Jueves de la 32ª semana
CÓMO HA DE SERVIRSE A DIOS
I. Debe servirse a
Dios con actos exteriores e interiores. Puesto que estamos compuestos de dos
naturalezas, intelectual y sensible, debemos ofrecer a Dios doble adoración, la
espiritual, que consiste en la devoción interna del espíritu, y la corporal,
que consiste en la humillación exterior del cuerpo. Y como en todos los actos
del culto de latría lo que es exterior se refiere a lo interior cómo a lo más
principal; por eso la adoración exterior se hace a causa de la interior, es
decir, para que por los signos de humildad, que exhibimos corporalmente, se
excite nuestro afecto a someterse a Dios, pues nos es connatural proceder de
las cosas sensibles a las inteligibles. Así como la oración existe
primordialmente en la mente y secundariamente es expresada por las palabras,
así también la adoración consiste principalmente en la reverencia interior de
Dios, y secundariamente en ciertas señales externas de humildad, como al doblar
las rodillas confesamos nuestra pequeñez en comparación con Dios; y al
prosternarnos confesamos que nada somos por nosotros mismos.
(2ª 2ae , q. LXXXIV,
a. II)
II. Debemos tener discreción en los actos exteriores. De manera distinta se conduce el hombre justo con respecto a los actos interiores, con los cuales se obsequia a Dios, y con relación a los exteriores. Porque el bien del hombre y su justicia consisten principalmente en los actos interiores, con los cuales el hombre cree, espera y ama. Por lo cual dice la Escritura: El reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17, 21).
No consiste
principalmente en los actos exteriores: El reino de Dios no es comida ni bebida
(Rom 14, 17). Por eso los actos interiores se consideran como fin que se busca
por sí mismo; pero los actos exteriores, por los cuales se ofrecen los cuerpos
a Dios, se consideran como medios que se ordenan al fin. En lo que se busca
como fin, no se da ninguna medida, sino que cuanto mayor fuere, tanto mejor será.
Mas para lo que se busca con relación al fin, se da medida proporcionada al
fin; así, el médico causa la salud en cuanto puede, y en cambio administra la
medicina, no en cuanto puede, sino en cuanto ve que es necesaria para conseguir
la salud.
Del mismo modo el
hombre no debe aplicar ninguna medida en la fe, en la esperanza y en la
caridad, sino que cuanto más cree, espera y ama, tanto mejor es, por lo cual se
dice en el Deuteronomio: Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, y con
toda tu alma, y con toda tu fuerza (Deut V, 3). Mas en los actos exteriores
debe aplicarse la medida de la discreción, por comparación a la caridad.
(In Rom., XII)
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