SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 27 de noviembre de 1996
María, Madre de Dios
(Lectura: evangelio de san Lucas, capítulo 1, versículos
34-35)
1. La contemplación
del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no
sólo a dirigirse a la Virgen santísima como a la Madre de Jesús, sino también a
reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde
los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del patrimonio
de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el
año 431 por el concilio de Éfeso.
En la primera
comunidad cristiana, mientras crece entre los discípulos la conciencia de que
Jesús es el Hijo de Dios, resulta cada vez más claro que María es la Theotokos, la
Madre de Dios. Se trata de un título que no aparece explícitamente en los
textos evangélicos, aunque en ellos se habla de la "Madre de Jesús" y
se afirma que él es Dios (Jn 20, 28, cf. 5, 18; 10, 30. 33). Por lo demás,
presentan a María como Madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros
(cf. Mt 1, 2223).
Ya en el siglo III,
como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se
dirigían a María con esta oración: "Bajo tu amparo nos acogemos, santa
Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de
todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita" (Liturgia de las Horas). En
este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la
expresión Theotokos, "Madre de Dios".
En la mitología pagana a menudo alguna diosa era presentada como madre de algún dios. Por ejemplo, Zeus, dios supremo, tenía por madre a la diosa Rea. Ese contexto facilitó, tal vez, en los cristianos el uso del título Theotokos, "Madre de Dios", para la madre de Jesús. Con todo, conviene notar que este título no existía, sino que fue creado por los cristianos para expresar una fe que no tenía nada que ver con la mitología pagana, la fe en la concepción virginal, en el seno de María, de Aquel que era desde siempre el Verbo eterno de Dios.
2. En el siglo IV, el
termino Theotokos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en
Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez más a menudo a ese
término, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la
Iglesia.
Por ello se comprende
el gran movimiento de protesta que surgió en el siglo V cuando Nestorio puso en
duda la legitimidad del título "Madre de Dios". En efecto, al
pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús, sostenía que
sólo era correcta doctrinalmente la expresión "Madre de Cristo". Lo
que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la
unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción
entre las dos naturalezas ―divina y humana― presentes en él.
El concilio de Éfeso,
en el año 431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza
divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María
Madre de Dios.
3. Las dificultades y
las objeciones planteadas por Nestorio nos brindan la ocasión de hacer algunas
reflexiones útiles para comprender e interpretar correctamente ese titulo. La
expresión Theotokos, que literalmente significa "la que ha engendrado
a Dios", a primera vista puede resultar sorprendente, pues suscita la
pregunta: ¿cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La
respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se
refiere solo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación
divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es
consustancial con él. Evidentemente, en esa generación eterna María no
intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, tomó nuestra
naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a luz.
Así pues, al proclamar
a María "Madre de Dios", la Iglesia desea afirmar que ella es la
"Madre del Verbo encarnado, que es Dios". Su maternidad, por tanto,
no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo,
que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana.
La maternidad es una
relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la
criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello,
María, al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús,
que es persona divina, es Madre de Dios.
4. Cuando proclama a
María "Madre de Dios", la Iglesia profesa con una única expresión su
fe en el Hijo y en la Madre. Esta unión aparece ya en el concilio de Éfeso; con
la definición de la maternidad divina de María los padres querían poner de
relieve su fe en la divinidad de Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y
recientes, sobre la oportunidad de reconocer a María ese título, los cristianos
de todos los tiempos, interpretando correctamente el significado de esa
maternidad, la han convertido en expresión privilegiada de su fe en la
divinidad de Cristo y de su amor a la Virgen.
En la Theotokos la
Iglesia, por una parte, encuentra la garantía de la realidad de la Encarnación,
porque, como afirma san Agustín, "si la Madre fuera ficticia, sería
ficticia también la carne (...) y serían ficticias también las cicatrices de la
resurrección" (Tract. in Ev. Ioannis, 8, 67). Y, por otra, contempla
con asombro y celebra con veneración la inmensa grandeza que confirió a María
Aquel que quiso ser hijo suyo. La expresión "Madre de Dios" nos
dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la
condición humana para elevar al hombre a la filiación divina. Pero ese título,
a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama
también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a
María como persona libre y responsable y no realiza la encarnación de su Hijo
sino después de haber obtenido su consentimiento.
Siguiendo el ejemplo
de los antiguos cristianos de Egipto, los fieles se encomiendan a Aquella que,
siendo Madre de Dios, puede obtener de su Hijo divino las gracias de la
liberación de los peligros y de la salvación.
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