Entrevista al Cardenal Raymond Burke, Prefecto
del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica de la Santa Sede, publicado en
Alfa y Omega
–La reforma de los dicasterios es el tema de estudio en la segunda
reunión del Consejo de 8 cardenales. ¿Cuál es, en su opinión, el objetivo de la
reforma?
No soy parte del
Consejo, y no conozco el contenido de los debates. Se habla de la fusión de
algunos dicasterios, de la creación de otros nuevos... Yo sólo puedo imaginar una reforma en continuidad con la
constitución Pastor Bonus. Algunos han dicho que la reforma traerá algo
completamente nuevo, pero eso me parecería contrario a la naturaleza de la
Iglesia, que es un cuerpo orgánico.
–¿Cómo puede impregnarse más la Curia de ese espíritu misionero, del que
habla el Papa en su Exhortación Evangelii gaudium?
Siempre existe
esa tensión, y es algo bueno. Por un lado, la Iglesia necesita una buena
administración central, porque es universal, es una en todo el mundo, y
necesita una estructura adecuada al servicio de las diócesis. Pero ese servicio
debe tener impulso misionero, y necesita comprender lo mejor posible la
situación en las diversas partes de la Iglesia y responder adecuadamente a sus
necesidades.
Pero debo decir,
como alguien que ha trabajado en la Curia entre 1989 y 1995 [como defensor del
vínculo en la Signatura Apostólica], y ahora, desde 2008, que siempre he encontrado en la Curia ese
espíritu de servicio al Santo Padre en su misión de pastor de la Iglesia
universal. Esto puede fortalecerse e intensificarse, y será muy bueno que se
haga, pero es falso decir que, hasta ahora, la Curia no ha sido misionera y no
se ha preocupado por las Iglesias locales.
–En su discurso a la Signatura Apostólica, el Papa destacó el servicio
del defensor del vínculo en los procesos de nulidad, lo que parece que no va
tanto en la línea de los cambios que se propugnan desde algunos sectores en
Europa central. ¿Cómo se concilian misericordia, verdad y justicia en temas
como la comunión de los separados, en nuevas uniones?
Debe
comprenderse que el primer ingrediente, el ingrediente mínimo y esencial en una
respuesta pastoral de caridad, es la justicia de la verdad. Sólo puedo amar a
alguien desde el respeto a la verdad. En relación con las personas divorciadas
en nuevas uniones, la Iglesia tiene que ser misericordiosa, recibirlas y
ayudarles a participar en la vida de la Iglesia lo máximo posible; pero no
puede faltar a la verdad y pretender que la nueva unión está en orden.
A menos de que
haya habido una declaración de nulidad de lo que se presumía un matrimonio, el
vínculo existe. La indisolubilidad del vínculo está claramente reconocida,
desde la fundación de la Iglesia, en el evangelio de Mateo, por lo que la Iglesia tiene que respetar y promover la
verdad del matrimonio de todos los modos posibles, como la unión
indisoluble y abierta a la vida entre un hombre y una mujer. No puede haber
cambios en eso.
¿Compasión? ¡Por
supuesto! Pero la compasión no puede incluir que esa persona acceda a la
Eucaristía. Lo que se está planteando en algunos ámbitos en Alemania, a mi
juicio, es erróneo. El arzobispo Müller, Prefecto de la Doctrina de la Fe, ha
dejado este punto muy claro, en un artículo en L'Osservatore Romano. No expresó
su opinión personal, sino la enseñanza permanente de la Iglesia, que no puede
alterarse.
Propagar la idea
de que habrá un cambio radical, y de que la Iglesia va a dejar de respetar la
indisolubilidad del matrimonio es falso y muy dañino. Un cambio así no está en
manos de la Iglesia. La Iglesia debe
ser obediente a las palabras de Cristo. Esta situación con algunos
obispos en el alto Rin debe ser corregida. Si esa actitud se extiende a otros
lugares, estaríamos fallando en la defensa de una verdad fundamental para la
fe.
–«Los matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado»,
añadía monseñor Müller.
Eso es muy
probablemente así. ¡La cultura ha alcanzado un punto tan bajo! Se ha vuelto muy
materialista y relativista. Se ha perdido el sentido de la moral inscrita en el
corazón humano y en la conciencia. Por eso, es muy posible que, para la gente,
sea hoy más difícil comprender la naturaleza del matrimonio. Pero cada caso
particular [de nulidad] debe ser examinado individualmente y demostrado.
Todos nosotros,
no importa en qué cultura vivamos, tenemos un corazón humano, y en el fondo de ese corazón encontramos el
sentido verdadero del matrimonio. Eso es la ley natural. Y si negamos
eso, negamos la relación que existe entre nuestra conciencia y Dios, de cuyas
manos procedemos. Por tanto, hay que ser muy cautos: reconocer la influencia de
la cultura, sí, pero, al mismo tiempo, ser firmemente respetuosos con la
conciencia humana.
En mi propia
experiencia como sacerdote, en el trato con parejas jóvenes en los EE.UU.,
donde tenemos una cultura muy secularizada, he tratado con muchos jóvenes que,
precisamente porque sus padres o hermanos estaban divorciados, habían optado
por una concepción de matrimonio que no fuera a terminar en divorcio.
Hay un aspecto
que creo que debe ser subrayado, y pienso que así será en el próximo Sínodo:
sí, la cultura se ha alejado mucho del cristianismo en Europa o en EE.UU, pero
nuestra respuesta a esa cultura no puede ser acomodarnos a ella.
Traicionaríamos la fe católica. Lo que sí debemos hacer es enseñar la fe y
testimoniarla de manera más eficaz. Hay
muchos jóvenes esperando ese tipo de testimonio, porque son conscientes
de que viven en una cultura en quiebra, estéril y que hace a la gente infeliz.
Y quieren vivir una vida cristiana verdadera.
–En los casos que le llegan a usted a diario, ¿percibe que falta una
mejor preparación al matrimonio?
Desde luego. En una cultura como la que existe en
los EE.UU., o aquí en España, la preparación para el matrimonio debe ser mucho
más profunda. Cuando dos jóvenes se quieren casar, muchas veces tienen la
sensación de que ya están preparados y no quieren perder tiempo con charlas y
sermones, pero tenemos que ayudarles a comprender lo importante que es para
ellos reflexionar sobre el matrimonio, de modo que después su unión no termine
en un divorcio. Incluso en esta cultura antifamiliar, está fuera de discusión
que cada divorcio es una tragedia
y provoca heridas de por vida.
–El cardenal Erdö ha advertido de que, más que el divorcio, hoy el gran
problema es que muchos jóvenes no se casan en absoluto...
Ésa es otra gran dificultad. En muchos países,
muchos jóvenes viven como marido y mujer, y no ven la importancia de casarse
ante Cristo. Ahí existe una tremenda necesidad de evangelización.
–El Papa Francisco ha pedido revisar el modo en que la Iglesia presenta
la defensa de la vida, porque su mensaje ya no es comprendido en sociedades
fuertemente secularizadas. Este planteamiento ha generado cierta confusión
entre algunos católicos. ¿Qué les diría usted?
El Papa tiene
ese gran y bello don de la cercanía; la gente le entiende; los números de
personas que se acercan a Roma son impresionantes, mayores que nunca. Pero el
Santo Padre ha pedido muchas veces que no se caiga en un culto personal, sino
que la atención se dirija hacia Cristo. De hecho, el mayor regalo que él tiene
para toda esa gente que acude a verle es anunciarles la verdad de la fe.
Yo entiendo que
no podemos estar siempre hablando del aborto, pero, al mismo tiempo, éste es uno de los problemas morales más graves
que hoy afronta nuestra sociedad. Cuando se eliminan cientos de miles de vidas
humanas indefensas e inocentes, ¿qué queda del respeto a la vida? Esto tiene
repercusiones importantes en asuntos como la atención a los pobres. En mi
opinión, hasta que no se restaure el
respeto a la vida humana en su forma más inocente e indefensa, no habrá
la mentalidad adecuada para resolver otros graves problemas morales.
Lo mismo puede
decirse con respecto a las presiones para legalizar el así llamado matrimonio
-que no es matrimonio en absoluto- entre dos personas del mismo sexo. Esto
contradice la ley moral natural y destruye la sociedad, algo similar a lo que
ocurrió en la Grecia Antigua o en Roma. Por tanto, hay que dar gracias a Dios
por el don del Santo Padre, pero la gente debe entender que es el Vicario de
Cristo en la tierra, y que Cristo nos llama a cada uno a una conversión de
vida. El Señor muestra una gran compasión hacia la mujer adúltera del
Evangelio, pero sus últimas palabras
son: «No peques más».
Y yo entiendo
que puede haber buenos católicos que, durante décadas, han trabajado en defensa
de la vida y de la familia, que ahora estén confundidos por lo que les llega de
lo que está diciendo el Papa. Por eso creo que les dirigirá una palabra: Debéis
continuar con lo que estáis haciendo. Porque eso es lo que él piensa. El Papa está tratando de acercarse a los alejados,
pero eso no significa que quiera abandonar las cuestiones pro vida.
–No es eso lo que uno percibe al informarse en determinados medios.
Sí. Toman del
Santo Padre cualquier pronunciamiento que les parece más abierto y le dan amplia
difusión, pero cuando dice algo como lo que dijo a la Signatura Apostólica, o
cuando se pronuncia sobre el aborto, no publican una sola palabra. Igual que
cuando habla del diablo. Rara vez se ve alguna mención.
- Un aspecto que llama la atención de la Iglesia en EE.UU. es cómo es
capaz de defender con gran naturalidad la vida y el matrimonio, y al mismo
tiempo, es un claro referente en asuntos sociales, como la defensa de los
inmigrantes. ¿Ve esta actitud como un ejemplo para Europa?
Creo que ésta
podría ser una contribución de la Iglesia en EE.UU. en este tiempo. Un cardenal
italiano me dijo que había que animar a los católicos a continuar en esta línea
de defensa de la vida y de la familia, de defensa de los derechos humanos, de hablar claro a los políticos cuando
traicionan el bien común... Pero no es fácil; los obispos deben seguir
siendo fuertes.
–Usted le ha dicho públicamente a más de un dirigente proabortista que no
debía comulgar...
Es que si un
político favorece el aborto, o el llamado matrimonio homosexual, lo cual es
pecado público muy grave, ¿cómo puede
acercarse esta persona a la sagrada Comunión sin haberse convertido y
haber hecho un acto de reparación?
–¿La clave está en buscar una aproximación a las controversias y a los
temas morales alejada de categorías ideológicas o políticas? ¿Es esto -entre
otras cosas- lo que propone usted en su libro Divine Love made flesh [Amor
divino, hecho carne)]?
Sí, ésa es una
reflexión sobre la Eucaristía, a partir de varios artículos que escribí siendo
obispo en los Estados Unidos. Quizá algún día haya una traducción española.
–A menudo ha expresado usted su preocupación por los abusos en la
liturgia en las décadas posteriores al Concilio. Ahora que se cumplen 50 años
de la Constitución Sacrosanctum Concilium, ¿considera que el problema ha sido
resuelto?
No del todo,
aunque se han hecho muchos progresos. Hay que considerar que, desde el período
postconciliar, hasta que Juan Pablo II advirtió del deterioro en la vida
litúrgica, el número de católicos que
creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía ha disminuido.
Queda mucho trabajo pendiente, a pesar de los esfuerzos de Juan Pablo II, o,
después, de Benedicto XVI, que dejó como uno de sus grandes legados su amor
profundo a la liturgia, plasmado en la legislación con el motu proprio Summorum
Pontificum y en la Instrucción Universae Ecclesiae, de la Pontificia Comisión
Ecclesia Dei.
Ahí tenemos una
clave para llevar a cabo la reforma que pretendía Sacrosanctum Concilium, es
decir, en continuidad con la tradición de la Iglesia. Esta idea de dos formas de un único rito romano
enriqueciéndose mutuamente, yo espero que, con el tiempo, quizá, se
acentúe en una nueva revisión del rito romano, de modo que la renovación del
Concilio alcance su objetivo propuesto. Pero para eso sería necesario también recuperar el conocimiento del latín,
que en sólo unas décadas casi se ha olvidado. En el pasado, el latín ayudaba a
la gente a mantener un fuerte sentido de la tradición. Ahora toca recuperarlo.
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