Mateo 5, 38-48
"Habéis oído que fue dicho: Ojo por
ojo y diente por diente. Mas yo os digo que no resistáis al mal: antes, si
alguno te hiriere en la mejilla derecha, preséntale también la otra; y a aquel
que quiera ponerte pleito y tomarte la túnica, déjale también la capa; y al que
te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él dos mil más: da al que te
pidiere; y al que quiera pedirte prestado, no le vuelvas la espalda".
"Habéis oído que fue dicho: Amarás a
tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros
enemigos; haced bien a los que os aborrecen. Y rogad por los que os persiguen y
os calumnian: Para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos. El
cual hace nacer su sol sobre buenos y malos: y llueve sobre justos y pecadores.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también
lo mismo los publicanos? Y si saludarais solamente a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? Sed, pues, perfectos, así
como vuestro Padre celestial es perfecto".
Glosa
Como antes había enseñado el Señor que no debe hacerse injuria al
prójimo ni irreverencia a Dios, ahora, como consecuencia, enseña cómo debe
portarse el cristiano con los que le hacen alguna injuria. Por ello dice:
"Habéis oído que fue dicho: ojo por ojo y diente por diente".
San Agustín contra Faustum, 19, 25
Esto se ha mandado, en verdad, para refrenar las furias de los odios que
suelen nacer mutuamente y para moderar los ánimos alterados. ¿Quién se contenta
fácilmente con una reparación equivalente a la injuria? ¿No vemos muchas veces
que los hombres, ofendidos levemente, intentan matar, tienen sed de sangre y no
se sacian de hacer daño a sus enemigos? A este hombre, deseoso de venganza
inmoderada e injusta, la ley, estableciendo un modo justo de obrar, le impone
la pena del Talión. Esto es, que reciba el mismo castigo que pueda equivaler a
la injusticia que cometió. Lo cual no fomenta el furor, sino que le establece
sus límites. No para que se vuelva a emprender lo que ya estaba olvidado, sino
para que no se extienda más aquello que empezó a arder. Se impuso este
resarcimiento justo a aquel que sufrió la injuria. Lo que se debe, aunque es
generoso perdonarlo, se puede reclamar con justicia. Y así, cuando falte aquél
que inmoderadamente quiere ser vengado, no faltará el que justamente apetece la
vindicación. Está más exento de pecado aquel que no proyecta vengarse bajo
ningún concepto, y por eso añade: "Mas yo os digo que no resistáis al
mal". Podía yo también decir así: se dijo a los antiguos: "No te
vengarás injustamente", pero yo os digo: "No os venguéis", lo
cual es el cumplimiento de la ley. Por esas palabras se puede entender una
adición a la ley hecha por Jesucristo. Es más natural pensar que afiance la
ley, esto es, que prohiba en absoluto la venganza para de ese modo estar más
ciertos de no pasar de los límites de la venganza, no vengándonos.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
La ley no podía subsistir sin este precepto, porque si, según el mandato
de la ley, debemos volver a todos mal por mal, todos nos volveríamos malos ya
que abundan los perseguidores. Si, según el precepto de Jesucristo, no ponemos
oposición a lo malo, y si los malos no se calman, los buenos continuarán siendo
buenos.
San Jerónimo
Nuestro Señor, quitando la ocasión, evita las causas de los pecados. Con
la ley se enmienda la culpa, pero aquí se evitan los pecados en sus principios.
Glosa
También puede decirse que nuestro Señor dijo esto, añadiendo algo a la
justicia de la ley antigua.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
La justicia de los fariseos, que consiste en no traspasar los límites de
la venganza, es una justicia inferior. Es principio de la paz, pero la paz perfecta
quita toda venganza desde su principio. Así entre lo primero, que es un exceso
de la ley (que consiste en devolver más mal que se ha recibido) y la perfección
que el Señor manda a sus discípulos (que consiste en no devolver mal por mal),
hay un término medio: devolver sólo el mal que se ha recibido, por lo cual se
ha de pasar de la suma discordia a la suma concordia. El que causa primero el
mal, éste es el que se separa principalmente de la justicia. El que no ofende a
nadie al principio pero después de ofendido lesiona más, se separa algún tanto
de la suma iniquidad. Y el que devuelve cuanto ha recibido ya concede algo. Es
muy justo que el que ofendió primero sea más lesionado. Nuestro Señor
Jesucristo que había venido a cumplir la ley, perfeccionó esta justicia
empezada, no severa, sino misericordiosa. Nos enseñó que deben conocerse los
dos grados que existen entre la justicia antigua y la nueva. Porque hay quien
no devuelve tanto, sino menos, y de aquí procede el que no se recompense en
manera alguna, lo cual parece poco al Señor, si no estás preparado para hacer
aún más. Por lo que no dice, no devolver mal por mal, sino no resistir contra
lo malo, para que de este modo, no sólo no devuelvas el mal que se te ha hecho,
sino que además no te resistas a que se te cause otro mal. Esto es precisamente
lo que se expone de una manera bien clara cuando se dice: "Pero si alguno
te hiriere en la mejilla derecha, preséntale también la otra". Que esto
pertenece a la verdadera misericordia, lo sienten especialmente aquellos que
sirven a los que aman mucho, o a los niños, o a los frenéticos, que tanto
padecen con frecuencia, y que, si el bien de los pacientes lo exige, se prestan
aún a sufrir más. Enseña, pues, el Señor, como médico de las almas, el que sus
discípulos procuren ante todo la salvación de aquéllos, para cuyo bien eran
enviados, y que sufriesen con ánimo tranquilo todas sus debilidades. Toda
iniquidad, pues, nace de la imbecilidad de alma, porque nada hay más inocente
que una persona perfeccionada en la virtud.
San Agustín, de mendacio, 15
Todas las cosas verificadas por los santos en el Nuevo Testamento sirven
para ejemplificar los preceptos que se dan en las Sagradas Escrituras, como
cuando leemos en el Evangelio de San Lucas ( Lc 6,29): "Has recibido una
bofetada, prepara la otra mejilla". Ningún otro ejemplo más excelente de
paciencia encontramos que el de nuestro Señor. Cuando El recibió la bofetada,
si bien no dijo aquí tienes la otra, sino que dijo, según San Juan (Jn 18,23):
"Si he hablado mal, da testimonio de lo malo; pero si he hablado bien,
¿por qué me hieres?", manifiesta que debe ofrecerse aquella disposición en
el corazón.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
Nuestro Señor estuvo preparado, no sólo a permitir que le hiriesen en la
otra mejilla por la salvación de todos, sino a ser crucificado en todo su
cuerpo. Puede preguntarse qué es lo que entiende por mejilla derecha. Siendo la
cara aquello por lo cual somos conocidos, ser herido en la cara, según el
Apóstol, equivale a ser despreciado y desdeñado. Pero como la cara no puede
decirse que sea derecha ni izquierda, y como la nobleza puede ser una respecto
a Dios y otra respecto al mundo, así se distinguen la mejilla derecha de la
izquierda, a fin de que cualquier discípulo de Cristo que sea despreciado por
ser cristiano, esté preparado a muchos más desprecios si es que tiene honores
de este mundo. Todas las cosas en las que sufrimos alguna contrariedad, se
dividen en dos clases. Una de ellas es lo que no puede restituirse, y otra lo
que sí puede restituirse. En aquello que no puede restituirse está el consuelo
de la venganza. Pero, ¿de qué aprovecha el que una vez herido, vuelvas tú a
herir? ¿Acaso puede restituirse el daño que se recibe en el cuerpo? Pero el
alma orgullosa desea tales reparos.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
¿Acaso cuando tú te vengas de otro, evitas el que él te vuelva a herir?
Antes por el contrario, le instigas para que te hiera, porque la ira no se
reforma con la ira, sino que más bien se enciende.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
De aquí que el Señor enseña que mejor debe sufrirse la debilidad de
otro, que calmar la propia con el castigo ajeno. Sin embargo, aquí no se
prohíbe aquella conducta que puede aprovechar para corregir a otros. Con todo,
ella pertenece a la caridad, y no impide aquel propósito en que cada uno está
preparado para recibir muchas cosas de aquel a quien quiere corregir. Se
requiere, sin embargo, que a aquel que castigue, se le haya concedido poder en
el orden de las cosas, y que castigue sólo en aquella forma con que un padre
castiga a un hijo pequeño, a quien no puede aborrecer. Algunos hombres santos
han castigado algunas veces con la muerte ciertos pecados, con el objeto de que
sirviese de escarmiento a los que viven y sirviese de castigo a aquellos a
quienes imponían la pena de muerte. No para que la misma muerte les dañase,
sino para que no creciese el pecado si vivían. De aquí es que Elías mató a
muchos, de quien habiendo aprendido sus discípulos, el Señor reprendió en
ellos, no el ejemplo del profeta sino la ignorancia en el modo de castigar,
advirtiendo que ellos no deseaban el castigo por el deseo de corregir, sino por
el odio. Pero después que les enseñó a amar al prójimo, infundiéndoles el
Espíritu Santo, no faltaron tales venganzas. Con las palabras de San Pedro,
Ananías y su mujer cayeron sin sentido ( Hch 5), y San Pablo Apóstol entregó un
hombre a Satanás para perdición de la carne ( 1Cor 5). Y por esto ciertos
hombres, ignorando con qué fin lo hicieron, se levantan contra las venganzas
corporales que se encuentran en el Antiguo Testamento.
San Agustín, epístolas, 185,5
¿Quién, estando cuerdo, dice a los reyes: "No os importa que uno
quiera ser religioso o sacrílego"? ¿Puede decírseles también: "No os
importa que en vuestro reino sea uno púdico o impúdico"? Mucho mejor es
enseñar a los hombres a adorar a Dios, que obligarlos con la pena. No obstante,
a muchos aprovechó (lo que probamos por la experiencia), sufrir primero el
dolor y el temor para después enseñar a otros, o lo que es lo mismo, que
practicaran lo que ya habían aprendido por las palabras. Así como son mejores
aquellos a quienes mueve el amor, así hay muchos a quienes corrige el temor.
Aprendan en el Apóstol San Pablo que Jesucristo primero padeció y después
enseñó.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
Comprendan los cristianos que en esta clase de injurias que buscan
repararse con el castigo, los cristianos observarán tal moderación que una vez
recibida la injuria, no nazca el odio, y el alma esté preparada para sufrir
mayores cosas. Ni desprecien la corrección, de la cual pueden servirse, o bien
por medio del consejo, o por medio de la autoridad.
San Jerónimo
Según algunos intérpretes místicos, una vez herida nuestra mejilla
derecha, no se nos manda presentar la izquierda, sino la otra: esto es, la otra
derecha, el justo no tiene mejilla izquierda. Si un hereje nos hiere en alguna
disputa, y quisiere herir nuestra fe, que representa la derecha, ofrézcasele
otro testimonio de las Sagradas Escrituras.
San Agustín, de sermone Domini, 20
Hay otro género de injurias, que en absoluto pueden restituirse, el cual
tiene dos especies: una que pertenece al dinero y la otra a las obras. De la
primera de estas dos especies, dice el Salvador: "Y aquél que quiera
ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa". Luego, así
como bajo la forma de una bofetada en la mejilla derecha, representa todas las
injurias que no pueden repararse sin castigo, así bajo la del vestido, coloca
las que pueden serlo sin castigo. Y todo esto también se entiende que está
mandado con toda oportunidad, como preparación del alma y no como ostentación
de la buena obra. Y lo que se dice del vestido debe hacerse respecto de las
demás cosas, que al menos temporalmente llamamos nuestras. Si se nos dice esto
respecto de las más necesarias, ¿cuánto más convendrá despreciar las cosas
superfluas? Y esto es lo que el mismo Jesucristo significa cuando dice: "Y
a aquel que quiera ponerte pleito". Todas estas cosas se entiende respecto
de cuanto en el juicio pueda disputarse respecto de nosotros. Pero acerca de si
esto debe entenderse respecto de los siervos, hay sus opiniones. No debe el
cristiano tener un criado en la misma forma que tiene un caballo. Aun cuando pueda
suceder que se venda el caballo en más precio que el siervo. Pero si el siervo
es tratado mejor por ti que por aquel que desea llevárselo, no sé quién se
atreverá a decir que debes despreciarlo como al vestido.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Es indigno que un fiel comparezca en juicio ante un juez infiel. Y si el
fiel es seglar, y aquel que debiera tenerte veneración por la dignidad de la
fe, te juzga por la necesidad de la causa, perderás la dignidad de cristiano
por las cosas del mundo. Además, todo juicio irrita el corazón y subleva las
pasiones. Y si te ves atacado con fraude y dinero, e imitas ese ejemplo, te
apartas de tu primer consejo.
San Agustín, Enchiridion, 78
Por ello el Señor prohíbe que sus fieles tomen parte en juicio alguno
por cosas mundanas. Sin embargo, como el Apóstol permite que tales juicios se
terminen en la Iglesia entre hermanos (siendo también los jueces hermanos) y lo
prohíbe terminantemente fuera de la Iglesia ( 1Cor 6), en ello se manifiesta
que esto sólo se concede a los débiles, por condescendencia.
San Gregorio Magno, Moralia, 31, 13
Sin embargo, mientras en algunos casos debemos tolerar que nos roben las
cosas temporales, en otros, guardando la caridad, debemos impedirlo, no sólo
por nuestro interés, sino también para evitar que los ladrones se pierdan. Más
debemos temer por los ladrones, que sentir la pérdida de las cosas terrenas.
Cuando se pierde la paz del corazón respecto del prójimo por una cosa terrena,
se evidencia que amamos al prójimo menos que a las cosas.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
La tercera clase de estas injurias, que pertenece a las obras, es un
compuesto de las dos primeras, y es susceptible de reparación con venganza y
sin venganza. Pues el que fuerza a un hombre y lo obliga a ayudarlo en lo malo
contra la voluntad de aquél, puede expiar su maldad y abonar lo que se obró por
él. En esta clase de injurias enseña el Señor al alma cristiana a que sea muy
sufrida y preparada a padecer mucho más. Y por esto añade: "Y el que te
precisare a ir cargado mil pasos, ve con él otros dos mil más". Y en esto
nos indica que no debemos hacerlo tanto con los pies, cuanto estar preparados
para hacerlo con el alma.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum,
hom.18,3
Angariar, pues, significa traer injustamente hacia sí y maltratar sin
razón.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
En este sentido debe entenderse lo que está escrito: "Ve con él
otros dos mil pasos más", como queriendo nuestro Señor con ellos completar
el número tres, con cuyo número se significa la perfección; para que siempre
tenga presente, el que así obra, que cumple perfectamente lo justo. Por lo que
explicó este precepto con tres ejemplos, y en este tercero, que es simple,
añadió dos, para que se completase el tercero. O quiso expresar con eso que en
sus preceptos se sube de lo tolerable a lo más difícil. Así es que primero
manda presentar la otra mejilla, cuando fuese herida la derecha, a fin de que
estés preparado a tolerar menos de lo que ya has sufrido. Después, al que
quiere quitar la túnica, manda que se le entregue también la capa, o el
vestido, según otra versión, lo cual parece ser lo mismo o no mucho más. En
tercer lugar, dice que a los mil pasos deben añadirse otros dos mil, lo cual
completa el doble. Pero como es poco no hacer daño a otro, si no se agrega
algún beneficio, añade: "Da al que te pidiere".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Las riquezas no son nuestras sino de Dios. Dios quiso que nosotros
fuésemos los dispensadores de sus riquezas, no los dueños.
San Jerónimo
Pero si interpretamos esto como refiriéndose a las limosnas, esto no
puede decirse respecto de muchos pobres, porque aun los ricos, si dieren
constantemente, no podrían dar siempre.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
Dice, pues: "Da a todo el que pida", pero no todas las cosas
al que pida, indicando que debe darse lo que se pueda justa y buenamente. ¿Qué
se diría si alguno pidiese dinero con el que se propusiera oprimir a un inocente?
¿Qué se diría si pidiese un estupro? Debe darse, pues, lo que no puede hacer
daño ni a ti ni a otro. Cuando niegues lo que se te pide, debes indicar la
razón para que se vaya satisfecho, y alguna vez, mejor es corregir que dar al
que pide injustamente.
San Agustín, ad vinventium, epístola 93,2
Tiene más utilidad quitar el pan al que tiene hambre si desprecia la
justicia, seguro de que no le faltará la comida, que dividir el pan del
hambriento si es que terminará seducido por la fuerza de la injusticia.
San Jerónimo
Puede entenderse esto también del dinero de la doctrina que nunca falta,
sino que cuanto más se da, tanto más se duplica.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
En cuanto a aquello que dice: "Y al que te quiera pedir prestado no
vuelvas la espalda", debe referirse al alma; pues Dios ama al que da con
gusto ( 2Cor 9,7). Así es que realmente el que da presta, aunque el que recibe
no pueda pagar, porque Dios devuelve en mayor cantidad lo que han dado los caritativos.
Si no se quiere considerar como prestamista sino aquel que recibe intereses,
debe entenderse que Dios comprendió estas dos maneras de prestar: porque o
damos, o prestamos al que nos lo ha de devolver, y en ambos casos debemos
aplicarnos esta exhortación: "No le vuelvas la espalda"; esto es, no
quites la voluntad por lo mismo, como si Dios no hubiese de pagar cuando el
hombre no paga. Cuando hagas esto por obedecer a Dios, ten entendido que no lo
haces infructuosamente.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Luego Jesucristo nos manda dar prestado, pero no con usura porque el que
da así, no da sino que roba, desata un vínculo y liga con muchos, no da por la
justicia de Dios sino por propia ganancia. El dinero que se obtiene por medio
de la usura es parecido a la mordedura de un áspid. Así como el veneno del
áspid corrompe todos los miembros de una manera oculta, así la usura convierte
todos los bienes en deudas.
San Agustín, ad Marcellinum, epístola 138,2
Objetan algunos que esta doctrina de Cristo es contraria a las
costumbres de los pueblos. Ellos dicen, ¿quién permitirá que algo le sea
quitado por un enemigo? ¿O no se rebelará contra los saqueos a que el derecho
de la guerra ha sometido las provincias romanas? A lo cual se responde: estos
preceptos de paciencia deben retenerse siempre en el fondo del corazón como
preparación del alma, y la benevolencia, que nos inclina a no dar mal por mal,
debe tener un asiento permanente en la voluntad. Deben hacerse muchos
beneficios, aun a aquellos que no los quieran recibir, con una energía llena de
dulzura, que los someta; y por esto, cuando los gobiernos de la tierra cumplen
con los preceptos divinos, las mismas guerras tienen su bondad, y su objeto no
es otro que favorecer a los vencidos con el pacto social de la piedad y de la
justicia. Ultimamente se vence a quien le asista la licencia del mal, porque no
hay nada más infeliz que la felicidad de los que pecan, con la cual se alimenta
la impunidad penal y la mala voluntad se robustece como enemigo interior.
Glosa
Había enseñado el Señor antes, que no debemos ofrecer resistencia al que
nos hace alguna injuria, sino que debemos estar preparados para dispensarle
muchos beneficios; pero ahora enseña que deben dispensarse afectos de caridad y
obras de benevolencia a los que nos ofenden con cualquier injuria. Y así como
lo primero es el complemento de la ley de justicia, así esto último es el
complemento de la ley de la caridad, que, según el Apóstol, es la plenitud de
la ley. Por eso dice el Señor: "Oísteis que se ha dicho: "Amarás a tu
prójimo".
San Agustín, de doctrina christiana, 1, 30
El Señor no exceptuó hombre alguno para amar al prójimo, demostrándolo
en la parábola del que se encontró medio muerto, llamando prójimo al que fue
misericordioso para con él, para que comprendiésemos que prójimo es todo aquel
a quien se debe prestar socorro si lo necesita. Y que a ninguno debe negarse
este auxilio, ¿quién lo duda, diciendo el Señor: "Haced bien a los que os
aborrecen"?
San Agustín, de sermone Domini, 1, 21
Se comprende que había cierto grado de caridad en la justicia de los
fariseos y la que pertenecía a la ley antigua, porque hay quienes aborrecen aun
a aquellos que los aman. Sube, pues, un grado más aquel que ama al prójimo,
aunque aborrezca a su enemigo. Para designar esto se añade: "Y aborrecerás
a tu enemigo". Frase que no es un precepto, sino una condescendencia con
la debilidad.
San Agustín, contra Faustum,19, 24
Yo pregunto ahora a los maniqueos el por qué debe considerarse como
propio de la ley de Moisés lo que solamente fue dicho para los antiguos:
"Aborrecerás a tu enemigo". ¿Acaso San Pablo no dijo que algunos
hombres eran aborrecibles para Dios? Debe también preguntarse cómo se entiende
que con el ejemplo de Dios (para quien dijo San Pablo que algunos hombres eran
aborrecibles) deben odiarse los enemigos, y que además con el ejemplo de Dios,
que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos y que enseña a amar a
los enemigos. Esta regla debe entenderse en este sentido: que aborrezcamos al
enemigo por lo malo que en él pueda encontrarse (esto es, la iniquidad), y que
amemos al amigo por lo que en él se encuentra de bueno (esto es, la
racionalidad de una criatura racional). Oído, pero no comprendido, lo que se
había dicho a los antiguos: "Aborrecerás a tu enemigo", eran
conducidos los hombres al aborrecimiento del hombre, cuando no debieron
aborrecer sino su vicio. A éstos, pues, corrige el Señor, cuando añade:
"Yo os digo: Amad a vuestros enemigos". Como que ya había dicho
(5,17): "No he venido a quebrantar la ley, sino a cumplirla".
Mandando también que amemos a los enemigos nos obliga a comprender cómo podemos
a un mismo hombre, ya aborrecerlo por la culpa, y ya amarlo por naturaleza.
Glosa
Pero debe tenerse en cuenta que en todo el discurso de la ley no estaba
escrito: "Tendrás odio a tu enemigo", sino que esto se dice en cuanto
a una tradición de los escribas, a quienes les pareció que esto debía añadirse
porque el Señor mandó a los hijos de Israel que persiguiesen a sus enemigos, ( Lev
26) y borrasen a Amalec de la faz de la tierra ( Ex 17).
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Como aquello que se ha dicho: "No desearás", no se ha dicho
respecto a la carne, sino al alma. Así en este lugar la carne no puede amar a
su enemigo pero el alma sí puede amarle, porque el amor o el odio carnal se
encuentra en los sentidos y los del alma en el entendimiento. Cuando, pues,
somos dañados por alguno, y aun cuando sentimos odio, sin embargo, no queremos
ponerlo en ejecución. Conozcamos que nuestra carne aborrece al enemigo, pero
que nuestra alma lo quiere.
San Gregorio Magno, Moralia 22, 11
Guardamos verdaderamente el amor al enemigo, cuando ni su felicidad nos
abate ni su ruina nos alegra. No se ama a aquel a quien no se quiere ver mejor,
y el que se alegra de la ruina de otro, lo persigue en la fortuna con sus malos
deseos. Suele muchas veces suceder, que, aun cuando no se pierda la caridad, la
ruina del enemigo nos alegre y su exaltación nos entristezca, aun cuando no
estemos manchados con la culpa de la envidia. Como sucede cuando, cayendo él,
creemos que algunos podrán levantarse perfectamente, y que, progresando puede
oprimir a muchos injustamente. Pero respecto a esto debe procederse con mucha
discreción para no dejarnos llevar de nuestros propios resentimientos, bajo el
pretexto falaz de la utilidad ajena. Conviene pensar también, qué es lo que
debemos a la ruina del pecador y a la justicia del que castiga, pues cuando el
Todopoderoso castiga a un perverso, debemos alegrarnos de la justicia del juez
y compadecernos de la miseria del que perece.
Glosa
Los enemigos de la Iglesia, la combaten de tres modos: con el odio, las
palabras y la mortificación de su cuerpo. La Iglesia, por el contrario los ama,
y por eso sigue: "Amad a vuestros enemigos". Hace bien, y por lo
tanto añade: "Haced bien a los que os aborrecen". Ora, por lo cual
prosigue: "Y rogad por los que os persiguen y os calumnian".
San Jerónimo
Muchos, midiendo los preceptos de Dios con su debilidad y no con la
gracia o fuerza de los santos, dicen que son imposibles las cosas preceptuadas,
y que basta para la virtud no aborrecer a los enemigos, porque, el amarlos, es
más de lo que puede soportar la naturaleza humana. Pero debe tenerse en cuenta
que Jesucristo no manda cosas imposibles, sino perfectas. Como lo que hizo David
con Saúl y Absalón, también lo que hizo el mártir San Esteban, quien rogó por
los que le apedrearon y (Hch 7) San Pablo, que quiso ser anatematizado en lugar
de sus perseguidores (Rom 9). Esto nos enseñó el Señor, y lo hizo también
diciendo: "Padre, perdónalos" (Lev 23,24).
San Agustín, Enchiridion, 73
Pero estas cosas son propias únicamente de los hijos perfectos de Dios.
Es a donde debe tender todo fiel y dirigir a este fin su alma, rogando a Dios y
luchando consigo mismo. Sin embargo, este bien tan grande no pertenece a tantos
como creemos oír cuando se dice en la oración: "Perdónanos nuestras
deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6,12).
San Agustín, de sermone Domini, 1, 21
Aquí nace una cuestión, puesto que mientras que se nos exhorta por el
precepto del Señor a rogar por los enemigos, otros textos de la Sagrada
Escritura parece que lo contrarían, porque en los profetas se encuentran muchas
imprecaciones respecto de los enemigos. Como aquel texto que dice: "Queden
sus hijos huérfanos" ( Sal 108,9). Pero debe tenerse en cuenta que los
profetas suelen predecir las cosas futuras en forma de imprecación. Mas estas
palabras de San Juan son todavía más expresivas ( 1Jn 1,5-16): "Hay un
pecado que lleva a la muerte; a nadie digo que ore por él". Por lo
anterior, demuestra claramente que hay algunos hermanos por quienes no se nos
manda orar, diciendo: "Si alguno sabe que peca su hermano, etc."
Siendo así que el Señor nos manda rogar también por los que nos persiguen. Y
esta cuestión no puede resolverse si no confesamos que hay algunos pecados en
nuestros hermanos que son más graves que la persecución de los enemigos, pues
San Esteban ruega por aquellos que lo apedrean, porque todavía no habían creído
en Jesucristo ( Hch 7). Y el Apóstol San Pablo no ruega por Alejandro, porque
era hermano y había pecado por envidia combatiendo la fraternidad ( 2Tim 4,14).
Sin embargo, debemos confesar que no orar por alguno, no es orar contra él.
¿Pero qué diremos de aquéllos, contra quienes sabemos que han orado los santos,
no para su enmienda, porque esa oración la habían hecho ya antes, sino para su
última condenación? No queremos hablar de la oración que hace el profeta contra
el que ha de entregar a su maestro (porque aquella predicción de las cosas
futuras no fue un deseo de condenación), sino de la oración que los santos
mártires hacen en el Apocalipsis para pedir venganza de su sangre ( Ap 6,10).
Pues bien, esta oración no debe admirarnos, porque ¿quién osará afirmar que se
dirigía contra los mismos perseguidores, y no contra el reino del pecado?
Nadie. La venganza de los mártires es sincera y está llena de justicia y de
misericordia, puesto que pedían que se destruyese el imperio del pecado, que en
su reinado tantas cosas habían sufrido. Se destruye el imperio del pecado,
parte con la enmienda de los hombres y parte con la condenación de los que
perseveran en el pecado. ¿No te parece que San Pablo vengó en sí mismo a San
Esteban, cuando dice: "Castigo a mi cuerpo y lo reduzco a la servidumbre"?
( 1Cor 9,27)
San Agustín, de quaestionibus novi et veteri testamentorum, g. 68
También puede entenderse esto diciendo que las almas de los mártires,
pidiendo ser vengados, obran como la sangre de Abel que clamaba desde la
tierra, no por la voz sino por la razón ( Gén 4). Así como se dice que una obra
alaba al artífice que la ha hecho por lo mismo que agrada al que la ve. Por lo
demás los santos no son tan impacientes que urjan se haga cuanto antes lo que
habrá de acontecer en el tiempo prefijado.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.
18,4
Considera cuántos grados sube, y en qué estado de virtud nos coloca. El
primer grado consiste en no empezar injuriando; el segundo, no vengarse en una
cosa igual; el tercero, no hacer al que ultraja daño alguno; el cuarto,
exponerse asimismo a tolerar las malas acciones; el quinto, conceder más (o al
menos prestarse a cosas peores) lo que apetece a aquel que hizo el mal; el
sexto, no tener odio a aquel que no obra bien; el séptimo, amarlo; el octavo,
hacerle bien; y el noveno, orar por él. Y como este precepto es grande, añade
un gran premio, esto es, ser semejantes al mismo Dios. Y por ello dice:
"Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos".
San Jerónimo
Si alguno, cumpliendo con los preceptos de Dios, se hace hijo de Dios,
no podrá decirse que se hace hijo por naturaleza (éste de quien se habla), sino
por su voluntad.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 23
Según esta regla, debe entenderse lo que aquí se dice por las palabras
de San Juan: "Les dio potestad para convertirse en hijos de Dios" ( Jn
1,12): Uno sólo es hijo de Dios por naturaleza, pero nosotros nos hacemos hijos
de Dios por el poder que hemos recibido, en cuanto cumplimos las cosas que El
nos manda. Y además, no dice: "Haced estas cosas, porque sois hijos",
sino: "Haced estas cosas, para que seáis hijos". Cuando nos llama
para esto, nos da su propio ejemplo, diciéndonos: "El que hace salir su
sol sobre los buenos y sobre los malos y llueve sobre los justos y sobre los
injustos".
Por la palabra sol puede entenderse, no precisamente éste que vemos,
sino aquel de quien se dice por Malaquías: "Para vosotros que teméis el
nombre del Señor saldrá el sol de justicia" ( Mal 4,2), y por lluvia el
riego de la divina gracia, porque Jesucristo apareció para los buenos y para
los malos, y a todos evangelizó.
San Hilario, in Matthaeum, 4
O bien es en el bautismo y en el sacramento del Espíritu donde da el sol
y la lluvia.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 23
También puede entenderse este sol visible y esta lluvia con la que nacen
los frutos, porque los malvados se lamentan en el libro de la Sabiduría:
"El sol no ha nacido para nosotros" ( Sab 5,6), y de la lluvia
espiritual se dice por Isaías: "Mandaré a mis nubes que no lluevan sobre
la tierra" ( Is 5,6). Pero ya se entienda lo uno, ya lo otro, es obra de
la bondad de Dios que se nos manda imitar. No dice solamente: "Que hace
salir el sol", sino que añade: "El suyo", esto es, el que El
hizo, para enseñarnos a qué generosidad nos obliga su precepto, puesto que no
hemos creado nuestros dones sino que los recibimos todos de su magnanimidad.
San Agustín, ad Vincentium, epístola 93,2
Pero así como alabamos estos dones suyos, así también debemos pensar en
las correcciones que impondrá a los que El ama. Porque no todo el que perdona
es amigo; más vale amar con severidad, que engañar con dulzura.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Con toda intención dijo: "No sobre los justos, sino sobre los
justos y los injustos", porque Dios concede todos sus dones, no por los
hombres, sino por los santos. Así como cuando reprende, lo hace por los
pecadores; pero en los beneficios no separa a los pecadores de los justos, para
que no desesperen. Ni tampoco distingue a los justos de los pecadores en los
males, para que no se gloríen, especialmente cuando los bienes no aprovechan a
los malos, quienes, viviendo mal, los reciben para perjuicio suyo. Y los males
tampoco perjudican a los buenos, sino que más bien les aprovechan para adquirir
mayor mérito.
San Agustín, de civitate Dei, 1, 8
El bueno no se enorgullece con los bienes temporales ni se aflige por
los males, pero el malo es castigado por las desgracias de este mundo, porque
se corrompe con la felicidad temporal. Por esta razón Jesucristo quiso que
estos bienes o males temporales fuesen comunes a unos y a otros, para que ni
apetecieren con avidez los bienes que deben considerarse como males, ni se
eviten torpemente los males con que hasta los buenos son afligidos.
Glosa
Amar al que nos ama es propio de la naturaleza humana, pero amar al
enemigo es propio de la caridad. Por ello sigue: "Si amáis a aquellos que
os aman, ¿qué premio recibiréis?" (esto es en el cielo), como si dijese:
"Ningún premio" ( Mt 6,12): de esto, pues, se dice: "Ya habéis
recibido vuestro premio". Sin embargo, conviene hacer estas cosas y no
omitir aquéllas.
Rábano
Si los pecadores quieren amar a los que los aman por naturaleza, con
mayor razón, debéis recibir en el seno del más grande amor, aun a aquellos que
no os aman, y de aquí sigue: "¿No hacen esto también los publicanos?"
esto es, los que cobran impuestos o los que se dedican a los negocios públicos
en el mundo o a las ganancias.
Glosa
Pero si solamente rogáis por aquellos que están unidos con vosotros por
alguna afinidad, ¿qué tiene de particular el bien que vosotros dispensáis
respecto del de los infieles? De donde sigue: "Y si saludáis a vuestros
hermanos solamente, ¿qué cosa de particular hacéis?" El saludo es cierta
especie de oración. ¿No hacen esto también los gentiles?
Rábano
Esto es, los gentiles, (porque ethnicos en griego quiere decir gente en
latín), quienes son tales cuales fueron engendrados, a saber, bajo el pecado.
Remigio
Como la perfección del amor no puede ir más allá del amor de los
enemigos, por ello, después que nuestro Señor mandó amar a nuestros enemigos,
añadió: "Sed perfectos vosotros como es perfecto vuestro Padre
celestial". El es perfecto porque es omnipotente y el hombre lo será
ayudado por el mismo Omnipotente. La palabra como expresa alguna vez en las
Sagradas Escrituras la igualdad y la verdad, como en este pasaje ( Jn 1,17):
"Estaré contigo como he estado con Moisés". Otras veces significa una
semejanza, como aquí.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Así como los hijos carnales se parecen a sus padres en algún signo del
cuerpo, así los hijos espirituales se parecen a Dios en la santidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario