domingo, 1 de junio de 2014

Ascensión del Señor - San Agustín (2)

La ascensión del Señor
 
1. La glorificación del Señor llegó a su término con su resurrección y ascensión. Su resurrección la celebramos el domingo de Pascua; su ascensión, hoy. Uno y otro son días de fiesta para nosotros, pues resucitó para dejarnos una prueba de la resurrección, y ascendió para protegernos desde lo alto. Tenemos, pues, como Señor y Salvador nuestro a Jesucristo, que primero pendió del madero y ahora está sentado en el cielo. Cuando pendía del madero, entregó el precio por nosotros; sentado en el cielo, reúne lo que compró. Una vez que los haya reunido a todos, lo cual acontece en el tiempo, vendrá al final de los tiempos, según está escrito: Dios vendrá manifiestamente; no encubierto, como vino la primera vez, sino manifiesta mente, según acaba de decirse. En efecto, convenía que viniese encubierto para ser  juzgado; pero vendrá manifiestamente para juzgar. Si hubiese venido manifiestamente la primera vez, ¿quién hubiese osado juzgarle mostrando a las claras quién era, si ya el mismo apóstol Pablo dice: Pues, si lo hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al rey de la gloria? Y si a él no lo hubiesen entregado a la muerte, no hubiese muerto la muerte. El diablo fue vencido en lo que era su trofeo. Saltó de gozo el diablo cuando por seducción suya arrojó al primer hombre a la muerte. Seduciéndolo, dio muerte al primer hombre; dando muerte al último, libró al primero de sus propios lazos.
 
2. Por tanto, la victoria de nuestro Señor Jesucristo se convirtió en plena con su resurrección y ascensión al cielo. Entonces se cumplió lo que habéis oído en la lectura del Apocalipsis: Venció el león de la tribu de Judá. A él mismo se le llama, a la vez, león y cordero 1: león por su fortaleza, y cordero por su inocencia; león en cuanto invicto, y cordero en cuanto manso. Y este cordero degollado venció con su muerte al león que busca a quien devorar. También al diablo se le llama león por su ferocidad, no por su valor. Dice, en efecto, el apóstol Pedro que conviene que estemos alerta contra las tentaciones, porque vuestro adversario el diablo ronda buscando a quién devorar. E indicó también cómo hace la ronda: Cual león rugiente, ronda buscando a quién devorar. ¿Quién no iría a parar a los dientes de este león si no hubiera vencido el león de la tribu de Judá? Un león frente a otro león y un cordero frente al lobo. Saltó de gozo el diablo cuando murió Cristo, y en la misma muerte de Cristo fue vencido el diablo; como en una ratonera, se comió el cebo. Gozaba con la muerte cual si fuera el jefe de la muerte; se le tendió como trampa lo que constituía su gozo. La trampa del diablo fue la muerte del Señor; el cebo para capturarle, la muerte del Señor. Ved que resucitó nuestro Señor Jesucristo. ¿Dónde queda la muerte que pendió del madero? ¿Dónde quedan los insultos de los judíos? ¿Dónde la hinchazón y la soberbia de los que ante la cruz agitaban su cabeza y decían: Si es el Hijo de Dios, que descienda de la cruz? Ved que hizo más de lo que le exigían ellos en chanza; en efecto, más es resucitar del sepulcro que descender del madero.
 
3. Y ahora, ¡qué gloria la suya, la de haber ascendido al cielo, la de estar sentado a la derecha del Padre! Pero esto no lo vemos, como tampoco lo vimos colgar del madero, ni fuimos testigos de su resurrección del sepulcro. Todo esto lo creemos, lo vemos con los ojos del corazón. Hemos sido alabados por haber creído sin haber visto. A Cristo lo vieron también los judíos. Nada tiene de grande ver a Cristo con los ojos de la carne; lo grandioso es creer en Cristo con los ojos del corazón. Si se nos presentase ahora Cristo, se parase ante nosotros, callado, ¿cómo sabríamos quién era? Y además, permaneciendo callado, ¿de qué nos aprovecharía? ¿No es mejor que, ausente, hable en el evangelio antes que, presente, esté callado? Y, sin embargo, no está ausente si se les aferra con el corazón. Cree en él y lo verás; no está presente a tus ojos y posee tu corazón. En efecto, si estuviese ausente de nosotros, sería mentira lo que acabamos de oír: He aquí que yo estoy con vosotros hasta el fin de los siglos.
 SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 263, 1-3, BAC Madrid 1983, 656-59
 


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