y como el ser pueda concebirse
como ser diminuto y como ser completo, como ser perfecto y como ser imperfecto.
como ser en potencia y como ser en acto, como ser "secundum quid" y
como ser "simpliciter", como ser parcial y como ser total, como ser
transeúnte y como ser permanente, como ser por otro y como ser por sí mismo,
como ser mezclado de no ser y como ser puro, como ser dependiente y como ser
absoluto, como ser anterior y como ser posterior, como ser mudable y como ser
no mudable, como ser simple y como ser compuesto; y como en manera alguna
puedan conocerse las negaciones y los defectos si no es por las afirmaciones:
cosa clara es que nuestra inteligencia no llega, por análisis, al conocimiento plenario
de alguno de los seres creados, a no ser ayudada del conocimiento del ser
purísimo, completísimo y absoluto, el cual es el ser "simpliciter" y
eterno, ser en quien se hallan las razones de todas las cosas en su puridad. Y,
de otra suerte, ¿cómo pudiera conocer la inteligencia que tal cosa es
defectuosa e incompleta si ningún conocimiento tuviese del ser exento de todo
defecto? Y procédase de esta manera en las demás condiciones ya tratadas.
Y entonces se dice, con
toda verdad, que el entendimiento comprende el sentido de las proposiciones
cuando sabe con certeza que son verdaderas, y saber esto es saber que no puede
engañarse en tal comprensión. Sabe, en efecto, que tal verdad no puede ser de
otra manera, sabiendo como sabe que esa verdad es inmutable. Pero, por ser
mudable nuestra mente, no puede ver la verdad reluciendo tan inmutablemente si
no es en virtud de otra luz que brilla de modo inmutable del todo, la cual es
imposible sea criatura sujeta a mudanzas. Luego la conoce en aquella luz que
alumbra a todo hombre que viene a este mundo, la cual es la luz verdadera y el
Verbo que en el principio estaba en Dios.
Pero nuestro entendimiento
entonces percibe, con toda verdad, el sentido de una ilación cuando ve que la
conclusión se sigue necesariamente de las premisas, lo cual no sólo ve en los
términos necesarios, sino también en los cotingentes; como, por ejemplo: si el
hombre corre, el hombre se mueve. Y esta relación necesaria la percibe no sólo
en las cosas existentes, sino también en las no existentes. Pues así como,
existiendo el hombre, se sigue la conclusión si el hombre corre, el hombre se
mueve, así también se sigue lo mismo, aunque el hombre no exista. Pero la
necesidad de semejante ilación no viene de la existencia del ser en la materia,
porque tal existencia es contingente; ni de la existencia de las cosas en el
alma, ya que afirmarla en el alma, no existiendo realmente, vendría a ser una
ficción: luego viene de aquella ejemplaridad del arte eternal, en la cual
tienen las cosas aptitud y relación mutua, conforme está representadas en el
arte eterna. Y es que, como dice San Agustín en el libro De vera Religione, la
luz del que verdaderamente razona se enciende por aquella verdad y brega por
llegar a ella. Por donde se ve a las claras cuán unido está nuestro
entendimiento a la verdad eterna, pues nada verdadero puede conocer sino
enseñado por ella. Con que por ti mismo puedes ver la verdad que te enseña,
como las concupiscencias e imaginaciones no te lo impidan, interponiéndose como
niebla entre ti y el rayo de la verdad.
4. Y la operación de la
virtud electiva se echa de ver en el consejo, en el juicio y en el deseo. El
consejo consiste en inquirir cuál sea lo mejor, esto o aquello. Pero nada se
dice lo mejor sino por acceso a lo óptimo, y el acceso a lo óptimo consiste en
la mayor semejanza; luego nadie sabe si una cosa es mejor que otra sin saber
que se asemeja más a lo óptimo. Pero nadie sabe que una cosa es más semejante a
otra sin conocer ésta, como que no sé si tal es semejante a Pedro sin saber o
conocer quién es Pedro; luego en todo el que inquiere cuál sea lo mejor está
impresa necesariamente la noción del sumo Bien.
Y el juicio cierto de las
cosas, sujetas al consejo, viene de una ley. Nadie, en efecto, juzga con
certeza en virtud de la ley si no está cierto no sólo de que la ley es recta,
sino también de que no debe juzgarla; pero nuestra mente juzga de sí misma, y
como no pueda juzgar de la ley, por la cual precisamente juzga, síguese que esa
ley es superior a nuestra mente y que ésta juzga por aquella, según la lleva
impresa en sí misma. Es así que nada hay superior a la mente humana sino Aquel
que la hizo: luego nuestra potencia deliberativa, cuando juzga y resuelve hasta
el último análisis, viene a tocar en las leves divinas.
El deseo, por último,
versa, ante todo, sobre aquello que sumamente lo mueve. Sumamente mueve lo que
suma. mente se ama; pero ámase sumamente ser feliz, y ser feliz no se consigue
sino poseyendo lo óptimo y el fin último: luego nada apetece el humano deseo
sino el sumo bien o lo que dice orden al sumo bien, o lo que tiene apariencia
del sumo bien. Tanta es la eficacia del sumo bien que, si no es por su deseo,
nada puede amar la criatura, la cual se engaña y cae en error precisamente
cuando toma por realidad no que no es sino efigie y simulacro del sumo bien.
Ve por aquí cuán próxima a
Dios está el alma y cómo la memoria nos lleva a la eternidad, la inteligencia a
la verdad y la potencia electiva a la suma bondad, según sus respectivas
operaciones.
5. Y si consideramos el
orden, el origen y la virtud de estas potencias, el alma nos lleva a la misma
beatísima Trinidad. Porque de la memoria nace la inteligencia como prole suya,
pues entonces entendemos cuando la similitud, presente en la memoria, reverbera
en el ápice del entendimiento, de donde resulta el verbo mental; y de la
memoria y de la inteligencia se exhala el amor como nexo de entrambos Estas
tres cosas - mente generadora, verbo y amor - están en correspondencia con la
memoria, inteligencia y voluntad potencias que son consubstanciales, coiguales
y coetáneas compenetrándose en mutua inexistencia. Siendo, pues, Dio, espíritu
perfecto, tiene memoria, inteligencia y voluntad tiene, asimismo, no sólo su
Verbo engendrado, sino también su Amor espirado, los cuales se distinguen
necesariamente por producirse el uno del otro, no por producción esencial n por
producción accidental, sino por producción personal. Considerándose, pues, el
alma a sí misma, de si misma como por espejo se eleva a especular a la santa
Trinidad del Padre, del Verbo y del Amor, trinidad de personas tan coeternos,
tan coiguales y tan consubstanciales que cada una de ellas está en cada una de
las otras, no siendo, sin embargo, una persona la otra, sino las tres un solo
Dios.
6. A esta especulación que el
alma tiene de su principio uno y trino, mediante sus potencias, trinas en
número, por las que es imagen de Dios, la ayudan las luces de las ciencias,
luces que la perfeccionan e informan y representan la beatísima Trinidad de
tres maneras. Pues se ha de saber que toda la filosofía o es natural, o
racional, o moral. La primera trata de la causa del existir, y por eso lleva a
la potencia del Padre; la segunda, de la razón del entender, y por eso lleva a
la sabiduría del Verbo, y la tercera, del orden del vivir, y por eso lleva a la
bondad del Espíritu Santo.
Además, la primera - la
filosofía natural - se divide en metafísica, matemática y física. De las cuales
la una versa sobre las esencias de las cosas, la otra sobre los números y
figuras, la tercera sobre las naturalezas, virtudes y operaciones difusivas. Y
así, la primera nos lleva al primer Principio, que es el Padre; la segunda a su
imagen, que es el Hijo: la tercera al don, que es el Espíritu Santo.
La segunda - la filosofía
racional - se divide en gramática, que hace a los hombres capaces para
expresarse; la lógica, que los hace agudos para argüir, y en retórica, que los
hace valientes para mover o persuadir. Lo cual insinúa también el misterio de
la misma beatísima Trinidad.
La tercera - la filosofía
moral - se divide en monástica doméstica y política. De ahí que la primera
insinúe la innascibilidad del primer Principio, la segunda la familiaridad del
Hijo y la tercera la liberalidad del Espíritu Santo.
7. Todas estas ciencias
tienen sus reglas ciertas e infalibles como luces y rayos que descienden de la
ley eterna a nuestra mente. Por eso nuestra mente, irradiada y bañada en tantos
esplendores, de no estar ciega, puede ser conducida por la consideración de si
misma a la contemplación de aquella luz eterna. Y en verdad, la irradiación y
consideración de semejante luz suspende a los sabios en admiración y, por el
contrario, turba a los necios, cumpliéndose así lo que dijo el Profeta:
Iluminando Tú maravillosamente desde los montes eternos, quedaron perturbados
los de corazón insensato.
CAPÍTULO IV
ESPECULACIÓN DE DIOS EN SU IMAGEN, REFORMADA
POR LOS DONES GRATUITOS
1. Mas porque acontece
contemplar al primer Principio no sólo pasando por nosotros, sino también
quedando en nosotros, y esto - lo segundo - es más excelente que lo primero,
por eso esta manera de considerar obtiene el cuarto grado de la contemplación.
Extraña cosa parece, por cierto, que, habiendo demostrado cuán cerca está Dios
de nuestras almas, sea de tan pocos especular en sí mismos al primer Principio.
Pero la razón es obvia: distraída el alma con los cuidados, no entra en sí
misma por la memoria; anublada con los fantasmas de la imaginación, no regresa
a sí misma por la inteligencia, y seducida por las concupiscencias, no vuelve a
sí misma por el deseo de la suavidad interior ni por el de la alegría
espiritual. Por eso, postrada enteramente en estas cosas sensibles, no puede
entrar de nuevo en sí misma como en imagen de Dios.
2. Y porque, donde uno cae,
allí debe necesariamente estar tendido si no hay quien le dé la mano y le ayude
a volver a levantarse; no pudiera nuestra alma elevarse perfecta mente de las
cosas sensibles a la cointuición de sí propia y de la eterna Verdad en sí misma
si la Verdad, tomando la forma humana en Cristo, no se hubiera constituido en
escala, reparando la escala primera que se quebrara en Adán.
De aquí es que, por muy
iluminado que uno esté por la luz de la razón natural y de la ciencia
adquirida, no puede entrar en sí para gozarse en el Señor si no es por medio de
Cristo, quien dice: Yo soy la puerta. El que por mi entrare se salvará, y
entrará, y saldrá, y hallará pastos. Mas a esta puerta no nos acercamos sino
creyéndole, esperándole, amándole. Por lo tanto, si queremos entrar de nuevo en
la fruición de la Verdad, como en otro paraíso, es necesario que ingresemos
mediante la fe, esperanza y caridad del mediador entre Dios y los hombres,
Cristo Jesús, quien viene a ser el árbol de la vida plantado en medio del
paraíso.
3. De aquí es que la imagen
de nuestra alma ha de re. vestirse con las tres virtudes teologales que la
pacifican, iluminan y perfeccionan; y de esta manera, la imagen queda reformada
y hecha conforme a la Jerusalén de arriba y miembro de la Iglesia militante, la
cual es, según el Apóstol, hija de la Jerusalén celestial. Porque dijo así:
Aquella Jerusalén que está arriba es libre, la cual es madre de todos nosotros.
El alma, pues, que cree, espera y ama a Jesucristo, que es el Verbo encarnado,
increado e inspirado, esto es, camino, verdad y vida, al creer por la fe en
Cristo, en cuanto es Verbo increado, palabra y esplendor del Padre, recupera el
oído y la vista espiritual; el oído, para recibir las palabras de Cristo; la
vista, para mirar con atención los esplendores de su luz. Y al suspirar por la
esperanza para recibir al Verbo inspirado recupera, mediante el deseo y el
afecto, el olfato espiritual. Cuando por la caridad abraza al Verbo encarnado,
recibiendo de El delectación y pasando a El por el amor extático, recupera el
gusto y el tacto. Recuperados los sentidos espirituales, mientras ve y oye,
huele, gusta y abraza a su esposo, puede ya cantar como la esposa en el Cantar
de los cantares, compuesto para el ejercicio de la contemplación en este cuarto
grado, que nadie la alcanza, sino la recibe, porque más consiste en la
experiencia afectiva que en la consideración intelectiva. Y es que, en este
grado, reparados ya los sentidos interiores para ver al sumamente hermoso, oír
al sumamente armonioso, oler al sumamente odorífero, gustar al sumamente suave
y asir al sumamente deleitoso, queda el alma dispuesta para los excesos
mentales, y esto por la devoción, por la admiración y por la exultación, las
cuales corresponden a las tres exclamaciones que se hacen en el Cantar de los
cantares. La primera de ellas nace de la abundancia de la devoción, la cual
hace al alma como una columnita de humo, formada de perfumes de mirra e
incienso; la segunda, de la excelencia de la admiración, que hace el alma como
la aurora, la luna y el y el sol, conforme a la progresión de las iluminaciones
que suspenden el alma, a causa de la admiración, proveniente del contemplado
Esposo; la tercera, de la sobreabundancia de la exultación, la cual hace al
alma rebosar de las delicias de delectación suavísima, apoyada del todo sobre
su amado.
4. Alcanzado esto, nuestro
espíritu se hace jerárquico para subir arriba, hallándose como se halla
conforme con la Jerusalén celestial, donde nadie entra sin que ella misma
descienda primero al corazón por la gracia, como lo vio San Juan en su
Apocalipsis. Mas entonces desciende al corazón, cuando, reformada el alma por
las virtudes teologales, por las delectaciones de los sentidos espirituales y
por las suspensiones extáticas, llega a ser jerárquica, esto es, purgada,
iluminada y perfecta. Y así nuestro espíritu queda también adornado con los
grados de los nueve órdenes, al disponerse ordenada e interiormente con los
actos de anunciar, dictar, conducir, ordenar, corroborar, imperar, recibir,
revelar y ungir; actos que gradualmente corresponden a los nueve órdenes de
ángeles; relacionándose los tres primados de los mencionados actos del alma
humana con la naturaleza, los tres siguientes con la industria y los tres
últimos con la gracia. En posesión ya de estos grados, el alma, entrando en sí
misma, entra en la Jerusalén de arriba donde, al considerar los órdenes de
ángeles, ve en ellos a Dios, que, habitando en ellos mismos, obra todas sus
operaciones. Por lo cual dice San Bernardo al Papa Eugenio que "Dios,
como caridad, ama en los serafines; como verdad conoce en los querubines; como
equidad, se sienta en los tronos; señorea en las dominaciones como majestad,
rige en los principados como principio, defiende en las potestades como salvación,
en las virtudes obra como fortaleza en los arcángeles revela como luz y en los
ángeles asiste como piedad". Órdenes de ángeles donde Dios es todo en
todos por la contemplación del mismo Dios en las almas en las que habita
mediante los dones de su afluentísima caridad.
5. Para este grado de
especulación sirve especial y preferentemente la consideración de la Sagrada
Escritura, divinamente inspirada, así como para el grado anterior sirve la
filosofía. Y es que la Sagrada Escritura versa principalmente acerca de las
obras de la reparación. De ahí es que trata, ante todo, de la fe, de la
esperanza y de la caridad, virtudes que tienen que reformar al alma, y
especialmente de la caridad. De ella dice el Apóstol que es el fin de los
preceptos, en cuanto viene de corazón puro, conciencia recta y fe sincera. Ella
es, según el mismo Apóstol, la plenitud de la ley. Y nuestro Salvador asegura
que toda la ley y los profetas penden de dos preceptos de la misma ley, esto es
del amor de Dios y del amor del prójimo, preceptos que si dejan ver en el mismo
Esposo de la Iglesia, Jesucristo, que es a un tiempo Dios y prójimo, Señor y
hermano, Rey y amigo, Verbo increado y encarnado, nuestro formador y
reformador, siendo como es el alfa y la omega; quien es también el supremo jerarca
que purifica, ilumina y perfecciona a su esposa, que es toda la Iglesia y cada
una de las almas santas.
6. De suerte que de este
jerarca y de esta eclesiástica jerarquía trata toda la Sagrada Escritura, la
cual nos enseña a purificarnos, iluminarnos y perfeccionarnos, y esto según las
tres leyes que eh ellas se nos comunican, a saber: la ley de la naturaleza, la
de la escritura y la de la gracia o mejor, según sus tres leyes principales,
como son la le, mosaica, que purifica; la revelación profética, que ilustra y
la doctrina evangélica, que perfecciona; o mucho mejor aún: según sus sentidos
espirituales, que son tres: el tropológico, que purifica para vivir
honestamente; el alegórico, que ilumina para entender claramente, y el
anagógico que perfecciona mediante los excesos mentales y percepciones
suavísimas de la sabiduría, según las tres virtudes teológicas mencionadas, y
los sentidos espirituales ya reformados, y los tres excesos predichos, y los
actos jerárquicos del alma, por los cuales regresa nuestra alma a su interior
para allí especular a Dios entre los esplendores de los santos; y en ellos,
como en lechos, dormir en paz y reposar, mientras conjura el esposo no la
despierten hasta que por su voluntad lo quiera.
7. Y de estos dos grados
medios, por los cuales entramos a contemplar a Dios dentro de nosotros, como en
espejos de imágenes creadas - y esto a modo de las alas extendidas para volar,
las cuales ocupaban el lugar medio - podemos entender que las potencias
naturales del alma racional, en cuanto a sus operaciones, habitudes y hábitos
científicos, nos llevan como de la mano a las perfecciones divinas, como se ve
en el tercer grado. Nos llevan también a Dios las potencias de la misma alma
reformadas por los hábitos gratuitos, por los sentidos espirituales y por los
excesos mentales, cosa que está patente en el cuarto grado. Sobre todo, nos
llevan a Dios las operaciones jerárquicas del alma humana - purificación,
iluminación y perfección -, las jerárquicas revelaciones de la Sagrada
Escritura que se nos dio por los ángeles según aquello del Apóstol: La ley nos
fue dada por los ángeles, interviniendo el Mediador. Y, finalmente, las
jerarquías y los órdenes jerárquicas que han de disponerse en nuestra alma, en
conformidad con la Jerusalén de arriba, nos llevan de la mano a Dios.
8. Repleta nuestra alma de
todas estas luces intelectuales, es habitada por la divina Sabiduría como casa
de Dios, quedándose constituida en hija, esposa y amiga de Dios; en miembro,
hermana y coheredera de Cristo, que es su cabeza; en templo, sobre todo, del
Espíritu Santo, el cual está fundado por la fe, levantado por la esperanza y
consagrado a Dios por la santidad del alma y del cuerpo Todo lo cual lo realiza
la sincerísima caridad de Cristo, derramada en nuestro corazón por el Espíritu
Santo que se nos ha dado, Espíritu necesario para saber los secretos de Dios.
Porque, así como nadie sabe las cosas del hombre sino solamente su espíritu,
que está dentro de él, así tampoco las cosas de Dios nadie las ha conocido sino
el Espíritu de Dios. Arraiguémonos, pues, y fundémonos en la caridad para que
podamos comprender con todos los santos cuál sea la longitud de la eternidad,
la latitud de la liberalidad, la altitud de la majestad y la profundidad de la
sabiduría, a la que pertenece el juicio.
CAPITULO V
ESPECULACIÓN DE LA UNIDAD DE DIOS POR SU NOMBRE
PRIMARIO. QUE ES EL SER
1. Y porque acontece
contemplar a Dios no sólo fuera y dentro de nosotros, sino también sobre
nosotros - fuera por su vestigio, dentro por su imagen y sobre por la luz
impresa en nuestra mente, luz que es la luz de la Verdad eterna, "pues
nuestra mente de una manera inmediata es informada por esa Verdad" -, los
que se han ejercitado en el primer modo han entrado en el atrio ante el
tabernáculo los que en el segundo, han entrado en el santo; los que en el
tercero, entran con el sumo sacerdote en el santo ale los santos, donde sobre
el arca están los querubines de la gloria protegiendo el propiciatorio, por los
cuales entendemos dos modos o grados de contemplar las perfecciones divinas
invisibles y eternas: modos o grados que versan sobre Dios, el uno sobre sus
atributos esenciales y el otro sobre las propiedades personales.
2. El primer modo, primera
y principalmente, fija el aspecto del alma en el ser, dando a conocer que el
que es el primer nombre de Dios. El segundo modo fija el aspecto del alma en el
bien, dando a conocer que el bien es el primer nombre de Dios. El primer nombre
- el ser - se refiere especialmente al Antiguo Testamento, que predica, ante
todo, la unidad de la divina esencia, por lo cual se dijo a Moisés: Yo soy el
que soy. El segundo nombre - el bien - hace referencia al Nuevo Testamento, el
cual determina la pluralidad de personas, bautizando en el nombre del Padre y
Hijo, y del Espíritu Santo. Por eso nuestro Maestro Cristo, queriendo elevar a
la perfección evangélica al joven observador de la Ley, de modo principal y
preciso atribuye a Dios el nombre de bondad: Nadie es bueno, dijo, sino sólo
Dios. Razón por la que el Damasceno, siguiendo a Moisés dice ser el que es el
nombre primario de Dios, mientras Dionisio, siguiendo a Cristo, asegura que el
nombre divino primario es el bien.
3. Y así, quien quisiere
contemplar las perfecciones invisibles que a la unidad de esencia se refieren,
fije el aspecto del alma en el ser y entienda que el ser es en sí tan certísimo
que ni pensar se puede que no existe; que el ser purísimo no se ofrece al
entendimiento sino ahuyentándose plenamente el no ser, como tampoco se ofrece
la nada al mismo entendimiento sino ahuyentándose plenamente el ser. Porque,
así como la nada absolutamente nada tiene del ser ni de sus propiedades, así
tampoco el ser nada tiene del no ser, ni en acto ni en potencia, ni en su
verdad objetiva ni en la estimación nuestra. Y, en verdad, como el no ser sea
privación del ser, no se concibe por el entendimiento, sino por medio del ser;
pero el ser no se concibe por otro ser, dado que todo cuanto entiende como no
ser. O se entiende como ser en potencia o se entiende como ser en acto. Ahora
bien, si el no ser no se entiende sino por el ser ni el ser en potencia, sino
por el ser en acto; y si el ser quiere decir el acto puro del ser; luego el ser
es lo primero que entiende el entendimiento, y ese ser es el acto puro. Pero
este ser no es el ser particular, que es limitado por venir en mezcla con la
potencia; ni el ser análogo, por no tener nada de acto, no existiendo en modo
alguno. Luego tenemos que ese ser es el ser divino.
4. Es, pues, cosa extraña
la ceguedad del entendimiento, que no considera lo que ve primero ni aquello
sin lo cual nada puede conocer. Y es que así como el ojo, atento a las
diferencias de varios colores, no ve la luz en cuya virtud ve lo demás, y aun
cuando la vea, no la advierte; así el ojo de nuestra mente, aplicado a los seres
universales y particulares, no advierte tampoco el ser que está sobre todo
género, aunque sea éste lo primero que a la mente se ofrece y las demás cosas
no se presentan a ella sino por ese mismo ser. Por donde aparece con toda
verdad que "lo que el ojo del murciélago es comparado a la luz, eso mismo
es el ojo de nuestra mente comparado a las cosas muy manifiestas de la
naturaleza", y la razón es porque, acostumbrado a las tinieblas de los
seres y a los fantasmas de lo sensible, le parece no ver nada allí donde mira
la luz del ser sumo, no entendiendo que esa misma oscuridad es la iluminación
suprema de nuestra mente, no de otra suerte que al ojo que ve la luz pura
parécele no ver cosa alguna.
5. Mira, pues, con atención
aquel purísimo ser, si puedes, y se te ofrecerá que aquel ser no puede
concebirse como ser recibido de otro ser; y, por lo mismo, lo concebirá. como
omnímodamente primero, pues no es posible venga de la nada ni de otro ser. Y
¿qué significa el ser de suyo, si el ser purísimo no es de si y por si? El ser
purísimo se te ofrecerá careciendo en absoluto del no ser; y por lo mismo, tal
que nunca empieza ni nunca termina, por lo que debe decirse eterno. Se te
ofrecerá también como lo que en manera alguna tiene en si, sino lo que es el
mismo ser; y, por lo mismo, se te ofrecerá, no como compuesto, sino como
simplicísimo. Se te ofrecerá también como excluyendo toda posibilidad - todo lo
que es posible tiene en cierto modo algo de no ser -; y, por lo mismo, como
actualísimo en sumo grado. Se te ofrecerá como lo que nada tiene de defectible;
y, por lo mismo, como perfectísimo. Se te ofrecerá, por último, excluyendo toda
pluralización en muchos; y, por lo mismo, como unidad.
Luego el ser que se dice
ser puro, ser "simpliciter" y ser absoluto, es también el ser
primario, eterno, simplicísimo, actualísimo, perfectísimo y unicísimo.
6. Y son estas perfecciones
tan ciertas, que quien conoce al ser purísimo, ni pensar puede cosa contraria a
alguna de ellas, llevando como lleva cada perfección implicadas las demás. En
efecto, porque es absolutamente ser, por eso es absolutamente primero; por ser
absolutamente primero, por eso no viene de otro ser ni puede venir de sí mismo;
luego es eterno. Item, por ser primero y eterno, por eso mismo no está
constituido de elementos diversos; luego es simplicísimo. Item, por ser
primero, eterno y simplicísimo, por eso mismo nada hay en él de posibilidad en
mezcla con el acto; luego es actualísimo. Item, por ser primero, eterno,
simplicísimo y actualísimo, por lo mismo es perfectísimo; nada le falta ni se
le puede añadir cosa alguna. Por ser primero, eterno, simplicísimo, actualísimo
y perfectísimo, por eso mismo es unicísimo. Y dígase otro tanto, por razón de
la omnímoda sobreabundancia, respecto de todas las demás perfecciones. Y en
verdad, "lo que absolutamente por sobreabundancia se predica, no es
posible convenga más que a uno solo". Por tanto, si Dios designa al ser
primario, eterno, simplicísimo, actualísimo y perfectísimo, imposible es no
sólo que se conciba como no existente, sino también que no sea uno solo.
Escucha, pues, oh Israel: tu Dios es el solo y único Dios.
Si estas cosas miras en la
pura sencillez de la mente, te verás algún tanto lleno de la ilustración de la
luz eterna.
7. Pero tienes por donde
levantarte a la admiración, pues el mismo ser es juntamente primero y último,
eterna y enteramente presente, simplicísimo y máximo, actualísimo y de todo en
todo inmutable, perfectísimo e inmenso y, con ser omnímodo, unicísimo. Si estas
cosas con pura mente las admiras, te llenarás de mayor luz, al entender además
que por eso es último, porque es primero. Y la razón es que siendo primero,
todo cuanto hace lo hace en atención a sí mismo; y así el ser primero por
necesidad es el fin último, el principio y la consumación, el alfa y la omega.
Por eso es enteramente presente, porque es eterno. Y es que, por lo mismo que
es eterno, no viene de otro, ni deja de existir de suyo, ni pasa tampoco de un
estado a otro; luego no tiene ni pasado ni futuro, sino sólo el presente. Por
eso es máximo, porque es simplicísimo. Y, en verdad, siendo como es
simplicísimo en la esencia, por lo mismo ha de ser máximo en la virtud o
potencia, que cuanto más unida esté la virtud tanto más infinita es. Por eso es
de todo en todo inmutable, porque es actualísimo. Porque, si es actualísimo, es
acto puro; y el acto puro nada nuevo adquiere ni nada de cuanto tiene lo
pierde; y, por lo mismo, no admite mudanzas. Por eso es inmenso, porque es
perfectísimo. Ya que siendo perfectísimo nada puede pensarse mejor, ni más
noble, ni más digno, ni, por consiguiente, mayor que él: tal ser es inmenso.
Por eso es omnímodo, porque es sumamente uno. Pues se ha de saber que el ser
unicísimo es el principio universal de toda la multitud; y, por lo mismo, es la
causa universal que todo lo produce, que todo lo ejemplariza y todo lo termina,
siendo como es "su causa de existir, su razón de entender y su orden de
vivir". Luego es omnímodo, no como si fuera la esencia de todas las cosas,
sino en cuanto es, en grado supremo, la causa trascendente y universal de todas
las esencias, causa cuya virtud, por estar sumamente unida en la esencia, es
sumamente infinita y múltiple en la eficacia.
8. Volviendo atrás,
concluyamos: porque el ser purísimo y absoluto - el ser "simpliciter"
- es primario y último, por eso es el origen de todas las cosas y el fin que
todas las consuma. Porque es eterno y enteramente presente, por eso contiene y
penetra todas las duraciones, cual si fuera su centro y circunferencia. Porque
es simplicísimo y máximo, por eso se halla todo dentro de todas las cosas y
todo fuera de todas ellas, "viniendo a resultar, por lo mismo, la esfera
inteligible, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en
ninguna". Porque es actualísimo y enteramente inmutable, por eso,
"permaneciendo estable, da movimiento a todas las cosas". Porque es
perfectísimo e inmenso, por eso está dentro de todas las cosas, pero no
incluido; fuera de todas las cosas, pero no excluido; sobre todas las cosas
pero no levantado; debajo de todas las cosas, pero no postrado. Porque es
unicísimo y omnímodo, por eso es todo en todas las cosas, por más que éstas
sean muchas y El uno solo; y esto porque, a causa de su unidad simplicísima,
por su verdad purísima y su bondad sincerísima, encierra en si toda
virtuosidad, toda ejemplaridad y toda comunicabilidad Y por eso todas las cosas
son de Él y son por El y existen en El, siendo como es omnipotente, omnisciente
y omnímodamente bueno, el que ve perfectamente ese ser es feliz, conforme se
dijo a Moisés: Yo te mostraré todo bien.
CAPITULO VI
ESPECULACIÓN DE LA BEATÍSIMA TRINIDAD EN SU
NOMBRE QUE ES EL BIEN
1. Considerados ya los
atributos esenciales, debemos levantar el ojo de la inteligencia a la
cointuición de la beatísima Trinidad, para ver de colocar a un querubín junto a
otro querubín. Y a decir verdad, así como para la consideración de los
atributos esenciales el ser es, no sólo el principio radical, sino también el
nombre que da a conocer los demás nombres, así también para la contemplación de
las emanaciones personales el bien es el principalísimo fundamento.
2. Entiende, pues, y
considera que aquel bien se dice de todo en todo óptimo, en cuya comparación
nada mejor puede concebirse. Y semejante bien es de manera que no puede
concebirse, cual es debido, como no existente, coma quiera que absolutamente
mejor es el existir que el no existir; y aun es tal, que no es posible
concebirlo rectamente, sino concibiéndolo como uno y trino. El bien, en efecto
es difusivo de suyo; luego el sumo bien es sumamente difusivo de suyo. Pero la
difusión no puede ser suma, no siendo a la vez actual e intrínseca, substancial
e hipostática natural y voluntaria, liberal y necesaria, indeficiente y
perfecta. Por lo tanto, de no existir una producción actual y consubstancial, con
duración eterna, en el sumo bien, y además una persona tan noble como la
persona que la produce a modo de generación y de espiración - modo que es del
principio eterno que eternamente está principiando sus término principiados, de
suerte que haya un amado y un coamado un engendrado y un espirado, a saber: el
Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo -, nunca existiera el sumo bien, pues que
entonces no se difundiría sumamente. Y es que, en relación a lo inmenso de la
bondad eterna, la difusión temporal en las criaturas no es sino como centro o
punto, razón por la que es posible concebir aun otra difusión mayor, cual sería
aquella en que el bien difusivo comunicase a otro toda su substancia y
naturaleza. Luego el bien no seria sumo bien, si tanto en si mismo como
conceptualmente, careciera de la difusión suma.
Por tanto, si con el ojo de
la mente puedes cointuir la pureza de aquella bondad, que es el acto poro del
principio que caritativamente ama con amor gratuito, con amor debido y con amor
compuesto de entrambos; que es la difusión plenísima a modo de la naturaleza y
de la voluntad; que es la difusión a modo del Verbo, en quien se dicen todas
las cosas, y a modo del don, en quien los demás dones se donan; entenderás que,
por razón de la suma comunicabilidad del bien, es necesario exista la Trinidad
del Padre, y de] Hijo, y del Espíritu Santo. Personas que por ser sumamente
buenas, por necesidad son sumamente comunicables; por ser sumamente
comunicables, sumamente consubstanciales; por ser sumamente consubstanciales,
sumamente configurables semejantes; por ser comunicables, consubstanciales y
configurables en sumo grado, sumamente coiguales y, por lo mismo, sumamente
coeternas; propiedades de las que resulta la suma cointimidad por la que, no
sólo una persona está necesariamente en la otra por razón de la circunincesión
suma, sino también la una obra con la otra por razón de la omnímoda identidad
de la substancia, virtud y operación de la misma beatísima Trinidad.
3. Pero al contemplar estas
cosas, cuídate de pensar que comprendes al incomprensible. Porque en estas seis
pro piedades tienes que considerar todavía algo que te llevará al pasmo de la
admiración. Porque en ellas se concierta la suma comunicabilidad con las
propiedades de las personas la suma consubstancialidad con la pluralidad de
hipóstasis. La suma configurabilidad – semejanza - con la personalidad
distinta, la suma coigualdad con el orden, la suma coeternidad con la emanación
y la suma cointimidad con la misión ¿Quién, a la vista de tantas maravillas, no
queda arrebatado en admiración ? Y, por cierto, con levantar los ojos a la
bondad sobre toda bondad, entendemos certísimamente que toda, estas maravillas
se hallan en la beatísima Trinidad. Porque si suma es allí la comunicación y la
difusión verdadera, verdadero es allí el origen y la distinción verdadera; y
porque la comunicación es total y no parcial, por eso el sumo bien comunica lo
que tiene y todo cuanto tiene. Luego, tanto el que emana como el que produce se
distinguen por sus propiedades y son una misma cosa esencialmente. Por
distinguirse, digo, por las propiedades, tienen propiedades personales,
pluralidad de hipóstasis; emanación, procedente del principio; orden, no de
posterioridad, sino de origen; misión, en fin, que no es de cambio local, sino
de inspiración gratuita por razón de la autoridad de la persona producente,
autoridad que compete al que envía con respecto al enviado. Y por ser una misma
cosa en la substancia, por eso es de todo punto necesario que se identifiquen
en la esencia, en la forma en la dignidad, en la eternidad, en la existencia y
en el ser incircunscriptible. Y así, cuando estas cosas, cada una de por si y
separadamente, las consideras, tienes donde contemplar la verdad, y al
considerarlas, comparadas las unas con las otras, donde quedarte suspenso en
admiración profundísima; y por eso, a fin de que tu alma suba, mediante la
admiración, a una contemplación admirable, has de considerar todas ellas en su
mutua relación.
4. Y en verdad, esto mismo
vienen a significar los querubines, que el uno al otro se miraban. Ni carece de
misterio que ambos se miraran, y se miraran, vueltos sus rostros al
propiciatorio, para que así se cumpla lo que dice e Señor por San Juan: En esto
consiste la vida eterna, en conocerte a ti, solo Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien enviaste. Y es que debemos admirar las propiedades
esenciales y personales, no sólo en sí mismas, sino también comparándolas con
la soberanamente admirable unión de Dios y del hombre en la persona divina de
Cristo.
5. Si eres, pues, uno de
los querubines, cuando contemplas los atributos esenciales de Dios, si te
admiras de que el ser divino sea juntamente primero y último, eterno y
enteramente presente, simplicísimo y máximo o incircunscrito, todo en todas
partes, pero nunca comprendido, actualísimo, pero nunca movido, perfectísimo
sin superfluidades ni menguas, pero con todo eso, inmenso e infinito sin
límites, unicísimo, pero omnímodo, por cuanto contiene en sí mismo todas las
cosas, esto es, toda virtud, toda verdad todo bien; pásmate de que en él el
primer Principio esté unido con el postrero, Dios con el hombre formado el
sexto día, el principio eterno con el hombre temporal, nacido de la Virgen en
la plenitud de los tiempos; el principio simplicísimo con el que es enteramente
compuesto, el principio actualísimo con el que padeció extremadamente y murió,
e principio perfectísimo e inmenso con el que es pequeño, e principio unicísimo
y omnímodo con una naturaleza individual, compuesta y distinta de las demás, es
decir, con la naturaleza humana de Jesucristo.
6. Y si eres el otro
querubín, contemplando lo propio de las personas, si te admiras viendo existir
la comunicabilidad con la propiedad, la consubstancialidad con la pluralidad la
semejanza con la personalidad, la coigualdad, con el orden la coeternidad, con
la producción y la cointimidad con las misiones, - pues que el Hijo es enviado
por el Padre y el Espíritu Santo, a su vez, coexistiendo con el Padre y el
Hijo, sin separarse de ellos jamás, es enviado por entrambos -; mira al
propiciatorio y asómbrate de que en Cristo venga a componerse la unión
personal, tanto con la trinidad de substancias como con la dualidad de
naturalezas, la conformidad omnímoda con la pluralidad de voluntades, la
predicación mutua de lo divino a lo humano y de lo humano a lo divino con la
pluralidad de propiedades, la única adoración con la pluralidad de excelencias,
la única exaltación sobre todas las cosas con la pluralidad de dignidades y el
dominio único con la pluralidad de potestades.
7. En esta consideración es
donde nuestra alma, a la vista del hombre formado a imagen de Dios, como si
fuese el sexto día, halla iluminación perfecta. Porque siendo la imagen una
semejanza expresiva, nuestra alma, al contemplar en Cristo, Hijo de Dios e
imagen de Dios invisible por naturaleza, nuestra humanidad, tan admirablemente
exaltada y tan inefablemente unida; al ver, digo, en Cristo reducidos a unidad
al primero y al último, al sumo y al ínfimo, a la circunferencia y al centro,
al alfa y a la omega, al efecto y a la causa, al creador y a la criatura, al
Verbo escrito por dentro y por fuera, llegó ya a un objeto perfecto, para con
Dios lograr la perfección de sus iluminaciones en el sexto grado, como en el
sexto día, de suerte que nada le queda ya más que el día de descanso, en el
que, mediante el mental exceso, descanse la perspicacia de la mente humana de
todas las obras que llevó a cabo.
CAPÍTULO VII
EXCESO MENTAL Y MÍSTICO, EN EL QUE SE DA
DESCANSO AL ENTENDIMIENTO, TRASPASÁNDOSE EL AFECTO TOTALMENTE A DIOS A CAUSA
DEL EXCESO
1 Habiendo recorrido, pues,
estas seis consideraciones que son como las seis gradas del trono del verdadero
Salomón, mediante las cuales se arriba a la paz, donde el verdadero pacífico
descansa en La mente ya pacificada, como en una Jerusalén interior, o como las
seis alas del querubín que el alma del verdadero contemplativo, llena de la
ilustración de la celestial sabiduría, pueden elevarla a lo alto o como los
seis días primeros, en los que debe el alma ejercitarse para por fin llegar al
reposo del sábado; habiendo nuestra alma, vuelvo a repetir, cointuído a Dios
fuera de s misma por los vestigios y en los vestigios, dentro de sí misma por
la imagen y en la imagen, y sobre si misma, no sólo por la semejanza de la luz
divina que brilla sobre nuestra mente sino también en la misma luz, según las
posibilidades de estado vial y del ejercicio mental después que ha llegado en
el sexto grado, hasta especular en el principio primero y sumo y mediador entre
Dios y los hombres, a saber: en Jesucristo, maravillas que no teniendo en
manera alguna semejantes en las cosas creadas, exceden toda perspicacia de:
humano entendimiento, esto es lo que le queda todavía: trascender y traspasar,
especulando tales cosas, no sólo este mundo sensible sino también a sí misma,
tránsito en el que Cristo es el camino y la puerta, la escala y el vehículo
como propiciatorio colocado sobre el arca y sacramento escondido en Dios desde
tantos siglos.
2. Quien a este
propiciatorio mira, convirtiendo a él por entero el rostro, y lo mira
suspendido en la cruz con sentimientos de fe, esperanza, caridad, devoción,
admiración alegría, honra, alabanza y júbilo, ése celebra con Él la pascua, es
decir, el tránsito, de suerte que, en virtud de la vara de la cruz, pasa a
través del mar Rojo, entrando de Egipto en el desierto, donde le sea dado
gustar el maná escondido y reposar con Cristo en el túmulo cual si estuviera
muerto al exterior, pero experimentando, sin embargo, en cuanto es posible en
el estado de viador, lo que en la cruz se dijo a ladrón adherido a Cristo: Hoy
estarás conmigo en el paraíso.
3. Y esto es lo que se dio
a conocer al bienaventurado Francisco cuando, durante el exceso de la
contemplación en el alto monte - donde traté interiormente estas cosas que se
han escrito -, se le apareció el serafín de seis alas, clavado en la cruz,
relación que yo mismo y otros varios oímos al compañero, que a la sazón con él
estaba; allí donde pasó a Dios por contemplación excesiva y quedó puesto como
ejemplar de la contemplación perfecta, como antes lo había sido de la acción,
cual otro Jacob e Israel, de manera que a todos los varones verdaderamente
espirituales Dios los invitase por él, más con el ejemplo que con la palabra, a
semejante tránsito y mental exceso.
4. Y en este tránsito, si
es perfecto, es necesario que se dejen todas las operaciones intelectuales, y
que el ápice del afecto se traslade todo a Dios y todo se transforme en Dios. Y
esta es experiencia mística y serenísima, que nadie la conoce, sino quien la
recibe, ni nadie la recibe, sino quien la desea; ni nadie la desea, sino aquel
a quien el fuego del Espíritu Santo lo inflama hasta la médula. Por eso dice el
Apóstol que esta mística sabiduría la reveló el Espíritu
Santo.
Santo.
5 Y así, no pudiendo nada
la naturaleza y poco la industria, ha de darse poco a la inquisición y mucho a
la unción; poco a la lengua y muchísimo a la alegría interior; poco a la
palabra y a los escritos, y todo al don de Dios, que es el Espíritu Santo; poco
o nada a la criatura, todo a la esencia creadora, esto es, al Padre, y al Hijo,
y a Espíritu Santo, diciendo con Dionisio al Dios trino: "Oh Trinidad,
esencia sobre toda esencia y deidad sobre toda deidad, inspectora soberanamente
óptima de la divina sabiduría, dirígenos al vértice trascendentalmente
desconocido, resplandeciente y sublime de las místicas enseñanzas, vértice
donde se esconden misterios nuevos, absolutos e inmutables de la Teología en lo
oscurísimo, que es evidente sobre toda evidencia, en conformidad con las
tinieblas y del silencio que ocultamente enseñan, relucientes sobre toda luz,
resplandecientes sobre todo resplandor, tinieblas donde todo brilla y los
entendimientos invisibles quedan llenos sobre toda plenitud de invisibles
bienes, que son sobre todos los bienes". Digamos esto a Dios. Y al amigo
para quien estas cosas se escriben, digámosle con el mismo Dionisio: "Y tú
amigo, pues tratas de las místicas visiones, deja con redoblados tus esfuerzos,
los sentidos y las operaciones intelectuales y todas las cosas sensibles e
invisibles, las que tienen el ser y las que no lo tienen; y como es posible a
la criatura racional, secreta o ignoradamente, redúcete a la unión de aquel que
es sobre toda substancia y conocimiento. Porque saliendo por el exceso de la
pura mente de ti y de todas las cosas, dejando todas y libre de todas, serás
llevado altísimamente al rayo clarísimo de las divinas tinieblas.
6. Y si tratas de averiguar
como sean estas cosas, pregúntalo a la gracia, pero no a la doctrina; al deseo,
pero no al entendimiento; al gemido de la oración, pero no al estudio de la
lección; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla pero no a la claridad; a
Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego, que inflama totalmente y
traslada a Dios con excesivas unciones y ardentísimos afectos. Fuego que
ciertamente, es Dios, y fuego cuyo horno está en Jerusalén, y que lo encendió
Cristo con el fervor de su ardentísima pasión y lo experimenta, en verdad,
aquel que viene a decir Mi alma ha deseado el suplicio y mis huesos la muerte.
El que ama está muerto, puede ver a Dios, porque, sin duda alguna, son
verdaderas estas palabras: No me verá hombre alguno sin morir.
Muramos, pues, y entremos
en estas tinieblas, reduzca mas a silencio los cuidados, las concupiscencias y
los fantasmas de la imaginación; pasemos con Cristo crucificado de este mundo
al Padre, a fin de que, manifestándose en nosotros el Padre, digamos con
Felipe: Esto nos basta; oigamos con San Pablo: Bástate mi gracia; y nos
alegremos con David, diciendo: Mi carne y mi corazón desfallecen, Dios de mi
corazón y herencia mía por toda la eternidad. Bendito sea el Señor eternamente,
y responderá el pueblo: Así sea. Así sea Amén.
FIN DEL
ITINERARIO DE LA MENTE A DIOS
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