EL AMOR DE LAS RIQUEZAS
NOS APARTA DEL SERVICIO DE CRISTO
1. Mirad cómo paso a paso va Cristo apartándonos de las riquezas
y todavía prosigue más ampliamente su discurso sobre la pobreza y quiere
derribar hasta el suelo la tiranía de la avaricia. Porque no se contentó con lo
que
antes había dicho, con ser ello tanto y tan grande, sino que añade ahora otras
razones más espantosas.
¿Qué cosa, en efecto, de más espanto que lo que ahora se nos
dice, a saber, que por las riquezas nos exponemos a dejar el servicio del mismo
Cristo? ¿Y qué cosa más apetecible que alcanzar, si las despreciamos, una
perfecta amistad y caridad para con Él? Y, en efecto, lo que siempre os estoy
diciendo, eso mismo os repetiré ahora, y es que por dos medios incita el Señor
a sus oyentes. Por el provecho y por el daño, imitando en ello al hábil médico,
que le hace ver al enfermo cómo la inobediencia a sus mandatos le acarrea
enfermedad, y la obediencia salud. Mirad, si no, cómo nuevamente nos pone ante
los ojos este provecho y cómo nos insinúa la conveniencia de desprendernos de
lo que pudiera serle contrario. Porque no os daña sólo la riqueza—parece decirnos—,
porque arma a los ladrones contra vosotros; no sólo porque entenebrece de todo
en todo vuestra inteligencia, sino también porque os aparta del servicio de
Dios y os hace esclavos de las cosas insensibles. De doble manera os perjudica:
haciéndoos esclavos de lo que debierais ser señores y apartándoos del servicio
de Dios, a quien por encima de todo es menester que sirváis. Lo mismo que
anteriormente nos había el Señor indicado un doble daño: primero, poner
nuestros tesoros donde la polilla los destruye, y luego no ponerlos donde la
custodia sería inviolable; así nos señala también aquí el doble perjuicio que
de la riqueza nos viene: apartarnos de Dios y someternos a Mammón.
"NADIE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES"
Sin embargo, no lo plantea así de pronto, sino que va preparando
el camino por medio de razonamientos generales, diciendo: Nadie puede servir a
dos señores... Dos se entiende que manden lo contrario uno del otro, pues en
otro caso ni siquiera pudieran llamarse dos. Y es así que la muchedumbre de los
creyentes tenían un solo corazón y una sola alma. Las personas eran diversas;
pero la concordia había hecho de muchos uno.
Luego, explanando su pensamiento, prosigue: No sólo no le
servirá, sino que le aborrecerá y se apartará de él: Porque o aborrecerá al
uno—dice—y amará al otro, o al uno se adherirá y al otro despreciará. Parece
como si aquí hubiera dicho el Señor dos veces la misma cosa. Sin embargo, no
sin motivo unió así una y otra parte de su sentencia, sino para mostrarnos lo
fácil que es la conversión en mejor. Porque no puedas decir: "Me hice
esclavo una vez para siempre, me dominó la tiranía del dinero", Cristo te
muestra que la conversión es posible, y como se pasa del amor al odio, así
puede pasarse del odio al amor. Una vez, pues, que hubo hablado de modo general,
a fin de persuadir a sus oyentes a que fueran jueces imparciales y dieran sus
sentencias según la naturaleza de las cosas; cuando ya los creyó de acuerdo
consigo, reveló el Señor todo su pensamiento, añadiendo: No podéis servir a
Dios y a Mammón. Horroricémonos de lo que hemos hecho decir a Cristo, de haberle
obligado a poner a Dios a par del oro. Y, si decirlo es horroroso, mucho más
horroroso es que así suceda en la realidad y que prefiramos la tiranía del oro
al temor de Dios.
OBJECIÓN: SANTOS DE LA ANTIGUA LEY
QUE SIRVIERON A DIOS Y A LA RIQUEZA
—¿Pues
qué?—me dirás—. ¿No fue esto posible entre los antiguos?
—De
ninguna manera. —Entonces—me replicarás—, ¿cómo alcanzaron tanto honor Abrahán
y Job? —¡No me menciones a ricos, sino a esclavos de la riqueza! Cierto que Job
fue rico, pero no fue esclavo de Mammón; tenía riquezas, pero las dominaba; era
su señor, no su siervo. Tenía cuanto poseía como simple administrador de bienes
ajenos, y así no sólo no arrebataba lo ajeno, sino que de lo suyo propio
repartía entre los necesitados. Y lo que es más: ni siquiera se alegraba de
poseerlas, como él mismo nos lo declara cuando dice: Si es que me alegré de
poseer mucha riqueza... Por eso tampoco sintió dolor al perderlas. No son así
los ricos de ahora, sino que con ánimo más envilecido que un esclavo pagan sus
tributos a un duro tirano. El amor del dinero se ha apoderado de sus almas como
de una ciudadela, y desde allí, día a día les dicta sus órdenes, que rebosan de
iniquidad y no hay uno que las desobedezca. No caviles, pues, inútilmente. De
una vez para siempre afirmó Dios y dijo que no hay manera de componer uno y
otro servicio. No digas tú, por ende, que pueden componerse. Porque, siendo así
que el uno te manda robar y el otro desprenderte de lo que tienes; el uno ser
casto, el otro impúdico; el uno emborracharte y comer opíparamente, el otro
reprimir tu vientre; el uno despreciar las cosas, el otro apegarte a lo
presente; el uno admirar mármoles y paredes y artesonados y el otro despreciar
todo eso y amar la filosofía, ¿qué modo de componenda cabe entre uno y otro
señor?
MAMMÓN NO
ES VERDADERO SEÑOR
2. Notemos, empero, que, si llamó aquí Cristo "señor"
a Mammón, no es porque naturalmente le convenga ese título, sino por la miseria
de los que se someten a su yugo. Por manera semejante llama también Pablo
"dios" al vientre , no por la dignidad de tal señor, sino por la
desgracia de los que le sirven. Lo cual es ya peor que todo castigo y por sí
solo, antes de llegar el propio castigo, basta para atormentar al infeliz
esclavo suyo. ¿No son, en efecto, más desgraciados que cualesquiera condenados
los que, teniendo a Dios por amo, se pasan, como tránsfugas, de su suave
imperio a la más dura tiranía, y eso que aun en esta vida ha de seguírseles de
ahí tan
grave
daño? Daño efectivamente inexplicable se sigue de la servidumbre de la riqueza,
pleitos, difamaciones, luchas, trabajos, ceguera del alma y, lo que es más
grave de todo, pérdida de los bienes del cielo.
CONTRA LA PREOCUPACIÓN DEL COMER Y VESTIR
Una vez, pues, que por todos estos caminos nos ha mostrado el
Señor, la conveniencia de despreciar la riqueza —para la guarda de la riqueza
misma, para la dicha del alma, para la adquisición de la filosofía y para
seguridad de la piedad—, pasa ahora a demostrarnos que es posible aquello mismo
a que nos exhorta. Porque éste es señaladamente oficio del buen legislador: no
sólo ordenar lo conveniente, sino hacerlo también posible. Por eso prosigue el
Señor diciendo: No os preocupéis por vuestra alma, sobre qué comeréis. No quiso
que nadie pudiera objetarle: "¡Muy bien! Si todo lo tiramos, ¿cómo
podremos vivir?" Contra semejante reparo va ahora el Señor muy
oportunamente. Realmente, si desde un principio hubiera dicho: "No os
preocupéis", su lenguaje podía haber parecido duro; pero, una vez que ha mostrado
el daño que se nos sigue de la avaricia, su exhortación de ahora resulta
fácilmente aceptable. De ahí que tampoco dijo simplemente: "No os
preocupéis", sino que al mandato añade la causa. En efecto, después de
haber dicho: No podéis servir a Dios y a Mammón, añadió: Por eso, yo os digo:
No os preocupéis. ¡Por eso! ¿Y qué es eso? El daño inexplicable que de ahí se
os seguirá. Porque no sufriréis daño sólo en las riquezas mismas. El golpe
alcanzará al punto más delicado: perderéis la salvación de vuestra alma, pues
os aleja del Dios que os ha creado, que os ama y se cuida de vosotros. Por eso
os digo: No os preocupéis. Es decir, que, una vez mostrado el daño
incalculable, extiende aún más su mandamiento. Porque no sólo nos manda que
tiremos lo que tenemos, sino que no nos preocupemos siquiera del necesario
sustento: No os preocupéis por vuestra alma, sobre qué comeréis. No porque el
alma necesite de alimento, pues es incorpórea, sino que el Señor habla aquí
acomodándose al uso común. Pues, si es cierto que ella no necesita de alimento,
no lo es menos que no puede permanecer en el cuerpo si éste no es alimentado. Y
esto dicho, no se contenta con afirmarlo simplemente, sino que también aquí nos
da las razones: unas tomadas de lo que ya nosotros tenemos; otras, de otros
ejemplos. Tomando pie de lo que ya tenemos, nos dice: ¿Acaso no es más el alma
que la comida, y el cuerpo más que el vestido? Pues el que os ha dado lo más,
¿no os dará lo menos? El que ha formado vuestra carne, que necesita
alimentarse, ¿no os procurará también el alimento? Por eso no dijo simplemente:
"No os preocupéis sobre qué comeréis y vestiréis", sino: No os
preocupéis por vuestra alma y por vuestro cuerpo, porque de éstos—del alma y
del cuerpo—iba Él a tomar sus demostraciones, procediendo por comparación en su
razonamiento. Ahora bien, el alma nos la dio una vez para siempre y permanece
tal como nos la dio; el cuerpo, empero, admite crecimiento todos los días, A
fin, pues, de mostrarnos una y otra cosa: la inmortalidad del alma y la caducidad
del cuerpo, prosiguió diciendo: ¿Quién de vosotros puede añadir a su estatura
un solo codo? Y aquí calla sobre el alma, como quiera que no admite
crecimiento, y sólo nos habla del cuerpo, declarando por lo uno también lo
otro, a saber: que no es el alimento el que le hace crecer, sino la providencia
de Dios. Lo mismo que declara también Pablo por otro ejemplo: Ni el que planta
ni el que riega es nada, sino Dios, que da el crecimiento.
EL EJEMPLO DE LAS AVES DEL CIELO
De este modo, pues, nos exhortó el Señor por las cosas que ya
tenemos; por ejemplos ajenos a nosotros, nos dice: Mirad las aves del cielo.
Porque nadie le objetara que es útil andar preocupados, nos disuade de ello por
un ejemplo mayor y por otro menor. El mayor lo toma de nuestro cuerpo y de
nuestra alma; el menor, de las aves del cielo. Porque, si tanta cuenta tiene
Dios—nos dice—de tan pobres animalillos, ¿cómo no la tendrá con nosotros? Así
habló entonces a los judíos, que eran una gran muchedumbre popular, pero no así
al diablo cuando le tentó. ¿Pues cómo? No de solo pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios.
Más aquí mienta a las aves del cielo con muy viva comparación;
lo que es muy eficaz manera de exhortación. Sin embargo, ha habido impíos que
han llegado a tanta necedad como la de poner tacha a esta comparación. Porque
quien quería—dicen ellos preparar a templar para la lucha a una voluntad libre,
no debía aducir para ello ejemplos de ventajas de la naturaleza. Porque vivir
las aves sin necesidad ni trabajo, de la naturaleza les viene.
PODEMOS LOGRAR POR NUESTRO ESFUERZO
LO QUE TIENEN LAS AVES POR NATURALEZA
3. ¿Qué podemos responderles a eso? Pues que ese vivir sin
cuidados, que a las aves les viene de la naturaleza, nosotros podemos
conseguirlo por nuestra libre voluntad. Porque no dijo el Señor: "Mirad
cómo vuelan las aves del cielo", pues eso es imposible para el hombre,
sino: "Mirad cómo se alimentan sin preocupaciones". Lo cual, si
queremos, también nosotros podemos conseguirlo fácilmente, como le han
demostrado aquellos que de hecho lo lograron. Y aquí hay señaladamente que
admirar la sabiduría del legislador, que, teniendo a mano ejemplo de hombres, y
pudiendo citar a un Elías, a un Moisés, a un Juan y tantos otros que vivieron
sin preocupaciones de comida y vestido, menciona a los animales a fin de
causarles mayor impresión. De haber nombrado a aquellos grandes santos,
pudieran haberle replicado: "Todavía no hemos llegado a tanto como ellos".
En cambio, pasando en silencio a éstos y poniéndoles delante el ejemplo de las
avecillas del cielo, les cortó toda posible excusa. Por lo demás, también aquí
sigue Cristo el estilo de la antigua Ley, pues también el Antiguo Testamento
nos remite a la abeja, a la hormiga, a la tórtola y a la golondrina. Y no es
para nosotros pequeño honor que logremos por esfuerzo de nuestra voluntad lo
que estos animales tienen de la naturaleza.
En conclusión, si de lo que fue criado por amor nuestro tiene
Dios tanta providencia, mucho mayor la tendrá de nosotros mismos; si así cuida
de los criados, mucho más cuidará del señor. De ahí la palabra de Cristo: Mirad
a las aves del cielo. Y no dijo: "Mirad que no dan a interés ni trafican
con dinero". No, eso pertenece a lo vedado; sino: Que no siembran ni
siegan.
NO SE NOS PROHIBE EL TRABAJO, SINO LA PREOCUPACIÓN
—Entonces—me replicas—, ¿es que no hay que sembrar? —No dijo el
Señor que no hay que sembrar, sino que no hay que andar preocupados; no que no
haya que trabajar, sino que no hay que ser pusilánimes ni dejarse abatir por
las inquietudes. Sí, nos mandó que nos alimentáramos, pero no que anduviéramos
angustiados por el alimento. David mismo se anticipó de antiguo a esta
doctrina, cuando misteriosamente nos dijo: Abres tú tu mano y llenas de tu
bendición a todo viviente. Y otra vez: El que da a las bestias su alimento, y a
los polluelos de los grajos que le invocan.
—¿Y quiénes fueron—me dirás—los que vivieron sin preocupación de
comer y vestir? —¿No has oído los muchos santos que antes te he citado? ¿No
ves, entre ellos, a Jacob cómo sale de la casa paterna desnudo de todo? ¿No le
oyes cómo ora diciendo: Si el Señor me diere pan para comer y vestido para
vestirme? Lo que no quiere decir que estuviera preocupado, sino que lo esperaba
todo de Dios. Lo mismo hicieron los apóstoles, que, después que lo abandonaron
todo, vivieron sin preocupación ninguna; lo mismo aquellos cinco mil y los otros
tres mil primeros convertidos.
Mas, si ni aun oyendo tan grandes ejemplos te decides a romper
esas pesadas cadenas de tus inquietudes, rómpelas por lo menos considerando la
necedad que con ello cometes, Porque ¿quién de vosotros—dice el Señor—puede a
fuerza de preocupación añadir a su estatura un solo codo? Mirad cómo explica el
Señor lo oscuro por lo claro. A la manera—nos viene a decir—como no podéis
añadir a vuestro cuerpo, a fuerza de preocupación, la más mínima porción, así
tampoco podéis reunir alimento, aunque vosotros lo penséis así. De donde
resulta evidente que no es nuestro afán, sino la providencia de Dios, la que lo
hace todo aun en aquellas cosas que aparentemente realizamos nosotros. Así, si
Él nos abandona, ni nuestra inquietud, ni nuestra preocupación, ni nuestro
trabajo, ni cosa semejante servirán para nada, sino que todo se perderá irremediablemente.
LOS MANDAMIENTOS O CONSEJOS EVANGÉLICOS
NO SON IMPOSIBLES
4. No pensemos, por ende, que es imposible lo que se nos manda,
pues hay muchos que aun hoy día lo están llevando a la práctica. Que tú no los
conozcas, nada tiene de extraño, También Elías creía hallarse solo, y hubo de
oír de boca de Dios: Me he reservado para mí no menos de siete mil varones. De
donde resulta evidente que también ahora hay muchos que llevan vida apostólica,
como antaño aquellos cinco mil y tres mil primitivos creyentes, Y, si no lo
creemos, no es que no haya quienes la practican, sino que nosotros distamos
mucho de ella. Un borracho no es fácil que crea haya un solo hombre que no
prueba ni el agua. Y, sin embargo, esa hazaña la han llevado a cabo muchos
monjes en nuestros mismos días. El que vive torpemente entre mil mujeres, jamás
creerá que es fácil guardar virginidad; ni el que arrebata lo ajeno, que hay
quien a manos llenas da de lo suyo propio. Por semejante manera, los que están
diariamente abrumados de infinitas preocupaciones, no es fácil se persuadan
haya quien viva sin ellas. Ahora bien, que hay muchos que lo han llevado a
cabo, posible me fuera demostrarlo por los mismos que, en nuestro propio
tiempo, profesan esa filosofía. Por ahora, sin embargo, basta con que aprendáis
a no ser avaros, y que es buena la limosna, y que tenéis obligación de dar de
lo que tenéis. Si esto hacéis, carísimos míos, pronto llegaréis también a lo otro.
EMPECEMOS POR LO MENOS PARA LLEGAR A LO MÁS
De momento, pues, desechemos el lujo superfluo, suframos la
moderación y aprendamos a adquirir nuestros bienes por el justo trabajo.
También el bienaventurado Juan, cuando hablaba con los alcabaleros y soldados,
les aconsejaba que se contentaran con sus sueldos. Quería él ciertamente
llevarlos a más alta filosofía; pero, como todavía no estaban preparados para
ello, se contentaba con hablarles de lo menos. De haberles hablado de lo más
alto, a esto no hubieran prestado atención, y lo otro lo hubieran también
perdido. Por la misma razón, nosotros tratamos de ejercitaros también en lo más
sencillo. Por ahora, sabemos muy bien que la carga de la voluntaria pobreza es
demasiado pesada para vuestros hombros, y que cuanto dista el cielo de la
tierra, así dista de vosotros esa filosofía. Cumplamos, pues, siquiera los
mandamientos menores, y no será ello pequeño consuelo para nosotros. A la
verdad, aun entre paganos, no faltaron quienes abrazaron la pobreza—aunque no lo
hicieron con la debida intención—y se desprendieron de cuanto poseían. Sin
embargo, con vosotros, nosotros nos contentamos con que deis limosna
generosamente. Dado este primer paso hacia adelante, pronto llegaremos a
aquella otra perfección. Pero, si ni esto hacemos, ¿qué excusa tendremos
nosotros, que, teniendo mandato de sobrepujar a los santos del Antiguo
Testamento, nos quedamos a la zaga de los mismos filósofos paganos? ¿Qué
podemos alegar cuando, debiendo ser ángeles e hijos de Dios, no conservamos ni
el ser de hombres? La rapiña y la avaricia, en efecto, no dicen con la
mansedumbre de los hombres, sino con la ferocidad de las fieras; o, por mejor
decir, peores que fieras son los que codician lo ajeno, pues a las fieras, al
cabo, la rapacidad les viene de la naturaleza; mas nosotros, honrados por la
razón, ¿qué excusa tendremos, si nos abatimos a la vileza de una bestia?
EXHORTACIÓN FINAL: LLEGUEMOS SIQUIERA AL MEDIO
Consideremos, pues, la meta de la filosofía que se nos propone y
lleguemos siquiera al medio. Así nos libraremos del castigo venidero y,
avanzando en el camino, alcanzaremos la cumbre de los bienes; bienes que a todos
os deseo, por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la
gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo
(I),
Homilía 21, 1-4, BAC Madrid 1955, 435-47
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