150 años del Dogma de
la Inmaculada Concepción
Monseñor Adriano
Bernardini
Homilía de monseñor Adriano Bernardini, nuncio Apostólico en la Argentina, durante la celebración eucarística por los 150 años del dogma de la Inmaculada Concepción en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina, 8 de diciembre de 2004
Sr.
Obispo, autoridades civiles, queridos padres y hermanas y todos vosotros:
Es
comunión de alegría que me encuentro hoy entre ustedes para la celebración de
la fiesta de la Inmaculada Concepción y además para festejar los 150 años de la
proclamación de este dogma.
El
Papa Pío IX fue quien concluyó y definió esta verdad que había comenzado a ser
afirmada por San Agustín en el siglo V.
El
estudio de San Agustín al respecto había sido ocasionado por Juliano de
Granada, amigo y secuaz de Pelagio, el cual reprochaba al obispo de Hipona la
teoría de la universalidad del pecado original. Si así era, según la opinión de
Juliano, también María habría tenido que someterse a esta realidad del pecado original.
Agustín rechazó inmediatamente la enseñanza de Juliano dando empuje a la
doctrina sobre la Inmaculada Concepción.
La
verdadera doctrina de María, como ya dije, Pío Nono la definió y la misma
Virgen María la confirmará no muchos años después a Bernardette Subiroux en la
gruta de Masaviela en Lourdes, presentándose como la Inmaculada Concepción a
ella Bernardette que ni siquiera sabía qué podía significar “Inmaculada
Concepción”.
Permitidme
ahora un breve comentario al trozo del Evangelio que nos habla de la
anunciación, es decir de la vocación de la Virgen.
“Y
el Ángel entró en la casa de María y la saludó”. Si quisiéramos resumir cuánto
ha sucedido en el ocultamiento de Nazareth con una noticia descarnada reducida
a lo esencial según el estilo evangélico deberíamos transmitir: una criatura ha
dicho sí al creador, una criatura se dejó encontrar en una cita con Dios.
No
nos es desconocido, en efecto, otro pasaje de la Biblia: “el Señor llamó al
hombre y le dijo ¿dónde estás?, y él le respondió “he oído tus pasos en el
jardín y me he escondido”. Miren las dos posiciones de estas dos criaturas: la
Virgen contesta inmediatamente con un sí y de otra parte el hombre que había
dicho no, se escondió a la mirada de Dios.
Dios
ha encontrado así alguien que dice sí. Dios ha encontrado sobre todo una
criatura que está dispuesta a recibir antes que a dar. Una criatura libre de
preocupaciones egoístas, vacía de si, que ha facturado el orgullo, repudiado el
amor propio.
Muchos
bautizados se muestran obsesionados por aquello que deben hacer por el Señor.
En cambio la Virgen ha intuido que la primera cosa que debe hacer un creyente
es dejar hacer a Dios, dejarse hacer por Él, recibir de Él, abandonarse al
poder del Espíritu.
Miren
nuestra posición de criaturas, de bautizados. Dios se hace presente en
cualquier momento y frente a nosotros para ofrecer el plan de salvación.
Necesita un simple sí por nuestra parte. Y nosotros no somos capaces de decir
este sí.
Y
miren, este sí no es un sí que nosotros tenemos que enfrentar un martirio, no.
Es el sí de cada momento. Es en cada momento que nosotros construimos nuestra
santidad, es un sí generoso, en la simplicidad. Esto es lo que quiere Dios de
nosotros.
Maravillosas
todas estas demostraciones que nos damos a la Virgen y a Dios. Pero si en cada
momento de nuestra vida nosotros no entendemos que no somos capaces de dar este
sí, nuestra vida cristiana, nuestro bautismo, sabe de muy poco.
En
esta manera nosotros no somos capaces de construir una sociedad cristiana, una
sociedad católica.
“Te
saludo llena de Gracia”. Observen ustedes un particular. El ángel no la ha
llamado por su nombre María. La interpeló con el nombre nuevo dado por Dios
“llena de Gracia”. La palabra griega es casi intraducible y normalmente se
traduce como colmada de gracia. Pienso, sin embargo, que por todo el contexto
se podría decir también la “contemplada por Dios”. Dios es el que se baja
enfrente a esta criatura, así como la creada, y mira a esta criatura como
nosotros la veneramos y se queda como entusiasmado, maravillado de lo que ha
hecho. Si aquella sobre la cual se ha posado la mirada de Dios, María es
contemplada para ser templo viviente de su presencia en el mundo, todo se
explica en vista de la encarnación. La Virgen debía acoger al Verbo en su
propio cuerpo. La realidad de Dios hasta que no llegó a encontrar una madre era
como un reo en exilio, un extranjero sin ciudad. Solamente porque María en su
soberana libertad ha aceptado la propuesta del Ángel, Dios ha podido asumir la
carne, volver a entrar en el centro de la creación, recrear el mundo desde
adentro.
Miren,
nuestro sí, que en medio de millones y millones de posibles sí podría
significar un nada, es una pequeña parte de este maravilloso plan de salvación
que Dios ha prefijado desde el comienzo de los siglos. Y solamente si nosotros
cumplimos con este sí, este maravilloso designio de amor que Dios ha creado con
el plan de salvación, va a realizarse.
Y
si nosotros convertimos a este sí con un no, este maravilloso plan que María ha
realizado en su totalidad, no va a realizarse.
Un
último trecho del Evangelio, tal vez el más importante: “Y el Ángel la dejó”.
Al término de la narración ustedes han escuchado estas simples palabras. “El
Ángel la dejó”.
Este
particular de la página de Lucas sobre la Anunciación siempre nos sorprende.
Ciertamente no es un fin alegre. Más bien es un fatigoso y penoso comienzo.
María queda sola. Y nunca más una comunicación extraordinaria. Nunca más un
mensaje que le de seguridad y le elimine las dudas. El camino lo debe recorrer
con la ayuda de la propia fe, la propia fe.
Es
verdad, somos hombres y queremos conocer todo. Enfrente a la fe estamos como
enfrente a algo que no podemos entender. Y si nosotros queremos entender todo
no tenemos más fe y no podremos realizar nunca el plan de Dios.
Nosotros
somos seres finitos y no podemos entender un ser infinito. No tenemos que hacer
una rebelión enfrente a cosas que no entendemos. Solamente si tenemos esta fe
que transporta las montañas nosotros podremos realizar y realizarnos como
cristianos, como bautizados. Y María se realizó sin la ayuda del Ángel. El
Ángel salió de su casa y ella continuó su vida de cada día. El Ángel ha agotado
su deber, ha terminado de hablar y ahora en adelante la Virgen deberá interrogar
a los acontecimientos diarios para saber alguna cosa, como todos los mortales.
Y cada vez que diga sí, aún antes de haber comprendido, profundizará el
misterio de la propia existencia. Y por cada sí hay una aumento de
conocimiento.
Miren,
nosotros conocemos el misterio, si así podemos decir, a través de una continua
realización de la voluntad de Dios. El sí anticipa la explicación y por lo
tanto el abandono confiado antecede al razonamiento, la acogida antecede a la
investigación. No podemos investigar sobre lo que nosotros no podemos
comprender. El camino se conoce recorriéndolo con nuestra vida vivida cada
día.
Otros
conocimientos nosotros los aprendemos leyendo o estudiando, la fe se aumenta
viviéndola. La fe no es algo que entra en la razón. La fe entra en la vida y si
nosotros vivimos nuestra fe, nosotros podemos entrar en esta vida grande,
maravillosa de Dios como lo hizo la Virgen María. La verdad se encuentra
haciéndola, he aquí la paradoja que mide el itinerario de la fe en la Biblia y
que la Virgen ha vivido hasta extremas consecuencias.
Regresamos
a nuestras casas, llevamos con nosotros esta enseñanza, esta fe de la Virgen,
ver en cada acontecimiento la mano de Dios. Repito, solamente en esta manera
nosotros entenderemos algo de la fe, porque tenemos el coraje de vivirla.
Y
no puedo concluir estas palabras sin expresar el aprecio y la gratitud del
Santo Padre hacia su querido obispo Luis Guillermo, vuestro obispo. Hijo de
esta diócesis, desde hace más de siete años en su guía. El se ha encariñado con
ustedes y ustedes con él. Ahora el Santo Padre le pide el sacrificio de dejar
su tierra, como hizo con Abraham para una misión ciertamente más difícil que la
presente. Acepten la voluntad del Santo Padre con la misma serenidad con la cual
la aceptado él mismo. Expresémosle gratitud orando por él y orando por el que
tiene que venir.
Miren,
cada Iglesia tiene el obispo que se merece, tiene el pastor que se merece,
ahora ustedes pueden escoger algo de bueno si rezan, no si comentan o criticas,
si ustedes rezan por el nuevo obispo. Para que sea un obispo no solo bueno sino
un obispo santo. Y que la Inmaculada Concepción acompañe al actual y al futuro
como también acompañe a todos ustedes y a sus familias.
Muchas
gracias por vuestra paciente atención.
Mons. Adriano Bernardini, Nuncio Apostólico
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