SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 18 de septiembre de 1996
María, nueva Eva
(Lectura: capítulo 1 del evangelio de san Lucas, versículos
35-38)
1. El concilio
Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial
el valor del consentimiento de María a las palabras del mensajero divino. A
diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel
lo espera expresamente: "El Padre de las misericordias quiso que el
consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la
Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también
otra mujer contribuyera a la vida" (Lumen gentium, 56).
La Lumen gentium recuerda
el contraste entre el modo de actuar de Eva y el de María, que san Ireneo
ilustra así: "De la misma manera que aquella ―es decir, Eva― había sido
seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios
desobedeciendo a su palabra, así ésta ―es decir, María― recibió la buena nueva
por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su
palabra; y como aquélla había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se
dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en
abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había
quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una
Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia
de una Virgen..." (Adv. Haer., 5, 19, 1).
2. Al pronunciar su "sí" total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta.
Dios pone el destino
de todos en las manos de una joven. El "sí" de María es la premisa
para que se realice el designio que Dios, en su amor, trazó para la salvación
del mundo.
El Catecismo de
la Iglesia católica resume de modo sintético y eficaz el valor decisivo
para toda la humanidad del consentimiento libre de María al plan divino de la
salvación: "La Virgen María colaboró por su fe y obediencia libres a la
salvación de los hombres. Ella pronunció su "fiat" "ocupando el
lugar de toda la naturaleza humana". Por su obediencia, ella se convirtió
en la nueva Eva, madre de los vivientes" (n. 511).
3. Así pues, María,
con su modo de actuar, nos recuerda la grave responsabilidad que cada uno tiene
de acoger el plan divino sobre la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la
voluntad salvífica de Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel,
se presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proclama
bienaventurados, porque "oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,
28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio de la multitud, proclama
bienaventurada a su madre, muestra la verdadera razón de ser de la
bienaventuranza de María: su adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a
aceptar la maternidad divina.
En la encíclica Redemptoris
Mater puse de relieve que la nueva maternidad espiritual, de la que habla
Jesús, se refiere ante todo precisamente a ella. En efecto, "¿no es tal
vez María la primera entre 'aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen'?
Y por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bendición
pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima?"
(n. 20). Así, en cierto sentido, a María se la proclama la primera discípula de
su Hijo (cf. ib.) y, con su ejemplo, invita a todos los creyentes a
responder generosamente a la gracia del Señor.
4. El concilio
Vaticano II destaca la entrega total de María a la persona y a la obra de
Cristo: "Se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la
persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la
gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención" (Lumen
gentium, 56).
Para María, la entrega
a la persona y a la obra de Jesús significa la unión íntima con su Hijo, el
compromiso materno de cuidar de su crecimiento humano y la cooperación en su
obra de salvación.
María realiza este último
aspecto de su entrega a Jesús en dependencia de él, es decir, en una condición
de subordinación, que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera
cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de la anunciación,
una participación activa en la obra redentora. "Con razón, pues, ―afirma
el concilio Vaticano II― creen los santos Padres que Dios no utilizó a María
como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y
obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice san
Ireneo, 'por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el
género humano' (Adv. Haer., 3, 22, 4)" (ib.)
María, asociada a la
victoria de Cristo sobre el pecado de nuestros primeros padres, aparece como la
verdadera "madre de los vivientes" (ib.). Su maternidad, aceptada
libremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida
para la humanidad entera.
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