Para
ser de los que se salvan y no de los que son abrasados. A la verdad, no hay
rocío más agradable que no ser dominado por la codicia de la riqueza y contarse
entre los pobres. Los que han pisoteado la codicia de la riqueza son los más
ricos de todos, al modo que los jóvenes hebreos, que despreciaron al rey,
fueron más gloriosos que el rey. Así tú, si desprecias las cosas del mundo,
valdrás más que todo el mundo, a ejemplo de aquellos santos de quienes no
era digno el mundo, búrlate de los bienes presentes por que merezcas
alcanzar los del cielo. De este modo serás aquí glorioso y gozarás los bienes
por venir, por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea gloria
y poder por los siglos de los siglos. Amén.
HOMILIA 5
Todo
esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del
profeta, diciendo: Mirad que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le
llamarán de nombre Emmanuel (Mt 1, 22 ss).
DEBEMOS
RUMIAR LA PALABRA DIVINA
1. A
muchos les oigo decir: Mientras estamos en la iglesia escuchando la palabra de
Dios, nos sentimos recogidos; pero apenas salimos de allí, el fuego se apaga y
nos volvemos otros. ¿Qué pudiéramos, pues, hacer para que esto no suceda?
Consideremos la causa por qué sucede. ¿De dónde, pues, nos viene tan grande
cambio? Ese cambio nos viene de que no empleamos el tiempo en lo que conviene,
de que fomentamos el trato de hombres perversos. Al retirarnos de la reunión
litúrgica, no debiéramos arrojarnos inmediatamente a cosas que no dicen con
ella, sino tomar, apenas llegados a casa, el Libro santo en nuestras manos y
convidar a nuestras mujeres e hijos a tomar parte en el fruto de lo que se nos
ha dicho. Sólo entonces debiéramos poner mano en los asuntos de la vida. Cuando
salís del baño, no os echáis inmediatamente por esas plazas, por miedo de
perder en ellas el refrigerio que en el baño gozasteis. Lo mismo—y con mucha
más razón—habría que hacer al salir de la iglesia. Pero la verdad es que
hacemos lo contrario, y de ahí viene que lo perdamos todo. Porque, no estando
aún bien arraigado el fruto de lo que hemos oído, viene el torrente impetuoso
de las cosas exteriores y lo arrastra todo en su torbellino. Pues para que esto
no suceda, al retiraros de la iglesia, ninguna ocupación tengáis por más
necesaria que la meditación de lo que en ella habéis oído. ¿No fuera suma
incongruencia dedicar cinco o seis días a lo temporal y consagrar uno solo,
mejor dicho, ni una pequeña parte de uno solo, a lo espiritual? ¿No veis a
nuestros niños cómo durante todo el día se estudian las lecciones que se les
han dado? Lo mismo hemos de hacer también nosotros. De nada nos servirá venir a
la iglesia, si el día que venimos nos llevamos, como quien dice, el agua en un
cántaro roto; de nada, si no ponemos en guardar lo que se nos dice el mismo
cuidado que mostramos en la guarda del oro y de la plata. Le dan a un hombre
unos denarios, y se los mete luego en su bolsillo y se lo cierra muy bien
cerrado; nosotros recibimos sentencias más preciosas que el oro y que las
perlas, nosotros tenemos en la mano tesoros del Espíritu Santo, y no vamos a
esconderlos en las recámaras de nuestra alma, sino que dejamos que sin más ni
más se nos escurran de nuestra mente. ¿Quién nos tendrá ya compasión, si somos
nosotros mismos nuestros peores enemigos, si nosotros mismos nos precipitamos
en tamaña pobreza? Pues por que así no suceda, démonos a nosotros mismos, a
nuestras mujeres e hijos, una ley irrevocable de consagrar un día entero de la
semana a oír y meditar la palabra de Dios. De este modo vendréis mejor
preparados para lo que queda por decir, y por una parte nuestro trabajo será
menor y vuestro provecho mayor, si escucháis lo que sigue llevando en la
memoria lo anteriormente dicho. No es pequeña parte para que entendáis lo que
se os dice ver con precisión la trama de los pensamientos que yo os expongo.
Por eso, como no es posible decirlo todo en un solo día, vosotros habéis de
hacer una especie de cuerda e ir anudando en vuestra memoria lo que en muchos
días se os expone, y de tal modo habéis de disponerlo en vuestra alma, que
aparezca entero el panorama de las Escrituras. Ahora, pues, recordad lo que el
último día os dije y pasemos al asunto que hoy nos proponemos.
LA PROFECÍA
DE ISAÍAS: MIRAD QUE UNA VIRGEN CONCEBIRÁ
2. ¿Qué
texto, pues, nos proponemos comentar hoy? Todo esto, empero, sucedió por que
se cumpliera lo que el Señor había dicho por boca del profeta... Aquí,
cuanto le fue posible, dio el ángel un fuerte grito, digno del milagro que nos
contaba: ¡Todo esto sucedió! Vio el piélago y abismo del amor de Dios,
realizado lo que jamás se esperaba, suspendidas las leyes de la naturaleza y
hecha la reconciliación; vio cómo el que estaba más alto de todos descendió al
que estaba más bajo de todos, cómo se había derribado la pared medianera, cómo
se habían eliminado los obstáculos, cómo se habían cumplido muchas más
maravillas, y, cifrando en una sola palabra el milagro, dijo: Todo esto
sucedió por que se cumpliera lo que el Señor había dicho por boca del profeta. No
pienses—nos dice el ángel— que se trata de decretos de ahora. Todo estaba de
antiguo prefigurado. Es lo que Pablo procuraba mostrar en todas partes.
Por lo
demás, el ángel remite a José al profeta Isaías para que, al despertarse, no se
olvidara de lo que le había dicho, como de cosa reciente; mas como de los
pasajes proféticos se había él nutrido y los recordaba constantemente, por
ellos retendría también sus palabras. Nada de esto le dijo a la Virgen, que era
una niña y no tenía familiaridad con los textos sagrados; mas con el hombre que
era justo y meditaba a los profetas, el ángel puede partir de aquí para su
conversación, Y notemos que, antes de citar a Isaías, le habla de tu mujer: pero,
una vez que ha alegado al profeta, ya no teme el ángel pronunciar ante José el
nombre de virgen. Sin duda, de no haberlo antes oído de Isaías, no
hubiera José escuchado tan sin turbación este nombre. Nada nuevo, en efecto,
algo más bien familiar y durante mucho tiempo meditado, iba a oír de boca del
profeta. El ángel, pues, alega a Isaías porque quería dar con su testimonio más
crédito a su mensaje. Sin embargo, no se quedó en Isaías, sino que refiere a
Dios su palabra. Por eso no dijo: “Por que se cumpliera lo que había dicho Isaías”,
sino: Por que se cumpliera lo que había dicho el Señor. La boca era de
Isaías, pero el oráculo venía de lo alto.
CUESTIONES
SOBRE LA PROFECÍA DE ISAÍAS:
POR QUE NO
SE LLAMA CRISTO “EMMANUEL”
¿Qué
dice, pues, este oráculo? Mirad que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le llamarán de nombre Emmanuel (Is. 7, 14) ¿Cómo, pues, no se llamó su
nombre Emmanuel, sino Jesucristo? Porque no dijo “le llamarás”, sino le
llamarán, es decir, así le llamarán las gentes y así lo confirmarán los
hechos. En realidad, aquí se pone nombre a un acontecimiento, y tal es el uso
de la Escritura, que pone por nombre los acontecimientos. Consiguientemente, le
llamarán Emmanuel, no significa otra cosa sino que verán a Dios entre
los hombres. Porque, si es cierto que Dios estuvo siempre entre los hombres,
pero nunca tan claramente.
Mas, si
los judíos siguieran porfiando, les preguntaremos: ¿Cuándo se le llamó a un
niño: “Pronto despoja, saquea, aprisa saquea”? Tendrán que contestar que nunca.
Entonces, ¿cómo es que dijo el profeta: Llámale de nombre “Pronto despoja”? (Is.
8,3)
Porque,
nacido aquel hijo del profeta, hubo presa y reparto de botín. Lo que fue un
hecho al nacer el nulo, se pone por nombre suyo.
En otro
pasaje dice el mismo Isaías: La ciudad se llamará ciudad de la justicia:
Sión, metrópoli de la fidelidad. (Is. 1,26). Sin embargo, en ninguna parte
hallamos que a Jerusalén se la llame “Ciudad de la justicia”, sino que siguió
llamándose Jerusalén; pero como así había efectivamente sucedido, transformada
ella en mejor, dijo el profeta que se la llamaría así, Y es que, cuando se da
un hecho, que da a conocer al que lo realiza o al que de él se aprovecha, mejor
que su nombre mismo, la Escritura dice que su nombre es la verdad misma de la
cosa.
EL PROFETA
NO HABLA DE “MUJER JOVEN”,
SINO DE
“VIRGEN” PROPIAMENTE DICHA
Cerrada
en este punto la boca a los judíos, buscarán otra dificultad—lo que se dice de
la virginidad—, y, alegándonos a otros traductores, nos objetarán que el texto
primitivo no dice “virgen”, sino “mujer joven”. A esto responderemos, ante
todo, que con toda justicia deben ser tenidos los Setenta por los más
fidedignos de todos los traductores de los Libros santos.
En
efecto, los otros tradujeron después del advenimiento de Cristo, permaneciendo
en el judaísmo, y hay razón para sospechar en ellos que se dejaran llevar de su
enemiga contra la fe cristiana y que oscurecieran adrede las profecías; los
Setenta, empero, que realizaron su obra cien o más años antes de Cristo y que
fueron tantos en número, están libres de toda sospecha, y por el tiempo, por su
muchedumbre y por su unanimidad es justo se les dé más crédito que a
cualesquiera otros intérpretes.
3. Mas,
aun en el caso de que aleguen la autoridad de los modernos, la victoria será
siempre nuestra. En efecto, también el nombre de “juventud” suele la Sagrada
Escritura aplicarlo a la virginidad, no sólo tratándose de mujeres, sino
también de varones. Así, dice el salmista: Jóvenes y vírgenes, viejos
juntamente con los mozos. Y, hablando en otro paso sobre una joven a cuyo
honor se atentaba, dice la Escritura: Si la joven levantare la voz.... La
joven, es decir, la virgen, como lo prueba todo el contexto anterior. Además,
el profeta no dijo simplemente: Mirad que la virgen concebirá, sino que
antes había dicho: Mirad que el Señor mismo os dará un signo, y luego
añadió: Mirad que la virgen concebirá, a la verdad, si la que iba
concebir no era virgen, sino que había de ser madre por ley común de la
naturaleza, ¿qué signo había en eso? Un signo tiene que pasar la medida de lo
corriente, tiene que ser peregrino y sorprendente. En otro caso, ¿cómo puede
ser signo?
CONDUCTA
ADMIRABLE DE JOSÉ
Levantado
José del sueño, hizo como le había mandado el ángel del Señor. ¡Mirad
qué obediencia, mirad qué docilidad de espíritu! He aquí un alma vigilante e
íntegra en todo. Cuando era presa de una sospecha desagradable y extraña, no se
hacía a la idea de retener consigo a la Virgen; ahora que está libre de aquella
sospecha, no piensa un momento en echarla de su casa. Si, la retuvo, y entró
así en el servicio de toda la economía de la encarnación: Y
tomó—dice—consigo a María, su mujer. Notad cómo el evangelista emplea
constantemente el nombre de mujer; lo uno porque no quería que por entonces se
descubriera el misterio, lo otro para alejar de la Virgen aquella sospecha de
que hablamos.
MARÍA FUÉ
PERPETUAMENTE VIRGEN
Habiéndola,
pues, tomado consigo, no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito. “Hasta”
lo puso aquí el evangelista no porque haya de sospecharse que la conoció
posteriormente, sino por que se entienda bien que la Virgen permaneció
absolutamente intacta antes del parto. —¿Por qué, pues —me diréis—, usó de la
partícula “hasta”? —Porque ése es muchas veces el uso de la Escritura, que no
emplea esa palabra para indicar un tiempo determinado, Así, por ejemplo,
hablando del arca, dice: No volvió el cuervo hasta que se secó la tierra, cuando
sabemos que tampoco volvió después de secarse (Ps. 89,8) . Y hablando de Dios: Desde
el siglo hasta el siglo eres tú (Gen. 8, 17), sin que aquí se señale un
término. Lo mismo en otro paso en que da una buena noticia y dice: Se levantará
en sus días la justicia y muchedumbre de paz hasta que desaparezca la luna (Ps.
71,7). Lo que no quiere decir que ponga término a este bello astro.
Así
también aquí, “hasta” asegura lo que hubo antes del parto; lo de después
lo deja el evangelista a vuestra consideración. Lo que teníamos que saber del
evangelista, eso fue lo que él nos dijo, a saber: que la Virgen permaneció
intacta hasta el momento del parto; lo otro, que era natural consecuencia de lo
ya dicho y quedaba con ello confesado, os lo deja que lo comprendáis por
vosotros mismos, ¿Cómo no comprender que José, que era hombre justo, no había
de atreverse a conocer después a la que por tan maravillosa manera había sido
madre, a la que tan nuevo parto, tan peregrino alumbramiento, había merecido? Y
si la conoció y la tuvo por mujer ordinaria suya, ¿cómo es que Cristo la
encomendó a su discípulo como mujer indefensa y sin marido y le mandó que la
recibiera en su casa?
(San Juan Crisóstomo,
Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, BAC, Madrid, 1956, Pág. 86-94)
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