SAN JUAN
PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de diciembre de 1996
María, educadora del Hijo de Dios
(Lectura: capítulo 2 del evangelio de san Lucas, versículos
51-52)
1. Aunque se realizó
por obra del Espíritu Santo y de una Madre Virgen, la generación de Jesús, como
la de todos los hombres pasó por las fases de la concepción, la gestación y el
parto. Además, la maternidad de María no se limitó exclusivamente al proceso
biológico de la generación, sino que, al igual que sucede en el caso de
cualquier otra madre, también contribuyó de forma esencial al crecimiento y
desarrollo de su hijo.
No sólo es madre la
mujer que da a luz un niño, sino también la que lo cría y lo educa; más aún,
podemos muy bien decir que la misión de educar es según el plan divino, una
prolongación natural de la procreación.
María es Theotokos no
sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo
acompañó en su crecimiento humano.
2. Se podría pensar
que Jesús, al poseer en sí mismo la plenitud de la divinidad, no tenía
necesidad de educadores. Pero el misterio de la Encarnación nos revela que el
Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la
nuestra, excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15). Como acontece
con todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad
adulta (cf. Lc 2, 40), requirió la acción educativa de sus
padres.
El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (cf. Lc 2, 51). Esa dependencia nos demuestra que Jesús tenía la disposición de recibir y estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José, que cumplían su misión también en virtud de la docilidad que él manifestaba siempre.
3. Los dones
especiales, con los que Dios había colmado a María, la hacían especialmente
apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias
concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e
imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos.
Además de la presencia
materna de María, Jesús podía contar con la figura paterna de José, hombre
justo (cf. Mt 1, 19), que garantizaba el necesario equilibrio
de la acción educadora. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su
esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y
a la maduración personal del Salvador de la humanidad. Luego, al enseñarle el
duro trabajo de carpintero, José permitió a Jesús insertarse en el mundo del
trabajo y en la vida social.
4. Los escasos
elementos que el evangelio ofrece no nos permiten conocer y valorar
completamente las modalidades de la acción pedagógica de María con respecto a
su Hijo divino. Ciertamente ella fue, junto con José, quien introdujo a Jesús
en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la alianza
mediante el uso de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada
en el éxodo de Egipto. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la
sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén con ocasión de la
Pascua.
Contemplando los
resultados, ciertamente podemos deducir que la obra educativa de María fue muy
eficaz y profunda, y que encontró en la psicología humana de Jesús un terreno
muy fértil.
5. La misión educativa
de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta algunas características
particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella
garantizó solamente las condiciones favorables para que se pudieran realizar
los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el
hijo. Por ejemplo, el hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María
una orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a
corregir. Además, aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y
en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien revele, desde el
episodio de su pérdida y encuentro en el templo, su plena conciencia de ser el
Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo
exclusivamente la voluntad del Padre. De "maestra" de su Hijo, María
se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella.
Permanece la grandeza
de la tarea encomendada a la Virgen Madre: ayuda a su Hijo Jesús a crecer,
desde la infancia hasta la edad adulta, "en sabiduría, en estatura y en
gracia" (Lc 2, 52) y a formarse para su misión.
María y José aparecen,
por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las grandes
dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr
una formación profunda y eficaz de los hijos.
Su experiencia
educadora constituye un punto de referencia seguro para los padres cristianos,
que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a
ponerse al servicio del desarrollo integral de la persona de sus hijos, para
que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios.
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