Miércoles de la 23ª semana
CARENCIA DE ESPERANZA
I. La infidelidad
proviene de que el hombre no cree en la misma verdad de Dios; el odio a Dios
proviene de que la voluntad del hombre es contraria a la misma bondad divina;
mas la desesperación proviene de que el hombre no espera participar de la
bondad de Dios. De donde se deduce que la infidelidad y el odio a Dios son
contrarios a Dios en cuanto es en sí mismo; pero la desesperación lo es por
cuanto su bondad es participada por nosotros. Por consiguiente es mayor pecado,
absolutamente hablando, no creer la verdad de Dios o tener odio a Dios, que no
esperar conseguir de él la gloria.
Pero si se compara la
desesperación con los otros dos pecados con relación a nosotros, es más
peligrosa la desesperación, porque por ella nos apartamos de las malas obras, y
nos dirigimos a proseguir las buenas; por lo cual, desapareciendo la esperanza,
los hombres se entregan desenfrenadamente a los vicios, y se retraen de las
buenas obras. Por eso, sobre aquello de los Proverbios (24, 10): Si perdieres
la esperanza desmayando en el día de la angustia, tu fortaleza será menguada,
dice la Glosa: "Nada es más execrable que la desesperación; el que cae en
ella pierde la constancia en los sufrimientos generales de esta vida, y, lo que
es peor, en los combates de la fe." Y San Isidoro agrega: "Cometer un
pecado grave es la muerte del alma, pero desesperar es precipitarse en el
infierno"*.
II. De dos maneras
alguien puede desesperar de obtener la bienaventuranza: una, porque no la
considera un bien arduo, y otra, porque no cree en la posibilidad de que sea
alcanzada, ya por sí, ya por otro. Mas a no considerar los bienes espirituales
como bienes, o a desconocerles un gran mérito, somos guiados porque nuestros
afectos están inficionados por el amor a los deleites corporales, entre los que
los más principales son los deleites carnales; puesto que del afecto a tales
deleites procede que el hombre se hastíe de los bienes espirituales y no los
espere como ciertos bienes difíciles, y según esto la desesperación es causada
por la lujuria.
Pero aunque uno no estime posible alcanzar, por sí o por otro, el bien arduo es conducido por el excesivo abatimiento, que cuando domina en el afecto del hombre le infunde la creencia de que él nunca puede elevarse a un bien cualquiera. Y como la pereza es cierta tristeza que deprime el alma, por este motivo la desesperación es hija de la pereza.
Parece cierto que la
esperanza procede de la consideración de los beneficios divinos, y
principalmente de la consideración de la Encarnación. Pero también la
negligencia en considerar los beneficios divinos proviene de la pereza; porque
el hombre afectado de alguna pasión piensa principalmente en las cosas que se
refieren a esa pasión. Por consiguiente, el hombre agobiado por la tristeza no
piensa fácilmente en cosas grandes y agradables, sino sólo en las tristes; a no
ser que con gran esfuerzo se aparte de las cosas tristes.
(2ª 2ae , q. XX, a. 3
y 4)
Nota:
*De summo bono, lib.
II, cap. IV
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